Plata quemada

Plata quemada Resumen y Análisis Capítulos 5-6

Resumen

Capítulo 5

El capítulo comienza con el testimonio de Lucía, dueña de una panadería. Desde la vidriera, mientras toma mate, antes de abrir el negocio, Lucía ve cómo dos hombres le cambian la patente a un automóvil Studebaker estacionado cerca de la esquina. Tiempo atrás, Lucía fue testigo de la muerte de un hombre que se había descompuesto frente a su local. Aquella vez se acercó cuando el hombre ya estaba muerto. Lucía piensa que aquella vez cedió ante lo que llama “la tentación del mal”; piensa que podría haber salvado al hombre en lugar de verlo agonizar desde su vidriera. Esta vez cree que las cosas son distintas y que debe actuar a tiempo, así que llama a la policía para denunciar que está viendo algo sospechoso en la vereda.

Momentos después, dos policías se acercan por la esquina hacia el Studebaker estacionado. El primero que los ve es el Cuervo Mereles, que advierte a los demás. El Gaucho Dorda, rápido, antes de que se diga alguna palabra, le da un tiro a uno de los policías en el pecho. El otro oficial se esconde tras el auto y, agazapado, comienza a disparar al Studebaker. Le acierta a un uruguayo que estaba en el Studebaker con el Cuervo y los mellizos, pero todos logran escapar.

El uruguayo, Yamandú Raymond Acevedo, recibió una considerable suma de dinero por conseguir el cambio de patente para el Studebaker, e iba a recibir más dinero si los ayuda a cruzar a Rio Grande do Sul por Santa Ana. Pero ahora está herido de gravedad, y el Nene le dice, sin rodeos, que tiene que bajarse del auto. Yamandú se da cuenta de que tiene que tirarse del auto, o los pistoleros van a matarlo.

Enfurecido, porque los porteños no respetan los códigos entre colegas y lo han dejado a merced de la policía, se esconde en un galpón a esperar que llegue la noche y se calme la búsqueda. Allí, agazapado en el galponcito al fondo de una peluquería, llega a escuchar el llamado de Dorda. Los pistoleros han vuelto a buscarlo, desconfiados de que los delate a la policía, para rematarlo. No lo encuentran.

Seguros de que Yamandú los va a delatar si lo detiene la policía, los mellizos y el Cuervo saben que tienen que irse del departamento en el que están escondidos y cortar lazos con todos sus contactos uruguayos. Van rápidamente a buscar el dinero, la droga y las armas. El Nene dice que sabe a dónde pueden ir: al departamento de Giselle.

Mientras tanto, la policía detiene a Nando Heguilein. Por su fuerte lazo con Malito, Nando sabe que, aunque lo “picaneen”, no revelará la ubicación de su amigo. A su vez, el comisario Silva llega a Montevideo con fuerzas argentinas. Con la certeza de que los delincuentes están en la capital uruguaya, Silva comienza a investigar. Recorre la noche y, a través de un jovencito de la plaza, se entera de que los criminales organizaban fiestas y orgías y, más importante, le cuentan de las visitas del Nene a la Plaza Zavala y su relación con Giselle.

El capítulo, focalizado ahora en la policía y la prensa, recorre las distintas conjeturas de cómo llegaron el Cuervo Mereles y los mellizos a saber del departamento de Giselle: a través de sus dueños, a través de la joven Giselle, a través de los dueños de la boite o algún huésped ocasional. Lo que sí saben es que irán para allí. Adelantándose a los porteños, la policía instala micrófonos en todo el lugar. Los motivos no son claros, ya que lo más lógico en esta situación sería esperar a los delincuentes dentro. La sospecha del narrador, que, en este momento, se sitúa en el punto de vista de Emilio Renzi, es que la policía quiere el botín y, tal vez, planea matar a los ladrones.

Capítulo 6

La “garçonière”, el pequeño departamento, se encuentra en la calle Julio Herrera y Obes. La puerta se abre sobre un estrecho corredor donde están también las puertas que van a los otros departamentos. Se encuentra en el primer piso de un edificio de tres plantas, sin ascensor. Dos de las habitaciones se comunican con dos diferentes pozos de aire y luz, al igual que la cocina.

Los mellizos y el Cuervo llegan, cansados, con provisiones para una semana. Conversan sobre las posibilidades de escapar a México, a Nueva York, de robar un cine repleto y salir impunes. El Cuervo trae de la cocina un mazo de cartas y un frasco de garbanzos y les propone un póker de tres.

