Las flores del mal

Las flores del mal Resumen y Análisis "Dedicatoria", "Al lector"

Dedicatoria

Resumen

Baudelaire le dedica estas “flores insanas” a Theóphile Gautier, a quien denomina “mago de las letras francesas”, además de considerarlo su gran amigo y maestro.

Análisis

En el momento de la publicación de Las flores del mal, Gautier ya es un escritor absolutamente reconocido en París (ver sección “Personajes” de esta misma guía). Baudelaire lo admira profundamente, no solo por la calidad de su escritura, sino por su posición respecto al arte. He aquí la clave fundamental para esta dedicatoria: Gautier sostiene que hay que hacer “arte por el arte”. Es decir, no hay que intentar generar enseñanzas o moralejas a través del arte; no se debe escribir para generar ningún tipo de posicionamiento político en el lector. Hay que hacer arte solamente por el placer de hacerlo.

Pese a que Baudelaire aun está dentro del Romanticismo, acá se distancia de la concepción poética del movimiento que considera que la poesía debe llevar la luz y la salvación a los lectores. Baudelaire considera que lo que debe hacer el poeta es sencillamente lo que siente, transmitir su verdad desde la libertad más pura, aunque esa verdad esté llena de oscuridad. Esa libertad es fundamental para que Baudelaire escriba Las flores del mal sin otra preocupación que escribir buenos poemas sobre lo que a él realmente le interesa y desea abordar.

La “Dedicatoria” a Gautier es, entonces un modo de Baudelaire de afirmar sus principios; de comenzar a demostrar, antes de la aparición del primer poema, que la obra que el lector está por leer fue escrita por puro placer, sin temor a censuras o repudio, y sin un objetivo moralizante. La obra recibirá, de hecho, censuras tras ser publicada. Sin embargo, para que al lector no le queden dudas acerca del modo en que va a expresarse el libro que está por leer, tras la dedicatoria aparece el primer poema llamado, precisamente, “Al lector”.

Al lector

Resumen

Como introducción a la obra, Baudelaire le dedica un poema al lector. Este poema está construido desde la primera persona del plural, y comienza describiendo la putrefacción, tanto del espíritu como del cuerpo de sí mismo y sus lectores. Luego se refiere a sus constantes pecados y a los falsos arrepentimientos. Entonces nombra a Satán Trismegisto como aquel que guía sus vidas y los arrastra hacia el mal.

Sin embargo, para Baudelaire hay un monstruo que es mucho peor que todos los demás: el Hastío. Tanto él como el lector, a quien sobre el final del poema llama “hipócrita”, son víctimas de este monstruo.

El poema consta de 10 estrofas de 4 versos cada una. Los versos, en el original francés, tienen rima consonante y son dodecasílabos, es decir, de 12 sílabas.

Análisis

En este poema, ya desde la primera estrofa, el yo lírico construido por Baudelaire se muestra desafiante y polémico. Utilizando el "nosotros", afirma que los lectores, al igual que él, viven en la miseria espiritual y física. Son tacaños, necios, pecaminosos.

Es importante aclarar que Baudelaire, al hablarle "al lector", está pensando en aquellos que viven en París en ese momento. No está hablándole al lector que lo leerá cien años después o desde otro lugar del mundo. Es una obra que luego trascendió las épocas y los países, pero que fue pensada y dedicada a la París de mitad de siglo XIX y sus habitantes. Es una obra que polemiza con ellos, con su sociedad contemporánea, con los que son pecadores igual que él, hipócritas como él. Baudelaire se posiciona como aquel que dice la verdad sobre una sociedad que se esconde en el arrepentimiento y la falsas lágrimas. Pero, a la vez que la juzga, la comprende. Por eso utiliza el "nosotros": él tampoco puede escapar de esa inclinación constante hacia el pecado.

Para explicar esa pecaminosidad, el yo lírico nombra a Satán, a quien llama “Satán Trismegisto”. “Trismegisto” es el sobrenombre del dios egipcio Thot y significa “tres veces más grande”. Es decir, el yo lírico introduce a un Satán tres veces más grande, más poderoso. Es, en principio, por culpa de él que los lectores (y el yo lírico) encuentran atractivos los objetos repugnantes, no pueden evitar los pecados constantes y no dejan de descender hacia el Infierno.

La inclinación hacia el mal y el pecado aparece, por lo tanto, como algo inevitable. Incluso afirma: “Si la violación, el veneno, el puñal, el incendio/ no bordaron todavía con sus placenteros dibujos/ la tela banal de nuestro destino miserable/ es porque el alma, ¡ay!, no se atrevió bastante” (p. 9). Es decir, lo único que aleja al hombre del mal no es la virtud sino la cobardía de seguir sus verdaderos instintos.

Ahora bien, luego de nombrar a Satán como quien maneja los hilos, el yo lírico nombra al Hastío. El Hastío aparece descrito como un monstruo silencioso que puede tragarse la Tierra en un bostezo. El Hastío fuma en su pipa mientras imagina gente ahorcada. El yo lírico afirma que el Hastío es el verdadero monstruo que empuja a los lectores a buscar placer en el mal. Pero entonces, ¿quién es el culpable: Satán o el Hastío? Aunque no es del todo claro, al nombrar al Hastío como más poderoso que Satán, se puede deducir que la lógica planteada por el yo lírico es que el Hastío es el que conduce a los lectores hacia el pecado. Una vez allí, en el pecado, es Satán quien se encarga de continuar el trabajo de la degradación.

En el final del poema, el yo lírico apostrofa al lector acerca del Hastío. Le dice: “Tú lo conoces, lector, es un monstruo delicado/ ¡hipócrita lector –mi semejante- mi hermano!” (p. 9). La hipocresía aparece nombrada como una fatalidad inevitable. El Hastío conduce al pecado, el pecado no se puede aceptar. Por lo tanto, la hipocresía invade a todos, incluso al mismo yo lírico.

Para comprender esta idea del mal que aparece en este primer poema y a lo largo de toda la obra, es importante destacar que Las flores del mal pertenece al último periodo del Romanticismo. Es una obra que adopta la esencia del movimiento, pero que también la transgrede, llevándola al límite. En la esencia del Romanticismo, el poeta es un ser solitario, incomprendido, melancólico. Su alma está poseída por el anhelo de lo imposible. Baudelaire lleva esto al extremo, transformando esa melancolía en angustia; el sufrimiento por ser incomprendido, a la violenta transgresión.