El lobo estepario

El lobo estepario Resumen y Análisis Anotaciones de Harry Haller (Parte 2)

Resumen

Después de leer el “Tractat del lobo estepario”, Harry recuerda un poema que escribió hace poco tiempo. En él habla de sí mismo como un lobo viejo que, mientras se acerca a la muerte, se sabe triste y solitario. Harry piensa que tiene dos retratos en sus manos: uno es un poema escrito por él mismo; el otro, un resumen objetivo de su vida. Ambos tienen razón.

Harry reflexiona sobre cómo llegó a la situación en la que se encuentra. Recuerda cuando perdió su buen nombre, su fortuna y su familia. Aunque ha ganado experiencia y espiritualidad en su recorrido, lo hizo a costa de soledad, incomprensión y desaliento.

En el “Tractat” se afirma que él había sido diferentes personas a lo largo de su vida. Harry es consciente de ello, pero en cada una de esas transformaciones ha sufrido demasiado y ahora no se siente con fuerzas para volver a soportarlo. Por eso, la posibilidad del suicidio vuelve a aparecérsele en la mente: “¡Basta ya y acabemos con todo ello!” (61). Con estos pensamientos se queda dormido.

Cuando despierta al mediodía, la idea del suicidio se transforma en una certeza. Recuerda que tiene unas dosis de opio en su botiquín, con las que intentó, sin lograrlo, quitarse la vida hace años. Entonces toma una decisión: cuando vuelva a tener ganas de probar con el opio, en lugar de eso buscará una vía más segura, un revólver o la navaja de afeitar: “Podría ser dentro de un año, dentro de un mes; podría ser mañana mismo: la puerta estaba abierta” (63).

Los días subsiguientes, Harry reflexiona largamente acerca del “Tractat”. Recuerda el letrero luminoso del Teatro Mágico y recrea sus inscripciones, “¡No para cualquiera!” y “¡Sólo para locos!” (64). Cree que es posible que haya perdido la cordura.

Un día, después de buscar por la ciudad al hombre que le había entregado el “Tractat”, se encuentra con una comitiva que se dirige al cementerio para enterrar a un hombre. Por curiosidad, decide seguirlos. Allí siente aversión por la ceremonia fúnebre, le resulta impostada e hipócrita, pero antes de retirarse reconoce entre la multitud al hombre que había estado buscando. Cuando lo interpela simula cierta confidencia con él y le pregunta dónde se realiza la velada del Teatro Mágico. Sin embargo, el hombre parece no reconocerlo y le recomienda, muy al pasar, ir al Águila Negra.

Sintiéndose ridículo, enfurecido consigo mismo y con el mundo, Harry sigue su camino por la ciudad. En un momento se cruza con un joven profesor, un antiguo colega con quien, en el pasado, había coincidido intelectualmente. El hombre lo saluda con alegría, asegurándole que sus conversaciones pasadas habían dejado una huella imborrable en él. Luego lo invita a cenar a su casa. Harry accede aunque siente al hombre y al lobo batallando en su interior. De regreso en su casa, se prepara para la velada aunque está profundamente arrepentido de haber aceptado la invitación.

Al llegar donde el profesor, se toma un momento para reflexionar antes de tocar la puerta. El profesor es un erudito burgués que cree en la ciencia, en el progreso y en la evolución. Es un hombre que no ha estado en la guerra, ni duda “de los fundamentos del pensamiento humano” (72) después haber leído a Einstein. Además, “estima odiosos a los judíos y a los comunistas” (73). Tras considerar estas cosas, toca la puerta y lo hacen pasar.

Mientras aguarda a los anfitriones en la sala de estar, su mirada se detiene en un grabado de Goethe: el retrato muestra al escritor romántico desprovisto de toda la complejidad, como si fuera un típico burgués ejemplar. Rápidamente, Harry siente que estar allí es una mala idea y considera irse, pero justo entra la esposa del profesor y se lo impide.

La velada resulta desastrosa para Harry, quien se da cuenta rápidamente de que no comparte nada con los anfitriones. En principio, el profesor critica duramente un artículo periodístico escrito por un hombre “sin patria” en el que se afirma que Alemania es tan culpable como el resto de “los países enemigos en el desencadenamiento de la guerra” (74). Lo que desconoce es que el propio Harry es el autor del mismo. Momentos después, los tres se trasladan al comedor, pero la cena resulta incómoda y deprimente. A Harry le cuesta terriblemente socializar con sus anfitriones, mientras siente a su lobo interno burlarse con crueldad de sus esfuerzos.