Juegan a las cartas cuando escuchan un zumbido metálico; una voz distorsionada los llama a rendirse desde la vereda. Se miran, sin moverse, hasta que súbitamente reaccionan. El Nene apaga las luces, el Gaucho Dorda comienza a repartir las armas. Se preguntan si Giselle los habrá delatado, se preguntan por Malito y se preguntan por qué será que la policía no sube a buscarlos.

La policía, que cree que Malito está con ellos, les ofrece garantía de vida en presencia del Juez. Los jóvenes no responden, el departamento sigue a oscuras y en silencio. El jefe de policía de Uruguay decide hablarles por el portero eléctrico, pero los mellizos y el Cuervo se ríen; los invitan a subir a jugar al póker, les dicen que se van a hacer matar por monedas mientras ellos, arriba, tienen millones que pueden repartir.

De repente, los policías abren fuego. Las balas llegan desde varios puntos, y el Cuervo y los mellizos se dan cuenta de que el departamento es una trampa mortal. Ponen el televisor en el piso y, entre ráfaga y ráfaga de tiros, miran lo que pasa en la calle. Cuentan la droga y las balas que les quedan. Se ponen pañuelos mojados en la cara, tapándose la nariz y la boca, para contrarrestar el efecto de los gases lacrimógenos que les lanzan desde abajo, y así poder agarrarlos y devolverlos.

Cae la noche y tres policías se ofrecen para derribar la puerta del departamento. Un cuarto hombre controla la retaguardia. Dorda asoma su arma y con una ráfaga de metralleta mata a dos de ellos y hiere a un tercero en el vientre. La policía se repliega nuevamente.

Análisis

Antes de llamar a la policía para denunciar que estaba viendo un cambio sospechoso de patentes de automóvil, Lucía tiene un recuerdo. Hace tiempo vio cómo un hombre se descomponía y lo dejó morir en la vereda antes de hacer algo. Cuando intenta darle una explicación a esto dice, textualmente, haber cedido ante “la tentación del mal” que la arrastró. En este caso, Lucía “volvió a experimentar lo que ella llamaba la tentación del mal, un impulso que a veces le daba por hacer daño o ver a alguien que le hacía daño a otro y contra esa tentación luchaba desde chica” (110). Temas que venimos abordando, como la violencia y el destino, se cruzan en el relato de Lucía cuando menciona a esta tentación, este impulso maligno que la arrastra como un designio y contra el cual tiene que pelear para, esta vez, hacer las cosas bien.

Por otro lado, este impulso involuntario, y el hecho de poder remontarse hasta la infancia en la búsqueda del origen de ese impulso, tiene mucho que ver con el padecimiento del Gaucho Dorda. A él también la maldad se dio desde la infancia, en palabras de su madre, con la misma obstinación y fuerza que a su padre y su hermano el trabajo. Hay algo metafísico en ese impulso del mal. Una vez más, las líneas que para el sentido común separan a un criminal sangriento y despiadado como Dorda de una ciudadana ejemplar como Lucía, que llama a la policía cuando ve algo sospechoso, se encuentran desdibujadas. Lucía y el Gaucho no son, al fin y al cabo, tan diferentes.

Esto mismo pasa, desde el punto de vista de Renzi, con el accionar de la policía. Renzi se pregunta por qué no esperan a los delincuentes dentro del departamento para atraparlos inmediatamente. De hecho, explicita que, tal vez, la policía quiere obtener el botín y matar a los ladrones. Nuevamente, se disuelven las distancias entre el bien y el mal, en este caso en relación con el dinero, y el comisario Silva se sitúa mucho más cerca de los delincuentes de lo que, por su rol, debería estar. Nuevamente, la corrupción está sugerida en las sospechas del periodista. Hay algo del armado policial de esta trampa para los pistoleros que no termina de tener sentido para Renzi.

Por otra parte, el abandono del uruguayo cómplice de los mellizos y el Cuervo Mereles en medio de la persecución marca una ruptura de los códigos entre criminales. Acevedo se sorprende de este gesto de locura y desmesura de los “porteños”. La locura es el atributo por excelencia de los pistoleros: que son locos es algo que hemos escuchado en boca de padres, médicos, polícías, testigos e incluso, como en este caso, otros criminales. En el caso de Yamandú Acevedo, algo que no se termina de esclarecer es si esta información volcada en el texto está allí porque Acevedo también ha roto los códigos entre criminales y ha declarado esto a la policía, o porque el narrador lo repone libremente como lo ha hecho en otras ocasiones.

