Cumbres borrascosas

Cumbres borrascosas Temas

El amor

En la novela, el amor se constituye como el tema que estructura las historias y devenires de los personajes. Sin embargo, este sentimiento se revela lo suficientemente complejo como para exhibir diferentes matices.

Por un lado, entre Catalina y Heathcliff el amor se entiende como una pasión imperecedera y demoledora, hasta el punto de ser causa de los conflictos principales de la trama narrativa. A medida que cuenta la historia de los amantes, Elena no duda en criticarlos severamente; sin embargo, no deja de ser uno de los aspectos más trascendentes de Cumbres Borrascosas. En este punto, Brontë manifiesta su propia ambigüedad; castiga el efecto destructor que tiene la pasión pero al mismo tiempo los idealiza como esos héroes románticos que rompen con las normas sociales y las convenciones morales. Para aplacar esta pasión, la segunda mitad de la novela se centra en el amor que se tienen la joven Cati y Hareton. En contraste con la primera historia, esta nueva pareja tiene un final feliz, restaurando así la paz en Cumbres Borrascosas y en Granja de los Tordos.

En este sentido, las diferentes concepciones que puede tener el amor contribuyen a entender por qué cada una de las historias se desenvuelve de una manera especial.

De alguna manera, el romance entre Cati y Hareton demuestra que el amor es, indefectiblemente, cambio y madurez. Al comienzo de la novela, Hareton es representado como un muchacho brutal, salvaje y analfabeto. Si bien esto este carácter se explica a partir de los maltratos recibidos de Heathcliff, su voluntad de transformar esta situación enamora a Cati. Cuando la novela decide construir un final feliz para esta pareja, destaca que el amor verdadero involucra una dimensión transformadora. Por otra parte, la pasión de Catalina y Heathcliff se sostiene en las experiencias que sostuvieron en la niñez; ninguno de los dos está dispuesto a cambiar. Al casarse con Eduardo, Catalina se niega a adaptarse al rol de esposa y a tener que renunciar a su cariño por Heathcliff. Es ejemplar el diálogo que mantiene con Elena: “Me pareció como si los últimos siete años de mi vida no hubieran existido” (p.116). En esta percepción temporal distorsionada, Catalina muestra que sigue siendo la niña fuerte y salvaje de Cumbres Borrascosas.

Además, el amor de Catalina y Heathcliff se basa en la percepción compartida de que son idénticos. La famosa frase de Catalina, que declara: “¡Yo soy Heathcliff!” (p.78) muestra hasta qué punto ambos personajes se encuentran fusionados de manera indisoluble. Esta imposibilidad de cambiar a través del tiempo muestra su incapacidad de poder adaptarse a lo nuevo. En este sentido, las nuevas generaciones encarnan distintas formas de entender el amor, carente de esa potencia destructiva que tenía el vínculo de Heathcliff y Catalina. Finalmente, la novela alienta a entender la vida como un proceso de cambio, y celebra esta capacidad de mutar en oposición a la intensidad romántica que tienen los protagonistas.

Las clases sociales

Las clases sociales y los consiguientes enfrentamientos entre sus integrantes conforman un tema fundamental de la novela. La jerarquía de la sociedad inglesa de fines de siglo XVIII y XIX estaba liderada por la realeza y seguida por la aristocracia y la alta burguesía. Debajo de la pirámide social se encontraban las clases más bajas, que conformaban casi toda la población. El estatus social de los aristócratas y nobles era formal y asentado, ya que contaban con títulos formales que acreditaban su situación ante los demás. Sin embargo, la burguesía carecía de esta legitimación y, por lo tanto, su carácter jerárquico podía mutar. En este sentido, la discusión sobre qué hace que un personaje posea un rango social dependía de la extensión de la tierra que lideraba, la cantidad de sirvientes y caballos que tenía y el origen de su dinero.

Los personajes de la novela toman decisiones en relación con la clase social. Así, para Catalina, la motivación de casarse con Eduardo poco tiene que ver con el amor y se relaciona con poder ser “la señora más acomodada de la comarca” (p.74). En este sentido, los Linton encarnan un estatus social firme e inmutable. Por otra parte, los Earnshaw carecen de una base social estable. La naturaleza cambiante del estatus social se ve simbolizada en la trayectoria de Heathcliff. Si al principio de la novela es un niño abandonado, al ser adoptado por Earnshaw accede a ciertos bienes que encarnan un ascenso social. Sin embargo, vuelve a ser subalterno frente a Hindley para terminar siendo, nuevamente un caballero. A pesar de tener dinero y tierra, sigue siendo considerado un plebeyo para los demás. Es interesante al respecto el desprecio que recibe de Eduardo Linton; al ser un personaje habituado a pertenecer siempre a la burguesía, entiende que el origen ordinario de Heathcliff no podrá cambiar, aunque ahora el hombre cuente con recursos para hacerlo.

