La invención de Morel

La invención de Morel Resumen y Análisis Apartados 47-50

Resumen

Apartado 47

El fugitivo dice que la vida le resulta intolerable por el hecho de tener que compratirla con Faustine sabiendo, al mismo tiempo, que ella ha muerto. Revisa lo escrito por él en su diario anteriormente, cuando sentía que lo que escribía era un testamento y prometía intentar que todas sus afirmaciones pudieran comprobarse, para que nadie pudiera acusarlo de falsedad. Dice que ahora, que su vocación es “el llanto y el suicidio”, igual no traicionará el “ostinato rigore” que ha pactado.

A continuación corrige, punto por punto, los registros:

-Las mareas: después de leer el libro de Belidor, puede afirmar que por mes hay en la isla dos mareas de amplitud máxima y dos de amplitud mínima. El fugitivo, en sus registros previos, había confundido su cálculo a causa de una marea meterológica que habría sucedido efectivamente en esos días. Las mareas son impuntuales, dice entonces, con un atraso o adelanto de quince minutos.

-Apariciones y desapariciones: calcula el orden de las apariciones. Las máquinas que las producen funcionan con la fuerza de las mareas.

-Los dos soles y las dos lunas: son efecto de la superposición de lo proyectado con lo real. A eso mismo responde que los habitantes estén en la pileta con frío, o con frío en días de calor, o bañándose en aguas sucias. Dice que, si la isla se hundiera, las imágenes y la misma isla seguirían viéndose.

-Árboles y otros vegetales: los secos son los proyectados, los lozanos son reales.

-La llave de luz, los pasadores atrancados, las cortinas inamovibles: cuando se proyectan, lo hacen en el estado en el que estaban cuando fueron grabados.

-La persona que apaga la luz (en el cuarto opuesto al de Faustine): es Morel. En el sueño el fugitivo había confundido su presencia con la de Faustine.

-Charlie, fantasmas imperfectos: el fugitivo prefiere no poner sus discos, no ver esas imágenes.

-Los españoles del antecomedor: eran empleados de Morel.

-Cámara subterránea, biombo de espejos: según indican los papeles de Morel, sirven para experimentos de óptica y sonido.

-Versos franceses declamados por Stoever: son de Verlaine.

Apartado 48

Reflexiona acerca de la motivación de Morel para su invención: qué tanto se atribuye a un amor por Faustine y una voluntad de compartir la inmortalidad con ella. Detiene su reflexión considerando que, quizás, está volcando en Morel sus propios sentimientos por Faustine. Luego vuelve a afirmar lo primero: a Morel no le importaba ninguna de las otras mujeres, claramente su discurso se dirigía a Faustine. Él lo comprende.

Apartado 49

Dice que, si renuncia a la esperanza de ir a buscar a Faustine, puede abocarse al destino de contemplarla. Sin embargo, eso podría interrumpirse, si las máquinas se descomponen o si empieza a dudar acerca de la relación entre Morel y Faustine, o si él mismo muere.

Apartado 50

Dice estar a salvo de morir sin Faustine. Lo logró grabándose a él mismo junto a ella: parece que las imágenes caminan juntas o incluso hablan entre sí.
Lo perturbó la esperanza de suprimir la imagen de Morel; después entendió que era un pensamiento inútil.

Anota que cambió los discos y ahora las máquinas proyectan eternamente la semana en la que él es parte de ese mundo de imágenes. Procuró no investigar lo que sucede la noche en que Faustine, Dora y Alec entran al cuarto. Luego, dice casi no haber sentido el proceso de su propia muerte, que empezó por los tejidos de su mano. No nota el ardor.
Pierde la vista y el tacto, se le cae la piel. Se vio reflejado en el biombo de espejos, donde pudo registrar que se le han caído el pelo y las uñas. Tiene menos fuerza.

Por momentos tiene la esperanza de que toda su enfermedad sea una autosugestión, que las máquinas no hagan daño, que Faustine esté viva y él pueda encontrarla y llevarla con él a Venezuela. Saluda a su Patria y describe lo que significa para él. Recuerda a Elisa, una antigua novia, y dice que se le parece cada vez más a Faustine. Dice que su alma aún no ha pasado a la imagen, porque sino él habría muerto. Termina aludiendo al futuro lector de su informe y le ruega que invente una máquina que permita hacerlo entrar en la conciencia de Faustine.

