El camino

El camino Resumen y Análisis Capítulos 9-12

Resumen

Daniel se da cuenta de que no será fácil dormirse, pues los recuerdos del valle se le imponen con nostalgia. Recuerda entonces la vez en que él y sus amigos roban manzanas de la casa del Indiano. Gerardo, el Indiano, es el hijo menor de Micaela, la carnicera. Esta siempre lo trató de tonto durante la infancia, pero ya de grande Gerardo viaja a México y, cuando regresa, veinte años después, está muy transformado. A diferencia de sus hermanos César y Damián, que se quedaron arraigados al valle para dedicarse al campo, Gerardo regresa elegante y rico, habiendo desarrollado un negocio y dueño de dos restaurantes de lujo, un establecimiento de aparatos de radio y tres barcos de cabotaje. Trae consigo a una esposa rubia que no habla español, una hija y un auto refinado. César y Damián, que reniegan del pueblo, quieren volverse con él a México. Gerardo no lo consiente pero les monta un negocio en la ciudad, con lo que ambos abandonan también el valle. A diferencia de sus hermanos, que reniegan del pueblo, Gerardo regresa asiduamente, pero no por amor al valle sino por el placer de comparar la pobreza de sus antiguos pares con su riqueza actual.

Por eso, Gerardo, el Indiano, compra en el pueblo una gran casa para pasar algunas temporadas allí. Su hija, la Mica, permanece allí aún cuando sus padres están en México, porque se siente a gusto. Sus tíos César y Damián, llamados por el pueblo “los Ecos del Indiano”, la cuidan.

Un día a Roque, el Moñigo, se le ocurre robar las manzanas del Indiano, y sus amigos aceptan por la emoción de lo prohibido. Daniel está muy nervioso al ir a robar, pero se consuela recordando que el cura José le dijo que si se roba manzanas a alguien muy rico y por necesidad, Dios perdonará ese pecado. Una vez que saltan el cerco, el Moñigo se trepa a un árbol y lo agita para que Germán y Daniel recojan los frutos. De pronto, ven llegar un auto y, del temor, Roque rompe una rama y cae al piso. Enseguida aparece frente a ellos la Mica, que les pregunta si son ellos los que siempre roban manzanas. Daniel teme que los denuncie a la Guardia civil, pero a la vez lo cautiva su belleza y no puede parar de admirarla. La Mica los deja marcharse y llevarse unas manzanas, pero les hace prometer que la próxima vez que quieran manzanas se las pedirán a ella. Los niños se van apesadumbrados, porque su aventura fracasó y solo salieron ilesos gracias a la bondad del prójimo. El Moñigo se burla también de que el Mochuelo quedó alelado luego de ver a la Mica.

Daniel piensa entonces que su amistad con Roque, el Moñigo, muchas veces lo fuerza a probar su valor, conminándolo a realizar pruebas o proezas riesgosas, que muchas veces lo hacen despertarse por la noche, sobresaltado. Las tardes de lluvia tienen para los amigos un encanto particular, pues aprovechan esos momentos para reunirse en el pajar de Daniel y proyectar aventuras y reflexionar. Pero además, esas tertulias siempre terminan en competencias.

Así, una de esas tardes, Daniel adquiere dimensión de la fuerza de Roque y también aprende que para un hombre es torturante no poseer en el cuerpo ninguna cicatriz. Roque comienza por mostrarles sus músculos y sus amigos tocan distintas partes de su cuerpo para comprobar esa fuerza. A continuación, el Moñigo comienza a hacer flexiones y los conmina a copiarlo, pero Daniel no logra hacer más de una y se siente muy abatido por defraudar a su amigo. Sin embargo, piensa que se siente a gusto de tener al lado a un amigo que lo puede proteger con su fuerza, por más de que su madre, las Guindillas y las Lepóridas vean con malos ojos la influencia de Roque.

La competencia continúa cuando Roque les muestra una cicatriz que tiene en la pierna, y Daniel siente mucha preocupación porque lo frustra no tener ninguna cicatriz que ostentar. La carencia de cicatrices lo hace sentir inferior y menos hombre que sus amigos. Daniel sabe que la cicatriz de Roque se remonta a la guerra, la cual Daniel no recuerda vívidamente, pero tiene una idea vaga de los aviones y las bombas y del terror de la gente en el campo. Durante los bombardeos, Sara huía al bosque llevando a Roque, que tenía seis años. Una de esas veces, Roque fue herido con una esquirla de metralla que voló hacia él luego de estallar una bomba cerca. Si bien el pueblo sabe que se trató de una bomba perdida, lanzada por el avión para perder peso, Roque se da crédito diciendo que el avión buscaba deshacerse de él. Esa tarde en el pajar, Roque ostenta su cicatriz y el Tiñoso hace lo propio, mostrando su herida de la oreja y sus calvas. Mientras el Moñigo y el Tiñoso compiten por sus cicatrices, Daniel se compunge pensando que necesita una para él.

