La casa de los espíritus

La casa de los espíritus Resumen y Análisis Capítulo 7: Los hermanos y Capítulo 8: El conde

Resumen

Capítulo 7: Los hermanos

Clara y Blanca llegan a La casa de la esquina y pronto restituyen las costumbres que tenían antes de mudarse a Las Tres Marías. En ese tiempo, la casa se llena nuevamente de espiritistas, lectores del tarot y poetas bohemios. Conforme se suman invitados y espíritus, Clara hace construir más habitaciones sin un orden ni una planificación, por lo que la casa se transforma en un laberinto lleno de presencias extravagantes.

A la convivencia se suman los mellizos. Jaime vive de forma austera en una habitación repleta de libros en total desorden, estudia medicina y se dedica de lleno a ayudar a los pobres en el barrio de la Misericordia. Allí trabaja también como médico residente en una salita pobre y destartalada. Por su parte, Nicolás vive en la casa dando rienda suelta al despilfarro. Trata de imitar las dotes adivinatorias de su madre, pero sin ningún resultado.

Los hermanos notan que Blanca está embarazada –algo que se había insinuado en el capítulo anterior, dados los malestares que sentía –y hablan con Clara. Por supuesto, ella ya lo sabía, pero se niega a tomar decisiones con respecto a su hija. Jaime entonces llama por teléfono y le avisa a Esteban Trueba en Las Tres Marías.

Esteban, al enterarse, rompe el teléfono en un acceso de ira y se encierra a pensar qué hacer, arrepintiéndose de no haber matado a Pedro Tercero cuando pudo. Finalmente, se decide. Busca a Jean de Satigny en el pueblo, lo carga en el primer tren a la Capital y le dice que él se va a casar con Blanca, tal como deseaba, y se va a hacer cargo de ese hijo. A cambio, Esteban se compromete a otorgarle una mensualidad generosa y a colocarlo dentro de la herencia familiar.

El conde no tiene ninguna opción, por lo que acepta las reglas que le impone el viejo Trueba. Al llegar a La casa de la esquina, Esteban no pierde tiempo y le dice a su hija lo que se casará. Blanca estalla en llanto y se rehúsa, hasta que Esteban le dice que mató a Pedro Tercero. Entonces, la muchacha pierde toda esperanza y termina aceptando la boda.

Esta se realiza en la catedral, oficiada por el obispo. La fiesta se prolonga en La casa de la esquina y los invitados son de lo más selecto de la sociedad chilena. Blanca no para de llorar, hasta que Clara se le acerca y le dice que Pedro Tercero está vivo. Esto la alivia totalmente, y decide resignarse de momento a su matrimonio, pensando que en el futuro quizás pueda reencontrarse con su amante. La fiesta termina y los novios se despiden para pasar la noche en un hotel y luego partir al norte, donde se instalarán.

En los meses siguientes, Esteban Trueba vuelve a instalarse en la Capital y se dedica a la política. Gana un asiento en la cámara de senadores, representando al partido conservador. En esa época su relación con Clara mejora, aunque cada uno vive en un ala separada de la casa; Clara con sus amigos espiritistas y Esteban con la gente de su partido. Como contrapartida, Jaime se cambia el apellido cuando su padre se transforma en senador, puesto que no quiere que su nombre quede asociado a ese partido. Esto enloquece a Esteban, quien termina por darse cuenta de que está definitivamente alejado de sus hijos.

En esa misma época, Nicolás suele pasar el tiempo en la casa junto a Amanda, su amante. Amanda es una muchacha llamativa por su aspecto y por las ideas que profesa: sigue la corriente de pensamiento existencialista de posguerra y profesa el amor libre. A la casa suele ir junto a su hermano de 5 años, Miguel, a quien cuida como si fuera su madre. Como el Tío Marcos, Nicolás es soñador y emprende mil aventuras que no lo llevan a ningún sitio, salvo a gastar el dinero de la familia. Así, pasa semanas tratando de hace volar un dirigible para cruzar la cordillera, pero las autoridades no se lo permiten.

Cuando cancela sus planes, se da cuenta de que en todas esas semanas Amanda no ha ido a la casa ni una vez. La busca entonces y así descubre que la chica vive en una pobre pensión, afrontando una vida de privaciones e incomodidades. Amanda está embarazada. Frente a la noticia, Nicolás le dice que está dispuesto a casarse y hacerse cargo del niño, pero ella se niega, puesto que lo ve totalmente inmaduro e incapaz de hacerse cargo del niño, y le dice que piensa abortarlo. Nicolás se alivia, y se compromete a pedirle ayuda a su hermano, Jaime.

