Distancia de rescate

Distancia de rescate Temas

La maternidad

La novela tematiza el tópico de la maternidad. El título hace referencia a una noción que Amanda, la protagonista y narradora de la historia, hereda de su madre. La distancia de rescate implica una “distancia variable que me separa de mi hija” (2018:22), un “hilo invisible que nos une” (2018:37). Amanda pasa los días calculando la distancia de rescate, controlando dónde se encuentra su hija y cuánto tardaría en salvarla ante cualquier peligro. Sin embargo, esta herramienta de cuidado falla, y Amanda no puede proteger a Nina, su hija, de un peligro invisible. Según Forttes, en Distancia de rescate se muestra que “el elemento que más intranquiliza es la incapacidad de la madre de proteger la vida nueva ante la omnipresencia de la industria agro-tóxica” (2018:147) en el campo argentino.

Durante el transcurso de la novela, la distancia de rescate entre Amanda y Nina se acorta y se estira y, en sintonía, se modifica la tensión en la historia. El ritmo de la narración varía en sintonía con la tensión en la distancia que separa a Amanda de Nina. Esta conexión representa una continuación del cordón umbilical, fuente de alimentación de los fetos dentro del útero materno. Del mismo modo, este hilo invisible figura la responsabilidad, el cuidado y el deseo de protección de la protagonista con su hija.

En la primera visita que realizan Amanda y Nina a la calle principal del pueblo en donde vacacionan se encuentran con Abigaíl, una niña con deformidades físicas, que camina rengueando y tiene “una frente enorme que ocupa más de la mitad de la cabeza” (2018:42). Nina se alarma al conocer a esta chica y Amanda se pregunta cómo haría su madre, cajera del local, para cuidarla. Cuando se dirigen a la caja, Amanda reflexiona “así como un momento atrás me preguntaba cómo podía agarrar a esa nena de la mano, ahora me pregunto cómo es posible soltarla, y acepto el vuelto agradeciendo muchas veces, con culpa y remordimiento” (2018:43). Es interesante que la protagonista se pregunte sobre cómo soltar, sobre cómo dar independencia a una hija con dificultades. La idea de la sobreprotección está presente en el modo en el que Amanda ejerce su rol maternal. Además, en la cita aparece la culpa como una emoción que se vincula con la maternidad durante toda la novela.

Carla vive castigándose por no haber evitado la intoxicación de su hijo, David. Expresa en reiteradas ocasiones que se siente culpable por el envenenamiento. Le dice a Amanda: “No sé cómo no lo vi, por qué mierda estaba ocupándome de un puto caballo en lugar de ocuparme de mi hijo” (2018:22). La novela muestra la incapacidad de los personajes maternales para proteger a sus descendencias de los nuevos peligros del siglo XXI. El riesgo en esta novela se mantiene oculto, son los agrotóxicos que están en el suelo, en el agua y en el aire. En este sentido, las preguntas que David le hace a Amanda y guían su relato apuntan a que reconozca el momento exacto en el que ambas se intoxican, el instante en el que a pesar de encontrarse muy cerca de Nina, no logra protegerla de un peligro invisible y naturalizado.

Amanda formula una pregunta que sobrevuela toda la novela: “¿Fui una mala madre?” (2018:116). Toda la responsabilidad del cuidado de los hijos parece recaer en las madres. Carla, por su parte, sufre por no reconocer a su propio hijo luego de su intoxicación y posterior migración de su alma. David aparece en la casa verde, hogar de la curandera que realiza la migración para evitar que muera intoxicada, y Carla dice “nos miramos, pero yo aparté la vista” (2018:32). Hay un rechazo frente a este nuevo hijo modificado: “éste es mi nuevo David. Este monstruo” (2018:34).

