El camino

El camino Resumen y Análisis Capítulos 5-8

Resumen

Daniel presenta a las Guindillas, tres hermanas vecinas del pueblo que son conocidas por su mal carácter y por su extrema devoción religiosa. La mayor, Lola, es chismosa, entrometida en la vida de los demás y la más devota, y Daniel la desprecia por ostentar una falsa bondad. A la del medio, Elena, Daniel no la conoce, porque murió de joven, pero sabe que su hermana Lola la repudiaba por vaga y que, cuando murió, agradeció que Dios se llevara a la más inútil de la familia. La menor, Irene, es conocida por haber deshonrado a su familia. Cuando años atrás se establece en el pueblo un banco, llega para trabajar allí el oficialito Dimas. Irene se siente atraída y empieza a reunirse con él, y en una oportunidad, le confiesa a la Guindilla mayor que le ha contado al oficialito sobre el dinero de su familia, y el hombre la ha aconsejado sobre qué hacer con él. La mayor, escéptica de la bondad de Dimas, le dice que ella es muy vieja para unirse a él y seguramente él va en busca de su dinero. Sin embargo, al día siguiente, Cuco, el factor del pueblo, anuncia que la Guindilla menor se ha ido del pueblo en el tren con Dimas.

Entonces, la Guindilla mayor, humillada, se viste de luto y visita al cura José para consultarle si su hermana es una prostituta y si ella está en riesgo de cometer el mismo pecado. El cura le dice que Dimas es un buen hombre, pero Lola, inconforme, regresa a su tienda y la cierra por diez días a modo de luto por la deshonra.

A continuación, Daniel presenta a Germán, el Tiñoso, con quien también mantiene una estrecha amistad. Es el hijo menor de Andrés, el zapatero, a quien en el pueblo identifican por su aspecto flaco y por mirar las piernas de las mujeres que pasan. El Tiñoso se caracteriza por tener calvas en la cabeza, de ahí su apodo, y Daniel recuerda que, en una oportunidad, la Guindilla mayor, ostentando un desmedido interés por el prójimo, le aconsejó al zapatero que le diera una pomada a su hijo, pero el hombre le respondió que las calvas se las había pegado un pájaro.

El zapatero Andrés tiene en su taller una colección de pájaros y es por ello que Germán es un aficionado de esos animales, lo cual atrae a Daniel y a Roque, pues a pesar del aspecto débil del niño su saber les resulta útil para jugar a la caza. Fruto de su afán por los pájaros, Germán es cojo, pues una vez cayó de gran altura mientras buscaba un nido, y tiene un lóbulo de la oreja partido, por haberse lastimado mientras acechaba a los tordos. Roque, el Moñigo, admira esa fortaleza de Germán y lo usa de cebo para desencadenar peleas en las que ejercitar sus músculos. Así, en las romerías, a pedido del Moñigo, el Tiñoso se acerca a grupos de muchachos y, para provocarlos, se los queda mirando hasta que alguno le pega, y entonces acude Roque en su ayuda. Este encuentra así un motivo válido para iniciar una pelea con sus adversarios, que siempre gana.

En la pandilla conformada por los tres amigos, Roque es el que se impone por su fuerza, a pesar de que Daniel y Germán son más inteligentes y habilidosos. Pasan las tardes de verano juntos, cazando pájaros en el monte, jugando a los bolos, pescando peces en el río y bañándose en las aguas de la Poza del Inglés. Una de esas tardes, a sus siete y ocho años respectivamente, Daniel y Germán aprenden qué significa un aborto y tener el vientre seco. Viendo pasar un pájaro, el Mochuelo exclama que debe de tratarse de la cigüeña que espera la maestra. El Moñigo entonces se da cuenta de que Daniel y Germán aún creen en la cigüeña y les revela que los niños salen del parir de las madres, al igual que los animales. Entonces les cuenta que el parto duele mucho y que su madre murió del dolor dando a luz. Daniel no puede creer lo que su amigo le cuenta y lo asocia a la vez en que su madre le mostró a una vaca lechera y aprendió que las vacas no llevan la leche en cántaras sino en sus ubres.

A partir de esta nueva perspectiva, Daniel, el Mochuelo, que se encuentra completamente desnudo luego de bañarse en el río, siente por primera vez vergüenza de su cuerpo. Asimismo, comienza a sentir un amor más profundo por su madre, porque entiende que los une un vínculo más fuerte, y que la maternidad es más hermosa ahora que sabe que su madre ha soportado un dolor muy fuerte por traerlo al mundo. Desde entonces, Daniel viste un calzoncillo cada vez que va a bañarse al río.