Análisis:

El narrador decide obedecer a la divisa que él mismo se había proclamado seguir y corrige los registros. Ese gesto refuerza el carácter lógico del personaje, que busca no dejar ninguna imprecisión en su informe. A su vez, contribuye a la idea de paralelismo (en este caso, con el capitán japonés), lo cual hace resonar el tema del doble. El narrador dedica sus últimos minutos de vida a registrar su propio proceso de muerte y a saludar a su Patria, del mismo modo que el capitán lo había hecho en la carta encontrada en el submarino. Por otro lado, en el mismo párrafo en que se aboca a corregir, dice que ahora su vocación es el llanto y el suicidio. Esto último configura un indicio del final, dado que él acaba sacrificando su vida. En el apartado reaparece, también, el libro de Belidor, en esta ocasión para brindar información. Es preciso señalar, en relación a esto, que cuando el fugitivo refiere su hipótesis sobre las altas temperaturas (superposición de ambas), una nueva “Nota del editor” dice que en realidad la explicación debe ser que “la semana eterna fue grabada en verano; al funcionar, las máquinas reflejan la temperatura del verano” (p.147). Las aclaraciones del supuesto editor, parte de la ficción narrativa, perpetúa la relación que el narrador construía con Morel, en tanto estudiaba y corregía las afirmaciones de este. Resuena aquí nuevamente el tema del doble: en ambos casos, encontramos a un riguroso lector que cuestiona las afirmaciones del técnico e intenta corregirlas. Algo similar sucede cuando el narrador reflexiona acerca de las intenciones de Morel a la hora de crear sus máquinas, y en qué grado se corresponden estas con un supuesto amor por Faustine. Esto vuelve a establecer un paralelo entre ambos personajes, en este caso en la relación que se establece en ellos entre la invención y el motivo amoroso.

En relación a esto último, es interesante la expresión que usa el narrador: “quizá atribuya a Morel un infierno que es mío. Yo soy el enamorado de Faustine, el capaz de matar y matarse; yo soy el monstruo” (p. 149). El narrador reflexiona y da cuenta de estar atribuyendo sus propias emociones a Morel. Esta atribución de los propios sentimientos a un otro, en rasgos generales, es la definición de la palabra proyección en su acepción psicoanalítica. A lo largo de la novela se hacen presentes otros conceptos que también pueden ser leídos desde el universo psicoanalítico, como lo es el de fantasma. En ambas nociones (fantasma y proyección), lo que entra en juego es la idea de un yo que fantasea sobre un otro, atribuyéndole o proyectando en él la propia interioridad, las propias emociones. En general, en la novela, ese yo suele ser encarnado por el fugitivo, y el otro, por Morel o por Faustine. En el caso de esta última, la proyección es la que posibilita el amor, tanto de un modo literal (ella existe por el funcionamiento de las máquinas), como también en términos de psicoanálisis: la imagen amada es en verdad el resultado de la proyección de las emociones de un yo sobre esa imagen; la novela lleva esta noción al paroxismo en la medida en que el protagonista es capaz de enamorarse de una imagen para la cual él ni siquiera existe, pero a la cual él atribuye acciones, cualidades, sentimientos, pensamientos, que le son propios. El fugitivo dice que Faustine se relaciona con él de un modo arrogante, indiferente, elegante, delicado, cruel, cuando sabemos que él, simplemente, no tiene existencia para ella, por lo que ese conjunto de atributos son suposiciones del narrador, que proyecta en la imagen de su amada sus propias inseguridades, dudas, deseos y esperanzas.

Esta noción de proyección en su sentido psicoanalítico es la que justifica, en los párrafos finales del narrador, la mención de Elisa, que es, aparentemente, un viejo amor del narrador, que se confunde con el amor actual. "En cada recuerdo pareciéndote más a Faustine" (p.154) y "mientras mire a Faustine, no te olvidaré" (p.154) son las frases de despedida que el fugitivo dedica a Elisa. En términos psicoanalíticos, lo que se ve en el sujeto amado es lo que se proyecta sobre él: al fugitivo se le confunden las imágenes de las mujeres amadas, quizás, porque en realidad veía en ambas lo mismo, es decir, la proyección de sus propias emociones. La existencia de la persona amada, en la conciencia del que ama, es fantasmática, y el fantasma es una creación del yo. Esto mismo explica que el fugitivo haya sentido celos al enterarse de que la imagen de Faustine era un fantasma artificial creado por Morel. "¡Y yo que creí que no te quería!" (p.154), le grita el narrador a una Elisa imaginaria, un viejo amor del pasado que aparece en el recuerdo con el rostro de Faustine, con las emociones que él tiene por Faustine, y que, proyectadas en Elisa, vuelven a esta digna del mismo amor.