Jaime enloquece frente al pedido de su hermano, puesto que está perdidamente enamorado de Amanda y piensa que si ese niño fuera suyo se salvaría. Sin embargo, accede a ayudarlos. Estudia entonces cómo practicar un aborto y, junto a Nicolás, conducen a Amanda a la salita del barrio de la Misericordia.

A pesar de los nervios de Jaime, y de que nunca ha realizado ninguna operación, el aborto sale bien, y al día siguiente instalan a Amanda en La casa de la esquina, para poder estudiar su recuperación. Clara se compromete a cuidarla, y Nicolás busca a Miguel para que viva junto a ellos durante ese periodo.

El capítulo finaliza cuando Miguel, por accidente, contempla escondido en un armario el nacimiento de Alba, la nieta de Esteban Trueba, que ya fue mencionada a lo largo de la novela. Sobre este hecho misterioso no se dice nada más y su resolución se planteará en los capítulos siguientes.

Capítulo 8: el conde

Cuando se casan, Blanca decide elaborar una serie de excusas para no sostener relaciones sexuales con su marido. Sin embargo, no tiene que ponerlas en práctica porque la noche de la boda, cuando están el hotel, Jean de Satigny le dice que puede estar tranquila, que el matrimonio, en cuanto a relaciones íntimas se refiere, a él no le interesa.

La pareja viaja cuatro días en buque hasta el norte del país. Allí se instalan en una antigua mansión que Jean decora con mucha extravagancia, algo que Blanca no ha visto jamás en su vida, ni en Las Tres Marías ni en La casa de la esquina. La decoración de Jean posee una sexualidad y un erotismo patente, y la narradora llega a comparar las luces tenues a la iluminación de un prostíbulo. La mansión se divide en dos, un ala para Blanca y otro sector, más alejado, para Jean. Allí, este instala sus laboratorios y su sala para revelar las fotografías que toma, una afición que ya había compartido con Blanca en Las Tres Marías. Las habitaciones de Jean quedan siempre cerradas, y el conde jamás se desprende de las llaves. Para organizar el servicio de la mansión, Jean trae a un grupo de sirvientes nativos, que apenas se comunican con Blanca. Ella incluso descubre cierta complicidad burlona entre ellos y su marido.

En los meses siguientes, mientras el embarazo de Blanca continúa y ella se recluye cada vez más en sí misma y en la relación que ya sostiene con la hija que está gestando, Jean se dedica al contrabando de licores europeos y a la importación de escultura. Luego, descubre en el museo de la ciudad los restos arqueológicos de poblados incas de la región, y ve en aquellas piezas cerámicas un potencial negocio.

Aprende entonces junto a un cura alemán, que es quien más sabe de la arqueología de la región, y luego se dedica a formar cuadrillas de indios que envía a excavar yacimientos para obtener todas las piezas arqueológicas que pueda, incluso momias. Con un contacto en aduanas (puesto que se trata de patrimonio cultural protegido), el conde establece una red de contrabando de piezas arqueológicas con Europa.

Blanca no parece interesarse por las actividades ilícitas de su marido, y lo deja hacer sin intervenir. Sin embargo, la presencia de las momias en la casa comienza a alterarla. Blanca dice escucharlas por la noche, hablando en susurros y moviéndose sigilosamente por la casa. Acostumbrada a convivir con espíritus desde su niñez, las momias le producen una sensación de incomodidad que no ha experimentado hasta el momento. Cuando se lo cuenta a Jean, este le responde con vehemencia que está todo en su imaginación, que necesita descansar y dejar de pensar en espíritus.

A Blanca le llama la atención la respuesta tan enérgica de su marido, que suele no darle importancia a lo que ella piensa. Entonces, al día siguiente, cuando Jean abandona la casa, ella envía al sirviente principal (a quien sabe cómplice de su marido) a comprar a la ciudad, y fuerza la cerradura de las dependencias del conde. Entonces descubre la cara oculta de su marido: las salas están cubiertas de cortinajes negros para que no se filtre la luz, llenas de cajas con vestidos y pelucas. Hay una llama embalsamada y una gran cantidad de fotos que retratan a los indios del servicio doméstico desnudos, disfrazados, con sus penes erectos y, en definitiva, en un sinfín de representaciones cargadas de erotismo y de morbo.

