La invención de Morel

La invención de Morel Resumen y Análisis Apartados 1-6

Resumen

Apartado 1

La novela comienza narrada por una primera persona. El narrador está solo en una isla, donde hay un museo y barrancas. En el presente en que escribe, se encuentra en los bajos porque huyó, asustado porque creyó que había venido gente a buscarlo. El verano, dice, se adelantó milagrosamente.

El narrador escribe para “dejar testimonio” de un “milagro”. Teme morir pronto. Si no, dice, escribirá la Defensa ante sobrevivientes y un Elogio de Malthus. Se propone demostrar con esos libros que el mundo, con el perfeccionamiento de la tecnología y de las instituciones de control, “hace irreparable cualquier error de la justicia” (p.18). Luego cuenta brevemente cómo llegó hasta allí. La idea se la dio un italiano que vendía alfombras en Calcuta. Este le dijo que para un “perseguido” como él solo había un lugar para el mundo y era ese. Una isla donde en 1924 se habían construído algunas obras, como una capilla y una pileta, y que ahora estaban abandonadas. Agregó que a esa isla no la tocan los piratas chinos, ni el barco del Instituto Rockefeller; que fue foco de una enfermedad misteriosa “que mata de afuera para adentro” (p.19), de ocho a quince días. Un crucero japonés encontró en la isla a los tripulantes de un vapor despellejados, calvos, sin uñas, todos muertos.

El narrador dice haber sido despertado, la noche anterior, por gritos y música. Afirma estar seguro de que ningún barco ni aeroplano nuevo ha llegado y que, sin embargo, de un momento a otro, los pajonales se cubrieron de personas que bailan y se bañan en la pileta, como si hubieran estado ahí siempre.

Apartado 2

El narrador ve, desde los pantanos, a los veraneantes que habitan el museo. Reflexiona sobre lo inexplicable de su aparición, pero afirma que son hombres tan reales como él mismo.
Describe el vestuario de esos personajes, el cual coincide con la moda de algunos años antes. Concluye de eso en que aquellas personas tienen carácter frívolo y conservador. Los llama sus “inconscientes enemigos” (20). Oye que hacen sonar Valencia y Té para dos. Teme que lo descubran y lo manden a un calabozo, por temor a que se sepan sus secretos. Los llama “abominables intrusos” (21) y dice que es imposible mirarlos a todas horas, porque tiene trabajo y porque teme que lo sorprendan. También porque está en el bajo y solo alcanza a verlos cuando se acercan a las barrancas.

Su situación es deplorable, porque vive en los bajos y las mareas suben. Suele despertarse en el agua. Siente que va a morir pronto, y que entonces debe asegurarse que lo que él afirme se pueda comprobar, para que ningún futuro lector de sus papeles lo acuse de mentiroso y ponga en duda que su condena es injusta. Dice que intentará guiarse por “la divisa de Leonardo -Ostinato rigore-” (p.22).

Apartado 3

El narrador dice creer que la isla en la que se encuentra se llama Villings, del archipiélago de Las Ellice. Da la dirección exacta de Dalmacio Ombrellieri, el comerciante que le habló del lugar, por si el futuro lector quisiera averiguar con precisión su ubicación. Está agradecido por el italiano que lo alimentó y cuidó de él durante días, y que luego lo cargó en la bodega de un buque. Explica entonces cómo llegó a la isla: desembarcó en Rabaul, con indicaciones del comerciante se encontró con un miembro de una sociedad conocida de Sicilia. Allí recibió instrucciones y un bote robado, el cual remó siguiendo una brújula que no entendía, enfermo y con alucinaciones. El bote encalló y él se quedó allí más de un día, olvidando que había llegado.

Apartado 4

Describe la vegetación de la isla: es abundante y las plantas y flores de las distintas estaciones se suceden “con urgencia” (p.23), mezclándose unas con otras. En cambio, dice, los árboles están enfermos, están secos. Ofrece explicaciones posibles. Observa que los árboles nuevos están sanos. Los de la colina están endurecidos. Los del bajo tampoco se pueden trabajar, se deshacen ante el tacto.


