Desgracia

Desgracia Resumen y Análisis Capítulos 6-7

Resumen

Capítulo 6

El profesor Lurie se presenta ante la comisión de investigación presidida por Manas Mathabane, profesor de Estudios Religiosos. En la comparecencia se encuentran también Aram Hakim, vicerrector; Farodia Rasool de la Facultad de Ciencias Sociales; Desmond Swarts de la Facultad de Ingeniería, una profesora de la Facultad de Económicas y una alumna de la Liga contra la Discriminación. Se siente confiado, aunque intuye que puede no ser la actitud más conveniente para las circunstancias.

Desde el inicio de la sesión, Lurie no parece dispuesto a colaborar y antagoniza con los miembros de la junta. Por ejemplo, cuando Mathabane le pregunta si tiene alguna objeción a la presencia de algunos de los miembros de la comisión, Lurie contesta que no tiene “miedo” de ninguno de ellos. Mathabane aclara que la sesión no es un juicio y que ellos no tienen ningún poder, solo deberán sopesar las declaraciones y sugerir al rector las acciones que consideran procedentes. Las dos acusaciones contra Lurie son: acoso sexual y falsificación de actas. Lurie se declara culpable de las dos acusaciones inmediatamente, aunque reconoce que no ha leído la declaración de Melanie.

Tanto Farodia Rasool como la profesora de Económicas no están satisfechas con las respuestas de Lurie porque consideran que reconoce su culpa como una mera formalidad para salir del paso. Los hombres, por su parte, consideran que tal vez sería conveniente posponer la sesión para cuando Lurie haya buscado asesoramiento legal y comprenda verdaderamente lo que está en juego. Lurie se mantiene firme en su postura e insiste en que solo quiere declararse culpable y que no planea dar detalles de lo sucedido ni tiene intenciones de posponer la sesión y asesorarse.

Lurie piensa que la comisión le está pidiendo una confesión en lugar de una declaración y considera que no corresponde que él ceda. De manera desafiante, presenta una confesión de lo ocurrido que consiste en reconocer que lo que sucedió con Melanie fue que sintió un impulso y cedió ante él. Esta confesión genera indignación, especialmente en Farodia Rasool, porque no reconoce que hizo nada mal, sino que su confesión consiste en reconocer que en él priman los impulsos.

Cuando sale de la sesión, se encuentra con que fuera de la sala de reuniones hay reporteros en busca de alguna declaración por su parte. En un momento, Lurie contesta a una de las peguntas de los reporteros sobre si se arrepiente de sus acciones con una negativa y dice: “He salido enriquecido de la experiencia” (p.75).

Al día siguiente aparece publicado en el periódico un artículo sobre el caso con una foto de Lurie que lo deja en ridículo. Lurie recibe una llamada de Mathabane para darle una última oportunidad y evitar medidas extremas. Lurie deberá hacer una declaración “satisfactoria” para ambas partes, la comisión y el mismo Lurie. Los miembros de la comisión han preparado un borrador que él deberá simplemente firmar si está de acuerdo. Según Mathabane, esa declaración muestra un espíritu de arrepentimiento. Ante la palabra “arrepentimiento”, Lurie le recuerda que esto había sido discutido durante la sesión con la comisión y que él no estaba dispuesto a hacer otra cosa que una “confesión laica” (p.77) de culpabilidad, pero que no estaba dispuesto a mostrarse arrepentido porque eso “pertenece a otro mundo, a otro universo, a otro discurso” (p.77). Mathabane le dice que la comisión no tiene la intención de inmiscuirse en lo que sucede en su alma, sino tan solo requiere la declaración. Lurie expone la hipocresía de ese pedido. Se niega terminantemente a ceder al pedido de la comisión. Mathabane le indica que Lurie recibirá un llamado del rector con la decisión final.