Blanca comprende entonces por qué su marido no estaba interesado por intimar con ella, y siente que su hija no puede nacer y criarse en ese ambiente, por lo que vuelve a su habitación, recoge su dinero y lo que puede reunir de la ropa que ha tejido para su hija y escapa tan veloz como puede a la estación de trenes, rogando tener fuerzas para soportar esos dos días de viaje hasta la capital.

Análisis

La casa de los espíritus es un relato político. Toda la novela se estructura en torno a la contraposición de cosmovisiones e ideologías. Estas se presentan de modo natural a través de los diferentes personajes que desfilan por sus páginas, a lo largo de casi un siglo de historia. La microficción familiar sirve como excusa para abordar de forma subjetiva y no exhaustiva el trasfondo histórico y político de cuatro generaciones de chilenos. Por esto mismo, no es posible pasar por alto la coyuntura histórica que la narradora se propone esbozar a través del pensamiento y el accionar de sus personajes.

El capítulo 7 acciona este mecanismo en función de dos personajes que también se construyen desde el contrapunto: los mellizos Jaime y Nicolás. Los jóvenes han terminado la formación secundaria en el colegio inglés y se instalan nuevamente en La casa de la esquina.

Jaime es un muchacho socialista con vocación de servicio. Estudia medicina y realiza sus prácticas en centros de salud de los barrios pobres. Taciturno y de pocas palabras, no le interesa el lujo ni el bienestar, y vive entregando todo lo que tiene, incluso la ropa que lleva puesta, a quienes más lo necesitan. A través de su labor asistencialista, el lector puede acceder a un esbozo de los sectores más carenciados de la capital chilena y contrastarlo con los lujos de la clase alta. De este contraste se desprende la imagen de Chile como un país de desigualdad extrema en el que la clase media es prácticamente inexistente y la población está polarizada en ricos y pobres. La división también es territorial: el barrio alto es un mundo ajeno al padecer de los barrios pobres. En ese sentido, Jaime se transforma en un nexo entre dos mundos contrapuestos y es el contraste entre las dos vidas que lleva lo que lo inclina hacia el socialismo: el muchacho entiende que los problemas sociales no pueden resolverse con acciones asistencialistas, como donar ropa o comida a un comedor, sino que es necesario llevar a cabo cambios estructurales que vuelvan a organizar la vida social y quite el poder de manos de una minoría conservadora.

Gracias a su conexión con los trabajadores que comienzan a sindicalizarse y organizarse, Jaime se hace muy amigo de Pedro Tercero cuando este último se instala en la capital y se transforma en un conocido cantante de protesta. Así, dentro de la familia conservadora de Esteban Trueba, es su propio hijo quien predica la ideología que él tanto odia y quien vuelve a trabar amistad con su peor enemigo.

Nicolás, por otro lado, es un muchacho despreocupado y disipado. Desde chico ha demostrado ser más inteligente que su hermano Jaime, a quien supera en todo lo que se propone. Pero Nicolás no muestra vocación por ninguna carrera en particular. Le interesan las artes adivinatorias, como a su madre, pero no tiene ningún talento para ellas; lo mueven los negocios y las inversiones, pero nunca se preocupa lo suficiente como para que se vuelvan redituables, y tiene aspiraciones de inventor y explorador, como el Tío Marcos.

Nicolás es un joven progresista que no siente ningún pesar por disfrutar de los previlegios de su clase. Tiene una amante que lleva a La casa de la esquina y presenta a su familia como si se tratara de una amiga. Se trata de Amanda, una joven inteligente y atractiva que predica el existencialismo de posguerra y el amor libre. A través del personaje de Amanda es posible ver las fuerzas de la época en movimiento: nos encontramos con una Chile de posguerra, más comunicada con el resto del mundo y cuyos jóvenes comienzan a interesarse por las ideas políticas y filosóficas que se discuten en el Viejo Continente.

La idea del amor libre, tal como la predican Amanda y Nicolás, tiene sus raíces en las propuestas de Jean Paul Sartre y Simone de Beauvoir, filósofos que en la Francia de posguerra pensaron los vínculos amorosos por fuera del matrimonio como institución social. Sartre y Beauvoir sostuvieron un extenso romance que fue en sí mismo un manifiesto político y social: el amor no implica posesión ni es eterno. El amor puede vincular a dos sujetos por un determinado tiempo y luego mutar, extinguirse, evolucionar hacia otro tipo de relación… todo lo contrario al amor como forma de dominación patriarcal.

A la prédica del amor libre se le suma el existencialismo como forma de estar en el mundo sin buscar justificación y sentido en las instituciones sociales y religiosas occidentales. Ese existencialismo se transforma en una apatía y un pesimismo que Nicolás y Amanda combaten fumando hachís, una droga cannabinoide muy popular entre los jóvenes y vinculada especialmente a los movimientos hippies a partir de la década de 1950.

