El jardín de los cerezos

El jardín de los cerezos Resumen y Análisis Acto I (Primera parte)

Resumen

Un amanecer en el mes de mayo en Rusia, a fines del siglo XIX. Estamos en la finca de Liubov Andréievna. Lopajin, un vecino comerciante enriquecido, y Duniasha, la doncella de la casa, esperan la llegada de Liubov y su hija Ania, quienes han pasado cinco años en Francia. La habitación en la que se encuentran se llama “cuarto de niños”. Duniasha y Lopajin hablan del retraso de los trenes. Lopajin recuerda su infancia: una vez, cuando era niño, su padre le pegó, y Liubov lo llevó a esa casa donde están ahora y cuidó de él con cariño. Lopajin piensa en su padre, que era un mujik, como él también lo es, a pesar de ahora tener dinero y vestir bien. Duniasha está ansiosa hasta el nerviosismo.

Epijódov, un contable algo torpe, ingresa con un ramillete en la mano. La mujer sale para colocar las flores en el comedor y Epijódov le comenta a Lopajin que cada día le sucede una desgracia. Lopajin no lo oye. Duniasha vuelve a entrar y Epijódov tropieza con ella al salir. Duniasha le confiesa a Lopajin que Epijódov le propuso matrimonio. Lopajin no está interesado en el tema, pero Duniasha continúa explicando sus sentimientos: le parece un hombre pacífico, pero no lo comprende. No sabe qué hacer.

Finalmente llega Liubov Andréievna junto a Ania y a Charlotta, institutriz. También aparecen quienes han llegado para recibirlas: la hija adoptiva de Liubov, Varia; su hermano, Gáiev; el viejo sirviente Firs y el terrateniente Pischik. Liubov recorre la casa con lágrimas en los ojos. Después de un momento de bienvenida, quedan solas Ania y Duniasha, quien expresa cuánto extrañó a la joven. Luego, le cuenta que Epijódov le propuso matrimonio y que ella no sabe qué hacer, pero Ania no le presta atención hasta que la doncella informa que el día anterior llegó a la casa Trofimov, quien fuera el tutor de Grisha, hijo fallecido de Liubov. informando que llegó a la casa el día anterior. Ahora, dice, está durmiendo, y Varia le pidió que no lo despertara.

Llega Varia con un manojo de llaves. Las hermanas conversan. Ania cuenta sobre su viaje y sobre los problemas económicos de la familia: Liubov Andréievna, acostumbrada al lujo, está gastando dinero que no tiene y ahora no pueden pagar los intereses de la hipoteca. Varia, entre lágrimas, informa que la finca se venderá en agosto. Ania le pregunta a Varia si Lopajin finalmente le propuso matrimonio, y esta responde que no. Paradójicamente, todo el mundo habla de esa boda, que por ahora no existe. Varia confiesa que le gustaría ingresar a un convento y peregrinar por lugares santos.

Luego las hermanas hablan sobre Trofimov. Ania rememora lo sucedido seis años antes: murió su padre y luego, un mes más tarde, su hermano Grisha, de siete años de edad, también murió, ahogado en el río. Liubov no pudo soportarlo y se fue al extranjero. Ver a Trofimov, quien fuera el tutor de Grisha, podría avivar en ella el recuerdo de la tragedia.

Firs, quien padece sordera por su condición de anciano, entra hablando consigo mismo. Dice, entre otras cosas, que puede morir tranquilo, ahora que la señora Ranévsky volvió.

Entran Liubov Andréievna, Gáiev, Lopajin y Pischik. Ania se retira a dormir. Firs hace comentarios aleatorios, debido a su problema de audición. Lopajin lamenta tener que irse más tarde; le gustaría quedarse hablando con Liubov, a quien admira y a quien considera parte de su familia, aunque su padre haya sido siervo del padre de ella. Liubov sigue emocionándose al observar su casa, y luego toma café.

Análisis

La trama de El jardín de los cerezos se sostiene en el conflicto económico que pone en peligro la tenencia de la finca, propiedad familiar heredada de generación en generación de aristócratas, y ahora en manos de Liubov y Gáiev. Este conflicto en concreto de la obra representa a su vez una problemática existente en el contexto histórico en el cual se estrena la pieza, que es el declive (económico y en términos de poder) de la aristocracia rusa a fines del siglo XIX. Dicho declive tiene como contracara el ascenso del campesinado rural, producto de todo un cambio social que se inicia con la Reforma Emancipadora de 1861, la cual anula la dependencia servil hasta ese momento sufrida por los campesinos rusos. El Manifiesto de la emancipación otorga derechos completos de ciudadanos libres a los siervos y prescribe, a su vez, que los campesinos serían capaces de comprar las tierras de los propietarios (lo cual, hasta el momento, estaba prohibido).