A continuación, Daniel reconstruye el resto de la historia de la Guindilla menor. Tres meses después de fugarse del pueblo, Irene regresa al pueblo sola. Nuevamente es Cuco, el factor, quien lleva la noticia al pueblo y todos en el valle hablan de ello. Irene baja del tren con aspecto derrotado y vestida de luto, como una viuda, y se dirige a la tienda de las Guindillas. Allí le confiesa a su hermana mayor que ha pecado, pues ha tenido relaciones extramatrimoniales con Dimas, y este la abandonó al enterarse de que es estéril. También confiesa que Dimas creía que Irene tenía mucho dinero y ella nunca quiso desmentirlo porque estaba muy enamorada, pero que en cuanto él consumió todo su dinero, la abandonó. La Guindilla mayor la reprende por haber deshonrado a la familia y repudia a Dimas comparándolo con el personaje bíblico Dimas, el buen ladrón, pero en seguida se avergüenza de su arrebato, porque en ese caso Dios perdonó al arrepentido. A continuación, a cambio de su perdón, Lola le dicta a Irene un castigo, que esta acepta: deberá vestir luto toda su vida y tardar cinco años en asomarse nuevamente a la calle.

Pronto llega a la tienda de las Guindillas Catalina, una de las cinco hermanas que en el pueblo llaman “las Lepóridas”, y al escuchar ruido en la parte superior de la casa le pregunta a la Guindilla mayor si tiene forasteros alojados. En el afán de ocultar a Irene, la Guindilla mayor evade las preguntas de Catalina hasta que esta se va, pero aquella tarde entran muchas clientas curiosas que, con la excusa de ir a comprar a la tienda, indagan si hay alguien viviendo arriba. Finalmente, a la noche, pasa borracho por la puerta de la tienda Paco, el herrero, y comienza a reírse a los gritos del fracaso de la Guindilla menor y a llamar a Dimas “el buen ladrón”. Nerviosa por la humillación, la Guindilla mayor le echa un balde de agua fría desde la ventana y Paco se va.


Análisis

En estos capítulos, Daniel continúa presentando el valle y sus habitantes. Uno de los más relevantes es la Guindilla mayor, Lola, que está caracterizada por su devoción religiosa muy profunda. Miguel Delibes era cristiano y muchos de sus personajes encarnan abiertamente el espíritu cristiano. Sin embargo, en el personaje de la Guindilla hay una construcción exagerada de esa devoción, que muchas veces es ridiculizada, al punto de que hasta a José, el cura del pueblo, le resulta exagerada. Así, cuando su hermana menor deshonra a la familia por fugarse con un hombre extramatrimonialmente, Lola recurre al cura para pedir su consejo pero ni siquiera lo que él le dice la tranquiliza, y ella se somete a un castigo para expurgar su culpa. Su devoción también es ridiculizada por Daniel, que desprecia a la Guindilla mayor por ostentar valores morales con los que únicamente parece buscar excusas para inmiscuirse en asuntos ajenos.

La historia de las Guindillas sirve así como un retrato moral del pueblo en el que vive Daniel. En el modo en que la gente se comporta respecto de la Guindilla menor y Dimas, se evidencia la forma en que circula en el pueblo la información, mediante el chisme, y cómo la gente opina de la vida de los demás y repudia sus acciones a partir de un sistema de valores morales y prejuicios muy estricto. La Guindilla mayor constituye el ejemplo más exacerbado de esa ostentación de valores altos, pero también resulta víctima de su propia moral: esta se le vuelve en contra cuando le toca a ella ser el objeto de chisme en todo el pueblo.

En efecto, es a través del chisme que el valle va conformando, como un tejido, su historia: “El regreso, como antes la fuga, constituyó un acontecimiento en todo el valle, aunque, también, como todos los acontecimientos, pasó y se olvidó y fue sustituido por otro acontecimiento que, a su vez, le ocurrió otro tanto y también se olvidó. Pero, de esta manera, iba elaborándose, poco a poco, la pequeña y elemental historia del valle”. El relato que Daniel va construyendo con sus recuerdos es ese mismo tejido, la historia del pueblo.

Por otra parte, en la construcción de las Guindillas se expresa otra vez la dimensión simbólica de los nombres en la novela. Las tres hermanas son apodadas así en alusión al fruto, similar al pimiento, caracterizado por su color rojizo y su gusto picante. Así, su apodo, enunciado abiertamente entre los vecinos, remite al aspecto físico de estas hermanas, pero también simboliza un aspecto determinante de su personalidad y de su forma de relacionarse con la gente.

Algo similar sucede con Dimas, el oficialito del banco. Este nombre está de por sí cargado de un valor simbólico, en la medida en que remite a un personaje bíblico, conocido también como “el buen ladrón”. Según el relato bíblico, Dimas fue un ladrón crucificado junto a Jesús. En virtud de su actitud humilde, arrepentida y respetuosa de la justicia de Dios durante la crucifixión, Jesús imparte su última acción a favor de los débiles y vierte sobre el pecador su misericordia, prometiéndole el Paraíso. En la novela de Delibes, la alusión a Dimas se hace explícita recién después de que el oficialito estafa a Irene. La Guindilla mayor señala entonces la coincidencia entre los dos ladrones, el oficial y el Dimas bíblico. Sin embargo, fiel a su exagerada devoción, la mujer siente un fuerte cargo de conciencia por haberse atrevido a contradecir la palabra de Dios: “Repentinamente los escrúpulos empezaron a socavarle la conciencia. ¿Qué es lo que había dicho de Dimas, el buen ladrón? ¿No gustaba el Señor de esta clase de arrepentidos?”.

