La invención de Morel

La invención de Morel Resumen y Análisis Apartados 13-19

Resumen

Apartado 13

Se levantó a la madrugada y arrancó algunas flores. Después de un rato las miró para ordenarlas y descubrió que estaban muertas. Recordó que arriba, a la vista del museo, también había muchas flores. Supuso que los intrusos estarían durmiendo y que entonces no habría peligro. Cortó algunas de esas flores. Eran chicas. Necesitaría miles. Pasó la mañana arriesgándose, dice, pero no vio a ninguno de los ocupantes y entonces supone que tampoco lo vieron a él. Planea buscar más flores. Declara, avergonzado, cuál es su proyecto: él arrodillado frente a la mujer, las plantas, y una inscripción que dirá “Sublime, no lejana y misteriosa / con el silencio vivo de la rosa” (p.49).

Apartado 14

Dice estar cansado. Relata que trabajó en la “obra”: una mujer hecha de flores, imitando la pose en que Faustine suele mirar el atardecer. Cuenta los detalles: el sol, por ejemplo, lo forman girasoles; el mar, las mismas flores azules que forman el vestido. También se hizo a sí mismo, diminuto, verde, hecho de hojas, arrodillado ante la mujer.
Modificó la inscripción. Prueba otra: “Mi muerte en esta isla has desvelado” (p.51). Le gusta porque hace gala de su condición de “ex muerto”, ahora que siente que la compañía de la mujer ha modificado su estado. Intenta una variación de la misma frase, pero luego se decide por: “El tímido homenaje de un amor” (p.52).

Apartado 15

Relata lo sucedido cuando le mostró su “obra” (también la llama “jardincito”) a la mujer. Dice estar perdido y haber cometido un grave error. Compara su situación con la de Ayax cuando acuchilló a los animales, pero dice ser él los animales acuchillados. La mujer simuló no ver el jardincito y se fue al anochecer. Él está arrepentido de su obra, a la que llama “jardincito de mal gusto” (p.53). Dice que él no es el hombre que ese jardín hace temer, pero sin embargo lo ha creado. Eso le hace reflexionar sobre los peligros de la creación a la hora de tratar con varias conciencias. Siente que todo está perdido.

A la noche soñó con “el lupanar de mujeres ciegas” (p.54) que visitó con el mercader italiano en Calcuta. Luego, en el sueño, apareció Faustine, y el lupanar se volvió un palacio rico, florentino. Se despertó angustiado por su falta de méritos frente a la “estricta delicadeza” (p.54) de la mujer. Valora que ella haya disimulado su desagrado fingiendo no haber visto el jardín.

Apartado 16

Soñó que jugaba un partido de croquet y, mientras, sabía que su juego estaba matando a un hombre; luego él era ese hombre. Dice que la pesadilla continúa. Apunta que la mujer, ese mismo día, “ha querido que sintiera su indiferencia” (p.55). Y que lo ha conseguido. También dice que su táctica es inhumana y que él es su víctima. La mujer apareció con “el horroroso tenista” (p.55). En adelante lo llama “barbudo”. El fugitivo, al verlos, se escondió. Dice que ella seguramente lo vio, porque no lo buscó con la vista en ningún momento. Los escuchó hablar y concluye que son franceses. Estaban como entristecidos. Escuchó en boca del barbudo el nombre de la mujer: Faustine. Ella sonreía con frivolidad. El narrador dice que en ese momento le odió, porque ella jugaba con el barbudo y con él. Oye que dice: “Es una desgracia no entendernos. El plazo es corto: tres días, y ya no importará” (p.56).
Ella lo llama “Morel”. Morel caminó y el narrador dice que “de ida y de vuelta pisó mi pobre jardincito” (p.57). Dice que Faustine lo vio y que su actitud es innoble; que aunque el jardín sea feo no hay por qué pisotearlo, estando él ya bastante pisoteado. Reflexiona sobre Faustine. Es una mujer detestable pero le da curiosidad. Cree que va a matarla o a enloquecer si ella continúa ignorándolo así.