Si leemos esta cadena de eventos en clave de tragedia, como nos propuso Renzi capítulos atrás, la secuencia con Acevedo es de los eventos que, sabemos, precipitan la acción hacia la desgracia. A partir de aquí la acción se acelera y las situaciones comienzan a escaparse de las manos de los protagonistas, en dirección al destino catastrófico que se viene anticipando.

Cuando la policía detiene a Nando Heguilein, él se dice a sí mismo que, aunque lo "picaneen", no va a delatar a Malito. Nando y Malito no solo son socios, sino que se han hecho amigos en la cárcel de Sierra Chica, un lugar en el que la picana eléctrica era una forma de tortura corriente para los detenidos. Recordemos que, como vimos en el análisis del capítulo 3, la novela está situada en años de mucha agitación y violencia política en la Argentina. La proscripción del peronismo llenaba las cárceles de presos políticos y la resistencia era un movimiento fuerte. Nando ha pasado por experiencias de tortura detenido en Sierra Chica y mantendrá su palabra por su amigo.

El comienzo del capítulo 6 retoma la descripción del departamento de Julio Herrera y Obes. Ya en el capítulo 4 se nos había dicho algo sobre este espacio, junto con el mal presagio vinculado a Giselle y el departamento. La descripción detallada de los espacios disponibles para la banda que da este capítulo es una forma, también, de preparar el terreno donde evidentemente algo está por pasar.

Sin embargo, en ningún momento se resuelve en este capítulo si Giselle los ha delatado a la policía o no. Es algo que ni siquiera el cronista, desde la vereda, sabe con precisión. Es claro que, más allá de las explicaciones racionales sobre los acontecimientos, que son varias y desde múltiples puntos de vista, hay un rol fundamental del destino trágico que no debemos desatender. Más allá de que la narración pretenda estar dándonos información “corroborable”, no es posible conocer cada detalle del asunto. Este destino, esta fuerza que atrae a los pistoleros a su propio fin, ocupa esos lugares vacíos de datos certeros que deja el texto. Cuando la información es insuficiente, cuando hay contradicciones entre las versiones, aparecen las reflexiones con respecto al destino y los presagios y anticipos. No es solo a través de la información que se aborda el hecho real, sino también desde la ficción.

Siguiendo esta línea, los cambios de focalización en el narrador que venimos mencionando son notorios en estos capítulos. Como lectores, gracias al relato focalizado en el Nene Brignone en el capítulo 4, sabemos exactamente cómo es que llegó a conocer el departamento de Julio Herrera y Obes y, por ende, cómo llegaron los pistoleros allí. Sin embargo, en el capítulo 5 el narrador vuelve a situarse en el punto de vista de la prensa y la policía, y duda. Plantea posibilidades irrisorias para el lector, completamente descartadas. El lector ya sabe exactamente lo que sucedió desde el capítulo 4. Un ejemplo de las expresiones que dan cuenta de esta repentina limitación en lo que el narrador sabe es la siguiente:

¿Cómo llegaron hasta ese departamento, los pistoleros, Brignone, Dorda y el Cuervo Mereles, tan ansiosamente buscados por la policía de las dos orillas? El cronista no lo sabe pero maneja varias hipótesis. Una versión dice que los pistoleros lo habían comprado a su propietario legítimo, un uruguayo (de origen griego) también frecuentador de la noche, que vive más en Buenos Aires que en Montevideo y cuyo primer apellido, se dice, podría empezar con la letra «K».

(p.124)

¿Con qué necesidad la novela vuelve atrás con respecto a la información dada? Estos cambios traen con insistencia al primer plano la necesidad de problematizar el duo realidad y ficción. Un relato focalizado en un narrador con información fragmentada pero supuestamente corroborable, es decir, un relato más verosímil, como es el comienzo del capítulo 5, ¿se encuentra más cerca de la realidad que el relato del encuentro entre el Nene y Giselle y sus noches juntos en el capítulo anterior? ¿Pone en duda el capítulo 5 lo que relata el 4? Al no haber un narrador confiable que monopolice el relato, esta tensión se mantiene como tal; sencillamente se nos presentan versiones, algunas descartadas incluso de antemano por el propio texto.

Es verdad que este tipo de asuntos teóricos con respecto al tema de la realidad y la ficción no se ponen en palabras hasta el epílogo. Pero, aun así, no dejan de ser un tema insistente, sobre todo en los momentos en que Renzi intenta recomponer los fragmentos de información que reúne y darles un sentido, o en momentos donde pasamos de un registro periodístico duro a uno poético, claramente ficcional, como, por ejemplo, en los recuerdos de Dorda.