Sin embargo, el Dimas de El camino plantea un desvío respecto de la Biblia, en la medida en que no es reconocido por su arrepentimiento sino que, al contrario, estafa a la mujer y también la engaña, acostándose con ella y luego abandonándola por ser estéril. En este sentido, resulta irónico que Delibes elija el nombre “Dimas”, que evoca a un hombre perdonado por Jesús, para representar al personaje que destruye la honra de las mujeres más devotas del pueblo. Por un lado, las mujeres, a pesar de todo su conocimiento religioso, son incapaces de asociar de antemano la coincidencia de nombres y advertir la naturaleza delictiva de Dimas. Y, por otro lado, recurrir a la Biblia tampoco les habría servido, puesto que el Dimas de Delibes es efectivamente un delincuente que no muestra ningún arrepentimiento.

La dimensión simbólica también se encuentra en esta sección asociada al aspecto físico de algunos personajes, que con algunos rasgos distintivos de su cuerpo parecen simbolizar condiciones morales y de carácter. Así, por ejemplo, cuando el narrador presenta a Andrés, el zapatero, padre del Tiñoso, asocia su corporalidad inclinada hacia adelante con su tendencia a mirar mujeres: “tenía una muy acusada inclinación hacia delante, quién decía que a consecuencia de su trabajo, quién por su afán insaciable por seguir, hasta perderlas de vista, las pantorrillas de las chicas que desfilaban dentro de su campo visual”. Del mismo modo, cuando regresa al pueblo Irene, la Guindilla menor, el narrador interpreta su aspecto físico en línea con su condición moral: “Aparentaba caminar bajo el peso de un fardo invisible que la obligaba a encorvarse por la cintura. Eran, sin duda, sus remordimientos”. Es decir, la inclinación de su espalda es símbolo del peso de su culpa.

En estos capítulos también se detalla la dinámica del grupo de amigos de Daniel y el modo en que el niño accede a través de ese grupo a enseñanzas importantes sobre la vida. En el grupo hay una clara división de roles. Roque, el Moñigo, es quien se impone sobre el resto, pues prevalece la fuerza por sobre la inteligencia de Daniel y la experticia en pájaros de Germán. Roque representa para Daniel un constante ponerse a prueba: aquel impone competencias constantemente y presenta con insistencia el mandato de ser viril y demostrar la hombría. A través de su amigo -que a su vez aprende de su padre, Paco, el herrero-, Daniel vivirá la exigencia de cumplir con ese mandato de ser hombre, con todos los conflictos que ese mandato le suscitará. En efecto, el narrador deja traslucir la importancia que Daniel le da a ese principio cuando justifica el hecho de que Roque supere a sus amigos, aún cuando estos lo superan en inteligencia: “La prepotencia, aquí, la determinaba el bíceps y no la inteligencia, ni las habilidades, ni la voluntad. Después de todo, eso era una cosa razonable, pertinente y lógica”. La rotundidad con la que el narrador afirma esta preeminencia de la fuerza por sobre la inteligencia deja entrever cierta crítica. Se evidencia que Daniel cree eso desde su mirada infantil, pero el narrador parece distanciarse con ironía. Asimismo, el apodo de Roque abona esa lectura: “Moñigo” remite a la inutilidad y a la torpeza, con lo cual se infiere que, a pesar de su fuerza y prepotencia, no hay otras habilidades por las que Roque se destaque.

A pesar de esto, Daniel es consciente de que de la mano de sus amigos aprendió qué significa tener el vientre seco, algo que le había escuchado decir a su madre pero nunca se había atrevido a consultarle. Es Roque quien revela a Daniel y Germán sobre la verdadera naturaleza de la maternidad y rebate el mito sobre la cigüeña. Este aprendizaje redunda, por un lado, en un aprendizaje sobre el cuerpo y lo íntimo, que hace que Daniel sienta por primera vez vergüenza de su cuerpo desnudo y entienda así la importancia de la privacidad. Por otro lado, implica un aprendizaje importante sobre el vínculo con su madre, que a su vez implica un aprendizaje sobre el origen mismo de la vida: “no era otra cosa que la justificación de la vida y la humanidad (...). Sin él saberlo, notaba, por primera vez, dentro de sí, la emoción de la consanguinidad. Entre ellos había un vínculo, algo que hacía, ahora, de su madre una causa imprescindible, necesaria”.