La distancia de rescate es un concepto heredado de la madre de Amanda: ““Tarde o temprano algo malo va a suceder”, decía mi madre, “y cuando pase quiero tenerte cerca”.” (2018:44). Es interesante que la distancia de rescate no tiene que ver con evitar los peligros o los desastres sino con encontrarse cerca para ayudar. Hay una fatalidad originaria en el planteo que tiene que ver con la libertad que las madres otorgan. La pregunta que se sugiere es qué hacen las madres frente a la tragedia inevitable, que puede ser simplemente el dolor por la independencia del niño, pero que en el pueblo de esta historia es la intoxicación por agrotóxicos.

Amanda siente físicamente las consecuencias de la tensión del hilo. Por ejemplo, cuando Nina es llevada a la casa verde y Amanda se encuentra en los momentos finales de su vida: “Se anuda la distancia de rescate, tan brutalmente, que por un momento dejo de respirar” (2018:113). Es interesante cómo la distancia de rescate funciona como una especie de termómetro respecto del bienestar de su hija pero que no es infalible, puede fallar. La protagonista se preocupa mucho cuando Nina queda dentro de la casa con David pero luego “la ve divertida y tranquila, y por un momento agradezco que mi sentimiento de fatalidad no funcione correctamente, que todo haya sido una falsa alarma” (2018:47). Luego, cuando Amanda descubre cuando sucede la intoxicación comenta: “Fue la distancia de rescate: no funcionó, no vi el peligro” (2018:116).

El impacto de los agrotóxicos

La novela tiene un tinte político porque funciona como una denuncia social frente a la problemática de los agrotóxicos en el campo argentino. Siguiendo a Drucaroff, la novela “se escribió y la leemos en tiempos en que alarma el aumento del cáncer y de niños deformes en las zonas cercanas a los cultivos de soja” (2018:3). Además, la propia autora, en una entrevista para la editorial Eterna Cadencia, advierte sobre el correlato “real” de la historia: “Todo lo horroroso y monstruoso que se cita en el libro no es ningún recurso fantástico, sucede ahora mismo, en nuestros soñados campos argentinos”.

En 1996 se introduce el monocultivo de soja transgénica Monsanto en terreno argentino. Argentina es hoy el tercer exportador del mundo de esta legumbre y el mayor consumidor de glifosato, químico utilizado como herbicida. La siembra directa de soja requiere herbicidas que, por diseño, no afectan a la soja Monsanto pero causan estragos en las comunidades que la cultivan (Forttes:2018). En 2016, la Organización Mundial de la Salud (OMS) califica al glifosato como un químico “probablemente cancerígeno” y añade que puede producir malformaciones genéticas en la descendencia de quienes han sido expuestos al químico. Además, una investigación reciente de la Universidad Nacional de Rosario detalla los efectos irreversibles del glifosato sobre el desarrollo neuronal en embriones de mamíferos. Aunque el daño que genera este herbicida es innegable, no existe en Argentina una legislación federal que regule su uso.

La novela de Schweblin arroja luz sobre el modo en el que el herbicida afecta no solamente a quienes lo manipulan, sino también a las fuentes de agua y, por lo tanto, al suelo y al ecosistema del área. Como entiende Forttes, “por diseño sobrevive solo la vida que sirve al proceso de producción industrial” (2018:155). La novela muestra claramente la distinción entre el terreno que debe fertilizarse para la producción y el resto del espacio que se abandona, se seca y se contamina: “Más allá la soja se ve verde y brillante bajo las nubes oscuras. Pero la tierra que pisan, desde el camino de entrada hasta el riachuelo, está seca y dura” (2018:122).

Varias veces se menciona el agua como un elemento podrido y contaminado. Se habla del “hilo oscuro y fino de agua” (2018:45), de pájaros muertos en el agua y de “los riachuelos entretejiendo las tierras secas” (2018:124). La mañana en la que Amanda y Nina llegan a la casa del señor Geser, Carla las visita, le pregunta a Amanda si había sentido olor en el agua y le sugiere no usarla ese día. Amanda reflexiona: “Dudé, porque habíamos tomado un poco apenas llegamos, sí, pero todo era nuevo y si olía distinto era imposible para nosotros saber si esto era o no un problema” (2018:100). El riesgo es imperceptible para la protagonista. La novela presenta a un bien primario y fundamental como el agua como un peligro, exponiendo la “latencia destructiva de la industria de la soja transgénica” (Forttes:2018).

