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Daniel reflexiona varias veces a lo largo de la novela sobre la relación entre niños y adultos, y las diversas experiencias entre la niñez y la adultez. El principal conflicto de la novela se basa en esta diversidad: Daniel, siendo un niño de once años, debe cumplir con el mandato de sus padres de viajar a la ciudad porque, como adultos, ellos son responsables y pueden decidir sobre la vida de su hijo. . . El niño vive con angustia que su opinión no pesa tanto como la de su padre, y que el rumbo de su vida debe dar un giro tan rotundo, sin su convicción.

Esta discrepancia entre padre e hijo lleva a Daniel a reconstruir otras escenas de su infancia en las que la posición de los adultos ha prevalecido sobre la de los niños. En muchas de estas escenas, el niño señala la arbitrariedad de los adultos y deja claro que ellos también están equivocados. Se toma la osadía, por ejemplo, de cuestionar los castigos impuestos por el maestro, las advertencias propuestas por sus padres o la hipocresía de muchos vecinos del valle. Su comunión con la Uca-uca surge de identificarse con ella en la sujeción que ambos tienen al mandato de los padres. Asimismo, la muerte de Germán, el Tiñoso, le permite mostrar que los adultos muchas veces pasan por alto el dolor de los niños. Hacia el final, Daniel se entera de que el camino que su padre elige para él no necesariamente coincide con el que él elegiría para sí mismo.