Divina Comedia: Purgatorio

Divina Comedia: Purgatorio Resumen y Análisis Cantos XXVIII-XXXIII

Resumen

Canto XXVIII

Dante se adentra en el Edén y avanza entre los árboles mientras escucha el canto de las aves. Luego, un río de pureza inigualable le impide continuar, y el poeta observa, en la orilla opuesta, a una bella mujer que canta y recolecta flores. Él le pide que se acerque para poder oír su canto, y la mujer, al llegar al borde de la costa, levanta la mirada y deja ver sus ojos resplandecientes.

A continuación, la mujer invita a Dante a aclarar sus dudas y él manifiesta su inquietud por el hecho de que haya agua y brisa en el bosque, dado que el monte está exento de cambios climáticos. La mujer explica entonces que el viento se produce a causa del movimiento del primer cielo, que el monte alcanza. Por otra parte, el río brota de una fuente divina y no proviene de la lluvia (“no proviene de una vena nutrida de vapor que cambie el frío”, vv. 120-121). También señala que allí descienden dos ríos: el que está viendo Dante, el Leté, posee la facultad de quitar la memoria del pecado, y el otro, Eunoé, devuelve la memoria de las buenas obras.

Finalmente, la mujer añade que los poetas antiguos prefiguraron el Edén al hablar de la Edad de Oro, y explica que, allí, el ser humano era inocente, y que siempre es primavera. Dante, entonces, se vuelve para observar a sus maestros, Virgilio y Estacio, y los ve sonrientes luego de escuchar las últimas palabras de la mujer.

Canto XXIX

La mujer continúa cantando y avanza a orillas de la costa, y Dante marcha con ella a la par desde la orilla opuesta. Repentinamente, un resplandor recorre el bosque y su luz permanece. Entonces, el poeta divisa siete candelabros que avanzan irradiando una luz muy clara y se vuelve para mirar a Virgilio, quien le devuelve la mirada estupefacta.

Detrás de los candelabros, veinticuatro ancianos coronados de flores marchan, aproximándose al peregrino. Tras ellos, avanzan cuatro animales con seis alas llenas de ojos. En este punto, Dante invita al lector a leer el libro bíblico de Ezequiel, que describe dichos animales con los mismos rasgos, excepto en la cantidad de alas. En el medio de los animales, avanza un carro triunfal tirado por un grifo con miembros de oro que alza sus alas. Junto a la rueda derecha del carro danzan tres mujeres: una roja, una verde y otra blanca. A la izquierda del carro danzan otras cuatro, vestidas de color púrpura. Cerca del grupo marchan dos ancianos de aspecto honesto y grave y, junto a ellos, cuatro hombres de aspecto humilde, seguidos por otro anciano. El grupo completo se detiene cuando se sitúan frente a Dante y, entonces, se escucha un trueno.

Canto XXX

Los veinticuatro ancianos que marchan detrás de los candelabros giran en dirección al carro triunfal, y uno de ellos canta tres veces “Veni, sponsa, de Libano” (v. 11). Desde el carro se alzan cien ángeles lanzando flores y cantando, y aparece Beatrice (“una dama”, v. 32), vestida de rojo, con un manto verde y un velo blanco, coronada con ramas de olivo. Dante la observa estremecido y siente revivir el antiguo amor que sintió por ella desde su infancia. Entonces, se vuelve para observar a Virgilio y decirle que ha vuelto a ver los “signos de la antigua llama” (v. 48). Pero él se ha ido, y Dante no puede evitar llorar por su maestro. Luego, Beatrice lo exhorta a no llorar y le pregunta cómo se atrevió a subir al monte, y el poeta, avergonzado, baja la mirada.

Los ángeles cantan “In te, Domine, speravi” y Dante llora al oírlo. Beatrice, luego, dirigiéndose a los ángeles, explica que Dante había sido dotado de virtud por la gracia divina, y que hubiera sido una prueba admirable de ello si conservaba los buenos hábitos de su juventud (de su “vida nueva”, v. 115), en los que ella lo había guiado por un tiempo. Sin embargo, después de la muerte de ella, Dante cambió sus hábitos (“volvió sus pasos por senda no veraz”, v. 130), siguiendo falsas imágenes del bien. Así, su decadencia llegó a tal extremo que ella descendió al Limbo (“la puerta de los muertos”, v. 139), para rogarle a Virgilio, con lágrimas en los ojos, que lo condujera hasta la cima del monte del Purgatorio. Finalmente, Beatrice afirma que es necesario que Dante se arrepienta para poder beber las aguas del Leté.

