La Celestina

La Celestina Citas y Análisis

¿Yo? Melibeo soy y a Melibea adoro y en Melibea creo y a Melibea amo.

Calisto, Auto I, p. 59

Esta cita es la respuesta que brinda Calisto a la pregunta "¿Tú no eres cristiano?" que le hace Sempronio al comienzo de la historia. Calisto acaba de conocer a la doncella y se ha enamorado perdidamente. Tanto es así que la compara con Dios y dice que su belleza es obra directa de la grandeza divina. Al escuchar las exageraciones con las que Calisto habla de su amor, Sempronio cree que se ha vuelto loco o que está enfermo, atontado. En este punto, piensa que está diciendo herejías, palabras contrarias a las creencias cristianas: se reconoce "melibeo", como si no creyera en Dios sino solamente en esa pasión que siente por la doncella.

Por otra parte, en la ficción sentimental castellana de los siglos XV y XVI es típico mostrar el amor entre un varón y una mujer a través de la relación de vasallaje. Es decir, a través de la relación básica del sistema feudal: un señor, que es autoridad, y un vasallo o siervo que trabaja para el señor. Muchos enamorados de la literatura de la época se sienten siervos de las "señoras" a las que aman. Esto demuestra que su amor es de una entrega total. En muchas historias de amor cortés ese amor absoluto es una característica positiva del caballero protagonista. Sin embargo, La Celestina es una parodia y por lo tanto Calisto es ridículo, tonto y loco, o incluso hereje, como se ha dicho. Este amor de entrega absoluta se condensa cuando Calisto dice que Melibea es "mi señora y mi dios" (Auto II, p. 97).

Lee los historiales, estudia los filósofos, mira los poetas. Llenos están los libros de sus viles y malos ejemplos y de las caídas que llevaron los que en algo, como tú, las reputaron. Oye a Salomón do dice que las mujeres y el vino hacen a los hombre renegar. Conséjate con Séneca y verás en qué las tiene. Escucha al Aristóteles, mira a Bernardo. Gentiles, judíos, cristianos y moros, todos en esta concordia están. Pero lo dicho, y lo que de ellas dijere, no te contezca error de tomarlo en común; que muchas hobo y hay santas y virtuosas y notables, cuya resplandeciente corona quita el general vituperio. Pero de estas otras, ¿quién te contaría sus mentiras, sus trafagos, sus cambios, su liviandad, sus lagrimillas, sus alteraciones, sus osadías? Que todo lo que piensan, osan sin deliberar. ¿Sus disimulaciones, su lengua, su engaño, su olvido, su desamor, su ingratitud, su inconstancia, su testimoniar, su negar, su revolver, su presunción, su vanagloria, su abatimiento, su locura, su desdén, su soberbia, su sujeción, su parlería, su golosina, su lujuria y suciedad, su miedo, su atrevimiento, sus hechicerías, sus embaimientos, sus escarnios, su deslenguamiento, su desvergüenza, su alcahuetería?

Sempronio, Auto I, p. 62

En esta cita, Sempronio expresa su opinión sobre las mujeres para desalentar el enamoramiento de Calisto. Estas palabras se encuentran en las primeras páginas de la obra, antes de que el criado planee engañarlo para sacarle dinero. Calisto acaba de enamorarse de Melibea y está atontado, enloquecido, cree que ella es más importante que Dios. Entonces Sempronio, espantado, enumera todas las imperfecciones de las mujeres. Las compara con el vino, asumiendo que hacen que los hombres pierdan la capacidad de distinguir la verdad de la mentira, lo cual es especialmente peligroso para Calisto, que tiene dificultades para diferenciar los sueños de la realidad. Además, dice que son engañosas, frágiles, irracionales, superficiales y charlatanas.

