El camino

El camino Resumen y Análisis Capítulos 13-15

Resumen

La tarde en que Daniel roba las manzanas del Indiano aprende que hay cosas que la voluntad humana no es capaz de controlar. Si hasta entonces creía que el hombre podía elegir libremente lo que quiere y no quiere, luego de conocer a Mica lo asalta constantemente el recuerdo de ella y él es incapaz de impedirlo. Daniel les oculta a sus amigos lo que le sucede con la Mica, pues comprende que, si bien ellos sienten admiración por la chica, su sentimiento es distinto.

Una tarde, hablando de la Mica, el Tiñoso repara en la belleza de su piel y Roque asegura que lo que ella tiene es cutis, una cualidad que nadie más en el pueblo tiene porque, según él tiene entendido, el cutis es común en las mujeres de las capitales pero en el campo, el sol y el agua lo estropean. El Tiñoso asegura que eso es porque las mujeres de las capitales usan cremas, como en el cine. Daniel se siente obsesionado por la Mica y no le preocupa la diferencia de edad, pero sí que pertenezcan a diferentes clases sociales. Se reprocha haber nacido pobre y ella rica, y que su padre, el quesero, no haya hecho lo mismo que el Indiano: irse a las Américas.

A pesar de su admiración, Daniel recién intercambia palabras con la Mica años después del robo de las manzanas, al cumplir sus diez años, una tarde en que él se apresura caminando hacia la misa, la Mica le ofrece llevarlo en auto. Ella parece no recordar el episodio de las manzanas, y cuando descubre que él es el hijo del quesero, le pide que esa tarde le acerque unos quesos a su casa. Horas más tarde, el Mochuelo se viste elegante para llevarle los quesos a la Mica y, al llegar a su casa, se maravilla del lujo de su vivienda. La Mica y él conversan, y cuando él le cuenta del Moñigo y el Tiñoso ella se espanta de esos apodos feos. Entonces Daniel se reprocha su exabrupto, entendiendo que ha herido la sensibilidad de la Mica, acostumbrada a lo fino y delicado. En ese instante, Daniel se da cuenta de que ahora sí desea marcharse del pueblo para ir al colegio y progresar, ganar mucho dinero y casarse entonces con la Mica.

Al irse, lo intercepta la Uca-uca y le reprocha haberse puesto elegante y haberse tomado tanto tiempo para llevarle los quesos a la Mica. Daniel le pide que no lo moleste y, cuando ella le pregunta si él prefiere antes a la Mica que a ella, el niño le dice que la Mica es la más guapa del valle y tiene cutis, a diferencia de ella que es fea y tiene la cara llena de pecas. La Uca-uca se queda llorando, mientras Daniel baja hacia el pueblo.

Daniel reconstruye a continuación algunas aventuras con sus amigos y anticipa que se trata de estrategias para pasar el tiempo lo mejor posible, al contrario de lo que dicen vecinos como la Guindilla mayor o el maestro don Moisés, que repudian sus conductas. Piensa Daniel que muchas veces los adultos critican a los niños pero realmente no por la gravedad de lo que hacen sino por la naturaleza irritable de esos adultos. El narrador concuerda, al comentar lo que pasa, por ejemplo, con la Guindilla mayor, que cuando los niños molestan a su gato se enoja enormemente debido a su amor desmedido por el animal.

Recuerda entonces Daniel la aventura de la lupa y el gato. Una mañana, Germán lleva a la escuela una lupa de su padre y los amigos hacen una serie de experimentos e incendian algunas hojas concentrando con la lupa los rayos de sol. De regreso a sus casas, ven en la vitrina de la tienda de las Guindillas al gato durmiendo al sol panza arriba. Se les ocurre entonces interponer la lupa entre su panza y el sol, hasta que brota humo de su pelaje y el gato salta maullando de dolor. Daniel se lamenta entonces de que el castigo que les da luego don Moisés, el maestro, es mucho más grave que esa travesura: les da una docena de regletazos en cada mano y los tiene un día entero sosteniendo con el brazo levantado un tomo grueso de la Historia Sagrada. Daniel critica la lógica injusta de los castigos que arman los adultos, pues nadie castiga luego al maestro por someterlos a esa tortura a ellos.