Canto XXXI

Dante reconoce, con temor, la veracidad de la acusación de Beatrice, y ella le pregunta cuál fue el motivo por el cual se desvió del buen camino. El poeta explica que se tentó con placeres mundanos, y Beatrice, para fortalecerlo, le recuerda sus errores. Finalmente, la dama lo exhorta a levantar su mirada (“pon la barba en alto”, v. 68). Dante consigue hacerlo y, después de reconocer su culpa, se desmaya.

Cuando vuelve en sí, el poeta se encuentra sumergido en el Leté, y la mujer que recibió en el Edén hunde su cabeza allí. Luego, lo lleva hasta la orilla. Entonces, cuatro de las mujeres que danzan invitan a Dante a mirar los ojos relucientes de Beatriz, y él observa que en ellos se refleja el grifo. Finalmente, las otras cuatro mujeres que danzan incitan a Beatrice a mostrarle su sonrisa al peregrino y él, después de que ella se quita el velo, contempla su belleza inefable.

Canto XXXII

Dante está absorto en la contemplación de la sonrisa de Beatrice cuando, por exhortación de las cuatro mujeres, aparta la mirada. Entonces observa que la procesión se marcha en dirección al Oriente y se une a ella. Luego, la procesión se detiene en torno a un árbol extraordinariamente alto y despojado de hojas, el cual, después de que el grifo amarra a él el carro, florece. Dante oye un himno que no puede entender y, a continuación, cae dormido.

Al despertar, el poeta observa a Beatrice sentada junto al árbol. La procesión asciende al cielo y el carro queda al cuidado de Beatrice, quien está acompañada por las siete mujeres (“ninfas”, v. 98). Beatrice predice que Dante será salvado y le pide que, para “el mundo que mal vive” (v. 103), observe el carro y que escriba aquello que vio cuando regrese al mundo. Entonces, ante los ojos del poeta, se representan escenas alegóricas de la historia de la Iglesia: un águila (“el pájaro de Júpiter”, v. 112) desciende velozmente y destruye el árbol y el carro; luego, un zorro se lanza hacia el carro y Beatrice logra que huya; a continuación, el águila deja caer sus plumas dentro del carro y una voz exclama “¡Oh, navecita mía, mal cargada!” (v. 129); más tarde, un dragón emerge de la tierra y rompe el fondo del carro. Finalmente, del carro brotan siete cabezas con cuernos, y un gigante, que está junto a una prostituta, desata el carro y lo arrastra por el bosque.

Canto XXXIII

Las siete mujeres entonan un salmo mientras lloran por los acontecimientos que acaban de ver, y Beatrice pronuncia una profecía usando palabras que utilizó Cristo en su última cena para sugerir que la Iglesia volverá a estar en su sitio. Luego, Beatrice comienza a caminar delante de las siete mujeres, y Estacio, Dante y la mujer que recibió al último en el Edén (Matelda, como se revela luego) caminan detrás del grupo.

Beatrice invita a Dante a hacer preguntas, pero él se niega y, luego, ella profetiza que Dios se vengará de quienes corrompieron a la Iglesia (“el recipiente que rompió la víbora”, v. 34). También predice que, en poco tiempo, el Imperio (“el águila”, v. 38 ) tendrá un heredero, un “quinientos diez y cinco” (v. 43), enviado por Dios, que pondrá fin a la corrupción de la Iglesia y al poder político que es cómplice de ella (“a la ladrona matará y al gigante que delinque junto a ella”, vv. 44-45). Beatrice, advirtiendo la oscuridad de sus palabras, le indica a Dante que tome nota de ellas y de los dos ataques que recibió el árbol (vistos anteriormente), para transmitirla a los que viven en el mundo.

Luego, Dante le pregunta a Beatrice por qué habla de una forma que él no puede entender, y ella explica que lo hace para que él comprenda la insuficiencia de la filosofía (“esa escuela que seguiste”, vv. 85-86) para conocer las verdades divinas. Dante no recuerda haber seguido otra doctrina, y Beatrice le señala que su olvido se debe a que bebió de las aguas del Leté.

Al mediodía, las siete mujeres se detienen frente a una fuente de la que brotan dos ríos. Dante no recuerda qué ríos son, y Matelda explica que las aguas del Leté borraron su recuerdo. Beatrice, entonces, le pide a la mujer que conduzca a Dante a beber de las aguas del Eunoé y ella lo hace, e invita también a Estacio a acompañarlos.

