El burlador de Sevilla y convidado de piedra

El burlador de Sevilla y convidado de piedra Resumen y Análisis Jornada tercera (vv. 2112-2884)

Resumen

Isabela, quien se dirige a Sevilla para casarse con don Juan, desembarca en Tarragona. Ella se lamenta de su deshonra y su sirviente, Fabio, para consolarla, comenta que se rumorea que don Juan será nombrado conde. Además, le recuerda que el padre de este es privanza del rey. Isabella afirma que conoce la nobleza de don Juan, pero que, sin embargo, lo que lamenta es que por el hecho de haber sido casada con él, su deshonra ahora es pública.

Fabio le señala entonces a una pescadora que se acerca llorando: se trata de Tisbea. A pedido de Isabela, la mujer revela la causa de sus lamentos. Además, le pide a la duquesa acompañarla a Sevilla, puesto que desea acudir a la corte en busca de justicia. Isabela descubre entonces que don Juan ha engañado también a la pescadora y se enfurece, pero decide ayudar Tisbea para vengarse de don Juan.

Mientras tanto, en Sevilla, don Juan y Catalinón ingresan a una iglesia. Catalinón señala que el duque Octavio y el marqués de la Mota se han enterado de su traición y que Isabela está en camino hacia Sevilla. Don Juan se niega a oírlo y le pregunta por el novio de Aminta. El criado responde que se encuentra desanimado y añade que Aminta todavía no ha descubierto el engaño, puesto que se hace llamar “doña”.

Enseguida, don Juan y Catalinón descubren el sepulcro de don Gonzalo de Ulloa. En él hay un letrero que dice “Aquí aguarda del Señor, / el más leal caballero, / la venganza de un traidor” (vv. 2261-2263). Don Juan se mofa de la inscripción y, tomando la barba de la estatua del comendador, invita a la estatua a cenar esa noche en su posada.

De noche, en la posada de don Juan, los sirvientes preparan la mesa para la cena. Don Juan llega poco después con su criado y lo invita a sentarse a la mesa con él. Luego, se oye un golpe, un sirviente se dirige a la puerta y, al regresar, no puede pronunciar palabras. Entonces, don Juan envía a Catalinón a abrir la puerta. Él se rehúsa, al comienzo, pero luego lo hace y regresa corriendo y temblando.

Catalinón intenta explicar, sin éxito, quién se ha presentado a cenar. Entonces, don Juan toma una vela y se aproxima a la puerta. Al llegar, observa que la estatua de piedra del comendador se encuentra allí. Enseguida, empuña su espada. Sin embargo, la estatua avanza y don Juan termina por invitarlo a la mesa.

Catalinón está aterrorizado y los demás sirvientes tiemblan del miedo. Sin embargo, don Juan se muestra confiado, reprende a Catalinón por su actitud y lo anima a hablarle cortésmente a la estatua. Así, este le dirige a la estatua preguntas sobre el mundo del más allá y esta asiente con la cabeza afirmando. Luego, el convidado de piedra pide, mediante señas, quedarse a solas con don Juan. Cuando los sirvientes se retiran, el burlador le pregunta a la estatua qué desea y le da su palabra de que cumplirá lo que ordene. La figura de piedra habla pausadamente y le pide al burlador que le dé su mano en señal de que cumplirá su promesa. Entonces, le indica que asista la próxima noche, junto a Catalinón, a una cena en la capilla donde se halla su sepulcro. Don Juan accede y, luego de que la estatua se retira, se estremece de espanto. Sin embargo, enseguida reflexiona y decide acudir a la cena para que Sevilla “se admire y espante” (v. 9497) de su valor.

Mientras tanto, el rey y don Diego, que fueron informados sobre el descontento de Isabela respecto a su matrimonio con don Juan, discuten qué medidas tomar para paliar la situación. Así, deciden nombrar a don Juan conde de Lebrija, para que la duquesa, “ya que ha perdido un duque, gane un conde” (v. 2514). Por otro lado, el rey decide que doña Ana contraiga matrimonio con el marqués de la Mota.