Capítulo 7

Lurie decide marcharse de Ciudad del Cabo con destino a la ciudad de Salem, en la provincia de Cabo Oriental. A las afueras de la ciudad vive su hija Lucy, en una pequeña hacienda de cinco hectáreas. Hace un año que no ve a su hija. Cuando ella sale a recibirlo, Lurie nota que ella ha engordado. Lucy lo recibe con un abrazo y él está contento de haber ido allí. Ella se había mudado a ese terreno con una casona vieja y grande junto con una comuna de jóvenes que vendían artesanías, pero la comunidad se deshizo y solo ella y su amiga Helen se habían quedado a vivir ahí. Lucy se había enamorado del lugar y le había pedido a Lurie que la ayudara a comprar el terreno. Ahora, Lurie se sorprende de ver a Lucy convertida en una “sólida campesina, una boervrou” (p.80). También se sorprende cuando descubre que Lucy vive allí sola porque Helen, con quien Lurie supone que Lucy mantenía una relación, se ha mudado a otra ciudad. Lurie le pregunta si no siente miedo de vivir sola allí. Lucy desestima el temor de Lurie y le contesta que si alguien quisiera asaltar lo mismo daría que hubiera una o dos personas. Esto anticipa lo que está por suceder en los siguientes capítulos.

Lucy le muestra la hacienda a Lurie, quien ya conoce el lugar y las reglas que su hija recita sobre cómo comportarse allí. Lucy vive de las flores y hortalizas que cultiva y vende en un puesto en el mercado de los sábados y del cuidado por tiempo breve de perros cuyos dueños no pueden hacerse cargo. Para darse abasto con las tareas de la hacienda cuenta con la ayuda de Petrus, un lugareño, que hace poco ha podido comprar parte de la tierra y ahora es copropietario.

A Lurie no deja de sorprenderle cuán solvente parece Lucy cuando habla sobre las tareas que requiere su hacienda. Le cuenta a su hija acerca de su libro sobre Byron. Considera que esa obra puede ser un legado. Hablan superficialmente sobre lo que sucedió en la universidad y Lurie revela que ha sido forzado a dimiti, pero no se muestra preocupado por ello.

Petrus entra a la casa para pedir un pulverizador y se interrumpe la conversación. Lucy los deja solos para ir a buscar lo que necesita. Los dos hombres conversan sobre las tareas que hace Petrus. Lurie expresa su preocupación por su hija, pero Petrus le dice que en ese lugar todo va bien.

Petrus le deja una buena impresión a Lurie. Lucy le cuenta que él vive con su segunda mujer en el establo y que tiene una mujer e hijos en otra ciudad.

Lurie sale a caminar por el lugar solo, y reflexiona sobre la vida que ha elegido su hija. Saluda a unos chicos que vuelven de la escuela y estos le contestan el saludo, lo que lo lleva a pensar en cuán diferente es todo en el campo en comparación con Ciudad del Cabo. A la noche cenan sencillamente y charlan sobre el tiempo que planea quedarse Lurie en casa de Lucy. Hablan un poco más sobre lo sucedido en la universidad. Si bien Lucy no lo juzga y piensa que ese tipo de relaciones deben darse todo el tiempo, tampoco entiende que su padre no haya dado su brazo a torcer frente al comité. Lucy le ofrece que se quede cuanto tiempo desee en su casa.

Análisis

El tema central del capítulo 6 es la cuestión de lo privado versus lo público. Rosalind le había advertido a Lurie que en los tiempos que corren él no podía esperar simpatía de nadie y que sus acciones iban a estar abiertas al escrutinio de todos. Lurie muestra que efectivamente es un remanente del pasado cuando no puede prever el modo en que su comunidad va a percibir sus acciones con Melanie. Además, se niega a ofrecer una declaración en la que exprese su arrepentimiento porque considera que eso no pertenece al ámbito público. Lurie no tiene ningún problema con reconocer sus acciones, pero lo que no quiere es revestir esas acciones con valoraciones del bien y del mal que le son ajenas. Aquí podemos ver que su admiración por los poetas del Romanticismo supera el ámbito de lo literario, ya que Lurie toma una postura en su vida que se asemeja a la de los poetas románticos donde la propia subjetividad está por encima de todo y es el poeta el rector de su realidad desde el impulso, la pasión y el deseo.

En este sentido el capítulo 6 se complementa con el capítulo 4, en el que Lurie analiza el poema de Byron. Cuando discute con el novio de Melanie sobre el personaje de Lucifer retratado en el poema, Lurie dice que “No actúa por principios, sino por impulso (…) ‘No era de la cabeza su locura, sino del corazón’” (p.46). En esa misma lección explica a sus alumnos que el poeta invita a los lectores a que comprendamos y sintamos simpatía por Lucifer en lugar de condenarlo. De algún modo, Lurie espera lo mismo de su propia sesión frente al comité. Lo que desea es que sea un juicio laico en el que se acepte su declaración de culpabilidad sin entrar en juicios morales. Así es como se lo explica a Mathabane: “Ante ese tribunal laico confesé mi culpabilidad, una confesión laica. Con esa súplica de perdón debería ser suficiente. El arrepentimiento no tiene nada que ver ni aquí ni allá. El arrepentimiento pertenece a otro mundo, a otro universo, a otro discurso.” (p.77).

