Los cuentos de Canterbury

Los cuentos de Canterbury Resumen y Análisis “Prólogo de la Segunda monja”, “El cuento de la Segunda monja”

Resumen

Prólogo de la Segunda monja

La Segunda monja comienza con una invocación a la Virgen María y un deseo de que las personas eviten el pecado y al Diablo.

Luego realiza una interpretación del nombre de Santa Cecilia, protagonista del cuento: ‘Cecilia’ puede significar ‘lirio del cielo’, cuyo color blanco simboliza la castidad u honradez. También puede interpretarse como ‘sendero de los ciegos’, comprendiendo de este modo su capacidad para transmitir sabiduría. Incluso existe la posibilidad de que integre tanto las nociones de ‘cielo’, ‘santa contemplación’, y ‘lea’, para dar cuenta de su “intensa actividad” (499). Tras este recorrido por los distintos significados del nombre, la Segunda monja la describe como una mujer virtuosa y siempre ocupada en hacer buenas obras.

El cuento de la Segunda monja

Santa Cecilia es una romana que desde chica fue instruida en los caminos de Cristo. Ella teme el día en que la obliguen a contraer matrimonio, ya que no quiere mancillarse y renunciar a su virginidad. Sin embargo, llega el día en que se ve obligada a casarse con Valeriano. Es así que, en el día de la boda, decide ponerse un cilicio debajo de sus prendas, mientras ora a Dios para que le permita permanecer sin mácula.

La noche de bodas, Cecila le confiesa a su marido que un ángel protector la cuida y que este lo es capaz de asesinarlo si osa tocarla vulgarmente. Ante la duda de su reciente esposo, Cecilia le encomienda viajar a Via Apia a encontrarse con san Urbano: “Dile lo que te he contado; y cuando hayas sido bautizado y estés limpio de pecado, entonces, antes de irte, verás a ese ángel” (502).

Siguiendo las indicaciones de su esposa, Valeriano encuentra a san Urbano “oculto entre las catacumbas de los santos” (502). Conmovido por la virtud de Cecilia, el sabio anciano le lee unos fragmentos de la Biblia. Tras ello, “otro anciano vestido con ropajes de una blancura radiante, que llevaba en su mano un libro escrito con letras de oro, se apareció súbitamente y se quedó de pie inmóvil frente a Valeriano”. Ante esta imagen, Valeriano cae al piso dominado por el miedo, pero el hombre lo sostiene y le pregunta por su fe cristiana: “Un Señor, una Fe, un Dios solamente; una Cristiandad, un Padre para todos vosotros, omnipresente y supremo (...). ¿Crees o no crees en estas palabras? Responde sí o no” (503). Ante la sincera afirmación de Valeriano, este hombre desaparece misteriosamente y el Papa Urbano lo bautiza.

Valeriano vuelve a su casa, donde consigue ver el ángel del cual había hablado su esposa. Este ángel les obsequia dos perennes guirnaldas, una de rosas para Cecilia y otra de lirios para Valeriano. Solo las personas castas y puras podrán verlas, advierte. Tras ello, le concede un deseo a Valeriano, quien solo pide que su hermano tenga también la gracia de conocer la verdad cristiana.

Mientras el ángel felicita a Valeriano por su petición, llega a la casa Tiburcio, su hermano, quien consigue oler el hermoso aroma de las flores, mas no verlas. Valeriano le explica lo sucedido y luego lo insta a que se bautice, pero Tiburcio teme convertirse al cristianismo, ya que los romanos podrían quemarlo en caso de enterarse. Valeriano lo convence de que hay una vida mejor tras la muerte y le aconseja no tener miedo, Cecilia le explica las verdades de la Santísima Trinidad y, tras convencerlo, los tres salen rumbo a Vía Apia para ver al Papa Urbano. Finalmente, Tiburcio se bautiza y, durante un largo tiempo, los tres viven tan felices como perfectos cristianos.