En esta novela el amor se repite porque se repite la proyección, tanto en términos psicoanalíticos como tecnológicos. La repetición es parte del deseo amoroso, es lo que motiva a Morel a inventar sus máquinas y lo que motiva al fugitivo a entregar su vida a ellas. Antes de su decisión final, el fugitivo evalúa las posibilidades de vivir contemplando a Faustine sin sacrificar su propia vida, pero encuentra que esa contemplación podría interrumpirse. En este sentido, amor y repetición se unen, por el desenvolvimiento de la trama, al tema del alma: el fugitivo, consciente de las consecuencias de su acción, entrega su alma a la imagen que vivirá con Faustine. En relación a esto, es importante señalar que los versos de Verlaine dichos por Stoever se traducen como “Alma, te acuerdas al fondo del paraíso / De la estación de Auteuil y de los trenes de antaño”. La elección de estos versos, en boca de Stoever, parece responder a un conocimiento del futuro: será su imagen la que eternamente los repita, preguntándole a su alma si recuerda la vieja vida terrenal.

El deseo de inmortalidad por medio de la representación encuentra su motivación en el amor y el miedo a la soledad. Morel decide matarse y matar a su amada para que, en una eternidad representada, ellos vivan juntos. Algo similar hace el protagonista, que decide sacrificar su propia vida para que su imagen se eternice junto a la de su amada. Tanto Morel como el fugitivo actúan por resignación: no pueden concretar ese amor en el plano de la realidad. Faustine se muestra indiferente a Morel y ni siquiera sabe de la existencia del fugitivo. Estos hombres eligen entregarse a una inmortalidad junto a su amor y, por lo tanto, provocarse la muerte, antes que a una vida en el desamor. La ironía, en el caso del fugitivo, yace en que este sólo estará junto a su amada a modo de simulación, de representación: ella no estará con él, no registrará su existencia; él no es ni será parte de la conciencia de Faustine. El fugitivo y Faustine no serán una pareja en el plano de la realidad; sólo lo representarán, se verán como una pareja: "un espectador no prevenido podría creerlas igualmente enamoradas y pendientes una de otra" (p.155).

El tema de la representación, aquí, tiene una nueva vuelta de tuerca en tanto el único espectador de esa escena amorosa es el fugitivo mismo, que a su vez está esperando su pronta muerte. El fugitivo elige la eternidad de una ficción cuyo protagonista es el amor entre él y Faustine, en lugar de una realidad donde él es un hombre enamorado de una mujer muerta, para la cual él nunca existió. Símbolo de la fantasía amorosa: el enamorado prefiere refugiarse en la fantasía, en la ilusión del amor, en lugar de vivir la realidad del desamor. Si se tiene en cuenta que esa mujer amada es, en este caso, una imagen proyectada, no es difícil encontrar el vínculo con el universo cinematográfico, así como con el universo de la ficción en general. Esta elección final del fugitivo bien puede leerse como símbolo del pacto ficcional por medio del cual un espectador se permite creer en lo que ve o lee, y otorgarle incluso más verdad que a la realidad misma. La elección final del fugitivo lleva al extremo, en clave simbólica, la ilusión fantástica en la que todo humano se ampara, en mayor o menor medida, para sobrevivir la crudeza de lo real. Lo que sucede en la isla diseñada por Morel es que el mundo de las imágenes termina por cuestionar y suplantar el mundo real: el narrador se ve fascinado por una de esas imágenes, seducido, y se vuelve capaz de morir por ella. Enamorado de un fantasma artificial, no le queda sino volverse él mismo uno, aún sabiendo que su representación no será vista por persona alguna. Es un espectáculo vacío, en el que la ficción reemplaza a la realidad, triunfa sobre ella.

Es importante destacar que ese triunfo del plano de la representación por sobre el de realidad se da de la mano de la tecnología. Imagen recurrente en la novela, la tecnología acaba mostrándose vencedora en tanto el último viviente entrega su vida a las máquinas, seducido por la fantasía que estas producen: "Faustine me importa más que la vida" (p.128), ha declarado el narrador. De algún modo, esto permite leer las máquinas de Morel como alegoría del avance tecnológico: el hombre crea la tecnología para luego dejarse fascinar y entregarle su vida, su alma y las de otras personas. El fugitivo ha reflexionado anteriormente sobre los peligros de la creación al tratar con varias conciencias: he aquí uno de sus resultados. Si expandimos esta red simbólica, podemos ver también la isla como alegoría de un mundo gobernado por la tecnología y la virtualidad: el hombre (Morel) creó motivado por el amor y con el proyecto de hacer del mundo un paraíso artificial, pero el mundo virtual y tecnológico resultó al hombre, también, un infierno artificial, donde la perturbación y la fascinación se combinan para hacer que él se entregue a un mundo habitado, completamente, por lo virtual, por una ficción de la que todos participan y a la cual nadie observa.

La ironía de la representación sin espectadores puede leerse en clave simbólica, en tanto el mundo de las imágenes, de la virtualidad, de la ficción, acaba por suplantar al mundo real: el único espectador que quedaba salta de la platea, suicidándose, para estar él también sobre el escenario, siendo parte de un espectáculo que nadie verá.