A continuación, se presenta ante el rey el duque Octavio y solicita permiso para retar a duelo a don Juan. Don Diego, que permanece junto al rey, empuña su espada amenazándolo, pero el rey lo detiene. Luego, el soberano apacigua a Octavio, prometiéndole que al día siguiente concertará su boda, y se retira junto a su privado. Entonces, se presentan allí Gaseno y Aminta buscando a don Juan. Octavio, quien dialoga brevemente con ellos y descubre que han sido burlados por don Juan, ve la oportunidad de vengarse del burlador y, para eso, le propone a Aminta que se vista al estilo cortesano y se presente ante el rey.

De noche, don Juan y Catalinón se dirigen a la iglesia. El primero confirma que ha visto al rey y a Isabela, y esa noche será su boda. Catalinón comenta que no eligió un buen día para casarse, puesto que es martes, y don Juan se mofa de la superstición de su criado. Luego, Catalinón intenta convencer a don Juan de que no se presente a cenar con la estatua de piedra, pero don Juan mantiene firme su promesa, y ambos ingresan a la iglesia. Allí encuentran, poco después, a la estatua de don Gonzalo, quien se sorprende de que don Juan haya cumplido su palabra y le recuerda a este las burlas que ha cometido. El banquete, que está dispuesto sobre una mesa negra, consiste en un plato con alacranes y víboras. Para beber, se les ofrece a los invitados hiel y vinagre. En este momento se oye una canción que advierte sobre el breve plazo en el que se saldan las deudas y, a continuación, la estatua de piedra le pide su mano al burlador. Don Juan accede, pero pronto se siente abrasado por el fuego. Intenta desesperadamente liberarse y pide confesarse, pero la estatua le señala que ese es su castigo y que ya no tiene tiempo para arrepentirse. Tras ello, don Juan cae muerto y se hunde en el sepulcro junto a la estatua del comendador. Catalinón, aterrorizado, sale de la iglesia para comunicarle a don Diego lo que acaba de suceder.

En el palacio real, se presenta Batricio para pedir justicia al rey e, inmediatamente después, llegan Tisbea e Isabela para reclamar lo mismo. Luego llega Aminta, solicitando casarse con don Juan y, finalmente, el marqués de la Mota revela la traición de la que fue víctima. El rey está desconcertado y ordena arrestar y matar al burlador. Don Diego interviene pidiendo al soberano que se lleve a cabo el castigo. Sin embargo, en ese momento, se presenta Catalinón y relata los últimos acontecimientos que presenció, señalando que don Juan murió pagando por sus delitos a manos de la estatua del comendador. El rey se muestra aliviado y ordena que se celebren las bodas. Entonces, Octavio pide casarse con Isabela; el marqués de la Mota, con doña Ana; y Batricio, con Aminta. Finalmente, el rey ordena que el sepulcro de don Gonzalo se traslade a la iglesia de San Francisco, en Madrid, para honrar mejor su memoria.

Análisis

Hacia el final de la obra, la acción se traslada nuevamente a Tarragona, donde reaparecen las primeras mujeres burladas, Isabela y Tisbea. La escena funciona como un momento de transición hacia el desenlace del drama, donde las mujeres y los hombres burlados por don Juan reaparecen en escena y confluyen en la corte de Sevilla, pidiendo justicia al rey. En esta ocasión, Tisbea retoma las imágenes del fuego que ya señalamos en secciones previas: “Robusto mar de España / ondas de fuego, fugitivas ondas, / Troya de mi cabaña” (vv. 2154-2156). Con ellas alude a don Juan, quien, al salir del mar, la sedujo y luego la engañó. Además, ella se refiere nuevamente a su choza de paja, cuyas paredes están ahora destruidas, lo que puede leerse como una metáfora de la transformación del personaje:

En sus pajas me dieron
corazón de fortísimo diamante;
mas las obras me hicieron,
deste monstruo que ves tan arrogante,
ablandarme de suerte,
que al sol la cera es más robusta y fuerte (vv. 2178-2184).

