La casa de Asterión

La casa de Asterión Temas

La otredad o la monstruosidad

Uno de los principales motivos por el cual se valora a “La casa de Asterión” es el de haber recuperado a uno de los monstruos más conocidos de la literatura universal, el Minotauro del laberinto de Creta, para ofrecer una imagen de él absolutamente contraria a la tradición ha construido.

Para ello, Borges hace uso de un recurso formal, la modalización en primera persona, para darle voz a ese monstruo sobre quien todos han hablado, pero que nunca ha tenido la oportunidad de defenderse. “La casa de Asterión”, entonces, constituye una suerte de alegato en la que el monstruo asume la voz narrativa y se defiende en primera persona de todo aquello que se rumorea acerca de él. Este personaje, otredad incomprendida como consecuencia de su aspecto, tiene ahora la oportunidad de justificarse y adquiere, junto a su voz, una nueva humanidad.

Con ello, también, es capaz de invertir el curso de la tradición y engendrar en los lectores sentimientos de compasión y estima, al tiempo que engendra sospechas sobre la presunta heroicidad de Teseo, su asesino: ¿Quién es el verdadero monstruo de esta historia y quién da muestras de una mayor humanidad?

La soledad

“Que entre el que quiera. No hallará pompas mujeriles aquí ni el bizarro aparato de los palacios pero sí la quietud y la soledad” (79): Asterión invita a su casa a todos aquellos que se llenan la boca hablando de él, de su presunta “soberbia”, “misantropía” y “locura” (ídem). Aunque su invitación busca silenciar los rumores, resulta inevitable considerar otros intereses ocultos por parte del monstruo: ¿No intentará, acaso, con su invitación, romper algo de esa ‘quietud’ y ‘soledad’ a la que se encuentra sometido? Como podemos comprobar a lo largo del relato, la pregunta no puede sino responderse afirmativamente.

En su análisis, Paloma Andrés Ferrer relaciona la soledad inherente a la personalidad de Asterión con la de otros monstruos clásicos de grandes clásicos de la literatura, como la novela gótica inglesa, el fantástico y el terror; géneros que, se sabe, han alimentado el imaginario literario de Borges. Entre ellos, nombra a “The outsider”, de Lovecraft; “La construcción”, de Kafka, y Frankenstein, el moderno Prometeo, de Mary W. Shelley:

En estos textos, la soledad del personaje es radical. Su monstruosidad les aísla definitivamente. Todo intento de acercamiento a los semejantes lleva al fracaso: la gente huye despavorida, los injuria, los maltrata. En Frankenstein de M. Shelley la autora juega conscientemente además -igual hará Borges- con la ternura y compasión que la soledad y desvalimiento del personaje suscita” (2001: 2).

Hacia el final de “La casa de Asterión”, el análisis de la crítica se evidencia por completo acertado: el monstruo se entrega sin dudarlo a la espada de su ejecutor con la sincera esperanza de vencer, con la muerte, su soledad: “Desde entonces no me duele la soledad, porque sé que vive mi redentor y al fin se levantará sobre el polvo (...). Ojalá me lleve a un lugar con menos galerías y menos puertas” (82).

La incomprensión

Entre los muchos intereses filosóficos de Borges, aquellos que giran en torno al lenguaje son de los más recurrentes en su obra. La filosofía del lenguaje es una disciplina filosófica que tiene al lenguaje como objeto de estudio, analizándolo en sus aspectos fundamentales. Se encarga de la naturaleza del significado, cómo se construye e interpreta; de la relación entre el lenguaje, el pensamiento y el mundo; de los usos y límites del lenguaje, y de la comunicación.

Cualquiera que conozca la obra de Borges sabe que estos temas ocupan varios de sus relatos y ensayos, al punto en que su producción ha sido objeto de estudio de numerosos filósofos interesados en el lenguaje, como Michel Foucault, Richard Rorty y Umberto Eco, entre otros.

En “La casa de Asterión”, la reflexión sobre el lenguaje se presenta de la mano con una reflexión sobre la otredad, sobre la monstruosidad: “No me interesa lo que un hombre pueda transmitir a otros hombres; como el filósofo, pienso que nada es comunicable por el arte de la escritura” (80). He aquí uno de los pasajes más analizados de “La casa de Asterión”; un pasaje donde un vínculo tan naturalizado, como el que se da entre el lenguaje y la comunicación, es puesto en duda por el monstruo. Asterión es un incomprendido y una de las causas de su incomprensión -y su monstruosidad, que es lo mismo- es su deficiente relación con el lenguaje; su incapacidad para ‘transmitir’, para comunicar.

La metafísica

Borges fue un gran conocedor de filosofía y toda su obra le ha servido como excusa para discutir y problematizar ideas fundamentales de las distintas tradiciones filosóficas.

Los mayores intereses de Borges giran en torno a la metafísica, rama de la filosofía que se pregunta acerca de la naturaleza del ser y de la realidad, y que desarrolla aproximaciones en torno a conceptos como el tiempo, el espacio y la existencia, entre otros.