Es importante destacar que el criado utiliza un recurso argumentativo letrado, académico, para sostener su planteo: las referencias de autoridad. Así, cita a grandes pensadores como Aristóteles y Séneca para afirmar que las mujeres son impuras, inmorales, mentirosas y poco inteligentes. Esto evidencia que en la obra todos los personajes se mueven por distintos niveles del lenguaje: tanto los ricos como los pobres tienen saberes valiosos y pueden usar bien las palabras. Por último, la cita reproduce de manera breve el objetivo de la obra entera: proporciona ejemplos negativos de lo que les ocurre a los enamorados que pierden la cabeza para proponer una enseñanza a los lectores (y en este caso, al mismo Calisto).

¿Qué pensabas, Sempronio? ¿Habíame de mantener del viento? ¿Heredé otra herencia? ¿Tengo otra casa o viña? ¿Conócesme otra hacienda, más de este oficio? ¿De qué como y bebo? ¿De qué visto y calzo? En esta ciudad nacida, en ella criada, manteniendo honra como todo el mundo sabe, ¿conocida pues, no soy? Quien no supiere mi nombre y mi casa, tenle por extranjero.

Celestina, Auto III, pp. 101-102

En esta cita, Celestina expresa varias cuestiones centrales. Por un lado, afirma su pertenencia a los sectores populares, reconociendo el contraste entre las distintas clases sociales del universo en el que viven. Así, pone en evidencia que debe trabajar para cubrir sus necesidades básicas, como la comida, la bebida y la vivienda. Esto se debe a que, a diferencia de los personajes ricos, no es heredera de propiedades ni riquezas. Este aspecto se confirma cuando le habla a Pármeno sobre su condición social y le aconseja dejar de comportarse con "necia lealtad". Es decir, le explica que la fidelidad a un señor, como Calisto, no es conveniente para un joven pobre como él; que los señores traicionan y son egoístas; que Pármeno necesita amigos de su misma clase social. Luego retoma la misma idea cuando dice "Yo soy querida por mi persona; el rico por su hacienda" (Auto IV, p. 116). Por el otro lado, afirma su pertenencia a la ciudad por haber nacido en ella y conocer a todo el mundo. Se percibe importante por ser famosa. El compromiso de su identidad con la ciudad es tal que no conocerla es como la extranjería. En el encuentro de esas dos cuestiones se puede ver el orgullo que Celestina siente por sus oficios y por su fama. No se avergüenza de su origen ni de sus trabajos, aunque sean poco nobles o alejados de lo que se considera elegante en la época.

Conjúrote, triste Plutón, señor de la profundidad infernal, emperador de la corte dañada, capitán soberbio de los condenados ángeles, señor de los sulfúreos fuegos que los hirvientes étnicos montes manan, gobernador y veedor de los tormentos y atormentadores de las pecadoras ánimas, regidor de las tres furias, Tesífone, Megera y Aleto, administrador de todas las cosas negras del reino, de Estigie y Dite, con todas sus lagunas y sombas infernales y litigioso caos, mantenedor de las volantes arpías, con toda la otra compañía de espantables y pavorosas hidras. Yo, Celestina, tu más conocida cliéntula, te conjuro por la virtud y la fuerza de estas bermejas letras, por la sangre de aquella nocturna ave con que están escritas, por la gravedad de aquestos nombres y signos que en este papel se contienen, por la áspera ponzoña de las víboras de que este aceite fue hecho, con el cual unto este hilado; vengas sin tardanza a obedecer mi voluntad y en ello te envuelvas y con ello estés sin un momento te partir, hasta que Melibea, con aparejada oportunidad que haya, lo compre y con ello de tal manera quede enredada, que cuanto más lo mirare, tanto más su corazón se ablande a conceder mi petición, y se le abras y lastimes del crudo y fuerte amor de Calisto; tanto que, despedida de toda honestidad, se descubra a mí y me galardone mis pasos y mensaje; y esto hecho, pide y demanda de mí a tu voluntad. Si no lo haces con presto movimiento, ternásme por capital enemiga; heriré con luz de tus cárceles tristes y escuras; acusaré cruelmente tus contínuas mentiras; apremiaré con mis ásperas palabras tu horrible nombre. Y otra y otra vez te conjuro; y así confiando en mi mucho poder, me parto para allá con mi hilado, donde creo te llevo ya envuelto.