Cuando más se molesta Lurie con el comité es cuando este pretende pedirle muestras de contrición. A pesar de ceder parcialmente al pedido del comité y hacer una confesión que les permite conocer no solo si es culpable de lo que se lo acusa, sino sus motivaciones para actuar, lo hace de manera tan sincera y sin muestras de remordimiento, que termina por indignar a sus colegas. Al justificar sus acciones diciendo que se convirtió "en un sirviente de Eros” (p.74) y desafiar al tribunal al decir que no tuvo la intención de resistirse al impulso que lo llevó a establecer una relación sexual con su alumna, Lurie genera aún más incredulidad en los miembros del comité porque muestran su insensibilidad hacia la víctima, algo que en esos tiempos es impensable. El protagonista lleva aún más lejos su postura cuando declara ante los periodistas que no solo no se arrepiente de lo que hizo, sino que ha “salido enriquecido de la experiencia” (p.75); su comportamiento es provocador.

Durante la sesión con el comité podemos apreciar que la actitud masculina y la actitud femenina hacia lo que sucede allí es muy distinta. Lurie percibe que la opinión de Farodia Rasool y la profesora de Económicas ya está formada en su contra. De hecho, el presidente del comité, Mathabane, corrige a Farodia más de una vez porque su lenguaje confunde la función del comité al hablar de penas severas y censura. Por su parte, Mathbane, Hakim y Swarts intentan convencer a Lurie de posponer la sesión y se muestran menos inclinados a recomendar una pena severa para Lurie, pero también terminan por sentirse exacerbados por la testarudez del acusado. Lurie incluso pone en manifiesto la diferencia en la mirada de sus colegas mujeres y los hombres cuando dice: “En este coro de buenas voluntades no distingo voces femeninas” (p.70). No obstante, el comité está de acuerdo en un aspecto: Lurie se aprovechó de su posición de autoridad para establecer una relación sexual con su alumna. Sin embargo, Farodia es quien utiliza la palabra que Lurie estaba esperando: abuso. Esa palabra lo llena de indignación y lo hace aún más indispuesto a colaborar porque encuentra ridículo pensarse a sí mismo como un abusador.

El problema con el que nos enfrentamos como lectores en este momento de la novela es que, dado que el narrador focaliza todo desde la perspectiva de Lurie, su defensa muchas veces parece razonable. Vemos además una actitud poco objetiva en algunos de los miembros del comité, en particular, en Farodia Rasool. Por ejemplo, reconocemos que pretender determinar la autenticidad de las palabras de Lurie para juzgar si se ha arrepentido verdaderamente, como sugiere Rasool, parece exceder las funciones del comité. Asimismo, es difícil no identificar la hipocresía en el llamado de Mathbane, en el que le deja saber a Lurie que solo importa la apariencia de contrición, independientemente de lo que sienta verdaderamente el acusado. Es incluso cuestionable cuánta ayuda recibe Lurie de sus colegas para cumplir con ciertas formalidades y así recibir una sanción menor por algo que, sin lugar a duda, constituye un abuso sexual. El comité no parece el más apto para realizar su trabajo. No obstante, nuestro juicio sobre ello solo cuenta con la información que nos ofrece el narrador desde la mirada de Lurie.

Lurie, por su parte, puede ganarse la simpatía del lector en cierta medida porque se muestra consistente y auténtico: no está dispuesto a caer en la hipocresía que se pide de él y argumenta con justeza los límites de un tribunal laico. Sin embargo, tal y como Lurie dice de Lucifer en su clase de Byron: “la simpatía tiene un límite. Aunque viva entre nosotros, no es uno de nosotros. Es exactamente lo que él mismo se ha llamado: un bulto, esto es, un monstruo” (p.46). Su obcecada negación ante lo que claramente constituye un abuso y su incapacidad de verse a sí mismo por lo que es, también repugna al lector.