Más tarde, la acción se traslada a Sevilla, donde Catalinón repasa la situación en la que se encuentran las otras víctimas de don Juan: el duque Octavio y el marqués de la Mota han descubierto la traición del burlador, Batricio se encuentra apesadumbrado y Aminta aún no ha advertido el engaño, puesto que se hace llamar “doña Aminta” (v. 2251), tratamiento reservado para los nobles que ella cree merecer por su supuesto compromiso con don Juan. Inmediatamente después, don Juan y Catalinón descubren el sepulcro del Comendador, en cuyo letrero se anticipa el final del burlador: “Aquí aguarda del Señor, / el más leal caballero / la venganza de un traidor” (vv 2261-2263).

Lejos de amedrentarse, don Juan se mofa del letrero y profana su sepulcro, sujetando la barba de la estatua e invitándola a cenar. Así, da lugar al primer banquete con el convidado de piedra. La crítica ha encontrado el origen de este motivo en un romance tradicional que circuló por España en diferentes versiones. En él se narra la historia de un galán que invita a cenar a una calavera, y que a su vez recibe una invitación de esta. Así, vemos que en El burlador se recrea el motivo tradicional de la doble invitación (para más información ver la sección “Otro: el mito de don Juan”).

En la cena, tanto la aparición sobrenatural como el temor de los sirvientes que no pueden hacer más que balbucear aumentan la tensión dramática. Sin embargo, la escena ofrece un breve alivio cómico cuando Catalinón le formula a la estatua preguntas hilarantes sobre la vida en el más allá:

¿Está bueno? ¿Es buena tierra
la otra vida? ¿Es llano o sierra?
¿Prémiase allá la poesía?
(...)¿Hay allá
muchas tabernas? Sí habrá,
si Noé reside allí.
(...) Señor muerto, ¿allá se bebe
con nieve? (vv. 2378- 2387).

Durante la primera cena, también se oye una canción que acompaña la acción de los personajes y contribuye al desarrollo de la trama. En esta oportunidad, la canción enfatiza la filosofía del burlador:

Si ese plazo me convida
para que gozaros pueda,
pues larga vida me queda,
dejad que pase la vida (vv. 2405-2409).

La canción alude a las mujeres burladas por don Juan y, además, repite en dos ocasiones un motivo que ya hemos señalado a lo largo de toda la obra: “¡Qué largo me lo fiáis!” (vv. 2396).

A continuación, cuando la estatua pide la mano de don Juan se repite otro motivo presente en la obra. En los casos anteriores, sin embargo, es siempre don Juan quien pide la mano a sus víctimas, pero, esta vez, el rol se ha invertido, y es el convidado de piedra quien pide la mano de don Juan. De esta manera, el mismo gesto sirve ahora para señalar que don Juan será la próxima víctima. La inversión del motivo de la mano se corresponde ahora con otro motivos recurrente: el del burlador burlado.

Don Juan promete a la estatua cumplir su palabra afirmando: “Honor / tengo, y las palabras cumplo, / porque caballero soy” (vv. 2452-2454). La frase resulta paradójica y, además, posee un sarcasmo evidente, puesto que el honor, como se pone de manifiesto en la obra, no es inherente a una condición social y, en el caso de la nobleza especialmente, este valor se muestra en decadencia.

También en esta obra, como señalamos anteriormente, se hace evidente la ineficacia de la justicia real. Como se ve, ninguna de las medidas que toma el soberano en los actos previos se lleva realmente a cabo: don Gonzalo muere antes de ser nombrado mayordomo mayor, Octavio finalmente se casa con Isabela, no se ejecuta la condena (injusta) del marqués de la Mota y don Juan nunca llega a su destierro en Lebrija. Así, en esta jornada se enfatiza el tema de la ineficacia del rey para hacer justicia, puesto que él se nos muestra, una vez, más intentando en vano resolver el caos provocado por don Juan. Nuevamente, su decisión termina siendo, en lugar de una condena directa, decretar una medida que lo favorece: lo nombra conde de Lebrija. De esta manera, se muestra al soberano haciendo precisamente lo contrario de lo que se esperaría de un gobierno justo.

