Plata quemada

Plata quemada Imágenes

La quema del dinero

Ya desde su título, la novela es de alguna manera un recorrido hasta la escena de la quema del dinero, imagen que da inicio al clímax del relato. El paisaje del botín prendiéndose fuego es una imagen moral, “una prueba de maldad”, pero a la vez es una imagen poética que hace énfasis en un carácter del dinero que, hasta ese momento, no había sido advertido en la novela: su carácter material. El dinero puede destruirse con la velocidad con la que una mariposa se quema al pasar por la llama de una vela. Es efímero como este aleteo de un segundo antes de consumirse:

El modo en que quemaron la plata es una prueba pura de maldad y de genio, porque quemaron la plata haciendo visibles los billetes de cien que iban prendiendo fuego, uno detrás de otro, los billetes de cien se quemaban como mariposas cuyas alas son tocadas por las llamas de una vela y que aletean un segundo todavía hechas de fuego y vuelan por el aire un instante interminable antes de arder y consumirse. (pág. 174)

Caos y aturdimiento

Las imágenes de confusión y superposición de voces que recorre la novela es uno de sus recursos más importantes. La escena de Roque Pérez, el telegrafista, escuchando lo que sucede en el departamento de Montevideo durante el tiroteo vuelve literal, a través de una imagen auditiva, el aturdimiento y la confusión que genera la superposición de voces:

Eran gritos de las ánimas perdidas en las angustias del infierno, las almas extraviadas en el concéntrico sistema del Infierno de Dante, porque ya estaban muertos, eran ellos los que, al hablar, hacían llegar sus voces desde el otro lado de la vida, los condenados, los que no tienen esperanza, ¿en qué graznidos convierten sus voces?, se preguntaba el radiotelegrafista que, cuando podía concentrarse, distinguía crujidos agudos, disparos y gritos, y también palabras en un idioma perdido. Un perro había quedado encerrado en el dormitorio del departamento vecino y ladraba sin parar. Una selva llena de ruidos a dos centímetros de los tímpanos y a través de los cuales, como una fibra de locura, se oía el sonido único, débil, aflautado, del clarinete de una orquesta de baile, que tocaba en la radio de alguno de los departamentos, en algún lugar fuera de todo cálculo. Y junto con eso el sonido de las voces, como murmullos muertos o palabras perdidas en el fragor de la noche. (pág. 162)

La humillación

El Nene Brignone va a los baños de la plaza en busca de sexo casual con otros hombres. Atribuye este impulso al deseo de sentir humillación. La imagen es de alto contraste: a la suciedad y decadencia de los baños públicos le opone una mirada de devoción religiosa. Entrar a los baños es entrar a un templo, y arrodillarse frente a desconocidos es hincarse ante dioses:

Ahora no quería que ninguno de esos tipos que rondaban por la plaza lo mirara, los había conocido circunstancialmente, en una transa rápida, en los baños con olor a acetona, con paredes donde se describían actos monstruosos y se escribían frases de amor. Había nombres inscriptos como si fueran el nombre de un dios, corazones amorosamente mal dibujados, miembros monstruosos, pintados como pájaros sagrados en los muros de los «mingitorios» de las estaciones y en las butacas del cine El Hindú y en el vestuario de los clubes. Sentía de pronto la necesidad de humillarse, era como una enfermedad, una gracia, un soplo en el corazón, algo que no se puede impedir. La misma fuerza ciega que arrastra al que siente la atracción irresistible de entrar a una iglesia y confesarse. Él se arrodillaba, se hincaba ante ellos (...) como si fueran dioses (...). (págs. 95-96)