"El príncipe feliz" y otros cuentos

"El príncipe feliz" y otros cuentos Símbolos, Alegoría y Motivos

Egipto ("El príncipe feliz") (Símbolo)

Egipto es el destino al que se dirigía la Golondrina inicialmente y la razón por la que conoce al Príncipe en primera instancia: para descansar antes de seguir el viaje, decide ampararse una noche bajo la estatua. Una vez iniciada la relación entre los personajes y durante gran parte del relato, cada vez que el Príncipe le pide a la Golondrina que se quede con él para ayudar a los necesitados de la ciudad, la Golondrina intenta negarse, alegando que sus amigas la "esperan en Egipto” (p.186). "Egipto" se instala así como un escenario de la ilusión, una promesa de placer que contrasta fuertemente con las condiciones que presenta la fría ciudad donde se instala la estatua:

Es invierno -contestó la Golondrina- y la nieve helada pronto estará aquí. En Egipto el sol calienta sobre las verdes palmeras y los cocodrilos yacen en el lodo y miran lánguidamente a su alrededor. Mis compañeras están construyendo un nido en el Templo de Balbec, y las palomas rosadas y blancas las contemplan y se arrullan unas a otras (p.188).

Egipto reúne un conjunto de imágenes paradisíacas, un destino cálido y alegre, un punto de llegada que la Golondrina, finalmente, no alcanzará. La belleza y felicidad que promete Egipto se enarbola cada vez más en tanto avanza la trama, y funciona para ilustrar la dimensión del acto de amor de la Golondrina al renunciar a él: es ese paraíso soñado el que ella sacrificará en pos de ayudar al generoso Príncipe. De esta manera, Egipto se erige como un símbolo del placer y la felicidad que se sacrifican en nombre del amor y la generosidad.

La no fundición del corazón de plomo ("El príncipe feliz") (Símbolo)

El Príncipe Feliz, en su vida de estatua, se dedica a despojarse de las riquezas que lo recubren para ayudar a los necesitados de su ciudad. Cuando el Alcalde encuentra el monumento desnudo, se horroriza ante su apariencia de mendigo y decide fundir la estatua para erigir, con ese material, un monumento de él mismo. Sin embargo, el corazón de plomo del Príncipe resiste a la fundición. En ese movimiento, el corazón de plomo se erige entonces como un símbolo de la resistencia del amor y la generosidad por sobre la violenta voluntad utilitarista de los hombres por destruirlo y convertirlo en un bien intercambiable.

El Ruiseñor desangrándose en el Rosal para fabricar la rosa roja ("El ruiseñor y la rosa") (Símbolo)

El Estudiante llora porque no tiene la rosa roja que necesita para conquistar a su amada. El Ruiseñor decide entonces conseguir esa rosa a toda costa, por lo que acaba fabricándola con su propia sangre, apretando su pecho contra la espina de un rosal hasta que esta atraviesa su corazón. En tanto la rosa roja se constituye como el elemento que hará posible la concreción del amor entre el joven y su amada, la acción del Ruiseñor para conseguirla adquiere la condición de símbolo del sacrificio amoroso.

La rosa roja siendo arrojada al suelo y pisada por un carro ("El ruiseñor y la rosa") (Símbolo)

El Ruiseñor sacrifica su vida para fabricar la rosa roja que un joven enamorado precisa para conquistar a su amada. Sin embargo, la muchacha rechaza al joven diciendo que la flor no combinará con su vestido, y que ya ha sido conquistada por otro joven que le regaló costosas alhajas. El sacrificio del Ruiseñor acaba resultando vano, lo que se concreta en la imagen simbólica del final: la rosa roja no solo es despreciada por la muchacha, sino que además es arrojada al suelo y pisada por la rueda de un carro. El sacrificio del Ruiseñor se da en las sombras, en tanto el Estudiante y la muchacha ignoran lo sucedido, y ahora, además, la flor nacida del dolor del pájaro es reducida a condición de desecho.

La transformación del Gigante del egoísmo a la generosidad ("El gigante egoísta") (Alegoría)

El Gigante es egoísta hasta que se conmueve al ver a un niño que precisa ayuda y a partir de entonces, arrepentido, se entrega a un hacer generoso. Ese niño se revela al final del relato como Cristo, por lo que el cuento puede leerse como una alegoría cristiana sobre la salvación. El protagonista pasa del pecado (el egoísmo que lo lleva a echar a los niños e impedir su entrada al jardín) al arrepentimiento (“¡Cuán egoísta he sido! -dijo- (...) Lamentaba mucho, en realidad, lo que había hecho”, p.201), lo que abre en él una nueva faceta de absoluta generosidad y entrega al amor. Y es el amor por ese niño pequeño, resignificado al final como amor a Cristo, lo que en la simbología cristiana se plantea como condición para la salvación. La transformación del personaje puede leerse, por lo tanto, como una alegoría de la salvación tal como se entiende en los términos del cristianismo.