El capítulo 7 contrasta con el anterior, ya que narra uno de los momentos más tranquilos para Lurie en la novela. En ese primer momento en la casa de su hija, Lurie encuentra un refugio: “¡qué grata bienvenida después de un viaje tan largo!” (p.80). El tema que más se destaca en este capítulo es el contraste entre la ciudad y el campo. Vemos que la vida de Lucy, que se ha convertido en una verdadera campesina, le resulta enigmática al padre, especialmente cuando ambos padres son intelectuales de la ciudad.

Tras las dificultades con las que se enfrentó Lurie en Ciudad del Cabo, el campo parece ofrecer una vida más sencilla. Al final del capítulo, por ejemplo, Lurie saluda a un grupo de niños y estos le contestan el saludo, lo que Lurie considera “modales de campo” (p.85). Para Lurie, cuya reputación ha caído en desgracia, la vida de campo aparece casi idealizada en este capítulo. Sin embargo, hay indicios de que esa idealización esconde algo problemático en la insistencia en el peligro que puede correr Lucy y en algunos otros comentarios. Por ejemplo, luego del saludo de los chicos de colegio, Lurie se siente a gusto allí y sus problemas parecen disiparse: “Ciudad del Cabo empieza a desaparecer engullida por el pasado” (p.85). El uso de la palabra "engullida" y la mención al pasado muestra que la fuerte presencia de la historia en ese lugar puede en realidad traer problemas, sobre todo cuando pensamos en lo problemático que es el pasado reciente de Sudáfrica en el que el apartheid estaba vigente. No obstante, Lurie parece valorar positivamente que el lugar parezca sumido en otra época. Eso muestra que, al igual que en tantos otros asuntos, Lurie está desfasado en su lectura de la historia. En otro momento en el capítulo se hace referencia a la historia así: “Cuanto más cambian las cosas, más idénticas permanecen. La historia se repite, aunque con modestia. Tal vez la historia haya aprendido una lección.” (p.83). Teniendo en cuenta las tensiones sociales y el pasado violento de Sudáfrica, que la historia se repita no parece ser algo tranquilizador.

Asimismo, encontramos una serie de anticipaciones sobre lo que está por suceder. En dos ocasiones se habla sobre lo peligroso que puede ser para Lucy vivir ahí sola. La primera vez en la que se habla del tema la respuesta de Lucy sobre si siente miedo de vivir allí sola anticipa lo que efectivamente va a pasar, ya que ella considera que no hace una diferencia que haya dos personas en caso de un asalto. Efectivamente, la presencia de Lurie no va a proteger a Lucy del ataque que va a sufrir más adelante. La segunda vez, Petrus dice que si bien todo es peligros en los tiempos que corren, en ese lugar todo va bien, y esa actitud de Petrus se mantendrá incluso después del asalto a la casa de Lucy. Finalmente, Lurie se sobresalta al final con el ladrido de los perros, pero Lucy le dice que tendrá que acostumbrarse. El día del ataque a Lucy y su padre, Pollux, uno de los asaltantes excita a los perros de tal modo que se inquieten. Luego, los asaltantes matan a todos los perros, salvo a Katy, la bulldog. Lurie repara en que eso no es extraño que sientan odio hacia esos perros que han sido entrenados para ladrar cuando perciben el olor de los hombres negros. Si bien Lucy descarta el ladrido como una señal de peligro, luego, la excitación de los perros es el inicio del ataque que sufren ella y su padre.

Finalmente, empezamos a ver cómo es la relación entre Lucy y Lurie. Ella llama a su padre por su nombre de pila, “David”, y él describe la paternidad como “un asunto un tanto abstracto” (p.84). Su relación se parece menos a la de padre e hija que a la de pares. Lucy habla con franqueza con su padre y le dice lo que piensa sin tapujos. Lurie, por su parte, contesta con la misma franqueza, aunque se censura a sí mismo en ciertos aspectos porque toma conciencia de que está hablando con su hija, por ejemplo, cuando elige no hablar de castración para referirse al castigo que debiera recibir por haber iniciado una relación con su alumna. No obstante, Lurie se muestra tal cual es ante su hija y demuestra cuán desactualizado está en relación con los movimientos por los derechos de las mujeres y la concientización sobre la violencia contra la mujer. Ese desconocimiento coincide con su lectura ingenua del pasado idílico que cree observar en el campo.