Las flores del mal

Las flores del mal Baudelaire, el flâneur

Una de las cualidades más importantes de Charles Baudelaire en relación con la modernidad de su obra es su condición de flâneur. Dentro de Las flores del mal, la figura del flâneur aparece fundamentalmente en la segunda parte del libro, "Cuadros parisinos".

El flâneur es un estereotipo literario de la Francia del siglo XIX. Es aquel que, como un observador sagaz, recorre las calles, las explora y las describe, aunque siempre de manera indolente. Es decir, no describe con pena ni con dolor aquello que es penoso, sino como si él fuera un observador puro, distante, ajeno a la escena e, incluso, cínico respecto a lo que ve. La condición de flâneur de Baudelaire es analizada y popularizada por el crítico literario Walter Benjamin en el siglo XX, y actualmente la figura del flâneur tiene como representante ideal a Baudelaire.

Para comprender dicha condición de flâneur en Baudelaire hay que comenzar destacando la combinación de dos elementos que, en su época, no solían combinarse: la alta alcurnia a la que pertenece el autor y los bajos estratos de la sociedad con los que entra en contacto. Baudelaire, a diferencia de su entorno social, se siente atraído por la pobreza, la bohemia y los nuevos mundos subterráneos de París. Encuentra allí la cura para el aburrimiento y el hastío (al que describe como un monstruo) y la inspiración para su escritura. Entre otras cosas, Baudelaire frecuenta prostíbulos de los bajos fondos e, incluso, tiene un romance con Jeanne Duval, una mulata, en una época en la que la segregación racial es absoluta.

Sin embargo, pese a frecuentar ese mundo, Baudelaire no es parte de él. Eso le permite escribir sobre ello con empatía, insertándose en las escenas, pero también con indolencia, asco, y con la sagacidad propia del flâneur, del observador puro.

Es importante destacar que, hasta entonces, París no era una gran ciudad moderna, como comienza a serlo a mitad del siglo XIX, justo en el momento más productivo del arte de Baudelaire. La ciudad moderna trae consigo la idea del individuo y su capacidad de ser absolutamente autónomo. Aparece la idea de la movilidad social, es decir, de que cualquiera puede volverse adinerado. Se multiplican los posibles trabajos y oficios, ya sea por la aspiración a la riqueza como por la necesidad de sobrevivir. En definitiva, con la modernidad, el capitalismo se expande a todos los estratos sociales, y la ciudad se convierte rápidamente en una gran vidriera de comercios e individuos muy diferentes. Como si fuera un selecto comprador, adinerado y con mucho tiempo a disposición, Baudelaire recorre la vidriera del mundo, conoce a esos nuevos personajes, se relaciona con ellos, escribe sobre ellos. En este sentido, se puede afirmar que Baudelaire es el primer escritor en recorrer profundamente (tanto en su vida como en su escritura) los nuevos y modernos paisajes urbanos de París, y de describir a sus nuevos habitantes. He aquí un término importante para comprender con mayor profundidad el concepto de flâneur en Baudelaire: lo nuevo.

En su texto “Baudelaire y las calles de París”, Walter Benjamin afirma que lo nuevo es siempre la meta del flâneur. Cita entonces el último poema de Las flores del mal, llamado “El viaje”: “al fondo del abismo, Cielo o Infierno, ¿qué importa?/ ¡al fondo de lo Desconocido para encontrar lo nuevo!” (p. 363). Benjamin compara esos nuevos paisajes y habitantes con mercancía. Su idea es que así como dentro del capitalismo, con sus nuevas posibilidades de comprar mercancía de todo tipo, el burgués siente la necesidad de obtener siempre lo nuevo pese a que, paradójicamente, no lo necesita, Baudelaire, como flâneur, necesita encontrar constantemente elementos nuevos en la modernidad parisina para poder escribir.

En el siglo XIX, el arte, como lo afirma el mismo Baudelaire, ya no depende de su utilidad. Se sospecha, incluso, su inutilidad absoluta. Lo nuevo, tanto para el burgués que compra mercancía como para Baudelaire, que describe la modernidad de París como si fuera mercancía, es un valor de por sí: no importa que dicha mercancía tenga o no tenga utilidad; es nueva. Por eso, Benjamin compara al dandy, como aquel que conoce lo nuevo de la moda, con el flâneur, que es aquel que conoce lo nuevo del arte.

Por otro lado, Benjamin también distingue al flâneur del turista. Según él, un turista no puede ser un flâneur, ya que este último requiere calma y detenimiento. Debe frecuentar los mismos espacios una y otra vez hasta encontrar en ellos los detalles únicos, aparentemente insignificantes, pero fundamentales para distinguir aquellos espacios. En ese trabajo fino de encontrar el detalle único destaca, por supuesto, la poesía de Baudelaire.

El final del flâneur, según Benjamin, llega junto a las grandes tiendas, lo que hoy podría pensarse como los shoppings o grandes centros comerciales. El flâneur ya no puede pasear por las calles observando la variedad que allí aparece, porque la variedad ya no se concentra en las calles sino dentro de estas grandes tiendas, dentro de estos grandes laberintos de mercancía.