Apartado 5

El narrador describe la parte alta de la isla. Allí ve cuatro barrancas, el museo, la capilla y la pileta de natación. La pileta se llena de víboras e insectos. El museo es un gran edificio de tres pisos, con dos corredores y una torre cilíndrica.

Encontró el museo abierto, así que se instaló en él. Lo llama “museo” porque el mercader italiano lo llamaba así, pero podría haber sido un hotel o un sanatorio. Tiene un hall con bibliotecas “deficientes”, porque solo hay novelas, poesía y teatro, a excepción de un libro: “Belidor: Travaux - Le Moulin Perse - París, 1737”. El fugitivo dice que lo encontró en una repisa y ahora lo lleva en su bolsillo. Le llamó la atención por el nombre "Belidor" y porque quizás contenía alguna explicación útil para sus investigaciones. Sostiene que “perdemos la inmortalidad porque la resistencia a la muerte no ha evolucionado” (p.25), ya que los perfeccionamientos insisten en retener la vida de todo el cuerpo, en lugar de enfocarse en conservar “lo que interesa a la conciencia” (p.26).

Luego describe el hall, los cálices de alabastro que irradian luz eléctrica. El comedor tiene columnas con terrazas “como palcos para cuatro divinidades sentadas” (p.26). El piso del salón, dice, es un acuario. Hay cajas de vidrio en el agua con lámparas eléctricas. Es la única iluminación de ese cuarto, ya que no hay ventanas. El narrador recuerda ese lugar con asco, porque cuando llegó había peces muertos. Él los sacó y dejó correr agua, pero se mantuvo el olor a podrido, “que sugiere las playas de la patria” (p.27). Una de las aberturas da a un salon chico con un piano, un fonógrafo y un biombo de espejos de veinte hojas. Él ocupó uno de los quince departamentos.

Apartado 6

Cuenta las dos veces que hizo “descubrimientos en los sótanos” (p.28). En la primera buscaba alimentos. En el sótano advirtió que ninguna pared tenía el tragaluz que él había visto desde afuera. Salió a comprobar si aún estaba. Lo vio de nuevo. Bajó al sótano y le resultó difícil encontrar el lugar donde se suponía que debía estar el tragaluz. Buscó puertas secretas. La pared era muy sólida. Decidió romperla, a ver si encontraba un depósito. Abrió un agujero y vio “claridad celeste” (p.28). Terminó de romper y entró. Se llenó de admiración: las paredes, el techo y el piso eran de porcelana celeste y hasta el aire “tenía la diafanidad celeste y profunda que hay en la espuma de las cataratas” (p.29).

El narrador dice entender muy poco de motores, pero no tardó en ponerlos en funcionamiento. Le sorprende el buen estado de las máquinas. Agrega: “soy tan inepto que todavía no he podido averiguar el destino de unos motores verdes que hay en el mismo cuarto, ni de ese rodillo con aletas que está en los bajos del sur vinculado con el sótano por un tubo de hierro” (p.29).

La segunda vez que hizo descubrimientos en el sótano estaba enfermo y buscaba medicamentos. Descubrió una puerta secreta, una escalera, un segundo sótano. Entró en una “cámara poliédrica”: “Por arcadas de piedra, en ocho direcciones vi repetirse, como en espejos, ocho veces la misma cámara”. (p.30). Inmediatamente escuchó pasos a su alrededor. Se adelantó y se apagaron los ruidos. Subió la escalera. Temió una invasión de fantasmas o de policías. Pasó horas escondido. A la madrugada bajó de vuelta. Lo rodearon los mismos pasos. Siguió recorriendo, “intermitentemente escoltado por la bandada solícita de los ecos, multiplicadamente solo” (p.31). Apunta que hay nueve cámaras iguales y parecen refugios contra bombardeos. Se pregunta quiénes fueron los que en 1924 construyeron ese edificio y por qué lo habrían abandonado. Dice que el refugio pone a prueba el equilibrio mental. Los ecos se mantienen durante minutos.

El narrador se dirige al lector; reflexiona sobre el catálogo que está ofreciendo. Se pregunta si puede relacionar a los habitantes que aparecieron en la colina con los constructores de las obras de la isla. No se decide a creer, dice, que esas personas alguna vez hayan interrumpido su baile para hacer el proyecto de esa casa “infectada de ecos” (p.32) y a prueba de bombas.


