El camino

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La identidad

La cuestión de la identidad es central en la novela y es aludida ya desde su título. Daniel aprovecha su inminente partida hacia la ciudad para reconstruir los hitos de su infancia en el valle. Esa experiencia de partida es el disparador de la novela.

Ese cambio implica para él el fin de una etapa, la infancia, y el comienzo de otra, marcada por el mandato paterno. Ante el camino de vida nuevo que su padre le señala, orientado al estudio y el progreso, Daniel hace un repaso por su pasado, enumerando los aprendizajes que le dio el valle y que han ido forjando la persona que es. Eso le permite también preguntarse en qué clase de persona se quiere convertir y descubrir que el camino que su padre le aconseja no coincide necesariamente con el que él desearía emprender.

La vida campestre

Como es usual en la narrativa de Miguel Delibes, en El camino son abundantes las representaciones de las actividades rurales y del estilo de vida que se lleva en el campo. Situada en un momento histórico de importantes éxodos de población hacia las ciudades, la novela privilegia, con cierta nostalgia, el espacio del campo por sobre el de la ciudad.

En los primeros capítulos, Daniel reconstruye con mirada romántica el valle donde vive, los vínculos entre los vecinos y la división del trabajo que se configura entre ellos. Asimismo, describe sus aventuras de infancia, que siempre están asociadas al aprovechamiento de la naturaleza que lo rodea.

En la novela, a la vida rústica y sencilla del campo se le opone la elegancia y la pomposidad de la ciudad. Sin embargo, en su reconstrucción, Daniel resalta las cualidades del primero y toma partido por él, en contra de la opinión de su padre, que privilegia la ciudad. En la medida en que el narrador se enfoca primordialmente en la mirada del niño, el espacio del valle está muchas veces idealizado en la novela.

Las clases sociales

Las clases sociales y la brecha que hay entre ellas aparecen representadas en varias oportunidades, y en general el contraste sobreviene en la comparación entre el campo y la ciudad. En efecto, el nudo principal de la novela, esto es, la partida de Daniel rumbo a la ciudad, está motivado por un deseo de su padre de mejorar su posición social. El quesero no quiere que su hijo lleve la vida misma que él, dedicada a las tareas rurales, y le desea el progreso, al cual se llegaría mediante el estudio. Este progreso traería aparejado otra gran diferencia entre el campo y la ciudad: la riqueza. Mientras que su padre se lamenta de la pobreza que los caracteriza, desea que su hijo pueda mejorar económicamente.

El del Indiano es uno de los casos emblemáticos en el que esa diferencia de clases se hace evidente: él proviene del pueblo pero se va a la ciudad y allí logra enriquecerse y volver al valle ostentando una grandeza y elegancia que todos le envidian. El choque con el Indiano y, particularmente, con su hija, la Mica, estimula en un primer momento las ganas de Daniel de progresar y lograr estar a la altura de su enamorada. Sin embargo, hacia el final de la novela, el niño aprende que el mejor camino para uno no necesariamente es el más grandioso y ambicioso, y logra despojarse en gran medida de esos mandatos que lo alejan de su verdadero apego con la forma de vida del campo.

Infancia vs. adultez

Daniel reflexiona en varias oportunidades a lo largo de la novela sobre la relación entre los niños y los adultos, y las vivencias diversas entre la infancia y la adultez. El conflicto principal de la novela se funda en esa diversidad: Daniel, como un niño de once años, debe acatar el mandato de sus padres de viajar a la ciudad pues, por ser adultos, son responsables y pueden decidir sobre la vida de su hijo. El niño vive con angustia que su opinión no tenga tanto peso como la de su padre, y que el rumbo de su vida deba tomar un viraje tan rotundo, sin su convencimiento.