Tras la cena, los tres vuelven al salón del grabado de Goethe, donde Harry comienza a criticarlo con la simple intención de tener un tema de conversación. Sin embargo, su comentario hiere profundamente a la esposa del profesor, que es la dueña del mismo y lo aprecia mucho. La mujer se retira ofendida y Harry se disculpa con el profesor, le aclara que ya no es el mismo de antes, confiesa ser el autor del artículo periodístico y se va. Mientras camina de regreso a su casa, adquiere la firme decisión de cortarse el cuello con la navaja de afeitar. Considera lo que sucedió como una despedida definitiva de su vida pasada, de su “mundo burgués, moral y erudito”, y “una victoria completa del lobo estepario” (78).

Sin embargo, al llegar a su habitación no consigue juntar valor para cortarse el cuello y, en un estado de completa desesperación, sale a caminar sin rumbo por la ciudad. Eventualmente, llega a un restaurante llamado el Águila Negra. En el lugar hay una juerga, suena música estruendosa y hay gente sencilla que baila y se divierte. Harry se sienta en una mesa donde una mujer hermosa y simpática, posiblemente prostituta, le saca charla. Harry le dice que no puede volver a casa y ella parece comprender el motivo.

Tras compartir unos tragos y conversar un buen rato, la mujer le hace prometer que la obedecerá en todo lo que le pida. Como a Harry le gusta mucho, acepta. Lo primero que le pide es que baile un shimmy con ella, pero Harry no sabe bailar ni gusta de la música nueva, así que no puede hacerlo. La mujer le recrimina que él haya tenido tiempo para volverse un erudito, pero nunca le haya destinado un rato a aprender a bailar. Luego, asegura que lo hará aprender el fox-trot, un ritmo moderno.

Continúan charlando y Harry le explica el motivo de su disputa con el profesor. La mujer lo reprende como a un niño; se burla de él y, finalmente, le recrimina que la siga tratando de usted y nunca le haya preguntado su nombre. Harry quiere saberlo, pero ella le asegura que no lo merece y que se lo dirá cuando vuelvan a verse. Tras ello, avisa que se irá a bailar. Harry se deprime nuevamente, pero ella le asegura que volverá luego y le recomienda dormir un poco en la mesa.

Harry cree que no podrá dormirse, pero el cansancio lo vence rápidamente y sueña con Goethe. En el sueño, le recrimina al escritor que, a pesar de haber conocido la desesperanza y la desdicha humanas, haya predicado la fe y el optimismo. Frente a los reproches, Goethe, que constantemente envejece y rejuvenece ante sus ojos, baila, se burla de él y le responde que su problema es tomar demasiado en serio al tiempo y a los inmortales. Sin dejar de reírse estrepitosamente, Goethe le ofrece un estuche donde hay una pequeña pierna de mujer que es, al mismo tiempo, un escorpión. Harry anhela y teme a esta alimaña en forma simultánea.

Cuando Harry despierta, la joven está nuevamente junto a él. Beben un trago y ella le avisa que debe irse. Harry le pide que se quede, ya no quiere volver a casa, donde momentos antes planeaba suicidarse. La joven lo convence de alquilar una habitación en ese mismo lugar para pasar a noche y agendan una cita para volver a encontrarse días después.

Harry despierta, horas después, en la habitación del Águila Negra, y parte de vuelta a su casa. Allí se encuentra con la arrendataria, quien lo reprende cariñosamente por no haber dormido ahí y lo invita a tomar un té. Juntos conversan durante un buen rato acerca del modo en que los avances tecnológicos están socavando los cimientos espirituales de la sociedad.

Los días previos a su cita con la joven del Águila Negra, Harry se siente cada vez más ansioso y teme que lo planten. Considera que ella es lo único que lo saca de la desesperanza y la soledad en la que está sumida su vida. Sin embargo, ella no lo planta y, cuando llega la fecha pactada, se reencuentran en el Águila Negra.

Esa noche, Harry le regala un ramo de orquídeas y ella, contenta, le aclara que aunque vive de los hombres, no desea que él le haga regalos. Luego le pregunta si ya aprendió a bailar el fox-trot y se decepciona al enterarse de que no. Harry quiere saber su nombre, pero ella lo prueba a descubrirlo por su cuenta: le pide que la mire a la cara y le hace reparar en el hecho de que a veces tiene rostro de muchacho. Harry obedece y su cara le hace acordar a Armando, un amigo de su infancia. Entonces le pregunta si se llama Armanda y ella asiente, contenta.