Análisis

La escritura de La invención de Morel simula la de un diario íntimo, en el que el narrador expresa sus experiencias diarias y reflexiona al respecto. Este narrador, que no dice su nombre, anuncia con una metáfora que teme morir pronto: “Siento con desagrado que este papel se transforma en testamento” (p.22). En relación a esa urgencia, explicita cuál es su voluntad al escribir: registrar los acontecimientos que presencia en la isla, dejar pruebas de sus afirmaciones, volverlas comprobables, y que así nadie pueda dudar de lo que dice. Le preocupa que los futuros lectores de su informe, a quienes alude explícitamente en varias ocasiones, crean en su palabra. Dicha preocupación radica en su condición de fugitivo de la justicia: no quiere que nada de lo que diga pueda ser considerado falso, para que nadie pueda cuestionar su palabra cuando afirma haber sido condenado injustamente.

El narrador es el protagonista de la novela, y a través de él accedemos a la acción. Es relevante, en ese sentido, detectar las menciones y alusiones que realiza, porque permiten definir al narrador en tanto personaje. En el primer apartado, por ejemplo, ya menciona por primera vez a Malthus, presentando su admiración por él. Malthus es considerado el primer demógrafo, y es célebre por la publicación, en 1798, del libro Ensayo sobre el principio de la población, que dio origen a la teoría malthussiana. Esta es la teoría demográfica, económica y sociopolítica, desarrollada durante la revolución industrial, que advierte que, de no intervenir obstáculos represivos (guerras, pestes, etc.), el nacimiento de nuevos seres mantiene a la población en el límite permitido por los medios de subsistencia, en el hambre y en la pobreza (Ver en esta guía la sección "Alusiones", en "Elementos literarios"). La mención de Malthus es importante en tanto nos da a conocer una de las preocupaciones del narrador, que tiene que ver con la amenaza de la superpoblación en la Tierra.

Otra de las alusiones del narrador es a Leonardo Da Vinci. El narrador dice que pondrá el informe “bajo la divisa de Leonardo -Ostinato Rigore-”. Esas dos palabras son las que tenía el artista y científico en su taller de escultura y pintura. La alusión a este polímata del Renacimiento italiano adquiere una dimensión simbólica en la novela, debido al carácter multifacético de Da Vinci, que incursionó tanto en el arte como en la ciencia, y muchos de cuyos inventos son conocidos por no haberse podido llevar a cabo debido a que su época no contaba con el desarrollo tecnológico necesario.

El narrador también evidencia preocupación por el funcionamiento de la justicia. Dice que quiere demostrar que “el mundo, con el perfeccionamiento de las policías, de los documentos, del periodismo, de la radiotelefonía, de las aduanas, hace irreparable cualquier error de la justicia, es un infierno unánime para los perseguidos” (p.18). La metáfora del infierno en relación con el avance tecnológico establece una asociación que es de suma importancia en el avance de la trama: los sufrimientos que el narrador padecerá en la isla son, en general, consecuencias de las máquinas que ha inventado Morel.

Respecto a lo anterior, es preciso afirmar que desde el comienzo de la narración aparecen indicios y presagios del desenlace de la trama. Es digno de mención que la primera frase de la novela sea: "Hoy, en esta isla, ha ocurrido un milagro: el verano se adelantó" (p.17). La observación, que podría ser una mera descripción de una casualidad, cobra significación en tanto se conoce el desenlace de la trama: el calor se presenta junto con la aparición súbita de los intrusos, ya que ambos fenómenos son producto de la puesta en funcionamiento de las máquinas de proyección.

Otro de los indicios aparece cuando el narrador recupera las palabras del mercader italiano que lo ayudó a escapar y a llegar a la isla: el italiano describe la isla como un lugar en donde “no se vive” (p.18). Esto, en principio, establece una contradicción con la situación presente del narrador en el primer apartado, que ha huido hacia las zonas bajas de la isla, porque ha visto personas y cree que vendrán a capturarlo. Sin embargo, más adelante descubriremos que esas personas no están precisamente vivas. En la ambigüedad respecto del carácter de esas personas se sostiene la trama de la novela.

