Frankenstein

Frankenstein Resumen y Análisis de los Capítulos I a IV

Capítulo I

Resumen:

Frankenstein comienza su relato, prudentemente, con su infancia: proviene de una rica y respetada familia suiza. Sus padres se conocieron, nos dice, cuando su padre fue en busca de un viejo y querido amigo. Este hombre, llamado Beaufort, había caído en la pobreza y la oscuridad: cuando Frankenstein padre finalmente lo encontró, era completamente desdichado y estaba muy cerca de la muerte. Su hija, Caroline, lo atendió con devoción casi religiosa. Tras la muerte de Beaufort, Caroline se dirigió al Maestro Frankenstein en busca de consuelo, y los dos regresaron a Ginebra juntos. Unos años más tarde, se casaron.

Durante los primeros años de su matrimonio, los Frankenstein viajaron constantemente, por el bien de la frágil salud de Caroline. Dividían su tiempo entre Alemania, Italia y Francia. Su primer hijo, Víctor, nació en Nápoles, Italia. Los padres de Víctor lo adoraban, y él a ellos. Su infancia fue desde el principio totalmente idílica. Víctor fue hijo único hasta los cinco años, y tanto él como sus padres sentían fuertemente la ausencia de otros niños.

Caroline Frankenstein tenía la costumbre de visitar a los pobres: ya que ella misma se había salvado de la pobreza, sentía que era su deber mejorar la suerte de quienes no compartían su buena fortuna. Un día, descubrió a una niña angelical, de piel blanca y cabello dorado, que vivía con una empobrecida familia italiana. Como la niña era huérfana, y su familia adoptiva carecía de medios para cuidarla, los Frankenstein decidieron criarla como si fuera suya. La niña, cuyo nombre era Elizabeth Lavenza, se convirtió en la hermana de Víctor y en su fiel compañera, así como el objeto de su culto incondicional. Ella es su posesión más valiosa y hermosa.

Análisis:

Este capítulo se ocupa principalmente del tema de la familia y el parentesco. Se enfatiza aquí la absoluta necesidad de contacto humano y lazos emocionales: Frankenstein padre hace grandes esfuerzos para visitar a su empobrecido amigo, y también Caroline tiene una preocupación desinteresada por las necesidades de los demás (su padre, su familia y los pobres). Es importante tener en cuenta que la ruina de Beaufort está relacionada con su decisión de aislarse de sus antiguos amigos y vivir en absoluto aislamiento. Es su soledad, más que su pobreza, lo que lo lleva a su muerte.

Dado que Víctor habla en primera persona, los otros personajes son presentados en su relación con él ("mi padre, mi madre, mi hermana"). Al comienzo de su historia, Víctor está profundamente arraigado en una estructura familiar tradicional, y desarrollamos nuestras primeras impresiones de su carácter en relación a ella. Su infancia es casi improbablemente ideal, por lo que el lector espera que Víctor refleje el amor y la belleza con los que estaba rodeado de niño.

Algunas de las relaciones descritas en este capítulo están estructuradas como cuidador y atendido: la relación entre Caroline y su propio padre, la del padre de Víctor y Caroline, la de los Frankensteins y Elizabeth, y la de Víctor y Elizabeth, por nombrar algunas. De esta manera, Shelley sugiere que la conexión humana y, para afirmar el caso con mayor claridad, el amor mismo depende de la voluntad de uno de cuidar a otra persona, especialmente si esa otra persona está indefensa o es inocente y, por lo tanto, no puede cuidarse a sí misma. Frankenstein padre le da un hogar a Caroline después de que ella se quede huérfana y sin dinero. Del mismo modo, la familia acoge a la huérfana Elizabeth Lavenza para salvarla de una vida de amarga pobreza. Shelley argumenta sutilmente que no hay nada más desdichado que un huérfano: uno debe cuidar a sus hijos, ya que es responsable de ellos por traerlos al mundo. Esta idea será extremadamente importante con la introducción del monstruo, ya que la negativa de Víctor a cuidar a su propia criatura dirá mucho sobre la moralidad de su experimento.

Capítulo II

Resumen:

La familia deja de viajar después del nacimiento de su segundo hijo. Regresan a su finca, al pie de los Alpes, en Suiza. El joven Víctor prefiere no rodearse de muchos amigos. En cambio, tiene una relación muy íntima con unos pocos elegidos. Estos incluyen a un niño brillante llamado Henry Clerval, conocido por su gran imaginación, y, por supuesto, a su amada Elizabeth. Aunque Víctor dice que no puede haber una infancia más feliz que la suya, confiesa que de niño tenía un temperamento violento. Su temperamento, sin embargo, no estaba dirigido a otras personas, sino que se manifestaba como un deseo apasionado de aprender los secretos del cielo y la tierra. Clerval, por el contrario, estaba fascinado por cuestiones de moralidad, por el heroísmo y por la virtud.