Un día, el ejército romano se entera de la fe de ellos y lleva a los hermanos ante el prefecto Almaquio, quien les ordena jurar ante dioses falsos. Los cristianos se rehúsan a blasfemar y son condenados a morir decapitados. Máximo, uno de los oficiales romanos, consigue ver los espíritus de Valeriano y Tiburcio ascender hacia el cielo. Al escuchar sus palabras, muchos de los testigos, e incluso los propios verdugos, se transforman al cristianismo. Esa noche, Cecilia se encuentra con ellos en la casa de Máximo y los bautiza a todos. Cuando Almaquio se entera, condena a Máximo a morir a latigazos. Luego, Cecilia se hace de su cadáver y consigue enterrarlo junto a los cuerpos de Valeriano y Tiburcio.

Nuevamente, Almaquio se entera de lo sucedido y convoca a Cecilia, quien lo enfrenta sin miedo, resiste en su fe y se rehúsa a inclinarse ante él, sin admitir culpabilidad alguna. Almaquio castiga su osadía condenándola a morir hervida, pero un milagro se produce y Cecilia pasa un día entero dentro de la bañera con fuego sin sudar siquiera.

Entonces, Almaquio le ordena a un sirviente que la decapite. Aunque este hombre le da tres golpes en el cuello, un milagro evita que Cecilia muera y pasa tres días en agonía para seguir enseñando la fe cristiana antes de ascender al cielo.

Cuando finalmente muere, su cuerpo santo es trasladado en secreto donde el Papa Urbano, quien la entierra junto a otros santos. Hoy en día, Cecilia sigue siendo implorada en su casa, que ahora es la iglesia de Santa Cecilia.

Análisis

“El cuento de la Segunda monja” es una típica biografía religiosa que pertenece a un género medieval en sí mismo: lo que se conoce como hagiografía o ‘vida de santo’. Es muy probable que Chaucer compusiera el cuento antes, por fuera del proyecto de Canterbury, y que solo lo haya adaptado posteriormente para encajar dentro de la estructura general de los Cuentos.

La Segunda monja cuenta la historia de Cecilia de Roma, una noble romana que se convirtió a la fe cristiana alrededor de los siglos II y III, y que fue posteriormente martirizada por ello. La narradora expone la trama de un modo seco y mojigato, exaltando el sufrimiento de la protagonista y su paciente adhesión a la fe, al punto en que el cuento se termina aproximando a los relatos de la Priora y el Universitario: la personalidad celestial de Cecilia se subraya desde el primer momento.

Al igual que el pequeño mártir de la Priora, Cecilia trasciende los horrores del mundo mortal oponiéndose al paganismo, a los falsos ídolos, a las autoridades políticas e, incluso, a la muerte. Como recompensa, Dios la convierte en santa al final del cuento y hace de su tumba, una iglesia.

En este cuento se evidencia la naturaleza mitológica del cristianismo medieval. El motivo de las perennes coronas florales, por ejemplo, invisibles para todo aquel que no posea la fe de Dios, opera como una manifestación física de la idea de que los cristianos pertenecen a una Ciudad de Dios: una comunidad distinta y con valores compartidos, que existe dentro de un entorno mundano, pecaminoso y hostil.

El relato de la Segunda monja desarrolla también una concepción interesante respecto a las exigencias esperadas en la cultura religiosa medieval para los representantes de Dios en la Tierra: Cecilia se constituye, obviamente, en las antípodas de la mayoría de las mujeres del resto de Cuentos de Canterbury, siendo la Comadre de Bath, por supuesto, su perfecto negativo. Ella profesa su disgusto por el sexo desde el comienzo del relato, e incluso llega a vestir un cilicio en su noche de bodas, accesorio utilizado para provocar deliberadamente dolor y que, se sugiere, ha elegido para evitar el coito nupcial. Los lirios y las rosas, flores con las que se construyen las guirnaldas, son símbolos los respectivos a la pureza y el martirio. Si a ello le sumamos su carácter de “abeja laboriosa e inocente” (502), tenemos todas las virtudes para la creación de una santa: castidad, sufrimiento, fe y perseverante trabajo.