El campo se convierte en un laboratorio productivo y deja de ser un espacio habitable. En este sentido, De Leone habla de un “paisaje rural en que el cultivo de la soja transgénica se convierte tanto en negocio rentable (monopólico y cortoplacista) como en causante de problemas medioambientales y de salud colectiva, rediseña el uso de la tierra fértil, las relaciones interpersonales y afectivas, las prácticas y la movilidad social” (2017:65). David, Nina y Amanda son intoxicados por los químicos utilizados en la siembra de soja transgénica. Además, el pueblo en el que se desarrolla la historia presenta una larga tradición de abortos espontáneos, chicos deformes y animales raros (“Respira agitado y mueve la cola, le falta una pata trasera” (2018:46)). Las relaciones interpersonales y el crecimiento de la población se ve afectado por el modelo productivo del campo. La novela muestra cómo la megaproductividad que posibilitan las semillas de soja transgénica interrumpen la reproducción de la vida (De Leone, 2017).

La trama de la novela avanza guiada por David, quien hace preguntas a Amanda y dirige su relato. Se pregunta por el momento preciso en el que Amanda y Nina se intoxican, dice: “hay que encontrar el punto exacto en el que nacen los gusanos.” (2018:11). Esta búsqueda resalta el carácter invisible de la amenaza de los agrotóxicos. Ni Amanda ni Carla entienden los momentos en los que se intoxican.

Finalmente, es significativo el imaginario en torno al campo que presenta la novela en contraposición con el de la ciudad. En la primera tarde en la casa alquilada para vacacionar, Amanda dice: “Este es mi momento de manejar, cuando estoy de vacaciones, esquivando pozos de ripio y tierra entre las quintas de fin de semana y las casas locales. En la ciudad no puedo, la ciudad me pone demasiado nerviosa” (2018:39). El campo se configura, según Amanda, como un espacio de ocio, de relajación y de nuevas posibilidades respecto de la ansiedad de la ciudad. Incluso luego de los encuentros terroríficos con David y el relato de Carla sobre la intoxicación y el posterior “tratamiento” monstruoso de su hijo, Amanda sigue posponiendo su retorno a la ciudad. Dice que no tiene ganas de “volver al ruido, a la mugre, al congestionamiento de casi todas las cosas” (2018:68).

Con el correr de la novela, Amanda se ve atrapada en ese pueblo intoxicado sin tener un espacio a dónde escapar. El campo, “en vez de resultar un espacio disponible para el ocio, el disfrute al aire libre o un punto de mira de un paisaje de horizonte sin fin, prometedor de ilusiones, se convierte en un escenario posutópico, más claustrofóbico que ensanchado, más circular que horizontal, más irrespirable que refrescante, menos proclive a la producción y previsión de vida que al peligro, la contaminación y la muerte” (De Leone, 2017:65). En este sentido, la escritora profundiza, en una nota con Infobae en 2014, sobre su preocupación por desarticular toda la visión mítica que configura al campo como un lugar idílico en el que solo hay belleza, vida, paz y tranquilidad. Se pregunta “qué pasa cuando uno sale de la ciudad como el lugar del mal y va hacia el campo y se encuentra que el campo tampoco es lo que era. Ese campo también está tomado por ese mal de la ciudad, también está intoxicado y envenenado. Es un mal tramposo porque en la ciudad uno sabe quién es el enemigo, pero en el campo es un enemigo que todavía no conocemos y que está desdibujado, no sabemos exactamente en dónde está” (2014). El campo muestra una continuidad con la ciudad en términos de envenenamiento y producción, pero que además, presenta peligros invisibles.