La acción de El jardín de los cerezos tiene lugar unas décadas después de la emancipación, cuando ya son notorias algunas consecuencias de aquel hecho histórico. En su obra, Chéjov refleja situaciones que son producto de aquel cambio social, y los personajes principales se caracterizan por representar dos dimensiones visibles de este proceso.

En primer lugar, Liubov Andréievna, la dueña de la finca, es una aristócrata con graves problemas económicos, y su carácter se define por su incapacidad para sobrellevar la situación de una manera resolutiva. Perteneciente a un estrato social que durante generaciones vivió en el lujo y no debió preocuparse por temas como la economía o los negocios, Liubov no puede adaptarse a las circunstancias de su presente, por lo que no hace sino mirar con nostalgia su pasado. Y en tanto la acción de la pieza tiene lugar en la finca a punto de ser perdida, toda la obra adquiere un tono nostálgico. En efecto, el primer acto se inicia en una habitación particular de la finca a la que todos se refieren como el “cuarto de los niños”, a pesar de que hace mucho tiempo que ya no hay niños en esa pieza. “El cuarto de los niños, mi maravilloso y querido cuarto…” -dice Liubov al llegar- “Aquí dormía yo cuando era pequeña… (Llora.) Ahora también soy como una niña pequeña…” (p.114). Efectivamente, el carácter de Liubov puede ser considerado infantil, en tanto la mujer parece incapaz de lidiar con problemáticas muy propias de la adultez, como los asuntos económicos.

De la difícil situación económica que atraviesa la familia nos enteramos por boca de Ania, quien le cuenta a su hermana sobre los últimos años en que ella y su madre estuvieron en París: "Mamá había vendido ya su villa, cerca de Menton, y no le quedaba nada, nada. Yo también estaba sin un kopek; apenas nos ha llegado el dinero para volver. ¡Y mamá, como si nada! Nos sentábamos a comer en la cantina de una estación, y pedía lo más caro; además, a los camareros todo era darles propinas de rublo" (p.115). Liubov, acostumbrada al lujo, no sabe vivir con mesura. Esto la convierte en un personaje cuyo principal atributo parecería ser la conducta excesiva, manifestada mayoritariamente en su manera de despilfarrar dinero a pesar de encontrarse en una situación de relativa carencia.

Pero el pesar económico no es lo único que perturba a Liubov. Al inicio del primer acto, la protagonista vuelve a su tierra natal después de que un hecho traumático la expulsara de allí cinco años antes. Rememora Ania: “Hace seis años murió mi padre; un mes más tarde se ahogó en el río mi hermano Grisha, un muchachito de siete años, muy simpático. Mamá no pudo soportarlo y se fue, se fue sin volver la cabeza…” (p.116). En efecto, un hecho que marcó la vida de la protagonista de un modo trágico, como lo es la muerte de su hijo pequeño, sucedió fuera del contexto de la pieza, aunque sigue teniendo influencia en la acción de los personajes y es un elemento de importancia en la trama. Este método, por el cual acontecimientos dramáticos importantes tienen lugar fuera de la escena, es característico en la dramaturgia de Chéjov, quien denominó a este recurso técnica de “acción indirecta”.

El otro personaje principal que representa una dimensión importante del cambio social que estaba teniendo lugar en el contexto del estreno de la pieza es Lopajin: “Mi padre fue siervo del padre de usted y de su abuelo, pero usted, propiamente usted, en otro tiempo hizo tanto por mí que lo he olvidado todo y la quiero como si fuese de mi propia familia… más que si fuera de mi familia” (p.117), confiesa el personaje ante la dueña de la finca. Lopajin es hijo de siervos, pero ahora él es un rico terrateniente, mientras que la familia de Liubov se encuentra en declive. Es este personaje quien da inicio a la obra, y quien presenta su pasado en una conversación con Duniasha: “Mi padre fue un mujik, es cierto, pero yo, ya ves, llevo chaleco blanco y zapatos de color. Con hocico de cerdo comiendo pasteles…” (p.113).