Femineidad y masculinidad

Si bien el contexto de escritura de la novela presupone roles de género rígidos y definidos, Cumbres Borrascosas cuestiona los estereotipos de masculinidad y femineidad y complejiza la discusión. En este sentido, algunos personajes femeninos tienen características que suelen atribuirse a los hombres y viceversa. Es ejemplar al respecto la descripción que se hace de Eduardo Linton y Linton Heathcliff. Refinados, melindrosos y un poco frágiles, esta ambigüedad es percibida por los mismos personajes de la novela. “Si no tuvieras más de chica que de chico, te tumbaba de un puñetazo” (p.196), le dice Hareton a Linton. De manera análoga, Catalina Earnshaw posee atributos que suelen asignarse a los varones; disfruta del aire libre y no teme lo inhóspito de Cumbres Borrascosas. En este punto, es una compleja combinación de belleza femenina con temeridad masculina. Así, Elena no duda en definirla como “demasiado traviesa y rebelde” (p.38); valores inaceptables para una muchacha de la época. Sin embargo, es interesante analizar que para poder asegurarse un lugar destacado en la sociedad, Catalina debe asumir de manera responsable un rol femenino como esposa de un hombre distinguido. En este sentido, es posible pensar que parte del fracaso del vínculo entre Eduardo y Catalina se debe a la nula voluntad de la muchacha de responder de manera exitosa al rol de esposa; de esta manera, su naturaleza indomable y la pasión desbordante, rasgos eminentemente masculinos, le impiden llevar adelante la realización que se ve obligada a vivir como mujer.

La venganza

En Cumbres Borrascosas, el deseo de venganza de Heathcliff estructura la trama narrativa de la novela hasta el punto de destruir a la mayoría de los habitantes de Cumbres Borrascosas y la Granja de los Tordos. Por una parte, este motor vital es una forma de hacer justicia por las humillaciones a las que fue expuesto y por la imposibilidad de casarse con Catalina. Por el otro, el enojo y la violencia de Heathcliff se explican en parte como una consecuencia de los abusos recibidos por parte de Hindley. En este sentido, la novela anticipa el carácter destructivo del protagonista; frente a la muerte de Hindley, Heathcliff no siente satisfacción ni felicidad alguna y decide someter a Hareton al mismo maltrato.

Heathcliff se vuelve más miserable y cruel con el paso del tiempo, y perpetúa los maltratos hasta llegar a su propio hijo. En este punto, Cumbres Borrascosas nos advierte que la espiral de la violencia es infinita y que la crueldad se apodera de todas las decisiones tomadas por el protagonista. Su apetito por la venganza no se limitó a Hindley, sino que se prolongó con Hareton y Linton y llegó a conducir a su amada Catalina a la muerte. “Si he hecho mal, lo pago con mi muerte” (p.148) declara la mujer frente a Heathcliff. Este deseo devastador consume absolutamente todo, hasta la vida de su amante. En un sentido, Heathcliff logra su cometido: se apodera de Cumbres Borrascosas, ve a su enemigo Hindley morir, somete a su voluntad violenta a los habitantes de la residencia. Sin embargo, estas decisiones solo lo vuelven más miserable e infeliz. Finalmente, abandona su deseo de venganza cuando abraza la voluntad de irse con Catalina en la muerte y permite que Cati y Hareton puedan encontrar el amor y casarse. En este sentido, el costo del plan de Heathcliff fue muy alto: implicó su propia destrucción.

La imposibilidad de la objetividad

La estructura narrativa de Cumbres Borrascosas subraya el tema de la objetividad como una problemática detrás de cada narración. La novela resulta de la combinación de dos narradores principales —Lockwood y Elena Dean— que exponen los sucesos del argumento dentro del entramado de una doble narración; es decir, los lectores accedemos el relato externo de Lockwood, que nos informa de su encuentro con la extraña y misteriosa familia que vive en completo aislamiento en una tierra inhóspita al norte de Inglaterra, enmarcando el relato de Elena Dean que transmite al anterior la historia de las familias Earnshaw y Linton durante las dos últimas generaciones.

