La familia de Pascual Duarte

La familia de Pascual Duarte Resumen y Análisis Capítulos 7-9

Resumen

Capítulo 7

Cinco meses después de la muerte de Mario, Pascual se entera de que Lola está embarazada. La idea de ser padre lo ilusiona, de modo que, con el consentimiento de su novia, habla con la madre de ella para pedirla en matrimonio y va a ver a don Manuel, el cura del pueblo, quien ordena todo para que en dos semanas puedan casarse.

Capítulo 8

Pascual y Lola se casan el 12 de diciembre. A pesar de la alegría de la boda, él presiente que vendrán tiempos tristes. Hacen un festejo con un gran banquete y mucha comida para todos los invitados, y aun así los critican en el pueblo. Pero Pascual es feliz y no le importa nada más que irse de viaje con su mujer, así que antes de terminar la fiesta, la sube a una yegua y se van a Mérida a pasar tres días, los más felices de su vida.

Cuando están por llegar a su destino, la yegua se espanta y asusta a una anciana que caminaba por allí. Pascual se baja, ve que la mujer solo está aturdida y le da una moneda. Lola se ríe de la escena, y Pascual presiente en esa risa un anuncio funesto.

Los recién casados se quedan en la Posada del Mirlo y no pisan la calle. Al tercer día, la familia de la anciana viene con agentes policiales a reclamarles por el percance de la mujer. Lola se asusta, pero el entredicho se arregla cuando Pascal les da más dinero. Pasado el mal momento, los novios aprovechan para comprar algunas cosas y vuelven a su pueblo. Al pasar por Almendralejo, todos los reciben con mucho cariño. Entonces, Pascual se baja de la yegua y se queda con sus amigos en la taberna de Martinete del Gallo, mientras Lola sigue camino hasta su casa, montada en el animal.

Pascual y sus amigos pasan la noche en el bar, sin sobresaltos, hasta que uno de ellos, Zacarías, hace un comentario sobre un ladrón, y Pascual siente que está hablando de él. La discusión escala y se pelean a navajazos, hasta que Pascual lo deja sangrando, sin saber si vivirá.

Capítulo 9

Pascual lamenta el episodio de Zacarías. Va con los amigos hacia su casa, pasa por el cementerio y tiene un mal presentimiento que se termina haciendo realidad: cuando llega a su puerta está Engracia esperándolo para anunciarle que la yegua tiró a Lola y le provocó un aborto. Lleno de rabia, se va al corral y mata al animal a cuchilladas.

Análisis

Los capítulos de la boda al aborto condensan en pocas páginas extremos de felicidad y tristeza. Después de la muerte de Mario, un punto emocionalmente muy bajo, el embarazo de Lola trae la falsa ilusión de que el determinismo fatal puede ser derrotado. Hay una proyección de futuro: “En aquellos momentos era así como la quería: joven y con hijo en el vientre; con un hijo mío, a quien -por entonces- me hacía la ilusión de educar y de hacer de él un hombre de provecho” (p. 67). Todo instante de ilusión en la novela proyecta una larga sombra de desasosiego, y el evento más feliz en la vida de Pascual no podía ser la excepción. Es absolutamente necesario que Pascual esté pasando por el mejor momento de su vida para que su desgracia posterior sea más dramática.

El pesimismo se siente a cada paso. Cuando todo parece ir bien, los presagios oscuros le impiden a Pascual disfrutar de su felicidad. El viaje de bodas a Mérida se presenta para él como un paraíso: el camino, las flores, su esposa, ambos a caballo… pero el episodio de la yegua al llegar al puente opaca su felicidad, no tanto por la anciana, sino porque la risa de Lola resuena como un mal agüero. Algo malo va a ocurrir y Pascual lo sabe. “La di un real -porque no dijese- y dos palmaditas en los hombros y me marché a reunirme con la Lola. Ésta se reía y su risa, créame usted, me hizo mucho daño; no sé si sería un presentimiento, algo así como una corazonada de lo que habría de ocurrirle” (p. 76).

Los días siguientes son felices, pero nuevamente la presencia de la ley en busca de un resarcimiento para la anciana a la que asustaron en el camino les quita la paz. Al volver, la felicidad parece esperarlos. Todos los reciben con alegría, pero nuevamente el narrador anticipa la catástrofe: “A Lola la besé en la mejilla y la mandé para casa a saludar a las amigas y a esperarme, y allá se marchó, jineta sobre la hermosa yegua, espigada y orgullosa como una infanta, y bien ajena a que el animal había de ser la causa del primer disgusto” (p. 80).

Felicidad, presagio, desgracia. El esquema se repite una y otra vez. La sensación molesta de amenaza se siente en cada párrafo. A través de las prospecciones, el narrador aniquila la sorpresa, pero aumenta la tensión dramática.

Para acentuar el pesimismo se utilizan también símbolos muy extendidos: el ciprés y la lechuza, que anuncian la muerte durante toda toda la secuencia del cementerio. Todo parece indicar que ese bebé no está destinado a vivir.

La boda es, además, la excusa para mostrar la búsqueda de estatus social de Pascual Duarte, que podría ser la de cualquier trabajador rural de la España del momento. La fiesta es un momento de felicidad y despilfarro, dos lujos que Duarte no suele darse, pero la ocasión amerita ciertos excesos. Y mientras en el relato las críticas del narrador se dirigen a la ceremonia y al sermón demasiado largo de don Manuel, que parece no terminar nunca, las del pueblo apuntan a la escasez de comida. El relato del banquete se torna minucioso, como en el primer capítulo, cuando se describe la riqueza de don Jesús en contraposición con la pobreza de los Duarte. En la fastuosidad discreta de la boda de Pascual se intenta mostrar el ascenso social, la posibilidad de alcanzarlo o, al menos, la apariencia de bonanza. Pascual quiere dejar en claro a sus invitados que él también puede.

Por último, desde el punto de vista léxico, el refranero vuelve a hacerse presente en la taberna:

El pez muere por la boca, dicen, y dicen también que quien mucho habla mucho yerra, y que en boca cerrada no entran moscas, y a fe que algo de cierto para mí tengo que debe de haber en todo ello, porque si Zacarías se hubiera estado callado como Dios manda y no se hubiese metido en camisas de once varas, entonces se hubiera ahorrado un disgustillo y ahora el servir para anunciar la lluvia a los vecinos con sus tres cicatrices. El vino no es buen consejero. (p. 81)