A continuación, Daniel cuenta la historia de Quino, el Manco, a quien Roque dejó de admirar al enterarse de que el hombre lloró el día en que murió su mujer, a pesar de las múltiples advertencias que le había dado la Josefa. Esta última estaba enamorada de Quino pero él se había acercado a la Mariuca, convencido de que le convenía una mujer flaca como ella, tal como prefieren siempre los hombres de ciudad, con estudios y talento. Finalmente, Quino se enamoró de Mariuca y a pesar de que todos le advertían que tenía tuberculosis, él decidió casarse con ella. Durante el anuncio de su matrimonio en la iglesia, la Josefa armó un escándalo, gritando que los novios no podían casarse ya que Mariuca estaba enferma. Cuando el cura respondió que la ley del Señor no prohíbe a los enfermos casarse, Josefa comenzó a llorar como una loca y la Guindilla mayor, fiel a su afán de caridad, asistió a la mujer y la llevó fuera del templo.

Luego, el día de la boda, desde el corral del Quino se escuchó un grito y todos vieron a la Josefa desnuda, parada al borde del puente. Varias mujeres gritaron y se desmayaron, y un par de hombres quisieron acudir en ayuda de Josefa, pero sus esposas los instaron a regresar pues no querían que vieran una mujer desnuda. Entonces Josefa volvió a gritar, se lanzó a las aguas de El Chorro y murió.

A pesar de ese hecho trágico, Quino y Mariuca viajaron a la ciudad de luna de miel y una semana después anunciaron que ella estaba embarazada, lo cual dio que hablar a las mujeres del pueblo. Durante el embarazo, la Mariuca enflaqueció mucho y, finalmente, murió tísica una semana después de dar a luz. La Guindilla mayor comentó que se trataba de un castigo de Dios por haber consumado antes del matrimonio.

Todo eso sucede cuando Daniel tiene dos años, y años después él y sus amigos comienzan a frecuentar el bar de Quino, con quien tienen largas charlas. En ocasiones, al hablar de Mariuca, Quino se larga a llorar y Roque, que desprecia los sentimentalismos, se marcha del bar llevándose a sus amigos. Lo que más divierte, en cambio, a los amigos, es escuchar la historia de cómo Quino perdió su mano: años atrás su hermano, que quería ser boxeador, le pidió que le sostuviera un tronco para que pudiera partirlo con el hacha y accidentalmente le cortó la mano. En esas charlas, el Moñigo le pide a Quino que les muestre de cerca el muñón.

La hija de Quino y Mariuca se llama Mariuca también y es apodada Mariuca-uca para diferenciarla de la madre. La mamá de Daniel muestra un fuerte apego por la niña porque siempre deseó tener una niña, pero luego del aborto quedó estéril, y tiene hacia ella cuidados especiales por ser huérfana. Celoso de ese trato especial que su madre le brinda, Daniel desprecia a la niña y, a pesar de que esta hace esfuerzos por acercarse y jugar con él, el niño la evade y la burla. Una tarde, ella le dice que encontró un nido especial y Daniel, atraído por esa aventura, le pide que lo conduzca hacia allí, pero de camino nota que la niña lo mira insistentemente. Entonces le dice, molesto, que deje de mirarlo, y ella le confiesa que le gusta hacerlo. Enseguida la Uca-uca le pregunta si es cierto que a él le gusta la Mica, e intenta disuadirlo diciéndole que es diez años más vieja que él. El Mochuelo le dice que no se meta en su vida y se va enojado, no pudiendo olvidar la advertencia de la niña. Sin embargo, a la noche se consuela recordando que la Guindilla menor también era mayor que Dimas, esperanzado de que la historia pueda repetirse con él y la Mica.

A continuación, Daniel recuerda la vez en que su padre lo lleva de caza. Su tío Aurelio, hermano de su madre, le escribe una tarde para contarle que le enviará un Gran Duque, esto es, un búho grande que sirve de cebo para matar aves rapaces como los milanos. Con el búho en su casa, el padre le anuncia a Daniel que lo llevará por primera vez a cazar. En el monte, el padre le ordena a Daniel que evite moverse y hacer ruidos. Daniel acata y observa cómo su padre acecha con la escopeta mientras el Gran Duque, encadenado y enojado, aúlla. De pronto, su padre le señala unos milanos que vuelan en lo alto, atraídos por el grito del búho, y con mucha destreza le dispara a uno de ellos. Cuando lo hace, Daniel siente sangre en la mejilla y entiende que su padre le ha disparado a él. El padre se alarma, con miedo de que su hijo muera y se frustre así todo el esfuerzo de su vida por tener un hijo que progrese, pero al ver que es una herida superficial, le resta importancia y va en busca del milano muerto. Daniel se ilusiona con la idea de que le quede una cicatriz, pero su padre le dice que no es una herida grave. Al día siguiente, el quesero logra vender el milano muerto por una buena suma de dinero.


