La familia de Pascual Duarte

La familia de Pascual Duarte Resumen y Análisis Capítulos 11-13

Resumen

Capítulo 11

El que sigue a la muerte de Pascualillo es un capítulo de luto. Las semanas pasan todas iguales; son semanas de dolor. Pascual y las tres mujeres que conforman su entorno (su madre, su hermana y su esposa) conviven en ese dolor. Casi no se hablan ni se toleran. Se pierde totalmente la comunicación entre Pascual y Lola.

Capítulo 12

Entre el silencio, los diálogos erráticos y el dolor por la muerte de su hijo, Lola llega casi a enloquecer, y acusa a Pascual de lo que más le duele: ser como su hermano, es decir, no ser un hombre. Su madre y su esposa le dicen a Pascual que es un hombre maldito; solo Rosario lo acompaña en el duelo por la pérdida. Años más tarde, desde la celda, el narrador reflexiona sobre el dolor y el odio.

Capítulo 13

Hay un nuevo corte en el relato. Hace un mes que Pascual no escribe. Pero ya se siente tranquilo y cree que, de haberle llegado la paz antes en su vida, tal vez sería monje, pero el destino no lo quiso así. Desde su celda y condenado, envidia la vida del ermitaño. En la cárcel lo confiesa un cura viejo, Santiago Lurueña, quien le da paz, le explica el sacramento y lo bendice. Sin embargo, después de confesarse, Pascual se llena de pensamientos funestos y duerme mal.

Análisis

Los capítulos 11 y 12 son estáticos, interiores, de inacción. El narrador logra generar, en varios momentos del relato, remansos, pausas introspectivas, que equilibran los capítulos en los que sucesos de fuerte impacto son protagonistas, especialmente los acontecimientos extremadamente violentos o dolorosos. Durante su estadía en la celda, condenado a muerte, la escritura se presenta para Pascual como el medio de poner orden a sus ideas y encontrar esa paz que tan desesperadamente añora.

El narrador detiene en estos capítulos el relato para centrarse en ese tiempo fuera del tiempo que generan las situaciones traumáticas, como la muerte de un hijo. Los diálogos se vuelven inconexos, enloquecidos. El tiempo es percibido de una manera completamente subjetiva; parece ir a otra velocidad. De hecho, parece transcurrir de manera diferente para cada uno de los personajes, lo que resulta en una imposibilidad total de conexión entre ellos. Viven en universos paralelos, incapaces de tocarse, de tener puntos en común.

Pascual reflexiona acerca de las causas de su desgracia permanente en un nuevo juego prospectivo que nos recuerda que su vida ya no cambiará para bien:

¡Quién sabe si no sería Dios que me castigaba por lo mucho que había pecado y por lo mucho que había de pecar todavía! ¡Quién sabe si no sería que estaba escrito en la divina memoria que la desgracia había de ser mi único camino, la única senda por la que mis tristes días habían de discurrir! A la desgracia no se acostumbra uno, créame, porque siempre nos hacemos la ilusión de que la que estamos soportando la última ha de ser, aunque después, al pasar de los tiempos, nos vayamos empezando a convencer -¡y con cuánta tristeza!- que lo peor aún está por pasar... (p. 97)

Vemos aquí cómo Pascual se dirige nuevamente a ese "usted" ("créame") fuera del relato, a ese destinatario de sus cartas. Es decir que el relato no solo se mueve hacia atrás y adelante por medio de retrospecciones y prospecciones, sino que se queda también girando en el presente del narrador, y en ocasiones se sale de sí mismo para dirigirse a ese Don Joaquín sin el cual las cuartillas en que se escribió la historia de la familia de Pascual Duarte no hubiesen existido jamás.

En este momento de dolor alienante, las mujeres de su entorno dibujan el triángulo afectivo que sofoca a Pascual. Por un lado, su esposa y su madre lo acusan de maldito, de no ser capaz de generar vida. Por el otro, su hermana lo contiene, pero ella también es una Duarte, y también está condenada. En suma, Pascual se siente completamente desconectado de ellas tres, llega a verlas como animales al acecho, o como brujas que solo buscan hacerle daño.

Y en ese instante, cuando llega al fondo de su dolor, el odio se apodera del espacio que había ocupado el afecto por su hijo, y Pascual le anuncia a su madre que ya no va a contener durante mucho tiempo el odio que siente por ella:

-El fuego ha de quemarnos a los dos, madre.

-¿Qué fuego?

-Ese fuego con el que usted está jugando...

Mi madre puso un gesto como extraño. (p. 104)

El símbolo del fuego, tal como el del color rojo, es bivalente. Así como el candil y la llama son signos de la vida, frágil, expuesta, pero posible, hay otro fuego, el del odio, que carcome a Pascual. Por eso el candil se apaga en el último capítulo, vencido por el fuego destructor.

El final del duelo de Pascual por su hijo muerto cierra un ciclo en su vida: aquel en el que la posibilidad de formar su propia familia parecía posible.