Frankenstein

Frankenstein Frankenstein: libre albedrío, determinismo, culpabilidad, conductismo

Uno de los aspectos particularmente interesantes de Frankenstein es su exploración del libre albedrío y del determinismo. Este debate pone en cuestión, en términos generales, si somos realmente capaces de elegir cómo actuamos o si nuestras acciones, en cambio, están predeterminadas, totalmente fuera de nuestro control. Esta cuestión ha sido discutida por filósofos desde la Antigua Grecia, y la novela de Shelley utiliza la ciencia ficción para llevar el debate a un contexto moderno.

Lo que hace que la cuestión del libre albedrío y el determinismo sea particularmente notable en Frankenstein es el hecho de que, por estipulación de Frankenstein, la creación de su monstruo fue totalmente determinada por él: descubrió el procedimiento científico preciso que respaldaba cada paso hasta la creación del monstruo. Este diseño procedimental de un ser vivo nos facilita la conclusión de que el monstruo, como entidad, ha sido completamente diseñado por Frankenstein y, lo que es más importante, que el monstruo no es en última instancia responsable de sus acciones, ya que no podía elegir otras.

Es cierto, por supuesto, que el monstruo aprende después de su creación. Sin embargo, la historia sugiere que este proceso de aprendizaje solo sirve para determinar el comportamiento del monstruo de manera exógena. Es decir, el monstruo dice que aprendió a sentir y pensar sobre las cosas a través de los libros El Paraíso perdido, Las vidas de Plutarco y Las penas del joven Werther. Entonces, si bien Frankenstein puede no ser totalmente responsable de las acciones de su monstruo, aún así pareciera que el monstruo tampoco lo es.

Ésta es otra forma en la que se hace parecer al monstruo conceptualmente distante de la humanidad: como el lector tiene conocimiento de la invención del monstruo, podemos suponer fácilmente que sus acciones están determinadas y, por lo tanto, lo vemos mucho más como un autómata complejo que como un humano extremadamente feo. Sin embargo, la novela complejiza este tema: aunque el monstruo pueda parecer distinto de la humanidad por esta razón, ¿lo distingue esto realmente de la misma?

El paralelismo que se desarrolla en la novela sugiere que los humanos pueden funcionar de la misma manera que el monstruo. Tanto Frankenstein como el monstruo explican sus acciones al describir sus orígenes y las diferentes fuerzas externas que los influenciaron. La única diferencia es que sabemos explícitamente que Frankenstein construyó el monstruo. No obstante, si nos detenemos y consideramos a Frankenstein, sabemos que él también fue creado: simplemente es fruto de dos padres en lugar de un solo científico. ¿Es esta diferencia conceptualmente significativa? Quizás no: en ambos casos, la ciencia por la cual se creó el organismo determina en gran medida, junto con las influencias externas, cómo se comportará.

Esta es esencialmente una tesis del conductismo: la noción de que las acciones de las personas se programan en base a una combinación de su biología y de la retroalimentación ambiental. Hoy en día, tal visión se considera reduccionista con respecto a la naturaleza humana, pero lo que Frankenstein subraya de manera relevante es que nuestras acciones, al menos en algún grado, no se conciben puramente como una función de nuestra propia autoría. Las personas, la literatura y nuestro entorno en general nos impulsan a actuar y pensar de maneras específicas, y tal vez, en este sentido, deberíamos ampliar nuestra concepción de qué y a quién, precisamente, debemos culpar por las acciones de cualquier persona.