Más que en Blanca, es en sus hermanos donde se produce el salto generacional: hay elementos estructurales en la vida de Jaime y de Nicolás que los separan definitivamente de sus padres y de su hermana. Mientras uno vive soltero y sin interesarse por contraer matrimonio y el otro predica el amor libre, Blanca está embarazada de Pedro Tercero y su mayor problema es el estigma social que implica, para alguien de su clase, ser madre soltera.

Cuando Esteban Trueba se entera de esto, la obliga a casarse con Jean de Satigny. La boda es una gran farsa: se realiza en la catedral de la Capital y la oficia el mismo obispo. Para la alta burguesía, esa unión es la culminación de todas sus aspiraciones: el capital y los medios de producción de los Trueba unidos al prestigio y la estirpe de un conde europeo. Sin embargo, para el matrimonio es pura conveniencia: Jean de Satigny no está interesado en las mujeres y solo quiere asegurar su estatus económico de por vida. Blanca, por su parte, acepta el matrimonio para resguardar su honra y su posición social, puesto que no puede cortar con la estructura social que hereda de su padre, pero sigue amando en secreto a Pedro Tercero, con quien sabe que se reencontrará en el futuro. Así, el matrimonio es una cárcel social con una función clara, pero vaciado de significado para la pareja. Esa imagen de matrimonio está en crisis a nivel mundial y se irá borrando poco a poco con el pasar de las siguientes décadas.

Al embarazo de Blanca, cuidado por la institución social del matrimonio, se le contrapone el de Amanda. La muchacha vive en la pobreza junto a su hermano Miguel. Cuando Nicolás se percata de que ha desaparecido de su vida, la busca en la pensión y descubre con asombro todas las carencias que la aquejan; es la primera vez que el muchacho se expone a la crudeza de la realidad fuera de los círculos privilegiados. Frente al embarazo de su amante, lo único que se le ocurre es pensar como su padre: propone a Amanda casamiento, para hacerse cargo del bebé y darle un nombre. Pero Amanda se niega rotundamente a este gesto, que solo acentúa la inmadurez de su amante. A pesar de la compleja situación en la que se halla, la joven sigue sosteniendo su ideal de amor libre y de independencia. Por eso le pide a Nicolás que hable con su hermano para que le practique un aborto. Jaime accede y realizan el procedimiento quirúrgico escondidos en uno de los centros de salud de los barrios pobres. El aborto no es simplemente una práctica ilegal que pone en riesgo la salud. Para Amanda, es la reivindicación del derecho a elegir sobre su propio cuerpo y a no someterse a la norma social que la hubiera obligado a tener el niño y casarse con Nicolás por conveniencia, o ser una madre soltera y despreciada por eso.

Sin embargo, el ambiente que se describe en torno a la intervención médica es lóbrego:

Los llevó a través de un laberinto de helados corredores hasta la sala que había preparado, procurando distraer a Amanda de la fealdad del lugar, para que no viera las toallas amarillentas en los tarros esperando la lavandería del lunes, las palabrotas garabateadas en los muros, las baldosas sueltas y las oxidadas cañerías que goteaban incansablemente. En la puerta del pabellón Amanda se detuvo con una expresión de terror: había visto el instrumental y la mesa ginecológica y lo que hasta ese momento era una idea abstracta y un coqueteo con la posibilidad de la muerte, en ese instante cobró forma”. (p. 24)

El aborto coloca a Amanda en una posición precaria y peligrosa: sabe que si el procedimiento se complica puede morir. En ese sentido, hay una connotación negativa inherente a la práctica del aborto que la narradora resalta y compara incluso a una violación. Al mismo tiempo, someterse a esa situación con tal de poder ejercer su libertad de elección transforma a Amanda en un personaje que simboliza el cambio y el empoderamiento femenino que se desliga de las estructuras de dominación patriarcales. El aborto es un signo del cambio de época y de mentalidad, y coincide en la novela con el nacimiento de Alba dentro de un matrimonio falso que ha fracasado.

El capítulo 8 aborda la relación matrimonial de Blanca y Jean de Satigny. Este establece un negocio en el norte que explota los yacimientos arqueológicos y el patrimonio cultural de Chile para explotarlo en el mercado de arte europeo. La fetichización europea de las culturas precolombinas es, para el conde francés, un negocio rápido pero ilegal. Esta es otra forma del domino poscolonial: es el conde el que ostenta los medios económicos para explotar aquellas tierras, saquear su patrimonio y venderlo a europeos millonarios ávidos de exotismo.