Lopajin puede tratar a Liubov como a una igual, puesto que su posición social es en ese momento bastante similar, pero no deja de pesar en él su herencia campesina, su origen: “Sí, soy rico; dinero, tengo mucho, pero si uno piensa y lo examina bien, el mujik, mujik se queda… (Hojeando el libro.) Mira, he leído el libro y no he comprendido nada. Me he quedado dormido leyendo” (p.113).“Mujik” es como se llamó a los campesinos, antes y después de la emancipación. En la época de la esclavitud, el término aludía al campesinado servil; tras la emancipación, “mujik” pasó a ser el término por el cual la aristocracia denominaba a aquellos campesinos o hijos de campesinos que, a pesar de estar enriquecidos y ser independientes económicamente, debían ser diferenciados. El parlamento de Lopajin da cuenta de la interiorización de este término: el personaje lamenta su propia falta de educación o cultura, que lo hace sentir inferior a aquellos educados en la aristocracia.

De por sí, la obra busca también ofrecer ese contraste por vía de detalles: la refinada y elegante Liubov viste a la moda de París; toma café, como se acostumbraba en Francia, en lugar del clásico kvás ruso; se conduce con una delicadeza y elegancia admiradas por Lopajin, quien siente una abismal distancia entre sí mismo y los hábitos culturales de una clase social a la que, sin embargo, superó en términos económicos. Es interesante, en este sentido, el modo en que Lopajin critica el comportamiento de Duniasha, la doncella de la casa: “Eres demasiado fina, Duniasha. Y te vistes y te peinas como una señorita. Eso no está bien. No hay que olvidar lo que es uno” (p.113). Lopajin, a pesar de haber ascendido en la escala social y económica mucho más que Duniasha, quien trabaja como sirvienta, vive con una conciencia de su origen mayor al de la muchacha, quien se percibe como si fuera una hija de la aristocracia. La complejidad de Lopajin se sostiene en este tipo de detalles: es un hombre que, a pesar de haber llegado a donde llegó, siente que una barrera invisible siempre lo separará de la gente como Liubov, a quien admira y frente a la cual se siente inferior.

Es digno de mención también, en relación a las clases y los cambios sociales, la particularidad del personaje de Firs, un viejo siervo que, tras la emancipación, siguió trabajando para la misma familia. “¡Ha vuelto mi señora! ¡He podido verla! Ahora ya puedo morir, no importa…” (p.116), proclama el viejo hombre al ver llegar a Liubov, instalándose así en la obra como un símbolo del viejo orden señorial, en el cual los siervos debían a sus amos una devoción a la que entregaban su vida. Efectivamente, Firs será, en la obra, uno de los personajes que no logran adaptarse a los cambios, al paso del tiempo.

Una situación muy habitual en las obras de Chéjov es la no correspondencia o no concreción en el amor. En esta pieza, la problemática se replica en varios personajes. El primero en expresar estar atravesando esta circunstancia es Duniasha: Epijódov le propuso matrimonio, ella no le responde y está a su vez enamorada de Yasha, quien no le presta demasiada atención. Pero quizás la situación más relevante en relación al asunto amoroso es la que se mantiene entre Varia y Lopajin. La muchacha confiesa ante su hermana: “él está muy ocupado, no tiene tiempo para pensar en mí… ni me presta la menor atención. ¡Que Dios le guarde! A mí, hasta me resulta penoso verle… Todo el mundo habla de nuestra boda, todo el mundo me felicita, y en realidad, no hay nada, todo es como un sueño…” (p.116). En este caso, la no concreción del amor se presenta asociada a una temática muy habitual en la dramaturgia de Chéjov, que es una gran distancia entre la ilusión y la realidad, que perturba a los personajes que sueñan con un presente distinto al que atraviesan. Varia es un personaje que sueña con irse lejos, peregrinar, pero se enfrenta a un destino muy distinto, arraigado al hogar y al deber: el manojo de llaves que porta siempre consigo funciona como símbolo, justamente, de su responsabilidad respecto del orden de la casa. En cuanto a lo amoroso, la relación entre Varia y Lopajin será, a lo largo de la obra, el objetivo de numerosas e insistentes expectativas que terminarán por hacer explotar la sensibilidad de la muchacha en el último acto.