La invención de Morel

La invención de Morel Resumen y Análisis Apartados 41-46

Resumen

Apartado 41

El narrador anota que el día anterior no hubo imágenes, y que entonces fue a investigar las máquinas: después de un rato empezaron a funcionar. No logró comprender su funcionamiento.
Dice que al intentar regresar, se desorientó. Buscó el agujero que él había hecho para entrar al cuarto de máquinas y no estaba; se había reconstruido. Encontró en el suelo el hierro que había usado para entrar la primera vez. Golpeó la pared. No logró romperla. Cayeron algunos pedazos pero la pared siguió intacta. Gritó pidiendo ayuda. Sintió estar en un sitio encantado.

Escribe este apartado encerrado en ese sitio. Dice haber entendido que esas paredes son, como Faustine y los demás, proyecciones de las máquinas, y que ningún poder puede suprimirlas. Supone que Morel ideó esa protección para que ningún hombre pudiera llegar a las máquinas, pero estudió deficientemente las mareas y creyó que podría funcionar siempre. Asegura que Morel debe ser el inventor de “la famosa peste que hasta ahora ha protegido muy bien a la isla” (p. 135).

Dice que debe aprender a manejar los motores verdes, pero que no es fácil encontrar la llave que los desconecta. Agrega que gracias al tragaluz no morirá como aquel capitán japonés en su submarino, cuya carta leyó. La carta había sido encontrada en el fondo del submarino. Era un testimonio en el que el capitán saludaba al Emperador y a todos los marinos que pudo enumerar mientras se asfixiaba. Dice que dejará de escribir en el diario para estudiar cómo salir.

Apartado 42

Informa que aún no logró detener los motores. Tiene dolor de cabeza. Le falta aire del exterior. Los motores son distintos a los otros. Le parece lógico que Morel lo haya diseñado así. Él no entiende el funcionamiento de ninguno. Del funcionamiento de los motores depende la eternidad de Morel, dice. Por eso deben ser muy sólidos. Piensa: “Si a Morel se le hubiera ocurrido grabar los motores…” (p.137).

Apartado 43

Logró desconectar los motores y salir. Enumera los aparatos que reconoció en el cuarto de máquinas: transmisores, receptores, grabadores, proyectores, para exposiciones dentro de la isla y para exposiciones aisladas. También encontró planos. Enumera lo que sintió antes de reconocer los elementos. Primero, desesperación. Segundo, “un desdoblamiento entre actor y espectador” (p. 138). Dice haber estado ocupado en sentirse en un submarino al borde de la asfixia, en el fondo del mar, en un escenario. Perdió tiempo y salió de noche.

Apartado 44

Cuenta que hizo funcionar receptores y proyectores para exposiciones aisladas. Grabó flores, moscas, hojas y ranas. Luego puso una de sus propias manos ante el receptor. Luego abrió el proyector y apareció la mano, sola, haciendo los movimientos grabados. Desde entonces la mano es uno más de los elementos proyectados en la isla. Reflexiona: “Esta mano, en un cuento, sería una terrible amenaza para el protagonista. En la realidad, ¿qué mal puede hacer?” (139).

Apartado 45

Registra que los originales de flores y hojas que grabó murieron a las seis horas; las ranas, a las quince horas. Las copias sobreviven. Ignora qué moscas son verdaderas y cuáles artificiales. Siente ardor en la mano que proyectó. Se le cayó algo de piel. Lo atribuye a un efecto del temor y no de la máquina misma.

Apartado 46

Afirma que sus teorías se deshacen un día después de haberlas desarrollado. Reflexiona sobre un párrafo del discurso de Morel: “Tendrán que disculparme esta escena, primero fastidiosa, después terrible. La olvidaremos” (p.141). Recuerda que los pueblos que se espantan por el hecho de ser representados en imágenes responden a la creencia de que el alma de la persona representada pasa a la imagen y la persona muere. Se horroriza pensando en que ese sea el efecto del invento de Morel. Recuerda que Stoever sospechó lo mismo que él ahora.

Dice que cree poder identificar a los tripulantes muertos del barco bombardeado por el crucero. Intuye que Morel aprovechó su muerte y la de sus amigos para confirmar los rumores de la enfermedad de la isla que él mismo había difundido para proteger su máquina. Eso significaría que Faustine ha muerto y que él (el narrador) no existe para ella.