Mientras conversan, Harry se da cuenta de que le encanta el modo en que Armanda consigue pasar de la seriedad a la diversión en un solo instante. Ve en ella una sabiduría que no puede encontrarse ni en las personas más eruditas y filósofas. Ella, por su parte, le recuerda que ha prometido obedecerle en todo y explica que su intención es enamorarlo completamente. Cuando lo consiga, le dará una última orden: “—No te ha de ser cosa fácil, pero lo harás. Cumplirás mi mandato y me matarás. Eso es todo. No preguntes nada” (111). Él accede a todo, un tanto obnubilado por lo misteriosa que le resulta.

Momentos después, Harry intenta hablarle del “Tractat del lobo estepario”, así como de su teoría de que él mismo se encuentra dividido en un lobo y un nombre. Ella no parece sorprendida y acuerda en que ahora parece un hombre, pero la noche en la que se conocieron tenía aspecto de bestia. Tras ello, olvida el tema y propone practicar el fox-trot en la casa de Harry. Para ello deberán comprar un gramófono. Harry no quiere saber nada con bailar, desprecia la música moderna y el sonido artificial de esos nuevos inventos musicales. Sin embargo, no tiene otra alternativa más que acceder: “Era Armanda, y ésta no tenía más que ordenar. Yo, obedecer. Naturalmente que obedecí” (117).

Análisis

Es a lo largo de estas páginas cuando más presente se hace el tema central de “El suicidio” en todo El lobo estepario. Luego de leer el “Tractat”, Harry toma la decisión de quitarse la vida en cuanto vuelva a padecer el absurdo de su existencia; un sufrimiento que emerge de la profunda angustia a la cual lo ha arrojado la soledad, el aislamiento, el dolor y la incomprensión del mundo:

Aunque el suicidio fuese estúpido, cobarde y ordinario, aunque fuese una salida vulgar y vergonzante para huir de este torbellino de los sentimientos, cualquiera salida, hasta la más ignominiosa, era deseable; aquí no había ya comedia de nobleza y heroísmo, aquí estaba yo colocado ante la sencilla elección entre un pequeño dolor pasajero y un sufrimiento infinito que quema lo indecible. (61)

Como analizamos anteriormente, la pulsión de muerte que define el comportamiento de Harry debe relacionarse con la crisis existencial que agobia a muchos filósofos europeos durante las primeras décadas del siglo XX. Se trata de una crisis que surge como una respuesta esperable a la caída de los grandes relatos que habían sostenido el pensamiento occidental durante los siglos precedentes: la incapacidad de los estados modernos de garantizar la paz social durante la Primera Guerra Mundial, el rechazo a la existencia de Dios desde la filosofía, el escepticismo frente a la validez del positivismo a la hora de explicar el mundo, el surgimiento del psicoanálisis y la aparición de la Teoría de la Relatividad postulada por Einstein, entre otros hitos históricos.

Harry Haller encarna la figura del filósofo sumido en la más completa crisis existencial. Es un individuo que ya no le encuentra sentido a la vida, y ello lo condena a un estado de quietismo y desolación que es, como bien señalaba el narrador de la “Introducción”, “la enfermedad de un siglo mismo, la neurosis de aquella generación a la que Haller pertenece” (31). En palabras de Irene Martínez Sahuquillo:

No se puede olvidar que Harry Haller, como otros protagonistas de Hesse, es, ante todo, un buscador de sentido, transido del anhelo de «dotar de un nuevo sentido una vida humana que se ha vuelto absurda», como se lee en las primeras páginas de las anotaciones de Harry Haller (2011: 92-93).

Resulta significativo, en este punto, el episodio del encuentro entre Harry y su antiguo colega, el joven profesor, quien representa la figura del intelectual no comprometido; no sólo con su época, sino también en lo que se refiere al propio conocimiento. Aunque la reacción de Harry en su casa pueda parecer exagerada, lo cierto es que su fracaso al intentar revincularse con este hombre evidencia la caducidad de su propio pensamiento en una época en la que el espíritu crítico -sobre todo en relación con la guerra- ya no tiene cabida y se interpreta públicamente como antipatriotismo.