Celestina, Auto III, pp. 108-109

Este pasaje, conocido como el "Conjuro de Plutón", es uno de los fragmentos más señalados de La Celestina. Se trata de un parlamento inspirado en otros textos literarios, como la Farsalia, del poeta romano Lucano, aunque el texto de Rojas presenta muchas variaciones. Plutón en la mitología latina es hijo de Saturno y dios de los infiernos. El joven jurista autor de esta obra conoce bien la literatura clásica, ya que estudia en una época en que predomina el humanismo en las universidades europeas y se retoman los conocimientos de la Antigüedad greco-romana.

La alcahueta pronuncia estas palabras para dar comienzo a su trabajo de hechicería, al engaño como brujería. Por lo tanto, conjura o convoca a las fuerzas mágicas que podrán asistirla. No todos los especialistas están de acuerdo a la hora de analizar las intervenciones de la magia en esta obra. Algunos creen que la brujería tiene lugar (y entonces Melibea es víctima de un hechizo) y otros que es solo un juego de palabras de la alcahueta (de manera tal que la muchacha realmente se enamora). Lo que es seguro es que Celestina no invoca la fuerza de Dios ni apela a la religión católica, sino todo lo contrario. Esto se evidencia una vez más cuando percibe que su trabajo está saliendo bien y expresa "¡Oh diablo a quien yo conjuré, cómo cumpliste tu palabra en todo lo que te pedí" (Auto V, p. 130). Por lo tanto, cuando habla con Alisa y Melibea y se muestra cristiana, solo lo hace como parte de su farsa, de su engaño retórico.

Es importante destacar que Celestina hace intervenir a su hilado directamente en el conjuro. Este hilado simboliza su trabajo y le permite entrar por primera vez a la casa de Melibea. Además, está cubierto por la brujería del conjuro; tiene el poder de las magias diabólicas a las que la anciana llama. En sus palabras se prolonga la metáfora del hechizo como atadura, como amarre, cuando pide que Melibea "quede enredada" en el engaño, es decir, que se enamore de Calisto.

Señora buena, la gracia de Dios sea contigo y con la noble hija. Mis pasiones y enfermedades han impedido mi visitar tu casa, como era razón; mas dios conoce mis limpias entrañas, mi verdadero amor, que la distancia de las moradas no despega el amor de los corazones. Así que lo que mucho deseé, la necesidad me lo ha hecho cumplir. Con mis fortunas adversas otras, me sobrevino mengua de dinero. No supe mejor remedio que vender un poco de hilado, que para unas toquillas tenía allegado. Supe de tu criada que tenías de ello necesidad. Aunque pobre y no de la merced de Dios, veslo aquí, si de ello y de mí te quieres servir.

Celestina, Auto IV, p. 113

Como se ha mencionado, una de las estrategias discursivas principales de Celestina es el uso de la lisonja. En este caso, pronuncia falsos halagos al dirigirse a Alisa, madre de Melibea, y así entrar a la casa por primera vez. En contraste con el "Conjuro de Plutón", en esta cita la alcahueta se muestra dócil y retoma las fórmulas de cordialidad cristianas. Es decir, apela a Dios para entrar a la casa de esta familia rica. Además, les habla de su nobleza, bondad y gracia. Por otra parte, demuestra su gran poder de convencimiento con otra de sus estrategias recurrentes: se victimiza, diciendo que no tiene dinero y que ha estado enferma. De esa manera, la gentileza y amabilidad de Alisa la obligan a aceptar la entrada de la vieja en la casa y a comprarle el hilado.

¡Oh angélica imagen! ¡Oh perla preciosa, y cómo te lo dices! Gozo me toma en verte hablar. ¿Y no sabes que por la divina boca fue dicho, contra aquel infernal tentador, «que no de sólo pan viviremos?» Pues así es, que no el sólo comer mantiene. Mayormente a mí, que me suela estar uno o dos días negociando encomiendas ajenas ayuna, salvo hacer por los buenos, morir por ellos. Esto tuve siempre, querer más trabajar sirviendo a otros, que holgar contentando a mí. Pues, si tú me das licencia, diréte la necesitada causa de mi venida, que es otra que la que hasta agora has oído y tal, que todos perderíamos en me tornar en balde sin que la sepas.

