"El príncipe feliz" y otros cuentos

"El príncipe feliz" y otros cuentos Resumen y Análisis "El admirable cohete"

Resumen

El hijo del Rey se casará con una Princesa rusa y todo el pueblo está fascinado con la muchacha. Es tan pálida que la comparan con una rosa blanca, aunque cuando saluda al Príncipe por primera vez, un paje dice que parece una rosa roja. Todo el mundo, desde entonces, dice “rosa blanca, rosa roja” y el Rey, encantado, ordena que se publique el salario del Paje. Como el Paje no recibe salario, no sirve de nada, pero es considerado un gran honor. Tres días después se celebra el matrimonio. Es una ceremonia magnífica. El Rey toca la flauta pésimamente, pero es muy aplaudido igual.

El último número de la fiesta es la exhibición de fuegos artificiales, que deben estallar exactamente a medianoche. La Princesa nunca vio un fuego artificial, y el Rey le explica que son como auroras boreales.

Al fondo del jardín del Rey los fuegos artificiales comienzan a conversar. Un Buscapiés habla de lo hermoso que es viajar y conocer el mundo. La Candela Romana le dice que el jardín del Rey no es el mundo, a lo que la Rueda Catalina responde que cualquier lugar que se ame es el mundo para uno, pero que el amor pasó de moda, puesto que lo asesinaron los poetas de tanto escribir sobre él. La Candela Romana le responde que eso es una tontería, y que el romance nunca muere. Sin embargo, la Rueda Catalina se mantiene firme en su posición.

De pronto, se oye una tos aguda y seca y todos miran alrededor: proviene de un alto Cohete de aspecto arrogante, que está atado al extremo de una larga varilla. El Cohete espera a que todos hagan silencio y luego habla sobre la suerte que tiene el hijo del Rey de casarse el mismo día en que lo harán estallar a él. El Buscapiés dice creer que es al revés: a ellos los dispararán en honor al Príncipe. El Cohete señala que puede ser que eso suceda con el Buscapiés, pero que su propio caso es distinto, puesto que es un Cohete admirable que viene de padres admirables. Su madre fue la Rueda Catalina de su época y, cuando se presentó en público, giró diecinueve veces antes de esfumarse, lanzando estrellas rosadas. Su padre era un Cohete francés que voló tan alto que la gente temió que no volviera a bajar. Luego, el Cohete habla de cómo detesta la grosería y cuán sensible es. Dice después que todos deberían pensar que si algo le sucediera a él esa noche sería una desgracia terrible para todos, el Príncipe y la Princesa nunca volverían a ser felices y todo se arruinaría. Imaginando el panorama, el Cohete se conmueve hasta las lágrimas.

Cuando alguno de los otros le recomienda mantenerse seco, apelando al sentido común, el Cohete responde que él no es común, sino muy admirable, y los acusa de no tener naturaleza emotiva ni imaginación. Y cuando escucha a los demás reírse y justificar su alegría en que se trata de una festividad, el Cohete los acusa de superficiales, de huecos. Dice, por ejemplo, que el Príncipe y la Princesa podrían ir a vivir a un país donde corriera un río muy profundo y quizás tuvieran un solo hijo y un día el niño se ahogara en el río. El Cohete, ya con imaginarlo, dice no poder sobreponerse a la desgracia. Y cuando vuelven a recordarle que no llore y que se mantenga seco, el Cohete dice que llorará si se le antoja, y efectivamente se larga a llorar.

A la medianoche, todo el mundo sale a la terraza y el Rey ordena que comiencen los fuegos artificiales. Entonces despegan y bailan en el cielo la Candela Romana, los Buscapiés y las Luces de Bengala. También se esparce en chispas el Globo de Fuego y gritan los Petardos. Todos obtienen un éxito formidable, salvo el Admirable Cohete, que está tan empapado en lágrimas que no puede estallar, puesto que la pólvora no se enciende. El Cohete, al ver que es el único que no despega, supone que lo están reservando para una gran ocasión.