La infancia

La novela trata el tema de la infancia desde un abordaje gótico. Este es un género literario nacido en el siglo XVIII en Inglaterra, que tiene su apogeo durante el siglo XIX en Europa. Se caracteriza por presentar emociones fuertes en los personajes, como el horror y el suspenso. Produce escenarios macabros, lúgubres y oscuros, como castillos europeos construidos en la Edad Media. Además, la literatura gótica contiene generalmente hechos sobrenaturales o inexplicables, atmósferas extrañas y de misterio y un secreto a develar.

En este sentido, los niños en Distancia de rescate aparecen como monstruos: se han intoxicado y luego han migrado la mitad de sus almas para sobrevivir. La primera tragedia y su posterior compensación genera que en el pueblo en donde transcurre la historia, exista un grupo de treinta y tres chicos extraños. Amanda los describe como “Chicos con deformaciones. No tienen pestañas, ni cejas, la piel es colorada, muy colorada, y escamosa también” (1018:108). De hecho, le pregunta a David: “¿Hay chicos sanos también, en el pueblo?” (2018:107). Hasta ese momento solo había visto a Abigaíl y a David.

La atmósfera gótica de la novela incluye varios elementos que siempre tienen de protagonistas a los niños. Por ejemplo, el secreto que David busca develar, la revelación a la que tiene que llegar Amanda a través de las preguntas, el descubrimiento del momento exacto de su intoxicación, constituye una intriga gótica. Hay algo no nombrado que tiene que descubrirse. En sintonía, Amanda llega a la casa que alquila para las vacaciones y lo siente como un lugar amenazante, pero no logra nombrar el peligro. El peligro es invisible y tiene que ver con las infancias.

El primer episodio que pone en tensión la distancia de rescate entre Amanda y Nina sucede mientras Amanda sale de la casa y Nina queda en la casa sola con David. Amanda se pone alerta cuando descubre que David está solo en la casa con Nina, con todas las ventanas cerradas: “Carla me señala la ventana del cuarto de mi hija, en el primer piso. La palma de una mano está apoyada en el vidrio” (2018:47). La palma en el vidrio es una imagen repetida en las historias de terror. Es casi un cliché que se compensa porque al lado de esa mano aparece Nina sonriente. Amanda sentencia: “Esto es el mismísimo terror, entrar a una casa que apenas conozco buscando a mi hija con tanto miedo que no puedo siquiera pronunciar su nombre” (2018:48). Nuevamente hay algo que no se puede nombrar, que se silencia y que tiene que ver con las infancias.

Otro rasgo gótico de las infancias en esta novela es el no reconocimiento de las madres. Carla deja de reconocer a David luego de la migración que realiza la mujer de la casa verde. En este sentido De Leone afirma que la novela “es también la historia de un rechazo: el de una madre (la suya) que no reconoce como propio a este hijo-monstruo, producto de la violencia ecológico-económica que se ejerce entre los seres vivos y el medio en que habitan” (2017:71). Carla dice “cuando él dio un paso más hacia mí, por su cuenta, yo me eché hacia atrás” (2018:32). Carla quiere escapar porque entiende que su hijo no es el mismo, no es suyo. Le comenta a Amanda “Ya no me pertenece” (2918:15).

Forttes entiende que “lo que pierden los niños cuando su genoma se contamina es a una madre que los reconozca” (2018:161). Este quiebre del lazo madre-hijo genera un extrañamiento siniestro que configura la atmósfera gótica de la novela. En este sentido, la última escena de la novela muestra el no reconocimiento de los padres. El padre de Nina visita al padre de David para preguntarle qué pasa con su hija. Las madres no están, Amanda ha muerto y Carla ha escapado. El padre de David no logra explicar la transformación de su hijo, y el padre de Nina no reconoce en David el pedacito de espíritu de Nina. Siguiendo a Schlickers, “Amanda mira a través de los ojos de su marido y ve en los ojos de David "esos otros ojos" que su marido no sabe reconocer, que son los ojos de su hija” (2015:14). En este momento se revela que luego de la migración del espíritu intoxicado de Nina, una parte ha ido a parar a David. Aunque David se sienta en el auto del padre de Nina, se cruza de piernas y se pone el cinturón de seguridad (en un gesto típico de Nina), el padre no reconoce esa familiaridad.