Apartado 17

Faustine, el día anterior, no fue a las rocas. Él subió a la colina y se encontró con dos hombres y una señora. Los hombres le daban la espalda y la mujer, dice el narrador, lo miró y se estremeció. Él se escondió. Ella miró el museo y dijo “Ésta no es hora para cuentos de fantasmas” (p.59) y pidió, alegremente, que entraran. Se fueron. Vio venir otra pareja. Una voz conocida dijo “Hoy no fui a ver...” y él se estremeció, suponiendo que Faustine estaría refiriéndose a él. El barbudo había “hecho progresos”, dice el narrador, porque se tuteaban. El fugitivo vuelve a los bajos, decidido a que el mar se lo lleve. Dice que si los intrusos van a buscarlo no se escapará ni se entregará.

Apartado 18

Luego de cuatro días de resisitirse, fue a visitar a Faustine. Ella llegó con Morel. Hablaban francés “muy correctamente; casi como sudamericanos” (p.60). Los escuchó hablar. Faustine dijo haber perdido la confianza en Morel. Ya no se tuteaban. Ella dijo que nunca podría creerle. Estuvieron en silencio. Cuando volvieron a hablar, la conversación era exactamente igual a la que él había presenciado (en el apartado 16). El narrador reflexiona: “Las conversaciones se repiten; son injustificables” (p.61). Los sigue escuchando, nota que las palabras y movimientos de Faustine y Morel son iguales a los de ocho días atrás. La única diferencia es que ahora el jardincito está más pisoteado aún, con sus flores muertas.

Reflexiona sobre las repeticiones que hay en las conversaciones humanas. Él, habiendo sido testigo de entrevistas de las mismas personas, puede verlo, como si fueran escenas de teatro, que se repiten también. Poco después, sospecha que todo pueda ser una “representación” para hacerle una broma a él.

El fugitivo les sale al paso, decidido “a cualquier cosa, pero a nada en particular” (p.64). Señala a Morel y exclama: “La femme á barbe, Madame Faustine!” (es decir, “¡La mujer tiene barba, señora Faustine!” en francés), aunque sin saber muy bien por qué. El narrador apunta que ninguno de los dos interrumpió su tranquilidad. Él estuvo, desde entonces, apenado de vergüenza. Fue a la colina resuelto a arrodillarse ante Faustine. Luego, dice, lo que sucede no tiene explicación: encuentra la colina deshabitada.

Apartado 19

Temió que se estuvieran organizando algo en su contra. Recorrió todo el museo, pero no había nadie. Incluso parecía que nunca había habido nadie, porque todo seguía exactamente en el mismo lugar en que él lo había dejado veinte días antes (como la comida y la ropa que había puesto a secar, todo intacto). Gritó el nombre de Faustine, pero no hubo respuesta. Reflexiona sobre la situación y relaciona la visita supuesta de los veraneantes con el hecho de haber probado nuevas raíces en el último tiempo, y por lo tanto haber alucinado. Pero no toma en serio la conclusión. Recuerda su condición de fugitivo y el poder de la justicia. Tal vez, dice, todo sea una estratagema. Debe seguir resistiendo. Revisó toda la isla antes de acostarse. Acepta que los intrusos no están. Vuelve al museo de noche, nervioso. Intenta prender la luz eléctrica, pero no hay luz. Eso le hace pensar que las mareas suministran energía a los motores, y desde las últimas mareas había habido un largo intervalo de calma. Cierra todo y baja al primer sótano. Se siente abatido, pero no encuentra sentido a suicidarse, ya que Faustine desapareció y, por lo tanto, no obtendría “la anacrónica satisfacción de la muerte” (p.67).


Análisis

En estos apartados se hacen presentes temas que serán muy relevantes en la novela: el del doble, el de la representación, el de la repetición. En general, estos temas aparecen relacionados.