Celestina, Auto IV, pp. 118-119

Esta cita brinda ejemplos de muchas de las herramientas discursivas que la alcahueta usa para manipular a los otros personajes. Se trata de las palabras que dirige a Melibea cuando hace la primera visita a su casa, justo antes de contarle que Calisto la ama. En primer lugar, le dirige halagos y lisonjas: le habla de su belleza angelical comparándola con elementos preciosos, brillantes. Ya ha usado la misma táctica para convencer a Areúsa de que se acueste con Pármeno. En segundo lugar, genera suspenso, despista, es un tanto confusa, no se entiende bien qué quiere decir. Así, prepara el tono de la confidencia, del secreto, y logra que Melibea se sienta muy interesada por lo que va a decirle. En tercer lugar, hace preguntas que enganchan al interlocutor en su propia lógica. En cuarto lugar, invierte totalmente la realidad: Celestina es avara y egoísta, está visitando a la muchacha para obtener riquezas, pero dice que siempre prioriza las necesidades de otros a las propias. Se presenta como si hiciera constantes sacrificios por los demás.

Todos los discursos de Celestina cumplen con las reglas de la retórica enseñadas en la época, que el autor conoce porque la Lógica y la Retórica son disciplinas propias del Derecho. El hecho de que la alcahueta tenga este saber produce dos efectos principales. Al interior de la obra, la convierte en una maestra de las palabras, y así funciona como el personaje de mayor centralidad. Hacia afuera, sobre todo en aquella época, es uno de los puntos que causan gracia a sus lectores. Los principales receptores de la obra son jóvenes universitarios como Fernando de Rojas, para quienes sería divertido el contraste entre los temas cotidianos y hasta obscenos que se presentan y la forma del discurso elevado, propio de la elite con el que se expresan muchos personajes, incluso los que pertenecen a sectores populares.

La necesidad y pobreza, la hambre, que no hay mejor maestra en el mundo, no hay mejor despertadora y avivadora de ingenios.

Pármeno, Auto IX, p. 183

Con estas palabras, Pármeno le explica a Sempronio el origen del talento de Celestina para la falsedad: asegura que esa viveza y esa sagacidad para el engaño son recursos aprendidos con el objetivo de no pasar hambre. La habilidad de la vieja, entonces, se desprende directamente de su pobreza.

Los criados acaban de llegar a la casa de la alcahueta. Celestina los recibe con lisonjas exageradísimas y cursilerías, les dice "perlas de oro". Ellos saben que la anciana es una maestra del engaño y que usa las palabras según su conveniencia, y por eso Sempronio se molesta al escuchar los halagos. Entonces Pármeno lo calma con las palabras citadas.

Es interesante señalar que se encuentran allí para compartir un banquete con Celestina, Areúsa y Elicia. Ellos han robado comidas y bebidas de la despensa de Calisto, ya que no cuentan con dinero para comprarlas. De hecho, el propio Pármeno propone ese robo; asegura que el amo tiene alimentos de sobra y que sería fácil despistarlo si sospechara que algo falta. Con estos dos actos, Pármeno demuestra que ya no es el criado fiel y servicial del comienzo de la historia. Las enseñanzas de Celestina sobre las clases sociales parecen haber surtido efecto en el muchacho. Ahora comprende que los engaños pueden ser justificados con la necesidad e incluso está dispuesto a robarle a Calisto.