Análisis

Al comienzo de esta sección, el narrador retoma el presente de la enunciación para retratar a Daniel acostado en su cama sin poder dormirse. De ese modo se explicita nuevamente el artificio que estructura la novela, mediante el cual el narrador representa las vivencias que a Daniel se le van sucediendo en su memoria: “No era Daniel, el Mochuelo, quien llamaba a las cosas y al valle, sino las cosas y el valle quienes se le imponían, envolviéndole en sus rumores vitales, en sus afanes ímprobos, en los nimios y múltiples detalles de cada día”. Los recuerdos del valle se le van imponiendo involuntariamente, como si tuvieran vida propia y Daniel solo les diera espacio para que fluyeran. Como ya se dijo, la novela es un entretejido de los recuerdos que Daniel va recuperando, que, a su vez, conforman el tejido que es la historia del valle: “La pequeña historia del valle se reconstruía ante su mirada interna”.

Asimismo, vuelve a retomarse la dicotomía entre el campo y la ciudad en el retrato de la figura de Gerardo, el Indiano. Este representa al personaje que se desprende del valle, se exilia y regresa veinte años después transformado en alguien mejor. Para Daniel, es el ejemplo de hombre que ha progresado: rescata en él su elegancia, que lo diferencia mucho de su aspecto bobo de chico, pero que además lo distancia notablemente de sus hermanos que se quedaron en el valle: “...el Indiano se había transformado mucho. Sus hermanos, en cambio, seguían amarrados al lugar, a pesar de que, en opinión de su madre, eran más listos que él”. En efecto, mientras que sus hermanos, César y Damián, permanecen y se dedican a labores típicas como la carnicería y la ganadería, el Indiano monta un negocio y vuelve rico. Símbolo también de su progreso y refinamiento es que regrese con una mujer rubia que no habla español y con un auto que no hace ruido. Puestos a la misma altura, como si se tratara de bienes intercambiables por dinero, la mujer rubia y el auto especial simbolizan lo nuevo, lo extranjero, todo aquello que se distancia de la humildad y rusticidad del campo.

Los hermanos del Indiano también abandonan el pueblo en cuanto pueden, arrastrados por el negocio de aquel, y apenas lo hacen empiezan a renegar de su tierra natal. Una vez más, el apodo que se les adjudica a los hermanos del Indiano, “Ecos del Indiano”, simboliza su condición de copias lejanas y desmejoradas de Gerardo. El narrador destaca, sin embargo, que Gerardo no reniega de su pueblo y vuelve con frecuencia, pero no adjudica esta costumbre a su amor por el lugar sino a que la pobreza del pueblo no hace más que acentuar su riqueza actual: “Los ricos siempre se encariñan, cuando son ricos, por el lugar donde antes han sido pobres. Parece ser esta la mejor manera de demostrar su cambio de posición y fortuna y el más viable procedimiento para sentirse felices al ver que otros que eran pobres como ellos siguen siendo pobres a pesar del tiempo”. De este modo, una vez más, la oposición entre el campo y la ciudad se liga al contraste entre la pobreza de uno y la riqueza de la otra.

En este sentido, la crítica señala que El camino se sitúa en un momento histórico en el que el éxodo a las ciudades es constante, si bien aún no llega a alcanzar las dimensiones que tendrá más adelante. Ya se ha dicho que la postura del narrador al respecto, que a su vez se hace eco de la mirada de Daniel, tiende a privilegiar el espacio del campo por sobre el de la ciudad. En su novela, Miguel Delibes parece estar trabajando en una rememoración de una cultura rural que él conoció y que está empezando a desaparecer.

