La familia de Pascual Duarte

La familia de Pascual Duarte Resumen y Análisis Capítulos 17-19

Resumen

Capítulo 17

Acusado por el asesinato de Paco, Pascual pasa tres años en la cárcel. Al principio el tiempo transcurre lento y luego más veloz, hasta que finalmente lo liberan por buena conducta. Pero para nada le sirve su salida temprana. Con el paso del tiempo, sabiendo cómo fueron los acontecimientos, imagina que, de haber cumplido su condena completa allí, su vida hubiese sido mejor.

Apenas gana su libertad, todo le parece triste. Se toma el tren en Chinchilla, el pueblo ruin donde está la cárcel. Imagina una vuelta gloriosa, con todos recibiéndolo felices, pero el tren tarda horas en llegar a la estación de partida. En ese lapso piensa en don Conrado, el director del presidio, a quien tiene gran cariño porque lo trataba muy bien. Finalmente llega el tren y, tras un viaje muy largo, arriba a su pueblo de noche, pero la recepción no es como imaginaba: nadie lo está esperando.

Se dirige a su casa y ve que nada ha cambiado. Cuando está llegando, ve pasar a León y Sebastián, sus compañeros de taberna. Se esconde para que no lo vean y los oye hablar de él. Finalmente llega, toca la puerta y le abre su madre. Ella lo recibe fría y distante; solo le pregunta qué quiere. Pascual le pregunta por Rosario, y se entera de que ella se fue a Almendralejo y está noviando con Sebastián, dato que molesta mucho a Pascual.

Capítulo 18

Apenas sabe de la vuelta de Pascual, Rosario lo va a visitar. A los dos hermanos les alegra volver a verse, y ella le dice que ha estado pensando en una novia para él: Esperanza, la sobrina de Engracia. Esperanza es perfecta para él, y ha estado enamorada de Pascual desde antes de su boda con Lola. A él le parece adecuada y se acerca a hablarle. Aunque el diálogo no fluye, la joven le confiesa su amor. Él la besa con cariño, y finalmente se casan.

Capítulo 19

A los dos meses de casados, Esperanza le pide a Pascual irse a vivir lejos de su suegra; no la tolera más. Entonces, después de mucha reflexión, Pascual decide hacer finalmente lo que había estado pensando durante mucho tiempo: matar a su madre. Su mujer lo nota extraño, pero él no le dice nada; está decidido y no se arrepiente.

Una noche se acerca a la habitación su madre mientras ella duerme. La observa largamente, dispuesto a matarla, pero duda y se debate entre hacerlo o no. Entonces ella se despierta y lo ve, y empiezan a luchar. El enfrentamiento es violento: la madre le muerde el pezón y se lo arranca. Pascual la degüella y escapa. Corre sin parar por horas, huyendo, y siente que finalmente puede respirar.

Análisis

Pascual sale de la cárcel, pero más le valdría haberse quedado en ella para evitar males peores. Salir es tener la oportunidad de volver a matar. Cuando parece que ya nada puede salir mal, algo nuevo surge en el horizonte:

Si me hubiera portado mal hubiera estado en Chinchilla los veintiocho años que me salieron; me hubiera podrido vivo como todos los presos, me hubiera aburrido hasta enloquecer, hubiera desesperado, hubiera maldecido de todo lo divino, me hubiera acabado por envenenar del todo, pero allí estaría, purgando lo cometido, libre de nuevos delitos de sangre, preso y cautivo -bien es verdad-, pero con la cabeza tan segura sobre mis hombros como al nacer, libre de toda culpa, si no es el pecado original; si me hubiera portado ni fu ni fa, como todos sobre poco más o menos, los veintiocho años se hubieran convertido en catorce o dieciséis, mi madre se hubiera muerto de muerte natural para cuando yo consiguiese la libertad, mi hermana Rosario habría perdido ya su juventud, con su juventud su belleza, y con su belleza su peligro, y yo -este pobre yo, este desgraciado derrotado que tan poca compasión en usted y en la sociedad es capaz de provocar- hubiera salido manso como una oveja, suave como una manta, y alejado probablemente del peligro de una nueva caída. (p.140)

Su regreso al hogar tampoco es como lo había imaginado; nadie va a buscarlo a la estación, su madre lo recibe distante, su hermana tiene un novio nuevo. La vida ha seguido sin él, nadie lo ha echado de menos ni lo necesita. Al menos Rosario no se ha olvidado de él y le tiene preparada una novia con un nombre muy sugerente: Esperanza. Esta joven es sobrina de Engracia, la partera de la familia. Sumisa, enamorada sin reservas, es la esposa perfecta para empezar una nueva vida. Esperanza, como su nombre, encarna una nueva oportunidad.