En este sentido, Elena examina los acontecimientos retrospectivamente, y trata de contárselos a Lockwood como testigo ocular. Así, cada narrador está atravesado por su personalidad, idiosincrasia, carácter y forma de ver el mundo; su relato estará, indefectiblemente, cargado de su subjetividad. Como primer narrador, Lockwood nos introduce en el mundo de Cumbres Borrascosas, y su experiencia es semejante a la nuestra: es un extraño como nosotros, lo que significa que hasta cierto punto podemos identificarnos con él. Sin embargo, ciertas limitaciones personales muestran que así como Lockwood necesita de un guía que lo conduzca de nuevo a la Granja de los Tordos, nosotros también buscamos la forma de entender los sucesos que se describen, y nos dejamos guiar por Elena. En este sentido, la narración de Cumbres Borrascosas obliga al lector a desarrollar una curiosidad centrada en el deseo de averiguar la verdad de los hechos a partir de la narración de Elena Dean. Desde el principio, su papel de cronista y testigo ocular de los hechos que relata la posiciona como una narradora fidedigna, pero también cuenta con sus propias limitaciones a la hora de transmitir una experiencia y no simplemente reconstruir una historia. Es ejemplar al respecto el capítulo en el que la carta de Isabel aparece para contar sus sufrimientos conyugales con Heathcliff; esta narradora secundaria otorga otra perspectiva mediante la que el lector puede construir gradualmente su propia visión, cada vez más independiente de la suministrada por los dos narradores principales.

Además, la narración parcial de Elena implica también la presencia de una narradora que cuenta los hechos desde su personalidad y sus valores. Es significativo el episodio en el que le oculta a Catalina el hecho de que Heathcliff la había escuchado mientras confesaba su inclinación por Eduardo. “Noté la presencia de Heathcliff, que en ese momento se incorporaba y salía” (p.77), dice Elena; sin embargo, decide de manera deliberada omitir esa información a su propia ama. Como lectores, podemos sospechar que decide omitir esa información para impedir el matrimonio entre Heathcliff y Catalina.

En este punto, aunque nos guían y adentran en el mundo de Cumbres Borrascosas, los narradores no nos ofrecen garantía total, sino que, por el contrario, su limitada forma de ver el mundo y cierta insensibilidad ante los sufrimientos de los protagonistas hacen que su autoridad resulte cuestionable.

La familia

En vez de ser un espacio de comodidad y paz, las familias en Cumbres Borrascosas se representan como un lugar de violencia, alienación, celos y venganza. En primer lugar, el origen de los conflictos se relaciona directamente con el momento en el que el señor Earnshaw intenta ampliar la familia trayendo a otro niño, Heathcliff. Esta decisión saca a relucir los celos y la violencia de sus hermanos: “Catalina (...) demostró su disgusto escupiendo al chiquillo y haciéndole muecas despectivas” (p.38), describe la narradora. Si bien estas actitudes pueden entenderse como conductas infantiles, anticipa que Heathcliff no será aceptado para los Earnshaw como un hermano más. Hindley lo somete como a un siervo y Catalina se enamora de él.

En este punto, los vínculos fraternales son inusualmente fuertes en ambas familias de las novelas. Aunque no queda del todo claro si la pasión que Catalina y Heathcliff sienten es romántica o responde a un amor fraternal, la naturaleza de su vínculo responde a una dimensión más espiritual que física. Por el lado de los Linton, si bien Eduardo e Isabel no se enamoran, la relación entre ambos es tan fuerte que, para lastimar a Eduardo, Heathcliff se casa con su hermana para maltratarla. En este punto, la venganza no es física sino psicológica, al decidir lastimar a la persona que Eduardo tanto adora.

Lo sobrenatural

Desde el comienzo hasta el final, la novela está repleta de fantasmas y espíritus. Los personajes muertos se niegan a permitir que los vivos lleven adelante una vida sin ellos; en simultáneo, los vivos aceptan que los muertos encuentren formas de estar en contacto sin dejarlos rearmar su vida. Al principio, la mirada sobre lo sobrenatural es ambigua y está mediada por la narración de Lockwood. En este sentido, el fantasma de Catalina se explica como parte de un sueño pesadillesco del narrador. Sin embargo, para Heathcliff esta presencia es claro indicio de que Catalina sigue en el mundo terrenal para visitarlo: “¡Oh, amada de mi corazón, ven, ven al fin!” (p.31). En este sentido, Brontë utiliza elementos sobrenaturales para enfatizar que la pasión entre Heathcliff y Catalina es tan poderosa que ni siquiera la muerte puede interrumpirla.