Aunque Borges asumía una posición más bien escéptica respecto a la capacidad de la metafísica a la hora de explicar el universo -al que consideraba caótico e incognoscible-, partía de las conceptualizaciones de sus teorías para sus propias producciones literarias. En palabras del especialista Jaime Alazraki:

“Lo que la metafísica pretende -sin éxito- hacer en el plano de la realidad (penetrarla e interpretarla), lo hace Borges en el plano de sus cuentos capitalizando las hipótesis de la filosofía y las doctrinas de la teología. Borges ha negado la validez de la metafísica en el contexto de la realidad, pero la ha aplicado a un contexto donde recobra su vigencia: la literatura” (1974: 36).

Como veremos, “La casa de Asterión” se presenta como una oportunidad para distintas reflexiones acerca del tiempo, el sentido de la existencia, la muerte, la creación y el destino; temas que han suscitado una inconmensurable cantidad de reflexiones metafísicas.

El tiempo

De todas las preguntas que la metafísica se hace, aquellas que giran en torno al problema del tiempo son las que más recurrencia tienen en la obra de Borges. Este tema es transversal a toda su producción y puede rastrearse desde sus primeras producciones poéticas hasta El Aleph, libro al que pertenece “La casa de Asterión”.

Borges acude a las conceptualizaciones temporales de diversas religiones, ciencias y corrientes filosóficas para obtener la materia narrativa que luego despliega literariamente en su propia obra. De hecho, en su ensayo Historia de la eternidad, realiza un recorrido sobre el tema del tiempo en el que recurre a los postulados de Platón, Nietzsche y a las cosmovisiones de las culturas griegas, nórdicas y judeocristianas.

La inmensa cantidad de estudios críticos en torno al tema borgeano del tiempo dificulta un análisis exhaustivo de cada uno de los aspectos que puede llegar a presentar. Sin embargo, basta mencionar que Borges estaba fascinado con este concepto, al que interroga literariamente en sus distintas manifestaciones. En el caso de “La casa de Asterión”, como veremos, es posible encontrar alusiones al tiempo cíclico, a la eternidad y, sobre todo, al infinito.

El destino

Vinculado al tema de “La metafísica”, el destino es otro tópico central en la obra de Borges. El destino se asocia a la idea de que las acciones o eventos del mundo se encuentran prefijados. Esta creencia ha sido adoptada por diversas religiones y cosmovisiones a lo largo del mundo, en la medida en que resulta funcional a la idea de que existe un orden superior al cual se encuentra sometido el universo.

En muchos cuentos de Borges, entre los que se encuentra “La casa de Asterión”, pero también otros de gran popularidad, como “El fin” y “El Sur”, nos encontramos con personajes que no consiguen formular ni ejercer una voluntad propia, sino que responden a un destino que parece prefijado, del cual no pueden escapar. La aceptación de este destino se produce en ellos aun cuando su significado escape a su comprensión.

En el caso de Asterión, el minotauro acepta inmediatamente el destino que ha profesado una de sus supuestas víctimas, quien le anuncia la llegada de su redentor: aquel le pondrá fin a su extravío y soledad dentro del laberinto. El sentido trágico y conmovedor de este relato debe comprenderse, según el especialista Jaime Alazraki, en la aceptación de este destino por parte del monstruo:

De esa fábula trasciende el verdadero sentido de la tragedia del minotauro: Asterión sabe que alguna vez llegará su redentor y lo salvará de esa terrible prisión a la que ha sido condenado: el laberinto. Como el leopardo y como Dante, Asterión escucha la profecía de su destino; como ellos, acepta la realización de su destino: en esta aceptación queda explicada la paradójica entrega del minotauro a la espada de Teseo (1974: 37).

La tradición literaria

En su ciclo de conferencias Borges, un escritor en las orillas, la crítica Beatriz Sarlo ofrece una de las claves más utilizadas para pensar y analizar las obras de Borges; aquella que, tal como su título aclara, tiende a ubicar la producción borgeana, e incluso al propio autor, dentro de un espacio que es, a la vez, cultural, simbólico, literario y geográfico: la orilla, el límite, y el margen, entre otros nombres posibles. En términos concretos, la literatura de Borges es tanto una literatura nacional, Argentina, como universal; es tanto individual como el producto de una larga serie de referencias a la tradición literaria, filosófica y religiosa. Incluso es posible afirmar que se sitúa en los límites de los géneros literarios y textuales. En Borges, afirma la autora, “toda la literatura universal es la tradición de la literatura argentina” (1995: 43).

“La casa de Asterión”, como podemos comprobar, confirma con creces la hipótesis de la autora. Con este relato, Borges acude a un gran clásico de la cultura occidental, la Biblioteca; un libro atribuido al mitógrafo griego Apolodoro, que reúne una gran parte de la mitología griega tradicional. Sin embargo, Borges utiliza el clásico como pretexto para la creación de un cuento completamente distinto, incluso contrapuesto, al original. De este modo, la tradición literaria se transforma en “la sustancia misma que la ficción debe buscar allí y no en la acumulación fluida e indeterminada de lo real” (Sarlo, 1995: 44).