Finalmente, el poeta explica que ha concluido el espacio que había asignado para esta cántica (es decir, para el Purgatorio), y añade que, al salir del Eunoé (“las más santas olas”, v. 142) estaba renovado, puro y dispuesto para ascender al Paraíso (“subir a las estrellas”, v. 145).

Análisis

Una vez que Dante concluye el trayecto a través de los reinos del pecado y de la purificación (el Infierno y el Purgatorio, respectivamente), comienza para él una nueva etapa. En el canto XXVIII se describe el inicio de su viaje por el Paraíso terrenal, o Edén, el lugar creado por Dios para los seres humanos: “el lugar que fue elegido para la humanidad como su nido” (vv. 77-78), en el que habitaron el primer hombre y la primera mujer, hasta que cometieron el pecado original. El Edén se encuentra en la cima del monte del Purgatorio. Como al inicio del primer libro, el Infierno, el protagonista se encuentra extraviado:

“Los lentos pasos me habían transportado
ya tan adentro de la selva antigua
que por donde había entrado no veía.” (vv. 22-24)

Sin embargo, a diferencia de la “selva oscura” (Infierno, I, v. 2) en la que se halla al comienzo de aquel libro, en este caso, se trata, más precisamente, de un bosque, y sus cualidades contrastan con las del espacio anterior: Dante se refiere al segundo como “la divina foresta densa y viva” (v. 2). En este caso, el bosque se describe siguiendo el tópico clásico del locus amoenus.

El encuentro con la bella mujer que recolecta flores (Matelda, como sabremos hacia el final del Canto XXXIII), recuerda a la mujer del sueño premonitorio narrado en el canto anterior, Lía (Canto XXVII). Finalmente, la “edad de oro” (v. 140) a la que ella se refiere, se conectan con la descripción del paisaje idílico del Edén. Aquí se sugiere que los poetas antiguos, en su descripción de aquella, prefiguraron el Paraíso terrenal. En efecto, inmediatamente después, Matelda define el Edén con palabras que recuerdan el primer libro de las Metamorfosis de Ovidio: “Aquí la raíz humana fue inocente, es siempre primavera en todo fruto” (vv. 142-143, cfr. Metamorfosis, I, 89 y ss.).

En el Canto XXIX todas las figuras que marchan en procesión tienen un significado simbólico y representan elementos de la religión cristiana. Los siete candelabros representan los siete dones del Espíritu Santo (sabiduría, entendimiento, consejo, fortaleza, ciencia, piedad y temor de Dios); los primeros veinticuatro ancianos simbolizan los veinticuatro libros del Antiguo Testamento; los cuatro animales con seis alas cada uno representan los cuatro Evangelios; el carro triunfal representa a la Iglesia; el grifo, un animal de dos naturalezas (león y águila), simboliza a Cristo; las tres mujeres a la derecha del carro representan las tres virtudes teologales (fe, esperanza y caridad), y las cuatro de la izquierda, las virtudes cardinales (templanza, prudencia, fortaleza y justicia); los dos ancianos cerca del grupo representan los libros bíblicos Hechos de los Apóstoles, escrito por san Lucas, y las Epístolas de san Pablo; los cuatro de aspecto humilde que marchan junto a ellos representan las Epístolas de Pedro, Juan, Santiago y Judas; y el último anciano simboliza el libro del Apocalipsis.

El canto culmina con la procesión deteniéndose frente a Dante y anticipa la llegada de Beatrice, quien simboliza de la Teología, es decir, el conocimiento humano de lo divino, alcanzado a través de las escrituras sagradas. El canto se interrumpe el momento de mayor tensión narrativa, y, en el canto siguiente (Canto XXX), se produce el clímax del poema con el encuentro entre Beatrice y Dante.

También la desaparición de Virgilio, que sucede inmediatamente después, es un momento fundamental en la estructura del poema. Su partida es sorpresiva: Dante, que está a punto de dirigirle la palabra, advierte que ya se ha ido: “nos había privado de sí”, afirma (con el pronombre “nos” que podría incluir al lector); y, precisamente, las palabras que estaba a punto de dirigirle provienen de la Eneida, “vuelvo a sentir en mí el resquemor de la primera llama” (IV, 23). En este caso, Dante utiliza las palabras con las que Dido demuestra su amor por Eneas (en quien reconoce los antiguos signos de amor que sentía por su marido muerto) para referirse al amor que siente por Beatrice (desde su infancia). Luego, Dante le rinde un nuevo homenaje a su maestro: lo nombra tres veces (vv. 49-51) como Orfeo nombra a Eurídice, ya perdida para siempre, en Geórgicas (IV, vv. 525-527). Finalmente, el protagonista afirma que “ni aquello que perdió la antigua madre” (v. 52), es decir, el Edén (perdido por el pecado de Eva, la primera mujer), le impidió llorar por su “dulcísimo padre” (v. 50); y alude al momento inicial del relato, cuando Virgilio lavó su rostro con rocío (Canto I).