Esta discrepancia entre padre e hijo da lugar a que Daniel reconstruya otras escenas de su infancia en las que la postura de los adultos se ha impuesto sobre la de los niños. En muchas de esas escenas, el niño señala la arbitrariedad de los adultos y deja en evidencia que ellos también se equivocan. Se toma el atrevimiento, por ejemplo, de cuestionar los castigos impuestos por el maestro, los escarmientos propuestos por sus padres o la hipocresía de muchos vecinos del valle. Su comunión con la Uca-uca surge de identificarse con ella en la sujeción que ambos tienen al mandato de los padres. Asimismo, la muerte de Germán, el Tiñoso, le permite evidenciar que los adultos pasan por alto muchas veces el dolor de los niños. Hacia el final, Daniel aprende a que el camino que su padre elige para él no coincide necesariamente con el que él elegiría para sí mismo.

La infancia y la amistad

En la novela, la partida de Daniel del campo a la ciudad sirve como disparador para reconstruir la historia de su infancia en el valle, que está intrínsecamente ligada a su amistad con Roque y el Tiñoso. Sus recuerdos retratan la camaradería que surge entre los tres amigos, los roles que cada uno ocupa en ese grupo y las enseñanzas que en ese seno Daniel adquiere. En efecto, la amistad cumple un rol muy importante en la formación de Daniel y será a partir de las travesuras y las experiencias compartidas con Roque y con el Tiñoso que él irá aprendiendo claves para entender la vida y sus dimensiones más complejas, como el amor, la relación con los padres, la muerte, entre otros.

En la reconstrucción de su infancia, Daniel privilegia las enseñanzas obtenidas de las experiencias con amigos, que tienen como escenario el campo y el valle, por sobre aquellas enseñanzas que los adultos buscan imponer. Incluso, el aprendizaje con amigos se opone al aprendizaje que su padre quiere inculcarle, el del saber erudito que tiene como espacio la ciudad.

El campo vs. la ciudad

En la novela se establece una clara dicotomía entre el campo y la ciudad. La vida en el campo es sencilla, rústica, abocada a las labores de la tierra, como el cultivo, el ganado, la pesca, la caza o a otros oficios como la quesería, la herrería o la carpintería. Asimismo, tal como reconstruye Daniel en su relato, allí la gente vive en comunidad, todos se conocen y se reparten las distintas tareas y roles que hacen a la vida en comunidad. En oposición, la vida en la ciudad es compleja, refinada y elegante, y allí se desarrollan tareas más elevadas, como la educación avanzada y los negocios. Mientras que la vida que llevan los habitantes del valle es humilde, la ciudad parece ser un lugar donde hay posibilidades de progresar y forjar una riqueza.

El padre de Daniel sostiene los términos de esa dicotomía y privilegia las oportunidades que brinda la ciudad por sobre la vida pobre y sacrificada del campo. Sus esfuerzos están puestos en lograr que su hijo Daniel viaje a la ciudad para progresar y llegar a ser alguien en la vida. Daniel, por su parte, defiende con nostalgia los valores del campo y descree de la superioridad de la ciudad.

La hombría

En la novela, el valor moral de la hombría circula condicionando la infancia de Daniel y planteándole desafíos. Roque, el Moñigo, es el encargado de defender ese valor y de imponerle su cumplimiento a sus amigos Daniel y Germán. Por eso los somete constantemente a competencias físicas en las que, según el niño, se ponen a prueba la hombría, la virilidad y la valentía. A su vez, Roque ha heredado esa exigencia de su padre Paco, el herrero. Daniel, por su parte, admira esas cualidades de su amigo Roque y acata el mandato de su amigo, aun cuando muchas veces se le vuelve una demanda angustiante.

El crecimiento de Daniel y su infancia en el valle están estrechamente ligados a la pregunta sobre qué significa ser hombre. A lo largo de la novela, se enfrenta a distintas situaciones que lo llevan a preguntarse por su hombría. Finalmente, Daniel logra despojarse de esa exigencia y aprende a elegir su camino propio, alejado de esa exigencia, por ejemplo participando del coro o permitiéndose llorar.