El no reconocimiento de las madres, las deformaciones físicas de los chicos y el secreto que busca develar David exponen el abordaje gótico de la infancia que tiene esta novela. Lo monstruoso, lo que asusta, siempre aparece ligado a los niños.

Medicina tradicional vs curandería

La novela muestra distintos tipos de tratamientos esotéricos que buscan compensar la falta de presencia y eficacia de la medicina tradicional. En un pueblo contaminado por los agrotóxicos, con muchos abortos espontáneos y niños con malformaciones genéticas, no existe un hospital o una salita médica con recursos suficientes.

Cuando Carla lleva a Amanda y a Nina a la salita médica con cuadros de intoxicación, la enfermera dice que están insoladas: “no hay que preocuparse” (2918:96). La protagonista se va de la salita sin ningún tipo de ayuda. Luego, cuando está en el borde final entre la vida y la muerte, Carla habla con el marido de Amanda y le dice “que en la salita hoy no hay médicos pero ya mandaron llamar a uno” (2018:111). Luego le dice a Amanda que hay un médico en camino, pero la protagonista no puede esperar más.

Es significativo que la enfermera pregunte de dónde es la paciente (Amanda) y cuando ella contesta que es de la ciudad, “la enfermera deja de tararear y se queda mirándonos, como si con esta información hubiera que empezar otra vez la consulta, desde cero” (2018:95). Esta reacción sugiere que las personas que no son del pueblo no saben esquivar los peligros invisibles a los que los habitantes están acostumbrados. Amanda no entiende que ha sido intoxicada porque no es del lugar. En este sentido, Forttes analiza que “la función de David, en su calidad de narrador-interrogador omnisciente que acompaña y orienta a Amanda, es prefigurar el horror para que ella vea, aunque sea demasiado tarde, las razones por las que ella y su hija se encuentran en la antesala de la muerte” (2018:152).

A diferencia de Amanda, cuando David se intoxica Carla ya sabe qué está pasando y decide llevarlo a la casa verde. Carla le dice a la protagonista: “Lo supe con toda claridad, porque yo ya había escuchado y visto demasiadas cosas en este pueblo: tenía pocas horas, minutos quizá, para encontrar una solución que no fuera esperar media hora a un médico rural que ni siquiera llegaría a tiempo a la guardia” (2018:21). Parte del conocimiento de los lugareños es entender que el sistema médico falla. Carla dice: “Ahí vamos a veces los que vivimos acá, porque sabemos que esos médicos que llaman desde la salita llegan varias horas después, y no saben ni pueden hacer nada de nada. Si es grave vamos a lo de «la mujer de la casa verde»” (2018:23). Se sugiere que además de no tener recursos humanos para cubrir los problemas de salud de un pueblo intoxicado por agrotóxicos, no tienen los conocimientos necesarios.

Los enfermos en este pueblo se dirigen a la casa verde donde una mujer realiza la migración de las almas de los niños infectados. El rito tiene por objetivo dividir el alma del paciente, distribuirla en dos cuerpos para trasladar también la mitad del veneno a otra parte y así vencerlo. Este intento por sobrevivir la infección deja versiones parciales de los niños: “La trasmigración se llevaría el espíritu de David a un cuerpo sano, pero traería también un espíritu desconocido al cuerpo enfermo. Algo de cada uno quedaría en el otro, ya no sería lo mismo” (2018:28). El cuerpo de David se ve modificado luego del rito. Tiene en las muñecas marcas en la piel, “líneas como pulseras” (2018:32). Además, su vínculo con su madre se quiebra, ella deja de reconocerlo y dice “ahora ya no me llama mamá” (2018:19).