En cuanto al tema del doble, se observan en estos apartados diversas instancias en las que aparecen imágenes de desdoblamiento o de paralelismo entre dos indentidades. Una de estas instancias es la reflexión que el narrador hace sobre sí mismo comparándose con Ayax, pero luego diciendo que él sería, en esa analogía, los animales que mata Ayax. Algo similar sucede con el sueño del croquet: él sabe que está matando a un hombre por estar jugando, y luego él es ese hombre. Ambas imágenes sugieren la idea de un espejo que confunde (y multiplica) identidades. Tanto en una ocasión como en la otra, él ejerce una violencia sobre otro y luego es también el otro. Es decir, descubre que él es su propia víctima. Este tema se relaciona con la trama a través de la dupla creador-creación: Morel también sufre las consecuencias de su propia invención. De esta forma, a la vez que el narrador se ve a sí mismo duplicado, queda asociado también a Morel, que funciona, en varios planos, como su doble en la novela.

En la misma línea, la “obra” del fugitivo es muy significativa. Él intenta recrear, utilizando flores, a la mujer que ama. De alguna manera, el movimiento es análogo al de Morel, que también logra “copiar” a su mujer amada, grabándola y proyectándola eternamente. En ambos casos, se trata de una duplicación, una copia, por vías artísticas. En esta línea, justamente, el fugitivo también dice que él no es el hombre que ese jardín hace temer, pero sin embargo lo ha creado, y que eso le hace reflexionar sobre los peligros de la creación a la hora de tratar con varias conciencias. La relación es clara: esa misma reflexión podría tenerla Morel respecto de su propia obra. Ambos, entonces, son víctimas de su propia creación. El tema del doble vuelve a aparecer así en estrecha relación con el problema de la representación.

Teniendo en cuenta que la novela en sí misma constituye una instancia de representación, por otro lado, este paralelismo entre el fugitivo y Morel como "creadores" frente a su "creación" puede leerse, también, en relación a la instancia "autor"-"novela". En esta clave de lectura, toda reflexión que se haga en torno a la invención de Morel o la "obra" del fugitivo puede ser pensada como una reflexión sobre el estatuto mismo de la literatura. La novela, así, puede pensarse como una "copia" de elementos de la realidad que agrega "imágenes" al mundo. Este tipo de empresa creativa constituye un "peligro" en tanto trata con varias conciencias, como la de numerosos lectores cuyas interpretaciones o afecciones se salen del control del autor.

El asunto de la "obra" del fugitivo, además, trae a colación un elemento enigmático que luego se resuelve: la situación de las flores. Las del bajo mueren de inmediato y las de la colina resisten un poco más, debido a la diferencia de naturaleza entre ambas: unas son proyectadas y otras, originales. Otro fenómeno presente en estos apartados es el relativo a la luz: cuando encuentra la colina deshabitada, tampoco puede encender la luz. El fugitivo realiza una asociación entre la falta de luz y la ausencia de fuerza en las mareas. Esa conclusión es acertada. Lo que en esta instancia falta a la reflexión del narrador es asociar la misma ausencia de fuerza a la desaparición súbita de los habitantes (luego la trama revelará que las máquinas de proyección dependen de esa fuerza para funcionar).

En un momento, el narrador habla de sus tres porvenires posibles: “La compañía de la mujer, la soledad (o sea la muerte en que pasé los últimos años, imposible después de haber contemplado a la mujer), la horrorosa justicia” (p. 50). Establece una relación que se repite a lo largo de la novela, que es aquella entre la soledad y la muerte. En esta frase, establece una relación directa entre ambos conceptos: él estaba muerto porque estaba solo. También lo hacen las frases con la que quiere acompañar su “obra”: “Mi muerte en esta isla has desvelado” (p.51) o “Ya no estoy muerto: estoy enamorado” (p.52). Más adelante, afirmará lo contrario: no se puede estar muerto mientras se esté solo, porque no hay cómo notarlo. De cualquier modo, se alude a la muerte repetidas veces en la novela. Incluso, en el mismo apartado, el narrador manifiesta: “me alegraba ser un muerto insomne” (p.51). Luego, cuando descubre que Faustine ha desaparecido, dice que ya no tendría sentido suicidarse. Eso refiere a que el hecho no tendría efecto en ella ("la anacrónica satisfacción de la muerte", p.67). Esto se comprende más fácilmente si se postula en reverso: solo se está muerto si se está muerto para alguien. Cuando esto se enlaza a la idea del desamor, entra la idea de “satisfacción” que el narrador postula en esta escena: el placer de que alguien sufra su muerte. Esa satisfacción es anacrónica porque, por supuesto, no se está vivo para sentirla.