Por otro lado, la aventura de los amigos en la quinta del Indiano actualiza algunos de los temas que ya se han presentado. En principio, se retoma el tono burlesco que la novela asume en torno a la devoción extrema de la Guindilla. Antes de ir a robar las manzanas, Daniel se siente inspirado “por las manías de la Guindilla mayor”, y se le acerca al cura para preguntarle si robar a un rico es un pecado. José le dice que si se trata de alguien muy rico y el robo es por necesidad, para no morir de hambre, entonces Dios puede perdonar el pecado. Así, por un lado, se ridiculiza la extrema devoción de la Guindilla mayor, que ante cualquier duda recurre al cura en busca de respuestas. Pero además, el tono burlesco continúa luego, cuando Daniel fuerza el argumento del cura para justificar su accionar. Exagera la dimensión de su aventura como si en lugar de tratarse de un juego se fundara en la necesidad: “Daniel, el Mochuelo, quedó apaciguado interiormente. Gerardo, el Indiano, era muy rico, muy rico y en cuanto a él, ¿no podía sobrevenirle una desgracia como a Pepe, el Cabezón, que se había vuelto raquítico por falta de vitaminas (...)? ¿Quién le aseguraba que si no comía las manzanas del Indiano no le acaecería una desgracia semejante a la que aquejaba a Pepe, el Cabezón?”. De este modo, la novela vuelve a parodiar la devoción oportunista que busca en la religión formas forzadas de justificar acciones reprobables y fundadas en intereses individuales.

En el robo de las manzanas también vuelve a ponerse en juego el mandato de hombría. Daniel admite que su relación con el Moñigo consiste en poner a prueba su osadía y someterlo a pruebas que muchas veces le generan miedo y exaltación y, otras veces, tristeza y frustración. Daniel obra más impulsado por acatar el mandato que por verdadero convencimiento. Del mismo modo, el mandato de Roque interviene en el vínculo que los amigos tienen con Quino, el Manco. Para él, que Quino llore por la muerte de su mujer es prueba de su falta de hombría, y Roque siente la necesidad de huir cuando eso ocurre. Lo que lo acerca al hombre, en cambio, es el relato sobre cómo perdió su mano.

En este sentido, la herida y la cicatriz constituyen símbolos de la hombría, de valentía, de valor. El muñón de Quino es objeto de admiración para los amigos, tal como lo será la cicatriz que se hizo Roque durante los bombardeos de guerra, o las lastimaduras de Germán. La idea que Daniel hereda de Roque sobre lo que es la hombría se ejemplifica en su reproche por no tener ninguna cicatriz: “Él hubiera dado diez años de vida por tener en la carne una buena cicatriz. La carencia de ella le hacía pensar que era menos hombre que sus compañeros que poseían varias cicatrices en el cuerpo”.

Además, la cicatriz de Roque aparece ligada a la experiencia de la guerra. La Guerra Civil española suele aparecer representada en las novelas de Delibes, aun cuando sea un escenario de fondo que transforma la fisonomía del campo y de la ciudad, la situación económica y la relación entre las personas. En El camino, solo aparece mencionada al pasar, en la medida en que no es un recuerdo muy vivo en Daniel, pero el retrato muestra la crudeza de esa época:

Daniel, el Mochuelo, apenas se acordaba de la guerra. Tan solo tenía una vaga idea de haber oído zumbar los aviones por encima de su cabeza y del estampido seco, demoledor, de las bombas al estallar en los prados. Cuando la aviación sobrevolaba el valle, el pueblo entero corría a refugiarse en el bosque: las madres agarradas a sus hijos y los padres apaleando al ganado remiso hasta abrirle las carnes.

La herida de Roque es producto de una esquirla de metralla que le llega cuando un avión se desprende de una bomba, pero Roque construye la historia de que la bomba fue lanzada para destruirlo a él, con lo que exagera la importancia de su cicatriz, produciendo la admiración de sus amigos y acentuando el sentimiento de inferioridad de Daniel.

Esta sección también presenta algunos pasajes cómicos. Uno de ellos, por ejemplo, es la escena de la caza, cuando Daniel es herido por su padre. El niño está más preocupado por constatar que le ha quedado una cicatriz que por haber estado en peligro de muerte. Su padre, por su parte, al ver el accidente también se preocupa más por el hecho de ver frustrados sus deseos de tener un hijo que progrese que por el miedo de que su hijo muera: “Sus ahorros concienzudos y su vida sórdida dejaron, por un instante, de tener dimensión y sentido. ¿Qué podía hacer él si había matado a su hijo, si su hijo ya no podía progresar?”.

Por otro lado, la comicidad se vuelve más explícita durante el relato del suicidio de Josefa. Cuando la mujer se halla desnuda al borde del puente, el narrador cuenta que varios hombres del pueblo quisieron acercarse para ayudarla, pero que sus esposas se los impidieron para que no vieran a una mujer desnuda. La razón de esa negativa supone una burla de las conductas de la gente del pueblo y, asimismo, asume un tono dramático en cuanto sabemos del desenlace de ese evento: la muerte de Josefa.