Análisis:

El fugitivo dice haber experimentado “un desdoblamiento entre actor y espectador” (p. 138) que prolongó su estadía en el cuarto celeste, donde estuvo encerrado sintiéndose en un submarino, al borde de la asfixia. En esta escena aparecen el tema del encierro y el del doble. Ambos tienen que ver con la analogía que se produce entre la figura del protagonista y la del capitán japonés aludido por el narrador, que murió asfixiado en su submarino. Según la alusión del narrador, este capitán había dejado una carta en la cual documentaba su propio proceso de muerte en detalle. En los últimos minutos de su vida, no solo se dedicó a informar acerca del proceso en el que perdía la vida sino también a saludar al Emperador y a todos los funcionarios. Es muy claro el paralelismo que se establece entre ambos personajes: el narrador también se dispone, en su diario al que llama “testamento”, a informar acerca de los fenómenos de la isla, para que esa información sobreviva a su muerte. Además, en el último apartado acaba saludando a su patria, sabiendo que se trata de sus últimos momentos de vida. Al terminar la alusión a la carta del capitán, el mismo narrador explicita que ha perdido tiempo siendo “espectador” de sí mismo, contemplando su asfixiamiento. De este modo hace explícita la imagen de desdoblamiento de la identidad.

En los primeros apartados el narrador decía que, según le habían informado, una peste había acabado con los habitantes previos de la isla, cuyos cuerpos inertes manifestaban características en común. La trama revela ahora que lo que esos cuerpos exhibían no eran consecuencias de la peste, sino de la máquina de Morel. Hacia el final del relato, el fugitivo, luego de haberse grabado con esas máquinas, manifiesta los mismos síntomas. Según dice el narrador, Morel habría inventado “la famosa peste que hasta ahora ha protegido muy bien a la isla” (p.135) en pos de alejar posibles visitantes. La peste se revela, entonces, en su estatuto ficcional, y su autor es Morel. La peste se suma, así, a la lista de imágenes en la novela que prueban la influencia del plano ficticio sobre el plano real. Al comprobarse la inexistencia de la peste, el fenómeno se resignifica: una peste inventada, ficticia, influye en las personas como lo haría una peste real, produciendo que nadie más que un fugitivo de la justicia se anime a pisar la isla. Además, adquiere una importancia simbólica el hecho de que los efectos físicos adjudicados a la supuesta peste (pérdida de uñas, de pelo, de piel y de vida) son en verdad resultado de la máquina de Morel, que es productora de imágenes, de ficcionalidad. La peste, por lo tanto, es una imagen más, uno más de los elementos pertenecientes al plano de la representación, que produce efectos en el plano de la realidad (mantener lejos de la isla a posibles visitas), atentando así con difuminar la línea que divide a un plano del otro.

Pero a su vez, en estos apartados se evidencia que el propio mecanismo de representación (las máquinas) acarrea consecuencias fatales. Es en este sentido que se consolida la relación entre la representación y la temática del alma. Mediante los elementos que graba el fugitivo con la máquina de Morel, logra comprobar que es cierta, de algún modo, la advertencia de Stoever: las flores originales, después de grabadas, mueren; también las ranas. Su mano, por otra parte, comienza a perder la piel. Todas las copias sobreviven. Ver la imagen de su propia mano representando para siempre los movimientos grabados anticipa lo que el fugitivo verá después: a sí mismo, enteramente imagen, representando una escena ensayada. Pero la grabación de su mano también le permite al fugitivo comprobar las consecuencias de la representación: su mano original comienza a descomponerse. Esto amplía la problemática en torno al fenómeno de representación, en tanto se evidencia su poder de acarrear con la vida de lo representado. La incidencia de la representación en el plano de lo real se vuelve no solo material sino lista y llanamente fatal.

El narrador reflexiona acerca de la creencia de los pueblos que se niegan a ser representados: su temor es que el alma pase a la imagen y eso provoque la muerte de la persona original. Este temor coincide, en los efectos, con la advertencia de Stoever. El problema de la representación en tanto muerte del original preocupa al fugitivo, en esta instancia, en la medida en que implica la muerte de la mujer que ama. En este sentido, el tema aparece en relación con el tema del amor y la soledad. La comprobación de la teoría de Stoever acaba con la esperanza que el fugitivo guardaba: ser parte de la conciencia de Faustine tal como ella es parte de su propia conciencia. Dado que la imagen de Faustine, según la explicación de Morel, sólo conserva la conciencia que mantenía al momento de ser grabada, el fugitivo ya nunca existirá para ella. Esta teoría implica, para el fugitivo, renunciar al amor de Faustine en el plano de la realidad.