En Ginebra, Elizabeth sirve para calmar y moderar la ardiente pasión de Víctor por el estudio. Sin ella, su interés en el trabajo podría haber desarrollado una cualidad obsesiva.

A Frankenstein lo llena de placer relatar estas escenas de su infancia, que no fueron manchadas por su reciente desgracia. Sin embargo, puede ver cómo sus primeros esfuerzos académicos preven su eventual ruina.

A la edad de trece años, siente fascinación por la obra de Cornelio Agrippa (un alquimista romano que intentó convertir el estaño en oro y los hombres en leones). Su padre le dice que el libro es pura basura, pero Víctor no le hace caso, ya que su padre no le explica por qué el libro es una basura. El sistema de "ciencia" que propugna Agrippa hace tiempo que ha sido demostrado falso, pero Víctor, desconociendo esto, lee ávidamente todas sus obras, así como las de sus contemporáneos, Paracelso y Alberto Magno. Víctor comparte con ellos el deseo de penetrar en los secretos de la naturaleza, y de buscar la piedra filosofal y el elixir de la vida. La búsqueda de este último se convierte en su obsesión. Aunque reconoce que tal descubrimiento implicaría una gran riqueza, lo que Víctor realmente anhela es la gloria.

A Víctor también le preocupa la cuestión de cómo puede uno comunicarse con los muertos, o resucitarlos. No encuentra respuesta en las obras de sus ídolos romanos, y se desilusiona por completo cuando es testigo de una tormenta eléctrica. Como los romanos no tienen una explicación satisfactoria para este fenómeno, Víctor renuncia por completo a ellos y se dedica, al menos por el momento, al estudio de las matemáticas. El destino, sin embargo, lo devolverá a los problemas de la filosofía natural.

Análisis:

Al lector se le presentan gradualmente aquellos aspectos del personaje de Víctor que lo conducirán a su caída. Posee lo que él llama un deseo ardiente de conocimiento. Este deseo no parece ser motivado por algo tan insustancial como la curiosidad: es, en cambio, la condición previa de su propio ser. De este modo, Shelley indica que hay una cualidad compulsiva en la búsqueda de Víctor: es algo muy cercano a la locura.

Por otro lado, el texto indica que es la suave influencia femenina de Elizabeth lo que salva a Víctor de su obsesión durante su estancia en Ginebra. La influencia de las mujeres, y de lo femenino, es presentada así como una esperanza de salvación, inspirando templanza y bondad.

Aunque tanto Víctor como Clerval se caracterizan por ser apasionados y creativos, lo son de manera muy diferente. Henry lo es abiertamente, con canciones y obras de teatro. Víctor, por el contrario, expresa estas características en privado, entre libros y meditaciones filosóficas. Sus lecturas están dirigidas al aprendizaje de los secretos del conocimiento prohibido. Esta predisposición al secreto juega un papel esencial en el trabajo científico de Víctor y sus consecuencias.

La cuestión del lugar del azar y el destino en el destino de Víctor también surge en este capítulo. Víctor encuentra "por casualidad" el volumen de Cornelio Agrippa, y sugiere que nunca se habría sentido tan fascinado con los alquimistas si tan solo su padre le hubiera explicado por qué sus teorías no valían nada. También dice que un "impulso fatal" lo llevó de nuevo al estudio de la filosofía natural. De esta manera, Víctor intenta absolverse a sí mismo de culpa por sus posteriores acciones. La palabra "creación" aparece aquí por primera vez, en referencia a la filosofía natural: Víctor se refiere a ella como "una creación abortada y deforme". Tanto la idea de la creación como la del aborto se volverán sumamente significativas en capítulos posteriores.

Capítulo III

Resumen:

Cuando él tiene diecisiete años, la familia de Víctor decide enviarlo a la Universidad de Ingolstadt, para que se convierta en una persona más cosmopolita. Poco antes de su partida, Elizabeth cae enferma con fiebre escarlata. Caroline, casi enloquecida por la preocupación, la atiende constantemente, sin tener en cuenta el riesgo de contagio. Aunque Elizabeth se recupera gracias a su extraordinario cuidado, Caroline contrae la fiebre. En su lecho de muerte, toma a Elizabeth y Víctor de las manos y les dice que su felicidad depende de su matrimonio. Con este mensaje, muere. Víctor no puede creer que su querida madre se haya ido: dolorosamente afectado por el dolor, retrasa su partida a Ingolstadt. Elizabeth, decidida a llenar al menos parcialmente el vacío dejado por la muerte de Caroline, se dedica a cuidar al resto de la familia.