Significativamente, Amanda responde al relato de Carla con escepticismo: “¿Pero vos creés en estas cosas?” (2018:27), “no puedo creerme semejante historia, ¿pero en qué momento de la historia es apropiado indignarse?” (2018:28). Carla le cuenta que esta mujer trabaja con las energías de las personas, que sabe mover las energías negativas de los cuerpos. Incluso en el final de la novela, cuando Carla le pregunta si puede llevar a Nina a la casa verde, Amanda reflexiona: “Yo no creo en esas cosas” (2018:112).

La casa verde es descrita por Carla cuando le relata a la protagonista la migración de David. Cuenta que los siete hijos varones de la mujer viven en la casa de atrás y nunca entran a la casa. Esto remite a un mito popular que dice que el séptimo hijo varón es un hombre lobo. Aunque no se profundiza en ese tema, la mención de los siete hijos varones despierta cierto imaginario esotérico. Además, Carla observa una foto en esta casa mientras espera por el ritual: “Frente a mí, sobre una repisa de la cocina, los siete hijos, ya hombres, me miraron todo ese tiempo desde un gran portarretratos. Desnudos de la cintura para arriba, rojos bajo el sol, sonreían inclinados sobre sus rastrillos y, detrás, el gran campo de soja recién cortada” (2018:31). Esta constituye la primera mención de la soja, el cultivo transgénico que causa las intoxicaciones.

Por último, en el final de la novela, cuando Nina es llevada a la casa verde, Amanda lo siente en su distancia de rescate: “se anuda la distancia de rescate, tan brutalmente, que por un momento dejo de respirar” (2018:112). Aunque este rito es la única oportunidad que tiene Nina de sobrevivir al veneno, su alma se escinde y su madre lo siente en el cuerpo.

Lo siniestro

Sigmund Freud, el creador de la disciplina psicoanalítica a comienzos del siglo XX, define lo siniestro como un elemento familiar antiguamente reprimido que retorna y provoca miedo, angustia y horror (1919). Algo anteriormente conocido se transforma y genera extrañamiento. Este concepto es productivo para pensar las infancias monstruosas que aparecen en Distancia de rescate así como también el clima de tensión y asfixia de la novela.

Como hemos mencionado, las infancias son monstruosas porque las madres no reconocen a sus propios hijos. Drucaroff menciona el componente ominoso de “el hijo o la hija irreconocibles, haber parido algo ajeno” (2018:1). En relación con esto, la novela tematiza el miedo a perder un hijo en el sentido ominoso de no reconocerlo. Por eso la pesadilla de Amanda revela el temor de esta madre. Su hija le dice que no es ella y Amanda se despierta, guarda los bolsos e intenta escapar.

La pregunta que funciona como un punto de partida para el análisis de Freud es cómo lo familiar deviene siniestro. En el caso de Carla, luego de la intoxicación y posterior migración de David, la falta de reconocimiento de su hijo es clara: “Era mío. Ahora ya no” (2018:15). En este sentido, una pregunta que guía la trama y despierta intriga en el lector es qué le ha pasado a David, cómo se convierte en ese niño-monstruo. Amanda incluso dice: “Me pregunto, David, si podrás haber cambiado realmente tanto” (2018:25). El relato de la intoxicación y migración de David aparece durante toda la novela.

Las intoxicaciones en Distancia de rescate ocurren en los niños pero también en el agua, en los animales y en los suelos, volviendo la atmósfera de la historia irrespirable y desesperante. Hay algo irremediable en lo común de todos los días: niños con malformaciones, abortos espontáneos y animales que se mueren. Parecen elementos arbitrarios, pero son consecuencias del contacto con pesticidas. En una nota con Infobae en 2014, Schweblin admite que la novela “es muy demandante para el lector, trabaja mucho con los miedos, pero con los miedos más simples, más innatos y humanos que tenemos, como el de la sensación de pérdida” (2014). Lo siniestro aparece en lo cotidiano y se vincula con la sensación de pérdida que menciona la escritora. En este sentido encontramos un componente siniestro en la configuración de los agrotóxicos como una amenaza invisible. Lo siniestro implica una exposición de todo lo que estaba destinado a permanecer oculto. En esta novela, el problema de los agrotóxicos sale a la luz y transforma lo cotidiano en una pesadilla. Unas fáciles vacaciones en una casa de campo se convierten en una tragedia.