En relación a la mujer, nuevamente aparecen rasgos en su comportamiento que funcionan como indicios de su naturaleza fantasmática. El narrador dice, sobre la crueldad, que supone en la mujer, por su indiferencia, que su “táctica es inhumana” (p.55). Este es otro indicio del carácter no humano de la mujer que se presenta ante él. En la misma línea, describe el modo en que la mujer se desplaza y dice: “Se movió con esa libertad que tenemos cuando estamos solos” (p.52). Con la frase, el narrador busca expresar una comparación que describa su sensación. Sin embargo, al desarrollarse la trama, sabemos que la soledad es más bien literal: la mujer se mueve como si estuviera sola porque, efectivamente, estaba sola al momento de realizar esos movimientos. Lo que el fugitivo ve es una proyección de ese momento pasado. De la misma manera, él lee una “estricta delicadeza” y cierta amabilidad en esta indiferencia de la mujer, ya que supone que ella está disimulando el desagrado que le produjo el “jardincito”, haciendo como que no lo ha visto. Dice: “No lo olvidaré: dominó el desagrado que le produjo mi horrendo jardincito y simuló, piadosamente, no verlo” (p.54). Lo fantasmático aparece, también, en relación a sí mismo: ”Por momentos pienso que la insalubridad extraordinaria de la parte sur de esta isla ha de haberme vuelto invisible” (p.58). Esta no es la única reflexión que, en estos apartados, el narrador hace sobre su propia condición: en una ocasión sugiere que las apariciones que vio pueden responder al hecho de haber comido raíces venenosas, y por lo tanto haber alucinado. Ese comentario ejemplifica uno de los modos en los que se construye el procedimiento del narrador no fiable: intercala observaciones asombrosas, de presencias extrañas, con reflexiones acerca de su dudoso estado mental al momento en que se le aparecieron.

En torno a la mujer y su conversación con Morel, aparece por primera vez en la novela uno de los temas más importantes, que es el de la repetición. El fugitivo nota que las palabras y los movimientos de Faustine y Morel son las mismas que ocho días antes. Sin embargo, en esta ocasión, no lo atribuye a un fenómeno sino que inmediatamente elabora, en base a esa observación, una teoría sobre las conversaciones. Dice que “como en el teatro, las escenas se repiten” (p.62). Es llamativo, conociendo el desarrollo de la trama, que la comparación a la que recurre sea teatral, del orden de lo espectacular. En la misma línea, poco después teme que todo sea una “representación” para burlarse de él. Estas apreciaciones, además de hacer presente, nuevamente, el tema de la representación, constituyen indicios del desenlace.

La escena de la conversación, por otro lado, puede relacionarse con la escena en la que el fugitivo ve a los veraneantes escuchando música bajo la tormenta. En ambas se evidencian diferencias entre dos planos superpuestos: el real y el proyectado. Mientras que la conversación entre Morel y Faustine es exactamente igual, lo único diferente respecto a ocho días antes es que el jardincito del fugitivo está mucho más pisoteado. En la superposición, se evidencia cómo un plano no es afectado por el tiempo y el otro sí: el diálogo entre imagenes se repite, imperturbable, frente a la decadencia progresiva del jardincito de flores. La misma imagen puede verse cuando el fugitivo encuentra en el museo, ahora deshabitado, que las cosas (su ropa, la comida) estaban en el mismo lugar donde él las había dejado (en veinte días, los supuestos habitantes no habían modificado eso), pero dando cuenta del paso del tiempo (la ropa está seca, la comida está podrida). Esto puede representar el signo del paso del tiempo transformando la materia, deteriorando la carne (en el caso de la comida podrida), frente a la imperturbabilidad de lo espiritual, es decir, la presencia de los veraneantes es lo repetitivo, lo igual, lo eterno, porque de ellos hay solo conciencia, espíritu, imagen proyectada. Esta contraposición entre la carne y el espíritu en relación al paso del tiempo y a la muerte es uno de los temas más importantes de la novela.