El irónico resultado del episodio del artículo periodístico es más que ilustrativo en este sentido, al tiempo en que vuelve a evidenciar el carácter autobiográfico de la novela. El profesor es un hombre que

cree en el valor de la mera ciencia, del almacenamiento, pues tiene fe en el progreso, en la evolución. No estuvo en la guerra, no ha experimentado el estremecimiento debido al Einstein de los fundamentos del pensamiento humano hasta hoy (esto cree él que le importa sólo a los matemáticos), no ve cómo por todas partes se está preparando la próxima conflagración; estima odiosos a los judíos y a los comunistas, es un niño bueno, falto de ideas, alegre, que se concede importancia a sí mismo, es muy envidiable. (72-73)

Resulta esperable que un sujeto de este talante estime antipatrióticos los posicionamientos de un pensador alemán como Harry, que, tal como afirma en su artículo periodístico, considera que Alemania “es tan culpable como el resto de los países enemigos en el desencadenamiento de la guerra” (74). No es de extrañar, en este punto, que el propio Hesse estuviera proyectando sobre su personaje lo vivido en carne propia durante los años posteriores a la Gran Guerra. Como afirma su biógrafo Hugo Bell, para Hesse, que

había sido incapaz de acomodarse al tono más áspero de los cañones bélicos (…) la peor experiencia de aquella época fue indiscutiblemente la que tuvo con la prensa. Todavía en El lobo estepario, una década después, Hesse no había olvidado los insultos. No merecería la pena hablar de ellos, si no fuera porque para el poeta se convirtieron en punto de partida de una nueva y más desengañada estética. (2008: 135)

Es con esta caída de Harry Haller, con este coqueteo con la muerte que se produce luego de su visita a lo del profesor, que la novela termina de asumir su carácter de bildungsroman, de novela de formación alemana. En el tema “El despertar espiritual”, desarrollamos el modo en que este género de origen romántico tematiza la formación moral, psicológica y social de un personaje, desde su infancia hasta la madurez. Sin embargo, en el caso de El lobo estepario nos encontramos con que la formación del protagonista no se enmarca en el periodo de la infancia, por el contrario, cuando se encuentra atravesando el último estadio de su adultez. Volviendo a Sahuquillo, la crítica señal que, para Hesse,

la educación no es fundamentalmente un proceso de adquisición de conocimientos o habilidades, sino un desarrollo espiritual cuya finalidad es encontrar sentido y experimentar plenitud, (…) de favorecer las condiciones interiores, espirituales, que ese desarrollo requiere. (…) Hesse deja ver la dimensión productiva y enriquecedora que tienen las crisis que sufren todos sus personajes y que les coloca al borde del suicidio (como estuvo él en distintas épocas), pues una crisis es una oportunidad para el desarrollo personal y el descubrimiento de nuevos caminos que ensanchen el horizonte vital. También la crisis de un hombre maduro, como es Harry Haller, el protagonista de El lobo estepario, es entendida como una etapa crucial de experimentación vital que permite al héroe crecer espiritualmente, que es de lo que se trata. (2011: 85)

De este modo, la lógica de la formación se mantiene fiel al género de la bildungsroman: Harry Haller es un hombre al que el sinsentido de la vida lo ha arrojado al borde del suicidio; ahora no le queda más que atravesar un aprendizaje y despertar, o entregarse al quietismo y perecer.

En el contexto de la bildungsroman, se entiende que Harry desee a Armanda y, al mismo tiempo, su relación con ella adquiera un carácter incestuoso, en tanto ocupa en su vida el rol de una madre/instructora:

—Pero allí no te hubieras encontrado a la mamá que consolara o reprendiera al hijo incauto. Está bien, Harry; casi me das lástima; eres un espíritu infantil sin igual (…).

Me trataba, en efecto, como una verdadera madre. Pero entretanto iba viendo yo por instantes qué hermosa y joven era. (88)

A partir de su llegada, la vida de Harry cambia por completo. En las próximas secciones, veremos como su periodo de formación se organiza en torno a un eje fundamental: la reconexión con su cuerpo, con el placer corporal. Para lograrlo, Harry deberá dejarse guiar por la mano experimentada de Armanda, quien se ocupará de enseñarle a bailar y los beneficios de una sexualidad menos idealizada: “Amar ideal y trágicamente, oh amigo, eso lo sabes con seguridad de un modo magnífico, no lo dudo, todo mi respeto ante ello. Pero ahora has de aprender a amar un poco a lo vulgar y humano” (131). Durante este aprendizaje, el motivo reiterado de la música pasará a ocupar un lugar central, ya que Harry deberá aprender a disfrutar de la música popular de moda a la que considera inculta y baja; como dirá más adelante: “la barata música del día” (138).