Frente a la inoperancia del soberano, el convidado de piedra, una figura sobrenatural, interviene para restablecer el orden, hacer justicia y vengarse del burlador. Esto tiene lugar en el banquete macabro que ofrece la estatua a continuación, el cual es una parodia del primero, pero presenta símbolos funestos, como los sirvientes enlutados, la mesa negra —a la que se alude con la expresión “mesa de Guinea” v. 2721— y el plato consistente en alacranes y víboras. Allí también se entona un canto, pero esta vez la letra es inversa al pensamiento de don Juan, y representa la perspectiva del comendador, puesto que ella se refiere el castigo que se ejecuta en un breve plazo. Además, la canción alude a que nadie puede ampararse en la juventud como pretexto para cometer delitos ni confiar en que tendrá tiempo suficiente para redimirse:

Adviertan los que de Dios
juzgan los castigos grandes,
que no hay plazo que no llegue
ni deuda que no se pague.
(…)
Mientras en el mundo viva,
no es justo que diga nadie,
«¡Qué largo me lo fiáis!»,
siendo tan breve el cobrarse (vv. 2743-2754).

Luego, la escena de clima aterrador se alivia nuevamente con un breve diálogo cómico entre Catalinón y la estatua:

CATALINÓN. ¿De qué es este guisadillo?
DON GONZALO. De uñas.
CATALINÓN. De uñas de sastre
será, si es guisado de uñas (vv. 2755-2757).

Con esta última expresión, el criado alude a la fama de ladrones que recaía sobre los sastres en la época, quienes eran, por eso, blanco de críticas en la literatura.

A continuación, se produce el clímax de la obra, cuando la estatua del comendador le pide nuevamente la mano a don Juan y las llamas abrasan al burlador. En esta ocasión, las llamas simbolizan un castigo infernal, pero, además, remiten al episodio de Tisbea. Por otra parte, la condena se presenta como un castigo divino, ya que la estatua señala: “Las maravillas de Dios / son, don Juan, investigables” (vv. 2765-2766). Con “investigables”, cable aclarar, debe entenderse "insondables", un modo de aludir al misterio obrar divino, que nunca podrá se conocido por los mortales. Tras la muerte del burlador, la estatua afirma: “Esta es justicia de Dios: / «Quien tal hace, que tal pague»” (vv. 2787-2788). Así, se evidencia el contraste que la obra crea entre la justicia terrenal del rey corrupto e ineficiente, y la justicia divina, que se muestra inexorable.

La escena final transcurre en el palacio real de Sevilla, adonde confluyen las víctimas de don Juan para pedir justicia al rey Alfonso: por orden, hablan Batricio, Tisbea, Isabela, Aminta y el marqués de la Mota; y cuatro de ellos mencionan el nombre completo del burlador, “don Juan Tenorio”. Allí, la ineficacia del gobierno queda subrayada por el permanente asombro que muestra el soberano, quien permaneció ajeno a muchos de los delitos del burlador. De este modo, vemos que el rey exclama tres veces, asombrado ante las protestas de sus súbditos y la noticia del castigo final que recibe don Juan: “¿Qué dices?” (vv. 2805, 2820 y 2867). Sin embargo, justo en el momento en el que el soberano ordena resueltamente arrestar y matar a don Juan, y su privanza apoya la decisión, llega Catalinón para mostrar que ya es tarde para impartir justicia: el burlador ha muerto.

La situación queda así resuelta parcialmente, y el soberano dispone los matrimonios para paliar la situación de las víctimas: une a Isabela con Octavio, a Ana con el marqués de la Mota y a Aminta con Batricio. En este punto, solo Tisbea permanece sin un acuerdo matrimonial, acaso por el enfático desprecio que mostró al principio de la obra hacia sus pretendientes. Más aún, el rey dispone que se traslade el sepulcro del comendador a una de las iglesias más importantes de Madrid, para ensalzar, de esta manera, la memoria de quien puso finalmente un límite a las atrocidades de don Juan.