En línea con lo anterior, el fugitivo afirma: “estoy seguro de que no ha llegado ningún barco, ningún aeroplano, ningún dirigible” (p.19) y que, sin embargo, “de un momento a otro, en esta pesada noche de verano, los pajonales de la colina se han cubierto de gente que baila, que pasea y que se baña en la pileta, como veraneantes instalados desde hace tiempo en Los Teques o en Marienbad” (p.19). En relación a lo mencionado en el párrafo anterior, observamos nuevamente que, en el presente de la narración, la presencia súbita de personas en una isla desierta es injustificable. El relato presenta una paradoja que, sin embargo, se justificará más adelante. Este mecanismo se repetirá a lo largo de la novela: hasta que no se devela la trama, el narrador interpreta los hechos a su manera. En ese sentido, la reflexión sobre el vestuario de los veraneantes tiene cierta gracia irónica. El narrador advierte que los veraneantes se visten acorde a la moda de algunos años atrás y, desconociendo aún que esas imágenes pertenecen, efectivamente, al pasado, lee en esa elección de estilo un carácter frívolo y conservador.

Por primera vez, en el segundo apartado, se refiere a los veraneantes como “intrusos”, nómina que utilizará reiteradas veces a lo largo de la novela. Es interesante que se refiera a ellos, también, como “inconscientes enemigos”. En esta instancia, el narrador utiliza esa expresión para referir a que los habitantes de la isla, por los cuales se siente amenazado, no lo han visto. Es decir, la “inconsciencia” remitiría a que el narrador se ha escondido y ellos no advirtieron aún su presencia. Sin embargo, esto también se resignifica mediante el desarrollo de la trama: los veraneantes no tienen conciencia de él porque no están vivos; son imágenes cuya única conciencia se remite a aquella que las personas tuvieron al momento de ser grabadas.

Durante la mayor parte de la novela, el narrador desconoce la naturaleza real de los intrusos en la isla. Tiene una perspectiva limitada de la realidad. En este sentido, la información que se obtiene en el relato está siempre teñida de su subjetividad; es una versión o una perspectiva parcial de una mente que no está libre de ser acosada por la locura, la obsesión, el autoengaño o la enfermedad. Nunca estamos, por ello, ante una voz narrativa omnisciente que pueda darnos un panorama completo y objetivo de la historia. El narrador incorpora en sus registros las interpretaciones (que luego sabremos erróneas) que hace de esas presencias, como si se tratara de datos objetivos. Es preciso señalar, entonces, un procedimiento narrativo: estamos ante la presencia de un narrador no fiable. Dicho procedimiento implica que la credibilidad de la narración está comprometida.

En el relato se presentan varios indicios que permiten cuestionar la veracidad de la voz narrativa. En principio, sabemos que se trata de un fugitivo de la justicia. Pero además, otro indicio está dado por la condición del personaje narrador, que sugiere, en más de un pasaje, la posibilidad de no estar del todo lúcido. Por ejemplo, cuando el narrador relata su llegada a la isla, comenta su estado al realizar y terminar el viaje: enfermo, con alucinaciones. En esta instancia del relato, esa información podría permitirnos pensar que las extrañas apariciones responden a la imaginación de un hombre enfermo. En relación a lo mismo, a partir del segundo apartado, el narrador empieza a especular acerca de las condiciones de existencia de las personas que ve en el museo. Dice: “por su aparición inexplicable podría suponer que son efectos del calor de anoche en mi cerebro” (p.20). Eso permite considerar cuestionable la afirmación que hace inmediatamente después: “aquí no hay alucinaciones ni imágenes” (p.20), dice, y sostiene: “hay hombres verdaderos, por lo menos tan verdaderos como yo” (p.20).

Otro de los indicios que hacen cuestionar la fiabilidad de la narración lo constituyen las notas al pie. En el tercer apartado, cuando el narrador indica el nombre de la isla en la que está, una nota al pie señala: “Lo dudo. Habla de una colina y de árboles de diversas clases. Las islas Ellice -o de las lagunas- son bajas y no tienen más árboles que los cocoteros arraigados en el polvo del coral. (N.del E.)” (p.22). Aunque al final de la frase aparece la abreviatura que suele señalar las notas de editor, se trata de un recurso literario que forma parte de la misma novela. El autor, mediante el procedimiento formal de la nota al pie, incorpora a la novela un nivel de análisis que se permite poner en duda las palabras del narrador. Al mismo tiempo, sin embargo, contribuye a crear una ilusión de realidad en el relato. De esa manera, establece cierto “nivel de verdad”, como si no se tratara de una ficción contada por un narrador, sino de, efectivamente, los papeles de este fugitivo, una vez encontrados y publicados.

