El sabueso de los Baskerville

El sabueso de los Baskerville Temas

El poder de la razón

En la novela, el caso se resuelve por la confianza que tiene Sherlock Holmes en el poder del intelecto para explicar el misterio. Así, su éxito sugiere que la razón tiene la capacidad de aclarar no solo los misterios sobrenaturales, como las supuestas apariciones, sino también los misterios criminales que el hombre crea a través de artificios y estrategias.

Desde el comienzo de la novela, Holmes desarrolla la importancia que tiene la observación y la deducción para llegar a la verdad. Es ejemplar el momento en el que Holmes es capaz de deducir el nombre del visitante, su edad, su ocupación, dónde vive e, incluso, qué mascotas tiene a partir del bastón que Mortimer dejó. El detective logra esto a partir de una cuidadosa consideración de todos los elementos del bastón: su placa de dedicatoria, lo desgastado que está, dónde fue mordido. Así, llega a una conclusión que luego constata con la realidad del doctor Mortimer.

En El sabueso de los Baskerville, la razón como única herramienta legítima entra en conflicto frente a la posibilidad de una explicación sobrenatural de la muerte de sir Charles Baskerville. El terror impide que los habitantes se den cuenta de que detrás de los rugidos y huellas del sabueso tiene que existir un animal real.

Como hombre eminentemente racional, Holmes entiende que el sabueso tiene que tener una realidad empírica. Así, una vez que ve a la criatura muerta, descubre que fue pintada con fósforo. Es capaz de hacerlo porque su extrema racionalidad se sobrepone a la emoción natural del miedo que afecta a la capacidad de razonamiento de los otros personajes. Esta mirada racional del mundo le permite a Holmes desentrañar el misterio del sabueso.

También la decisión que toma el detective de instalarse en la cabaña del páramo, lejos de la vida civilizada, encarna un triunfo de la razón por sobre la emoción. Sherlock renuncia a las comodidades de su vida habitual y se expone al frío, al hambre, a la soledad con tal de conseguir la información que necesita.

Además, como sabe que vivir en el páramo le proporcionará un punto de vista imparcial de los acontecimientos ocurridos en la residencia de los Baskerville, Holmes puede renunciar a cualquier preocupación por la comodidad y atender su deseo racional de información. Esto es lo que le permite resolver el caso.

Sin embargo, la prueba más convincente del poder de la razón no se encuentra en las acciones y deducciones de Holmes, sino en su inacción. Es tal la capacidad racional de Sherlock que el autor tiene que eliminarlo de la acción narrativa y centrarse en Watson. Esta decisión se basa en que si Holmes hubiera estado presente en la escena del crimen desde el principio, sus éxitos sugieren que habría resuelto el crimen inmediatamente. Por esto, Doyle retrasa la aparición de Holmes hasta el punto de máxima tensión narrativa, en donde su presencia ya es exigida por los mismos personajes de la novela. Una vez más, Sherlock demuestra el poder que tiene la razón para resolver y abordar los misterios de la vida cotidiana.

Lo natural y lo sobrenatural

Uno de los temas fundamentales de El sabueso de los Baskerville es la tensión entre el mundo natural y lo sobrenatural. El mismo sabueso que da título a la novela se piensa que es una maldición de los infiernos que viene a castigar a la familia. Sin embargo, al final del texto descubrimos que en realidad es un artificio utilizado para generar terror y así matar del susto a las víctimas escogidas por Stapleton.

En este sentido, la novela pone de manifiesto que los seres humanos acostumbran a rápidamente tildar de sobrenatural cualquier suceso que se manifieste como inexplicable, en lugar de tomarse el trabajo de explicarlo. Cuando la ciencia carece de respuestas satisfactorias, hasta los hombres vinculados con estos saberes se sugestionan por la leyenda del sabueso de Baskerville. El doctor Mortimer, que se define como “Un aficionado a la ciencia” cree que el animal es un castigo para la familia Baskerville. Así, la novela muestra que, frente a la ausencia de indicios fácticos y confirmables, las supersticiones son una explicación satisfactoria de los hechos.

Esto confirma que la sociedad de la época tiene una disposición a creer en una base sobrenatural. Ninguna de las víctimas del sabueso, ni sir Charles Baskerville ni el convicto fugado Selden, son asesinados por el propio sabueso, sino que mueren por el terror que les genera su presencia. En parte, la habilidad de Stapleton consiste en haber explotado esta tendencia social de creer en lo sobrenatural y haberla utilizado a su favor.

A pesar de su escepticismo frente a toda posible manifestación sobrenatural y su confianza ciega en la razón y el intelecto, incluso Holmes se paraliza cuando se encuentra con el sabueso. Sin embargo, rápidamente decide analizar la naturaleza del animal y descubre que la pintura de la boca y los ojos del sabueso es, en realidad, un artificio utilizado para hacerlo parecer espectral y de otro mundo. Así, muestra que antes de decantarse por una explicación sobrenatural, el detective debe agotar todas las otras hipótesis racionales. Al fin y al cabo, este método le permitió anticiparse a los hechos e impedir la muerte de sir Henry Baskerville.

