La familia de Pascual Duarte

Resumen y análisis

Bajo la clara influencia de la tradición realista del siglo XIX, y más particularmente de Cintas rojas (1916), una novela corta del escritor naturalista José López Pinillos,[7]​ se extiende frente a los ojos del lector el ambiente crudo y decadente que encapsula el mundo rural de La familia de Pascual Duarte, cuya primera línea — "Yo, señor, no soy malo, aunque no me faltarían motivos para serlo" — es el arranque preciso para una historia que, por medio de un lenguaje llano y en ocasiones, con tintes poéticos, muestra la otra cara de la condición humana. Pascual Duarte inicia su narración, al igual que Balzac en su Eugénie Grandet, de lo general a lo particular. Por medio de una descripción minuciosa, el lector inicia su recorrido en el pueblo caluroso de Badajoz para luego inmiscuirse en la intimidad de una casa modesta y, después de sus arranques de ira, solo es capaz de encontrar refugio en la cuadra, el lugar de la podredumbre; una madre con el cuerpo consumido por la vida y las constantes riñas maritales y sobre todo, la pobreza, que parece determinar la desdicha donde llega a implantarse. Con una objetividad que sorprende de un narrador en primera persona y que logra alzarse a la altura de aquellos narradores observadores que gobiernan la gran novela realista, Pascual Duarte, en lugar de centrarse en las introspecciones exhaustivas que rigen, en ocasiones, la línea de los narradores protagonistas, nos da una descripción de situaciones y acontecimientos; nos cuenta, por ejemplo, la decepción que sigue al robo total perpetrado por su hermana Rosario a la familia que tanto la procuró, la muerte patética de su padre al tiempo que su madre daba a luz a un hijo ilegítimo y deforme, Mario, la vida corta y miserable de un hermano que, cual gusano, vive arrastrándose para al final encontrar las bendiciones de la muerte en una tinaja de aceite.

Estas imágenes violentas y subyugantes perturban a la vez que conmueven, sembrando en el lector un algo que no puede definir, la encarnación de la idea kantiana de la sublimidad terrorífica.[8]​ La aparición de Lola en la narración trae no solo un cambio de ritmo, sino también un cambio de dirección. Por un momento, se deja atrás todo lo crudo de situaciones brutales, la desdicha determinada se difumina para abrir paso a un hálito de esperanza que se engrandece con la noticia del embarazo de Lola y la llegada de la boda para después encontrar su punto cumbre en la luna de miel; no obstante, tanta paz no puede ser sino preludio de tormenta y la felicidad efímera siempre desemboca en terrenos pantanosos. El regreso al pueblo resulta ser fatal, Pascual, inmediatamente después de herir en una pelea a navaja a un hombre, descubre el aborto de Lola, ocasionado por la misma yegua en la que él la hizo regresar a casa. Esta pérdida de la ilusión que se da justo a la mitad del libro, será reforzada al morir su segundo hijo, su segunda ilusión, después de once meses de vida. Estas caídas serán significativas pues implicarán el emerger de un carácter reprimido y triste que se determinó al contacto con una familia inmersa en situaciones y circunstancias decadentes y Pascual Duarte, al contrario de un héroe trágico, se deja dominar por este carácter y mata a un segundo hombre para luego "huir lejos del pueblo donde se pueda comenzar a odiar con odios nuevos".Esta huida representa un cambio en el tono de la historia, pues, si bien se estaba inmerso en un ambiente de tintes realistas en cuanto a la objetividad y el determinismo, el viaje a la ciudad implicará bebida, juego, tomaduras de pelo, nuevos conocidos que harán resonar fuertemente el eco de la tradición de la novela picaresca.[9]​Sin embargo, llega el momento del regreso y la bienvenida sazonada y reprimida bajo el mandato de su violento marido con malas noticias: el embarazo de Lola y las súplicas de Pascual para que le revele quién fue el hombre. Una vez que llega la respuesta, la narración se sume en un oscuro momentáneo para que luego regresen las luces y el lector, sin saber a ciencia cierta el quién ni el cómo, encuentra a Lola muerta para luego presenciar la caída de un segundo cadáver y por fin, la cárcel en la que Pascual vivirá encerrado durante tres años, después de los que Duarte deambula, pareciendo más preso en libertad que tras las rejas, ve en su existencia algo de absurdo, algo de gratuito, "cae en la meditación de lo poco que somos". Luego, regresa al pueblo, lo cual parece ser el retorno a una dirección inalterable, a lo que no se puede cambiar.Pascual Duarte contrae matrimonio por segunda vez con una amiga de su hermana, Esperanza; no obstante, ya es tarde para cualquier intento, que él sabe vano, de felicidad. Aunado a eso, las actitudes fastidiosas de su madre enardecen el veneno que le corre por la sangre, que odia por ser la de su madre y llega la explosión final: el asesinato de la madre que representa la muerte de todo lo que odia, del carácter que le procuró tantas desgracias.[10]​ Es el héroe trágico que se enfrenta a lo que lo determina y lo supera. Solo después de ese homicidio, Pascual Duarte es libre.[11]​


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