Algo similar sucede con la travesura del túnel. Una tarde a Roque se le ocurre imponerle a sus amigos el desafío de esperar el tren rápido dentro del túnel con los calzones bajos y defecar en el instante en que pasa por debajo de ellos. Se lamenta el narrador de que una aventura tan inocente haya terminado con tanta mala suerte: luego de que los amigos cumplen el desafío, se dan cuenta de que sus pantalones cayeron a las vías y se destruyeron. Los amigos deben volver al pueblo sin calzones y son castigados fuertemente, otra vez, por don Moisés.

Daniel recuerda también que Don Moisés, el maestro, decía a menudo que necesitaba una mujer, y muchos vecinos, como la Guindilla mayor, las Lepóridas y el cura José, creían que era necesario que un maestro tuviera una mujer. Camila, una Lepórida, lo había rechazado de manera despectiva. Por eso, en una oportunidad, a Daniel se le ocurre que Sara, la hermana de Roque, se case con el maestro. De ese modo, Roque se libraría de ella y en la escuela tendría trato especial por ser familia. Se les ocurre entonces escribir una carta a don Moisés como si fuera de Sara, diciéndole que ella quiere también casarse. Como Sara sale todas las tardes a ver pasar la gente, los amigos escriben en la carta que ella lo estará esperando en la puerta de su casa. Para evitar que el secreto se revele, la carta también dice que, luego de leerla, el maestro debe quemarla y no mencionarla nunca más, para no avergonzar a la mujer por haberla escrito.

Esa tarde, Sara se sienta a ver la gente y los amigos ven llegar a don Moisés. El maestro le sonríe a Sara, la toma de una mano y comienza a decirle piropos. El hombre le pregunta si necesita ayuda para bordar la prenda que ella tiene en las manos y ella se ruboriza porque es una prenda de ropa interior, por lo que los amigos se ríen en silencio. A pesar de que Sara dice algunas bobadas, el Maestro insiste y le dice que la quiere y ella responde del mismo modo. Así, Sara y don Moisés se hacen novios. Daniel se lamenta, sin embargo, porque no obtiene ningún beneficio por su gran idea, mientras Roque sí ve las ventajas de esa unión: Sara mejora su carácter y Roque saca mejores notas y se libra de los castigos en la escuela. Esa Nochebuena, la Sara le pregunta a Roque si él escribió una carta al maestro, y cuando su hermano le dice que no, temiendo su enojo, Sara le responde que esa habría sido su única buena acción en la vida.

Análisis

Esta sección inicia con un nuevo aprendizaje de la infancia de Daniel: el amor. El cruce que tiene con la Mica en la quinta del Indiano supone para él un antes y un después, y a partir de allí se produce un cambio en él: “algo insólito, algo que rompía el hasta ahora despreocupado e independiente curso de su vida”. Esto le da una sensación de haber perdido su autonomía. Tal como sucedió con el aprendizaje sobre la maternidad, Daniel se siente ahora estrechamente unido a un otro.

En este pasaje, se hace muy claro también un elemento que atraviesa la novela: la comunión entre los sentimientos y la naturaleza. En su descripción sobre su amor por Mica, también la naturaleza del valle se tiñe del sentimiento del personaje: “Si la Mica se ausentaba del pueblo, el valle se ensombrecía a los ojos de Daniel, el Mochuelo, y parecía que el cielo y la tierra se tornasen yermos, amedrentadores y grises. Pero cuando ella regresaba, todo tomaba otro aspecto y otro color…”. Este recurso se repetirá en varias ocasiones.

Por otro lado, el amor que siente hacia Mica hace a Daniel querer acercarse a ella, llevándolo a notar las diferencias que los distancian. En este sentido, vuelve a surgir el tema de las clases sociales: Daniel se reprocha ser pobre y no estar a la altura de su enamorada, que es rica. Es lo que sucede, por ejemplo, cuando nota que ha hablado de sus amigos mediante sus apodos y no sus nombres. Así, el apodo se convierte en un elemento coloquial, poco refinado, más propio del universo del campo que del universo de la ciudad del que proviene la Mica: “La Mica era una muchacha muy fina y delicada y con aquellos vocablos había herido su sensibilidad”.