A continuación, encontramos algunos elementos autobiográficos: el discurso de Beatrice, la mujer de la que Dante de se enamoró desde joven, retoma el relato del propio poeta en Vida nueva, donde describe la primera aparición de ella, el poder de su mirada, su muerte temprana. Beatrice alude incluso a este libro cuando señala “aquel fue, en su vida nueva, tal” (v. 115). Por otro lado, las palabras severas que ella le dirige al poeta se comparan con una espada: primero, cuando lo exhorta a dejar de llorar “aún no llores, que tienes que llorar por otra espada” (v. 57), luego, al comienzo del Canto XXXI, Dante retoma la metáfora: “apuntándome a mí con sus palabras / que ya en su filo habían sido ásperas/ siguió diciendo (…)” (vv. 2-4).

En este canto se presenta una alegoría de la confesión: después de que Dante reconoce sus culpas y se arrepiente (“Como niños que mudos se avergüenzan / con los ojos bajos siguen escuchando / arrepentidos y se reconocen” vv. 64-66), sucede la inmersión en las aguas del Leté, de donde el protagonista emerge purificado. Por otro lado, en el diálogo entre Beatrice y Dante se presentan elementos autobiográficos: en él se destaca la importancia que tuvo la muerte de la mujer en la vida del poeta y la manera en que determinó su cambio de conducta.

Al final del canto encontramos una nueva alegoría: las cuatro mujeres que reciben a Dante (que simbolizan las virtudes cardinales), declaran que fueron enviadas al mundo antes que Beatrice (que acá debe entenderse como símbolo de la Teología), y que llevarán al poeta a ver los ojos de ella, pero que las otras tres mujeres (símbolo de las virtudes teologales) agudizarán su vista (vv. 106-111). Dante, poco después, mira los ojos resplandecientes de Beatrice, mientras ella mira al grifo (símbolo de Cristo), lo que sugiere, simbólicamente, que el hombre ve la luz divina reflejada en la Teología.

El tema central del Canto XXXII es la representación alegórica de la historia de la Iglesia desde su fundación: el águila que desciende y destruye el árbol y el carro representa la persecución contra los primeros cristianos; el zorro representa las herejías; el águila, cuando deja parte de sus plumas en el carro, representa la llamada donación de Constantino, por la cual este emperador habría cedido la parte occidental del Imperio al Papa Silvestre, haciendo que se confundan el poder espiritual y el temporal; el dragón representa el cisma de Mahoma; las cabezas con cuernos pueden simbolizar los conflictos imperiales o los siete pecados capitales; la prostituta y el gigante representan la corrupción de la iglesia en connivencia a la casa real francesa; y, la última escena, en donde el gigante suelta el carro y lo arrastra, representa el traslado de la Iglesia a Aviñón (llevado a cabo en 1305). También en este canto se hace explícita la misión poética de Dante, cuando Beatrice le pide que, a su regreso, escriba lo que vio “para el mundo que mal vive” (v. 103).

En el canto final, Beatrice predice que la Iglesia volverá a ocupar su sitio, utilizando las palabras con las que Cristo predijo su muerte y resurrección en su última cena: “Dentro de poco, ya no me verán, y poco después, me volverán a ver.” (Jn, 16, 16). A continuación, Beatrice vuelve a indicarle a Dante que escriba lo que vio y oyó, para transmitirlo en el mundo:

“Tú toma nota; y como yo las digo,
en signos mis palabras di a los vivos (…).

Y ten en mente, cuando las escribas,
de no esconder cómo has visto la planta
que recién fue robada aquí dos veces.” (vv. 52-57)

Finalmente, la inmersión de Dante en las aguas del Eunoé representa el último rito de purificación, que prepara al protagonista para la ascensión al Paraíso (este será el tema del siguiente y último libro de la Divina Comedia). Este libro culmina, como todos los cánticos de la Comedia, con la palabra “estrellas”, con la cual, en esta ocasión, el poeta señala el Paraíso.