El burlador de Sevilla y convidado de piedra

El burlador de Sevilla y convidado de piedra El mito de don Juan

El personaje de don Juan aparece por primera vez en El burlador de Sevilla y convidado de piedra, atribuida a Tirso de Molina. A partir de esta obra, se escribirán luego numerosas versiones que toman las principales características del protagonista y recrean elementos de su historia.

Para la creación de este personaje, el dramaturgo no se inspiró en fuentes clásicas ni cultas. Este personaje tiene raíces populares y es, probablemente, el retrato de un personaje reconocible por el público de Sevilla del siglo XVII. Como señala Rodríguez López-Vázquez:

Don Juan, como personaje, es el exponente de una clase entera de hidalgos, de jóvenes de buena familia que, protegidos por sus relaciones políticas y por su posición social, afronta el ordenamiento legal del reino y hace caso omiso a las reglas morales de la sociedad (1995, p. 57).

Además, en el folclore europeo circulaba un romance de tema análogo al de El burlador de Sevilla, que tiene como protagonista a un joven de vida libertina. Esta es una de las versiones del romance que circulaba por España:

Pa misa diba un galán
caminito de la iglesia;
no diba por oír a misa
ni pa estar atento a ella,
que diba por ver las damas
las que van guapas y frescas.
En el medio del camino
encontró una calavera
mirárala muy mirada
y un gran puntapié le diera:
arregañaba los dientes
como si ella se riera.
—Calavera, yo te brindo
esta noche a la mi fiesta.
—No hagas burla, el caballero;
mi palabra doy por prenda.
El galán, todo a aturdido,
para casa se volviera;
todo el día anduvo triste,
hasta que la noche llega.
De que la noche llegó,
mandó disponer la cena.
Aun no comiera un bocado,
cuando pican a la puerta;
manda un paje de los suyos
que saliese a ver quién era.
—Dile, criado, a tu amo
que si del dicho se acuerda.
—Dile que sí, mi criado,
que entre pa'cá norabuena.
Pusiérale silla de oro,
su cuerpo sentara en ella;
pone de muchas comidas
y de ninguna comiera.
—No vengo por verte a ti,
ni por comer de tu cena;
vengo a que vayas conmigo
a media noche a la iglesia (2011, pp. 189-190).

Como podemos ver, este poema repite, además de la figura del intrépido burlador, el encuentro con una figura del más allá. La semejanza entre este texto y la obra de Tirso se refuerza aún más si tenemos en cuenta el tópico de la doble invitación a la cena, algo que vuelve a aparecer luego en el poema popular, y que se vincula, en nuestra obra, con la muerte del protagonista:

A las doce de la noche
cantan los gallos afuera,
a las doce de la noche
van camino de la iglesia.
En la iglesia hay en el medio
una sepultura abierta.
—Entra, entra, el caballero,
entra sin recelo ’n ella;
dormirás aquí conmigo,
comerás de la mi cena
—Yo aquí no me meteré,
no me ha dado Dios licencia.
—Si no fuera porque hay Dios,
y el nombre de Dios apelas,
y por ese relicario
que sobre tu pecho cuelga,
aquí habías de entrar vivo,
quisieras o no quisieras.
Vuélvete para tu casa,
villano y de mala tierra,
y otra vez que encuentres otra,
hácele la reverencia,
y rézale un pater noster,
y échala pa la huesera;
así querrás que a ti te hagan
cuando vayas desta tierra (2011, pp. 190-191).

Por otra parte, personajes similares a don Juan se encuentran la literatura anterior y contemporánea a Tirso de Molina. Por ejemplo, en El infamador, de Juan de las Cuevas; y en La fuerza lastimosa, de Lope de Vega.

El dramaturgo, probablemente, reelaboró el material legendario y creó con él a su personaje. Además, tomó el nombre del burlador de un personaje histórico, Juan Tenorio, hijo de un noble con cargos públicos importantes durante el reinado de Alfonso XI. Asimismo, también el apellido Ulloa proviene de personajes históricos que vivieron en Sevilla en la Edad Media.

En El burlador de Sevilla, que da origen al mito de don Juan, el protagonista responde a un prototipo de traidor y burlador palaciego. Es un joven temerario y disoluto, que no respeta las leyes sociales, se mofa de quienes intentan persuadirlo de que cambie su conducta y cree que habrá suficiente tiempo redimirse. En su esencia —y a diferencia de lo que luego hará la tradición literaria con él—, el primer don Juan no es propiamente un seductor. En esta obra realmente no seduce a ninguna mujer: a Isabela la engaña suplantando la identidad del duque Octavio e intenta engañar a doña Ana fingiendo ser el marqués de la Mota. En el caso de Tisbea, se sugiere que a ella la seduce la posición social del burlador y, en el de Aminta, ella solo acepta la supuesta unión matrimonial con don Juan después de que este afirma que su padre la ha autorizado y que su matrimonio con Batricio está anulado.

Esta creación literaria dio forma posteriormente a un carácter típico que se reelaboró de diversas formas, en diferentes tiempos y culturas, convirtiéndose en un mito universal. En las obras donjuanescas suele repetirse un mismo esquema: la transgresión del protagonista afecta, primero, a mujeres y a hombres, a quienes burla o mata; y, luego, ocurre una invitación sacrílega a un difunto, generalmente un hombre noble, muerto a manos de don Juan, y padre de una mujer seducida por este. En la mayoría de las versiones, la historia culmina con la condena al Infierno del burlador.

Entre las obras donjuanescas más destacadas encontramos las piezas dramáticas Dom Juan ou le festin de pierre (Molière, 1665) y Don Juan Tenorio (Zorilla, 1844); el poema Don Juan (Lord Byron, 1879); la ópera Don Giovanni (Lorenzo da Ponte y Wolfgang Amadeus Mozart, 1787); y también algunas versiones cinematográficas como Don Juan en los infiernos (1991) y Don Juan DeMarco (1995).