Esta noción sobre su poco refinamiento hace sentir por primera vez a Daniel la necesidad de acatar el mandato paterno y progresar. Ese progreso le permitiría acceder a un universo de posibilidades materiales e intelectuales que atraerían a la Mica: “se dio cuenta de que le agradaba la idea de marchar al colegio y progresar. Estudiaría denodadamente y quizá ganase luego mucho dinero. Entonces la Mica y él estarían ya en un mismo plano social…”. Nuevamente, la brecha entre el campo y la ciudad se hace patente.

A los ojos de Daniel, se establece así un paralelismo entre la Mica y la Uca-uca. La primera, el objeto de deseo del niño, representa la vida en la ciudad, la delicadeza, la depositaria de un cutis, producto del refinamiento que otorga la ciudad. La Uca-uca, quien desea a Daniel pero no es correspondida, representa en cambio la vida en el valle, la rusticidad del campo y, por lo tanto, carece del refinamiento de las mujeres de ciudad y su rostro, lejos de acercarse al “cutis”, está lleno de marcas, de pecas. En este momento de la novela, Daniel se siente atraído por la idealización que hace de la Mica, pero esta valoración se revertirá más adelante.

En estos capítulos también se trata el tema de la infancia y su oposición con la adultez. Daniel recuerda varias de sus aventuras más osadas con Roque y Germán. El narrador toma claramente partido por los niños: justifica sus acciones y adopta con ellos una postura indulgente, restando importancia a las consecuencias de esas aventuras. En el mismo sentido, desestima las críticas de los adultos a los niños y las adjudica más a sus propias limitaciones que a su buen juicio. El argumento a favor de los niños a veces es tan forzado que hasta resulta cómico: “Porque, vamos a ver, si la trastada hubiese sido grave o ligeramente pecaminosa, ¿se hubiera reído don José, el cura, con las ganas que se rio cuando le contaron?”. Vemos otra vez aquí los giros coloquiales que utiliza el narrador para prestar conformidad y cercanía afectiva con aquello que enuncia: al decir “vamos a ver”, resta gravedad al asunto y busca la complicidad del lector. En efecto, con la aventura del gato, el narrador le quita gravedad y atribuye la responsabilidad a la Guindilla mayor, por sentir un afecto demasiado grande por el animal.

Del mismo modo, el apoyo del narrador a los niños ahonda en una crítica al sistema de castigos que los adultos les imponen. El narrador cuenta que, para Daniel, es injusto este sistema, y el narrador se muestra comprensivo con él:

‘¿Por qué si quemamos un poco a un gato nos dan a nosotros una docena de regletazos en la mano (...), y al que nos somete a esta caprichosa tortura no hay nadie que le imponga una sanción, consecuentemente más dura, y así, de sanción en sanción, no nos plantamos en la pena de muerte?’. Pero, no. Aunque el razonamiento no era desatinado, el castigo se acababa en ellos. Este era el orden pedagógico establecido y había que acatarlo con sumisión. Era la caprichosa, ilógica y desigual justicia de los hombres.

También el narrador defiende la travesura del tren: “Pero existen, flotando constantemente en el aire, unos entes diabólicos que gozan enredando los actos inocentes de los niños, complicándoles las situaciones más normales y simples”. Si bien los razonamientos del narrador tienen cierta lógica al poner en tela de juicio el sistema estricto de castigos, su justificación es tan extrema que resulta cómico.

Sin embargo, este enfrentamiento a la arbitrariedad y al mandato incuestionable de los adultos le permite a Daniel experimentar otro aprendizaje: su deseo de crecer y ser adulto. Mientras es castigado, piensa: “el único negocio en la vida era dejar cuanto antes de ser niño y transformarse en un hombre. Entonces se podía quemar tranquilamente a un gato con una lupa sin que se conmovieran los cimientos sociales del pueblo y sin que don Moisés, el maestro, abusara impunemente de sus atribuciones”. Si bien otra vez el argumento es forzado, Daniel retrata con crudeza la hipocresía de los adultos.