Al día siguiente aparecen los obreros para ordenar el jardín, y el Cohete supone que se trata de una delegación de la Corte y se dispone a recibirlos con dignidad. Pero los obreros no le prestan atención y uno, al verlo, dice “¡Qué mal cohete!” (p.223) y lo arroja a una zanja. El Cohete, mientras vuela por el aire, no puede creer lo que escuchó, hasta que se convence de que en realidad el hombre dijo “¡Qué gran cohete!”; y “mal” y “gran” suenan parecido. Luego, al caer en el lodo, se convence de que se trata de algún balneario de moda a donde lo enviaron para que descanse.

Una Rana salta hacia él para recibir al recién llegado a la zanja. Ella habla y al Cohete le molesta no poder intervenir en la conversación. La Rana dice que las discusiones son vulgares porque en la buena sociedad todos tienen las mismas opiniones. El Cohete la acusa de maleducada y dice que odia a la gente que habla de sí misma cuando él quiere hablar de sí mismo, porque eso es egoísmo. Le cuenta luego que el Príncipe y la Princesa se casaron en su honor el día anterior y pronto volverá a la Corte, donde es el favorito. Pero la Rana no lo escucha, porque se alejó hace rato.

Una Pata Blanca nada hasta el Cohete para saludarlo y preguntarle quién es. El Cohete dice que seguramente ella vivió en el campo toda su vida, porque si no sabría perfectamente quién es él. Agrega que entonces le sorprenderá oír que él puede volar por el cielo y bajar en un chaparrón de lluvia dorada. La Pata, sin embargo, no se impresiona y considera inútil la habilidad del Cohete. Dice que otra cosa muy distinta sería si él pudiera arar los campos como el buey o tirar de un carro como el caballo. El Cohete, ante esto, dice que ella debe ser de una clase inferior, y señala que una persona de la posición de él nunca es útil. El talento es más que suficiente. Opina que el trabajo duro es simplemente el refugio de quienes no tienen nada que hacer. La Pata lo saluda, diciendo que ojalá disfrute su nueva residencia. Pero el Cohete aclara que es un visitante y que volverá a la Corte, puesto que está hecho para la vida pública. La Pata se va y el Cohete se queda hundido en el lodo pensando en la soledad de los genios.

Dos niños de delantal blanco llegan corriendo con una tetera y astillas de leña. El Cohete intenta verse digno, pues supone nuevamente que se trata de la delegación. Uno de los niños saca al Cohete de la zanja, sorprendiéndose por encontrar allí una “varilla dañada” (p.226). El Cohete no puede creer lo que escuchó, hasta que se convence de que el niño dijo “varilla dorada” (p.226). El otro niño propone echar el Cohete al fuego, pensando que ayudará a hervir la tetera y así lo hacen, apilándolo entre las astillas de leña. El Cohete piensa que lo que sucede es magnífico; lo soltarán en pleno día, así todos pueden verlo. Los niños deciden irse a dormir, pensando que, cuando despierten, la tetera estará hirviendo. Así que se acuestan en el pasto y cierran los ojos.

El Cohete está muy mojado y le toma tiempo arder, pero finalmente se enciende. Sale disparado al aire, gritando de emoción y seguro de estar causando una gran sensación. Pero nadie lo ve ni lo oye, ni siquiera los dos niños, completamente dormidos. Cuando queda de él solo la varilla, cae al lomo de un Ganso que pasea por allí, que al sentir la varilla sobre sí se zambulle apurado en el agua. “Sabía que iba a causar una gran sensación” (p.227), dice el Cohete, y se apaga.


Análisis

Si en los otros cuentos de la colección el egocentrismo y la soberbia de algunos personajes funcionaban en perjuicio de otros, este relato se distingue por presentar a un protagonista cuyo carácter presumido y cuya ilusión de superioridad no produce consecuencias en nadie más que en sí mismo. Incluso, técnicamente, la irrisoria vanidad del Cohete siquiera acaba por funcionar en su contra, en tanto el personaje en ningún momento adquiere conciencia de su fracaso: al estallar en plena luz del día y ante una audiencia inexistente, el Cohete cree estar dando un espectáculo inolvidable, situación que constituye una ironía.