La vida urbana y la vida en la naturaleza

En la novela, la vida en la ciudad contrasta notablemente con la vida de los personajes en el páramo. Esta diferencia se ve claramente en la descripción de la residencia de los Baskerville. La casa representa la conexión entre el mundo aristocrático y ordenado de la familia Baskerville, que se encuentra mucho más a gusto en la elegante y urbana Londres, y el mundo indómito y peligroso del páramo. A lo largo de los capítulos, el desenfreno del páramo se apodera de ese mundo ordenado y lo invade con sus ideas primitivas y supersticiones sobre sabuesos infernales. En este sentido, el páramo no aporta nada bueno a la vida de los Baskerville, ya que en este sitio ocurren todas las muertes de la novela. Esta mirada peyorativa muestra la clara preferencia de Doyle por la vida en la ciudad; a pesar de su frenesí, es más apropiada para el hombre moderno.

Sherlock Holmes es el personaje que mejor encarna esta idea. El detective, un firme defensor de la racionalidad y el pragmatismo, afirma que sus habilidades se potencian cuando se encuentra en “una atmósfera cerrada” como la de su departamento en Londres. Así, este espacio le permite pensar con mayor claridad los casos.

Si bien la vida urbana no está exenta de peligros, los criminales no pueden esconderse por tanto tiempo en una ciudad. Cuando Holmes y Watson son perseguidos en las calles de Londres, descubren inmediatamente al hombre que los acechaba. En este sentido, el peligro de Londres se debe a sus habitantes, y no a las condiciones geográficas de la ciudad.

En la novela, la misma naturaleza del páramo amenaza a sus habitantes. Para poder recorrer estos parajes, se deben tener conocimientos específicos. Hasta los animales se hunden en estos pantanos. Además, este espacio expansivo y vacío permite que los personajes puedan estar ocultos sin que nadie se dé cuenta. Tanto Selden como Holmes consiguen acechar el páramo prácticamente sin ser vistos durante semanas. De hecho, el propio Stapleton se las arregla para esconder al sabueso y poner en marcha su compleja trama de asesinato, todo ello sin ser visto ni sospechar. Esto sería totalmente imposible en Londres, donde la densidad de población garantiza que siempre haya gente alrededor.

La realidad y las apariencias

En la novela, la tensión entre apariencia y realidad es uno de los temas fundamentales. Mientras que algunos personajes construyen una apariencia determinada para confundir a su rival, el mismo autor explota esta tensión para confundir a sus lectores y complejizar los hechos.

Por una parte, los disfraces y el engaño forman parte de las herramientas del criminal. Stapleton oculta su identidad llevando barba y utilizando el nombre de Sherlock Holmes mientras está en Londres. Además, utiliza fósforo en un perro para que parezca el sabueso espectral del infierno que acecha a los Baskerville. Al final de la novela, nos enteramos de que Stapleton tampoco era su apellido real, sino que era una identidad falsa utilizada para huir de la justicia.

Sin embargo, los disfraces y el engaño también forman parte de las herramientas que utiliza el detective para desorientar a sus rivales. Holmes envía un telegrama a la residencia de los Baskerville con la petición de que se lo entreguen directamente a Barrymore, con el único propósito de averiguar si el mayordomo está efectivamente en la mansión. Más tarde, Holmes pretende encontrarse en Londres cuando, en realidad, está viviendo escondido en el páramo. Como Stapleton, Sherlock no duda en utilizar estas tretas para despistar al criminal.

Por último, también el escritor explota la diferencia entre apariencia y realidad. Las pistas falsas, indicios destinados a confundir al lector y aumentar así la tensión, son un elemento básico de la ficción detectivesca. Por ejemplo, el mayordomo Barrymore atrae la atención del lector como sospechoso, al igual que el convicto prófugo Selden. Barrymore tiene una barba parecida a la del hombre que Holmes vio en Londres; miente cuando se le pregunta por la mujer que solloza por las noches en la residencia, y no acepta el telegrama con el que Holmes pretende averiguar si se encuentra en la mansión. El convicto, un asesino, es una perfecta amenaza potencial que acecha en las sombras del páramo. Estas dos pistas aumentan la sensación de sospecha en el lector, que duda sobre la conexión entre estos indicios y las misteriosas muertes de los páramos. Sin embargo, finalmente confirmamos que fueron estrategias utilizadas por el autor para alejarnos y despistarnos del verdadero criminal de la novela.

La amistad

En la novela, la amistad entre Sherlock y Watson tiene muchas aristas. En primer lugar, ambos personajes tienen personalidades opuestas: el doctor es un hombre de acción mientras que el detective utiliza la razón como única forma de acceso a la verdad.

Esta diferencia entre ambos hace que Sherlock suela tener una actitud despectiva hacia su compañero. Es ejemplar al respecto toda la estrategia que desarrolla el detective escondiéndose en el páramo, fingiendo que confiaba en las capacidades de Watson para resolver el caso. En realidad, este plan era la forma de Sherlock de estar más cerca de la escena del crimen sin levantar sospechas por su presencia. Esta actitud del detective nos muestra su necesidad de tenerlo todo controlado.