Por su parte, Rosario ha seguido con su vida. La hermana de Pascual es capaz de enamorarse nuevamente después de haber perdido a ese amor que la hacía tan infeliz. Nada parece poder con su férrea voluntad de escapar de su destino familiar desde que era pequeña. Ella ha tolerado la violencia familiar, el maltrato de Paco, la muerte de su sobrino y, sin embargo, vuelve a enamorarse y hasta se hace tiempo para conseguirle un nuevo amor a su hermano, ex presidiario.

Sin embargo, después de casados, la madre de Pascual hace que la convivencia sea insoportable, y Esperanza le pide a su esposo irse ambos a vivir a otro pueblo. Es el detonante: Pascual decide que su madre ya no va a interferir más en su vida. Va a matarla. “Me planteó la cuestión en unas formas que pude ver que no otro arreglo sino el poner la tierra por en medio podría llegar a tener. La tierra por en medio se dice cuando dos se separan a dos pueblos distantes, pero, bien mirado, también se podría decir cuando entre el terreno en donde uno pisa y el otro duerme hay veinte pies de altura” (p. 157). En este caso, Pascual resignifica el refrán “poner tierra de por medio”, que suele usarse para designar un alejamiento geográfico. Él le otorga un nuevo posible significado: poner tierra, literalmente, sobre el cadáver de una persona, que queda así separada de la otra por varios pies de tierra de distancia.

El capítulo con el que se cierra el relato de Pascual es violento. Cada paso en la vida de Pascual lo ha ido llevando a ese punto, como a un destino ineludible. El odio ha crecido de tal manera que necesita liberarse. Ha llegado a ser un personaje más de la familia Duarte. Pascual ha huido cuanto ha podido de ese sentimiento, pero ya no puede más. Incluso flaquea a último momento, justo antes de asesinar a su madre, pero ella se despierta y Pascual la mata. Una vez más, Pascual intenta escapar de su destino pero la tragedia se le impone. Como en el caso de Paco, es movido como un títere del destino que se ha propuesto convertirlo en un asesino.

La lucha de Pascual con la madre es una clara muestra del sentimiento tremendista: una lucha salvaje, animalizada y bestial, que no respeta ni siquiera el vínculo madre-hijo. Uno y otra se enfrentan, como lobo contra lobo. La escena remite a la muerte de Esteban, su padre, muerto de rabia y con ojos enloquecidos; la misma bestialización, la misma falta total de humanidad.

La sangre, el rojo, tiñe nuevamente la vida de Pascual. Lo mancha, porque es su misma sangre la que derrama y, al morir su madre, muere algo en él: su odio. “La sangre corría como desbocada y me golpeó la cara. Estaba caliente como un vientre y sabía lo mismo que la sangre de los corderos” (p. 165). Solo puede decir con certeza cómo sabe la sangre de los corderos quien la ha bebido. Y Pascual ha probado la sangre de la muerte antes. El rojo no ahora es el de Lola y su pérdida de la virginidad, ni el de las flores en el entierro del pequeño Mario. El rojo ahora es la violencia en su estado más puro.

Esperanza, vestida de un blanco que contrasta con el rojo de la escena de la muerte, ha visto todo, y cuando se va Pascual, luego de haber terminado su faena, se apaga el candil. La vela es el símbolo de la esperanza y, con la muerte de la madre, ya no hay nada más que salvar. La suave luz del candil se opone al fuego enceguecedor del odio de Pascual, y pierde la batalla.

Pero Pascual no se arrepiente: “La conciencia no me remordería; no habría motivo. La conciencia sólo remuerde de las injusticias cometidas: de apalear un niño, de derribar una golondrina... Pero de aquellos actos a los que nos conduce el odio, a los que vamos como adormecidos por una idea que nos obsesiona, no tenemos que arrepentirnos jamás, jamás nos remuerde la conciencia” (p. 161).

Luego del sacrificio, porque ha matado a su madre como en un ritual sangriento en busca de su propia redención, Pascual escapa. Y finalmente, después de toda una vida ahogado por el odio, puede finalmente respirar. La muerte de la madre es, así, la única manera que tiene Pascual de liberarse del odio. Pero es un precio caro que le traerá su propia condena. De todas formas, no había modo de escapar.