Por otra parte, el carácter exageradamente egocéntrico del Cohete bien puede leerse en asociación con el de otros personajes de la colección, como el Molinero de “Un amigo fiel”. Al igual que este último, el protagonista de “El admirable cohete” está convencido de que todos a su alrededor deben admirarlo y rendirle favores sin siquiera pensar en la posibilidad de dar él algo a cambio. Toda la escala de valores del personaje se configura en torno a su egocentrismo: “¿Qué derecho tiene usted a estar feliz? Debería pensar en los demás. En realidad, debería pensar en mí. Yo siempre pienso en mí y espero que todo el mundo haga lo mismo. A eso lo llaman compasión” (p.220). Así como, en “Un amigo fiel”, la Rata de agua y el Molinero consideraban que la fidelidad en una amistad se consolidaba exclusivamente en la actitud fiel de sus amigos para con ellos, el Cohete sostiene que la compasión se mide por la actitud compasiva de los demás hacia él, sin creer necesario actuar en reciprocidad.

Pero a diferencia de “Un amigo fiel”, en este cuento no hay ningún personaje que se deje convencer por la ilusión de superioridad del protagonista, sino que, más bien, se ofrecen ejemplos de lo contrario, tal como se puede apreciar en una discusión que mantienen los diferentes tipos de fuegos artificiales cuando aún esperan para estallar en el espectáculo:

Estaba diciendo -continuó el Cohete-; estaba diciendo… ¿Qué estaba diciendo?

-Usted estaba hablando de usted mismo -replicó la Candela Romana.

-Por supuesto; sabía que estaba tratando un tema interesante cuando me interrumpieron tan groseramente. Detesto la grosería y los malos modales de cualquier tipo, porque soy en extremo sensible. Nadie hay en el mundo tan sensible como yo, estoy seguro.

-¿Qué es una persona sensible? -preguntó el Petardo a la Candela Romana.

-Una persona que al tener callos siempre le pisa los pies a los demás -contestó la Candela Romana en un susurro. (p.220)

La Candela Romana registra lo engañoso del discurso del Cohete, que se postula a sí mismo como “en extremo sensible”, mientras que su falta de sensibilidad ya se había evidenciado en la total ausencia de empatía y en el exagerado egocentrismo del personaje. Cuando el Petardo le pregunta por el significado de la palabra “sensible”, la Candela Romana le brinda una respuesta no libre de ironía, ofreciendo, no la significación real de la palabra, sino aquella que podría hacer del atributo “sensible” algo aplicable al Cohete. Los “callos” serían, metafóricamente, la capa de egoísmo que cubre al presumido Cohete y que lo vuelve (paradójicamente) insensible a quienes lo rodean, al punto de que pueda caminar ignorando que está “pisando los pies a los demás”, es decir, perjudicándolos.

Por otra parte, el contexto en que se desarrolla la trama, la celebración por el casamiento del Príncipe y la Princesa, permite que se haga presente en el cuento, aunque brevemente, una conversación acerca del amor. Uno de los fuegos artificiales declara: “el amor pasó de moda; lo asesinaron los poetas. Tanto escribieron sobre él que ahora nadie les cree, y eso no me sorprende. El verdadero amor sufre, y es silencioso” (p.219). Esta reflexión parece estar haciendo referencia, no a la trama del cuento mismo, sino a las de otros en la misma colección, como lo son “El príncipe feliz” y “El ruiseñor y la rosa”. El carácter silencioso y sacrificial del “verdadero amor” aparece representado en estos dos cuentos, encarnado en las acciones que la Golondrina y el Príncipe emprenden por el bien de los ciudadanos y que, sin embargo, permanecen anónimas para los beneficiarios de su ayuda y para las autoridades de la ciudad. Algo similar sucede con el sacrificio que el Ruiseñor hace en nombre del amor, gesto que no es agradecido en lo más mínimo por aquel a quienes busca beneficiar: el Estudiante, a quien el Ruiseñor creía un verdadero enamorado, acaba renunciando al amor por su carácter de inutilidad, revelando así al personaje del Ruiseñor como el único en el relato capaz de representar el verdadero amor que, como se señala en “El admirable cohete”, “sufre y es silencioso”.