Si bien Watson se siente molesto por la desconfianza que tiene su amigo en él, nunca duda de que Holmes tenía buenas razones para esconderse en el páramo. Además, el mismo detective afirma que los informes de Watson fueron fundamentales para ayudarlo a resolver el crimen.

Esto nos muestra que, a pesar de sus diferencias, Sherlock Holmes y John Watson se necesitan mutuamente; son un equipo. Mientras que Watson se relaciona con el mundo exterior, interroga sospechosos y le informa a Holmes, el detective analiza las pistas. En este sentido, Holmes aporta la dimensión más analítica de los hechos mientras que su compañero se centra en las tareas que implican interacción con las otras personas. La novela demuestra que ambos aspectos son importantes y juntos ayudan a completar el rompecabezas.

También es fundamental analizar el marco en donde se desarrolla esta relación de los protagonistas. En un texto repleto de vínculos familiares problemáticos, la amistad de Watson y Holmes, aun con sus defectos, demuestra ser genuina. Esto se opone a las relaciones del clan Baskerville, en donde Stapleton busca eliminar a sir Charles y sir Henry para heredar la fortuna familiar.

El clasismo

En El sabueso de los Baskerville, el animal pone en jaque las creencias sobre lo natural y sobrenatural de los personajes de la novela. Esto sirve para exhibir otro de los temas fundamentales de la narrativa: el rígido clasismo de la sociedad inglesa en la época en que escribe Arthur Conan Doyle.

A lo largo de la historia, las supersticiones del pueblo inculto del páramo son denigradas y, a menudo, desestimadas. Si bien la leyenda del misterioso sabueso llega a generar dudas en el doctor Mortimer, solo los habitantes del páramo se toman en serio la maldición. Esta perspectiva revela una mirada condescendiente sobre lo popular, ya que creer en la superstición significa ser un ignorante.

Esta mirada prejuiciosa sobre las clases bajas y populares reaparece en la forma que tienen de vincularse con ellas. Es ejemplar al respecto el episodio de cortejo entre sir Henry y Beryl Stapleton. El noble no entiende cómo la mujer puede rechazarlo, cuando es él el que pertenece a una clase social distinguida. Así, su linaje debería garantizarle sumisión absoluta. Esto muestra que, para las clases acomodadas de la novela, aquellos que no pertenecen a estos círculos sociales deben ser dóciles y sumisos.

El rol de la mujer

La sociedad de la época de Doyle indicaba que las mujeres debían cumplir el rol de “el ángel del hogar”. Esta tarea se relacionaba con los cuidados domésticos y de los niños, y asegurar la comodidad del marido. Sin embargo, los personajes femeninos de Doyle se ajustan marginalmente a este molde. Cuando la situación lo exige, se ven capaces de liberarse de este estereotipo y emprender acciones reales y efectivas, alterando tanto sus propias vidas como la trama de la novela. De este modo, Doyle argumenta que el ideal de las mujeres como ángeles domésticos es limitante, ya que las mujeres son capaces de mucho más.

Las tres mujeres esenciales en El sabueso de los Baskerville son la señora Barrymore, Laura Lyons y Beryl Stapleton. Cada una de ellas es manipulada por los hombres que las rodean, que intentan controlarlas para lograr sus objetivos.

Por una parte, Selden abusa constantemente de su hermana, la señora Barrymore. El convicto sabe que ella tiene una debilidad por él, y se basa en esto al esperar que ella lo proteja de las fuerzas policiales que lo buscan. En este sentido, el prófugo espera que la señora Barrymore se comporte como el "ángel del hogar" y lo cuide. Sin embargo, esto también exhibe la dependencia de Selden: él está subordinado a su hermana, que puede entregarlo a las autoridades en caso de que así lo considere.

Por otra parte, Laura Lyons responde al modelo de la “mujer caída”. Este concepto era frecuente en esta época y se utilizaba para nombrar a aquellas mujeres que se habían involucrado en una actividad sexual prenupcial. Esto generaba un repudio tal que ningún hombre respetable quería casarse con una de ellas. Esto explica el “precipitado matrimonio” de la mujer. En este sentido, Stapleton aprovecha esta debilidad de Laura Lyons y le ofrece casamiento, pero su oferta es solo una treta para controlarla emocionalmente.

También Beryl Stapleton es maltratada por Stapleton, que la utiliza como trampa para seducir a sir Henry Baskerville y así poder garantizar su presencia en el páramo.

Sin embargo, a pesar de ser manipuladas, a lo largo de la novela, cada una de las mujeres cuenta con la posibilidad de ejercer poder sobre estos hombres que parecen controlarlas. Tanto Beryl Stapleton como Laura Lyons saben lo suficiente sobre los planes de Stapleton y no dudan en advertir a los detectives sobre las crueles intenciones del criminal. Del mismo modo, la señora Barrymore termina confesando la verdad del escondite de Selden a Watson.

Al darse cuenta de su poder y utilizarlo en beneficio propio, las mujeres permiten ayudar a los detectives a la resolución del caso. En este punto, El sabueso de los Baskerville plantea que estos personajes son capaces de trascender su rol como amas de casa y ser participantes activas de los hechos.