¡Oh mi vida y mi señor! ¿Cómo has querido que pierda el nombre y corona de virgen por tan breve deleite? ¡Oh pecadora de ti, mi madre, si de tal cosa fueses sabidora, cómo tomarías de grado tu muerte y me la darías a mí por fuerza! ¡Cómo serías cruel verdugo de tu propia sangre! ¡Cómo sería yo fin quejosa de tus días! ¡Oh mi padre honrado, cómo he dañado tu fama y dado causa y lugar a quebrantar tu casa! ¡Oh traidora de mí, cómo no miré primero el gran yerro que se seguía de tu entrada, el gran peligro que esperaba!

Melibea, Auto XIV, p. 244

Esta cita es el lamento de Melibea tras haber perdido la virginidad, representada como una "corona", es decir, algo muy valioso. La muchacha se arrepiente porque sabe que, según los códigos de la época, tener relaciones sexuales sin estar casada es un gran pecado. Sabe que sus actos implican consecuencias muy negativas en la vida de una mujer joven. Además, siente una gran culpa porque arruina la honra de su familia. Piensa que su madre podría matarla si se enterara y que la reputación de su padre está manchada. A su vez, estas palabras funcionan como indicio de la tragedia: Melibea anticipa su propia muerte, puede ver un "gran peligro" en su futuro. Sabe que haber actuado siguiendo al amor-pasión en lugar de cumplir con las reglas de castidad de las doncellas la lleva irremediablemente a la tragedia. Así, la obra remarca el valor de la castidad femenina en la época; su pérdida se presenta como una condena fatal.

Mira que nunca los ausentes se hallaron justos; oye entrambas partes para sentenciar. ¿No ves que por ejecutar la justicia no había de mirar amistad ni deudo ni crianza? ¿No miras que la ley tiene que ser igual a todos?

Calisto, Auto XIV, p. 248

Esta cita pertenece al parlamento en que Calisto expresa su pesar por la muerte de Pármeno y Sempronio. Se lamenta por sus criados, pero principalmente se preocupa por lo que pueda ocurrirle a él mismo, ya que también han asesinado a la alcahueta. Teme que su secreto sea conocido por todos en la ciudad, y así tanto su reputación como la de Melibea queden comprometidas. En el transcurso del monólogo se muestra egoísta, individualista y cobarde. Piensa principalmente en protegerse a sí mismo. Pero también reflexiona sobre la justicia. Piensa en el destino como un juez que ha repartido muchas desgracias en su vida. Recuerda que "las leyes de Atenas" (p. 247) afirman que los delitos públicos son más graves que los privados y relaciona este principio del derecho con el castigo que aplicaron a sus criados. Es decir, desde un punto de vista egoísta e individual, se queja de lo sucedido. Sin embargo, de inmediato recuerda que la justicia debe ser igual para todos; no debe preocuparse por el origen de los delincuentes, ni por sus amistades. Entonces, acepta que la pena aplicada a sus criados es justa, ya que ellos mataron a Celestina.

Pero ¿quién forzó a mi hija a morir, sino la fuerte fuerza del amor?

Pleberio, Auto XXI, p. 297

Esta cita pertenece al "planto" (sinónimo de "llanto") final de Pleberio, es decir, al largo monólogo con el que se cierra la obra. En él, el padre de Melibea se lamenta por el suicidio de su hija y reflexiona sobre varios temas como la justicia, el paso del tiempo, las relaciones entre padres e hijos, las diferencias entre los hombres y las mujeres y los engaños del mundo. Hacia el final del parlamento, Pleberio asume que el final trágico de su hija se debe a la intensidad de su amor, que aparece personificado. Entonces se dirige directamente al amor y le reclama su poder dañino, fatal. Dice que el amor es falso, porque se muestra dulce pero lastima, traiciona. También sostiene que el amor es contrario a la razón, es caótico y caprichoso. Compara al amor con llamaradas de fuego que consumen las vidas humanas. De esta manera, Pleberio culpa al amor por el suicidio de Melibea y le saca responsabilidad a la chica por sus propios actos. Es necesario destacar que el hombre se lamenta de modo genuino por la pérdida de la hija, a la que llama "compañera buena", con una actitud amorosa. No se enoja con ella ni reclama por la mala reputación que pueda tener ahora la familia, como Melibea temía.