Clerval va a visitar a Víctor la última noche antes de su partida. Aunque Clerval está desesperado por acompañarlo en la universidad, su padre, prosaico comerciante, no le permitirá hacerlo. Víctor está seguro, sin embargo, de que Clerval no permanecerá atado a la aplastante opacidad del negocio de su padre.

Al partir de Ginebra, Víctor reflexiona sobre el hecho de que no conoce a nadie en Ingolstadt, y de que nunca ha sido capaz de disfrutar de la compañía de extraños. Sin embargo, la idea de adquirir nuevos conocimientos le levanta el ánimo.

La primera persona que conoce en Ingolstadt es Krempe, un profesor de filosofía natural. El profesor se asombra de lo absurdas y obsoletas que son las obras que Víctor ha leído en el pasado, y le dice que vuelva a comenzar sus estudios de cero. Al principio, el narrador es indiferente a la idea de volver a la ciencia: ha desarrollado un profundo desprecio por la filosofía natural y sus usos. Esto cambia, sin embargo, cuando Víctor asiste a una conferencia brindada por un profesor llamado Waldman. Queda completamente cautivado por las ideas de Waldman, quien cree que los científicos pueden realizar milagros, adquirir poderes ilimitados y "hasta remedar el mundo invisible con sus propios fantasmas". Decide volver al estudio de la filosofía natural inmediatamente. Visita al profesor Waldman al día siguiente para decirle que ha encontrado un discípulo en Víctor Frankenstein.

Análisis:

La decisión de Caroline de cuidar a Elizabeth aunque eso signifique perder su propia vida sirve para indicar tanto el desinterés de aquella como el gran valor que se le da en todo el libro al sacrificio personal. Caroline es descrita en su lecho de m­uerte llena de "entereza y bondad". La manera irreprochable en que ha vivido significa que puede morir en paz, segura de su eterna recompensa. Al decirles a Víctor y a Elizabeth que su felicidad dependía de su unión, Caroline hace de ese matrimonio un símbolo consumado de orden terrenal y felicidad. La centralidad de este evento para la trayectoria de la novela se vuelve, por tanto, evidente.

La partida de Víctor de su hogar representa tanto una maduración como un oscuro presagio de sucesos futuros. No hay nada afirmativo en su partida del hogar: ésta es inmediatamente precedida por la muerte de su madre, el viaje en sí es "largo y fatigoso", y no conoce a nadie en Ingolstadt. En la universidad, la obsesiva búsqueda de conocimiento ocupará el lugar de los amigos y familiares de Víctor, sustituyendo la conexión humana y haciendo imposible, además, cualquier conexión de este tipo.

La retórica épica de la clase de Waldman es bastante sorprendente, en tanto hace de los científicos una suerte de dioses:

"... [Ellos] han realizado efectivos milagros. Penetran en las reconditeces de la naturaleza y muestran cómo actúa esta en lo más oculto. Ascienden a los cielos; han descubierto la circulación de la sangre, y la naturaleza del aire que respiramos. Han alcanzado nuevos y casi ilimitados poderes; son capaces de mandar sobre las tormentas del cielo, imitar el terremoto y hasta remedar el mundo invisible con sus propios fantasmas".

Que esta retórica encienda a Víctor es elocuente: lo que lo seduce a volver al mundo de la filosofía natural es la esperanza de convertirse en un dios, libre de las leyes y limitaciones terrenales. Ha enloquecido, no solo con el deseo de descubrimiento sino también con el de omnipotencia y omnisciencia. Víctor nos dice que las palabras de Waldman eran palabras “del destino": es en este momento que se decide su destino. Aquí, una vez más, Víctor se absuelve de la culpa y ubica la fuente de su ruina fuera de él, fuera del ámbito de su propia voluntad. La culpa no es de él sino del destino.

No es casual que el lector conozca recién ahora el apellido del narrador, Frankenstein. Esto sirve para despersonalizarlo y distanciarlo del lector, significando así el abismo de la experimentación en el que pronto caerá. De hecho, "Frankenstein" puede verse como una persona separada, la encarnación del yo científico / dios del narrador, distinguido de la humanidad culpable representada por "Víctor".

Capítulo IV

Resumen

Waldman hace de Víctor su apreciado protegido, y se esfuerza por acelerar el curso de su educación. La filosofía natural y la química se convierten en las únicas ocupaciones de Víctor. El trabajo de laboratorio lo fascina especialmente, y pronto se ve allí aislado por días cada vez. La gran capacidad y la inusual pasión de Víctor impresionan a sus profesores y compañeros por igual. Pasan dos años así, y el atractivo de la búsqueda científica es tan grande que Víctor no visita a su familia en Ginebra ni una vez.