La homosexualidad

Existe en la novela una tensión sexual muy tenue entre Amanda y Carla. Más específicamente, la tensión se refleja en el modo en el que Amanda describe a su vecina de las vacaciones. Como entiende Drucaroff, el deseo de Amanda por otra mujer es castigado en una sociedad que anula los deseos eróticos de las madres: “el deseo de la madre es deseo de persona y eso se pone en juego: Amanda ama a su hija, pero también desea –casi imperceptiblemente- a otra mujer. Su mirada/voz narra a Carla con un erotismo intenso, velado y sutil” (2018:6). Lo primero que expresa cuando conoce a su vecina es su desconcierto porque “una mujer diez años más grande que yo sea tanto más hermosa” (2018:15). Luego hace foco en su vestimenta y su estilo: “se la veía tan sofisticada con sus blusas coloridas y su gran rodete en la cabeza, tan simpática, distinta y ajena a todo lo que la rodeaba” (2018:29).

Cuando Amanda decide irse del pueblo, antes de su intoxicación, fantasea sobre un futuro de vacaciones en conjunto con Carla: “ella vendría conmigo, eso creo, que Carla vendría si yo se lo propusiera, sin más que sus carpetas y lo que lleva puesto” (2018:84). Siguiendo a Drucaroff, esta atracción transgrede un tabú sobre “el deseo de la madre que estructura nuestra cultura patriarcal” (2018:6).

Aunque las mujeres comparten una amistad y cierta complicidad, ni la narradora ni David mencionan algún tipo de correspondencia de Carla de este interés erótico. Amanda describe al principio de su relato “algo de mutua fascinación entre nosotras, y en contraste, breves lapsos de repulsión” (2018:12). Luego, las respuestas de Carla son fantasías de Amanda: “por un momento la imagino saliendo en bata, haciéndome desde la puerta de la casa algún tipo de señal” (2018:105).

La muerte

La muerte es uno de los temas de Distancia de rescate. En primer lugar, la muerte de Amanda es nombrada en el principio de la conversación con David y funciona apresurando el relato. Ella le pregunta a David “voy a morirme en pocas horas, va a pasar eso, ¿no? Es extraño que esté tan tranquila” (2018:13). Amanda se encuentra tranquila y derrotada, sabe que su fin se acerca y no lucha contra eso. No se preocupa por su muerte pero sí por el bienestar de su hija.

David apura reiteradamente a Amanda para que logre llegar a descifrar el momento en el que se intoxican antes de morir. Cuando Amanda relata detalles o sucesos que no sirven para descubrir el misterio, David contesta: “estamos perdiendo el tiempo” (2018:13). Lo que mueve la trama es el intento por develar el enigma y la falta de tiempo disponible por la inminencia de la muerte.

Por otro lado, la novela presenta personajes que se encuentran en estadios intermedios entre la vida y la muerte. Los niños-monstruo que se intoxican y deben migrar sus almas se ubican en el intervalo entre la vida y la muerte. De alguna manera la novela desarrolla el tema de la muerte como si no ocurriese de un momento al otro o se definiera de un modo polar (vida/muerte). En cambio, se propone una gradualidad. Así como los niños-monstruos no están del todo vivos, Amanda está más cerca de la muerte en la sala de emergencia desfalleciente y entregada a la fatalidad.

En el mismo sentido, la última parte de la novela muestra una escena que ocurre después de la muerte de Amanda. Amanda sobrepasa el limbo entre la vida y la muerte en el que se encontraba y logra constituir una voz narradora clara y omnisciente. Siguiendo a Grenoville, Amanda realiza una “suerte de ascenso a la omnisciencia” (2020:71).