Por su parte, el narrador intenta insistentemente convencer al lector de la veracidad de su relato, de su fiabilidad. La información de la dirección exacta del comerciante italiano tiene relación con esto. Esta insistencia contribuye al cuestionamiento del carácter real de los hechos narrados, en tanto el narrador se muestra perfectamente conciente de que sus palabras pueden, o no, ser creídas.

En cuanto al comerciante, el narrador expresa su voluntad de dejar testimonio de la gratitud que siente hacia él, que cuidó de él y lo ayudó en su huida: “como en la realidad, en la memoria de los hombres -donde a lo mejor está el cielo- Ombrellieri habrá sido caritativo con un prójimo injustamente perseguido” (p.23). Es interesante, en relación a la trama, esta mención temprana de la memoria, con la imagen que se le atribuye (“donde a lo mejor está el cielo”). Más adelante, se explicitará esta relación entre la memoria (las apariciones reviven una situación repetidamente, como en la memoria de las personas) y el carácter eterno de la divinidad (aquí, “el cielo”).

En cuanto al cuarto apartado, las observaciones del narrador respecto a la vegetación y a las construcciones de la isla contribuyen, entre otras cosas, a construir la voz narrativa: es la de un hombre que intenta registrar y explicar racionalmente cualquier fenómeno. A su vez, da cuenta de anomalidades, por ejemplo, en cuanto al exterior, la convergencia de plantas de distintas estaciones al mismo tiempo y el estado muerto de los árboles de la colina. Estos fenómenos luego serán explicados por el sistema de proyecciones sobre los objetos reales, acción que multiplica lo que se percibe, haciendo convivir lo real con las imágenes recreadas.

La observación y el registro detallado del espacio también contribuyen a la ilusión de realidad, necesaria para el efecto fantástico. Los relatos fantásticos se definen por construir un universo verosímil, con leyes similares a las de nuestro mundo, hasta que un hecho perturba esos límites. En esta novela, los fenómenos como las apariciones y otras anomalías cobran importancia en tanto el marco general en que se insertan es realista. Esto se relaciona, también, con la voluntad expresa del narrador de que el lector le “crea” y no interprete como falso lo que dice.

Es digno de mención que el libro de Belidor, por ahora no demasiado sustantivo, es retomado más adelante, en dos momentos importantes de la novela: para dar cuenta de la multiplicación del mismo objeto y para explicar los fenómenos naturales de la isla, hasta entonces incomprensibles para el narrador. Algo semejante sucede con la pecera. En esta instancia, el narrador deja registro de que el agua estaba podrida y más adelante observa un fenómeno que perturba esta percepción. Por otro lado, en ese fragmento el narrador menciona la "patria". Más adelante se explicitará que el fugitivo es oriundo de Venezuela, a la cual le dedica un saludo final en el último apartado de la novela.

Por último, es interesante la expresión del narrador al final del apartado 6, donde se refiere a la construcción de la isla como una casa “infectada de ecos” (p.32). La palabra "infectada" remite al campo semántico de la enfermedad, y el narrador la asocia con los "ecos", es decir, una entidad (sonora) que se repite. Si tenemos en cuenta el desenlace de la novela (no hubo nunca en esa isla una enfermedad, sino que los habitantes murieron luego de ser grabados por la máquina de Morel), podemos tomar esta cita del narrador como una metáfora anticipada de lo que luego descubre el fugitivo: los habitantes de la isla viven en la repetición, producto del invento de Morel. Dado que ese invento es el que les dio muerte, podría asociarlo a una enfermedad. Si ampliáramos la metáfora citada, podríamos decir que los habitantes de la isla murieron de una infección que acabó con sus existencias para reproducir, como ecos, una semana de sus vidas.