Víctor desarrolla un interés obsesivo por la estructura de la complexión humana: anhela determinar qué es lo que lo anima, qué constituye el principio de la vida. Arrastrado por un "entusiasmo casi preternatural", comienza a explorar la vida estudiando su inevitable contraparte: la muerte. Rápidamente se versa a sí mismo en los rudimentos de la anatomía, y comienza a saquear cementerios en busca de especímenes para sus disecciones. Víctor descubre el secreto de cómo generar vida a través de una repentina epifanía. Sin embargo, no comparte el contenido de esta revelación con Walton (y, por extensión, con el lector), porque su propio conocimiento ha resultado en miseria y destrucción.

Incluso inmediatamente después de su epifanía, Víctor vacila antes de usar su nuevo conocimiento, ya que primero debe diseñar un cuerpo. Decide hacer uno de proporciones gigantescas para hacer su trabajo un poco más fácil. Víctor anticipa con entusiasmo el día en que "una nueva especie me bendeciría como su origen y creador; muchas naturalezas excelentes y dichosas me deberían su ser". Embriagado por la magnitud de su propio poder, reflexiona: "Ningún padre podría reclamar la gratitud de sus hijos con tanto derecho como yo merecería la de ellos".

El trabajo nocturno se desarrolla mientras Víctor está en un estado de trance, saqueando cementerios y torturando criaturas vivientes en nombre de sus impías labores. Su alma se ve completamente poseída por su trabajo, y ​​las estaciones pasan sin que él tome nota de ellas.

Aunque Víctor se preocupa brevemente por su padre, que ha estado esperando ansiosamente una carta de su hijo durante más de un año, se engaña a sí mismo haciéndose creer que el anciano Frankenstein entendería y aprobaría sus esfuerzos. En retrospectiva, se da cuenta de que la búsqueda de conocimiento debe ser serena: cuando es demasiado apasionada, adquiere el carácter de una obsesión. Se destruyen así los placeres simples, y el estudio en sí se convierte en uno que "en modo alguno es conveniente para la mente humana".

Análisis

El hecho de que pasen dos años sin que Víctor visite a su familia habla mal de su carácter. Aunque sabe que su padre y Elizabeth anhelan verlo, permanece completamente absorto en su trabajo. Esto indica que la capacidad de Víctor para el altruismo y la benevolencia ha sido completamente destruida por su obsesión, y que su propio carácter es profundamente defectuoso. Hay algo fundamentalmente egoísta en Víctor, y sus actividades científicas son en sí mismas el producto de un deseo de engrandecimiento propio: quiere crear hombres que lo adoren como a un dios.

Los temas del azar y el destino aparecen una vez más en este capítulo. Frankenstein está a punto de regresar a Ginebra cuando ocurre “un incidente" que lo hace cambiar de opinión. Este dispositivo de la trama, por el que se genera una expectativa solo para verla contradicha momentos después por un suceso aparentemente casual, es común en la novela. Sirve a por lo menos dos propósitos narrativos. Por un lado, le da al lector corrientes alternas de esperanza y desesperación: mientras deseamos que Frankenstein se salve, nos damos cuenta de que su ruina es inevitable. Esta inevitabilidad se asocia a la vez a la narrativa (porque el comienzo del libro deja en claro que ya se produjo la destrucción de Frankenstein) y al personaje (porque vemos cómo los elementos de la personalidad de Víctor no pueden sino conducir a su propia caída). El dispositivo de la trama de generar expectativas interrumpidas también sirve para sugerir que el curso del destino es inalterable. Este está determinado y hay poco o nada que se pueda hacer para cambiarlo.

Aunque Víctor duda antes de comenzar su investigación y después de descubrir el principio de la vida, se burla de su propia discreción, diciendo que la "cobardía o el descuido" han retrasado o evitado muchos descubrimientos notables. Alberga un verdadero desprecio por la prudencia y la cautela, creyendo que no son más que limitaciones a las capacidades del hombre. Frankenstein cree que el hombre debería intentar revertir la muerte, alterar la obra divina. Evidentemente, Víctor tendrá que ser castigado por su arrogancia y su indiferencia respeto a los límites naturales y celestiales.

Frankenstein se vuelve progresivamente menos humano, es decir, más monstruoso, cuando intenta crear a un ser humano. Tortura criaturas vivas, descuida a su familia y saquea cementerios y casas mortuorias. Su salud sufre tanto como su moral: se ve pálido y demacrado. El trabajo de Frankenstein está enfermando, literalmente, al hombre que alguna vez se llamó Víctor.