Mientras, la vida matrimonial se desarrolla con frialdad. El personal de servicio contratado por Satigny está compuesto por aborígenes, descendientes de los incas, que prácticamente no hablan español, o al menos no se comunican con Blanca. Esta nota rápidamente que existe una alianza extraña entre el jefe de personal y su marido. Movida por las pesadillas que le causan las momias con las que su marido trafica, decide investigar las habitaciones que el conde cierra con llave. Blanca descubre allí que su marido es homosexual, y que su pasatiempo es fotografiar al personal doméstico en las situaciones eróticas más variadas y menos convencionales:

…avanzó sorteando baúles abiertos que contenían ropajes emplumados de todas las épocas, pelucas rizadas y sombreros ostentosos, se detuvo ante un trapecio dorado suspendido del techo, donde colgaba un muñeco desarticulado de proporciones humanas, vio en un rincón una llama embalsamada, sobre las mesas botellas de licores ambarinos y en el suelo pieles de animales exóticos. Pero lo que más la sorprendió fueron las fotografías. Al verlas se detuvo estupefacta. Las paredes del estudio de Jean Satigny estaban cubiertas de acongojantes escenas eróticas que revelaban la oculta naturaleza de su marido.” (p. 175)

A la homosexualidad del conde se suma esta “perversión” de fotografiar a sus modelos disfrazados y en sesiones de sexo grupal, incluso con la llama embalsamada.

La reacción apresurada de Blanca de huir y cortar toda relación con el conde, hasta el punto de no volver a mencionar su nombre nunca más, debe leerse dentro del contexto de época: estamos situados entre los años 50 y los 60, en el seno de una sociedad conservadora que restringe sus prácticas sexuales a la norma heterosexual y eclesiástica: por un lado, el único comportamiento sexual validado socialmente es entre hombres y mujeres y, por otro, las relaciones deben sostenerse solo dentro de la unión matrimonial tal como lo demanda la iglesia católica. Recordemos que la Organización Mundial de la Salud quita a la homosexualidad de la lista de enfermedades recién en 1990, por lo que el comportamiento del conde se ubica en el extremo de lo prohibido al punto de asquear a Blanca.

El hecho también habla de la psicología de Blanca: a pesar de su conducta disruptiva y su transgresión de clase, a pesar de su embarazo fuera del matrimonio, Blanca está limitada por las estructuras sociales en las que ha crecido, y no puede sustraerse a su lógica. La fetichización del cuerpo y el “travestismo” al que el conde somete a la servidumbre (una dimensión que hoy en día representa incluso una elevada expresión artística desarrollada por transformistas o drag queens) excede con creces el espíritu progresista de Blanca y la hace abandonar su vida de casada para siempre.

Podemos pensar, a modo de conclusión, que los capítulos 7 y 8 ponen de manifiesto las estructuras sociales que actúan como normalizadoras. La normalización es uno de los mecanismos sociales de los que se vale el capitalismo para producir sujetos útiles a los esquemas de producción económicos: la institución del matrimonio, por ejemplo, se asegura de producir núcleos familiares que deban vender su fuerza de trabajo para mantenerse y, a la vez, instaura relaciones sociales que impulsan al consumo de bienes. La escuela también hace lo suyo entrenando al niño para respetar horarios y jerarquías (como lo hará luego al transformarse en obrero), e incluso las instituciones médicas marcan lo que se considera dentro de la norma y aquellas conductas anormales que requieren un tratamiento psiquiátrico.

Todos los personajes de La casa de los espíritus se mueven, en mayor o menor medida, dentro de estos esquemas de normalización. La narradora, sin embargo, hace mucho énfasis en las conductas que aparecen como excéntricas y nos llama la atención sobre estos personajes que, de una forma u otra, logran burlar a los mecanismos normalizadores. El mayor ejemplo de ello es Clara, a quien la institución del matrimonio no logra doblegar y puede continuar con su vida espiritual. En el sentido opuesto, Esteban Trueba representa los valores más negativos de estas estructuras: la normalización de los esquemas de poder imperantes en la sociedad occidental a principios de siglo es lo que le permite, por ejemplo, violar campesinas impunemente. Blanca es el resultado de la fusión de los rasgos paternos y maternos: por eso, por momentos rompe con las estructuras normalizadoras, pero no puede escaparse completamente de ellas. Y eso es lo que la empuja a escapar de la conducta anormal del conde.