Como agua para chocolate

Como agua para chocolate Temas

El amor

Como agua para chocolate es, principalmente, una novela de amor, ya que el eje conductor de la protagonista está vinculado con su impedimento de poder vivir este sentimiento en su plena libertad. A lo largo de toda la novela, Tita y Pedro exhiben un amor imperecedero y pasional, que debe conformarse con las manifestaciones clandestinas y los encuentros a espaldas de los demás. La obligación social de soltería se representa como una condena ridícula impuesta por Mamá Elena por el hecho de haber nacido mujer y ser hija menor; "por ser la más chica de las mujeres a ti te corresponde cuidarme hasta el día de mi muerte" (p. 17) le dice a Tita. En este sentido, la novela legitima el amor prohibido que no se conforma con las convenciones sociales y se opone en gran parte a la institución del matrimonio como garante del amor. Si Pedro y Tita se aman irremediablemente a escondidas, el vínculo de Pedro con Rosaura exhibe todo lo contrario: una pareja deserotizada que le huye al encuentro sexual, borrada del deseo amoroso en toda su dimensión, funcional únicamente a los principios sagrados de la familia y el matrimonio. Por otra parte, Tita y John mantienen un vínculo amoroso de comprensión, respeto y empatía pero que carece de la pasión necesaria para ser amor verdadero.

Si bien el amor de Tita y Pedro se mantiene de manera clandestina a lo largo de 22 años, todos los personajes saben la existencia del vínculo entre ambos. Mientras que Mamá Elena disuade todo posible contacto entre su hija y el muchacho, Rosaura termina aceptando los encuentros sexuales entre los enamorados siempre y cuando sean sutiles y recatados. En este punto, se presenta una paradoja ya que intentar ocultar a este amor es, prácticamente, imposible; siempre el encuentro entre ambos los transforma de tal manera que hace imposible disimular su vínculo amoroso. Es ejemplar al respecto la decisión de Mamá Elena de enviar a Rosaura, Pedro y su hijo Roberto lejos de Tita y así poder eliminar el amor entre la protagonista y el muchacho. No sólo no lo logra sino que produce el primer acto revolucionario de Tita, que huye del rancho y de sus tradiciones arcaicas.

Aunque Mamá Elena es la causa de la infelicidad de Tita, el personaje cuenta con una historia similar a la de su hija ya que tampoco pudo casarse con su amado debido a su pertenencia étnica. En este sentido, el lector puede preguntarse a qué se debe esta extrema severidad con Tita: ¿quiere impedir que sea feliz? ¿quiere condenarla a repetir su misma historia? De cualquier manera, es tal la presión social que exhiben las tradiciones y las normas para Mamá Elena, que es incapaz de entender la búsqueda del verdadero amor como motor individual de su hija y la condena a ese infeliz futuro.

El final de la novela muestra, por primera vez, que en la familia De la Garza amor y matrimonio pueden ir de la mano. "Qué diferencia entre esta y la desafortunada boda de Pedro con Rosaura" (p. 258) piensa Tita. Así, el casamiento de Esperanza y Alex significa el triunfo de la transgresión de las absurdas imposiciones familiares y sociales y da pie al surgimiento de un nuevo linaje, en donde el amor no es reprimido por nada ni nadie.

La comida y la cocina

El subtítulo de Como agua para chocolate indica que estamos en presencia de una “novela en doce entregas con recetas, amores y remedios caseros”. Ya desde la portada, la cocina emerge como tema fundamental de la narrativa de Laura Esquivel. Cada uno de los doce capítulos comienza con una receta de cocina, una lista de instrucciones a seguir que, como cada receta, tiene tres partes: primero aparece el nombre del plato, que es al mismo tiempo el título del capítulo, luego una lista de ingredientes necesarios para su preparación y, finalmente, un programa de pasos a seguir.

El recetario de cocina es presentado en la novela como un texto mutable que se va transmitiendo de mujer a mujer. El origen de las recetas se encuentra en el personaje de Nacha, una mujer que a pesar de ser analfabeta, "sobre la cocina, tenia tan profundos conocimientos como la que más" (p. 12). Nacha le pasa las recetas a Tita, a la vez que le enseña a cocinar. Al ser de origen oral, el texto culinario original no se presenta como un texto fijo, sino como un tipo de discurso que inevitablemente cambia, ya que está sujeto a la práctica de cocinar como una actividad creativa. Tita transgrede recetas y así también las escribe, tal como ocurre con el faisán con pétalos de rosas que, en su libro de recetas, son codornices ya que no encuentra este ingrediente. La cocina es entonces espacio de libertad y creación, en donde Tita se permite romper las normas para crear platos deliciosos que conmueven a todos los comensales.

En la novela, Tita utiliza la comida como forma de expresar sus sentimientos y opiniones sin palabras. Así, cada plato provoca en los comensales toda una serie de imágenes y sensaciones de efectos inesperados e incontrolables. El irrefrenable deseo sexual por Pedro que no tienen permitido manifestar se transforma en un plato afrodisíaco que libera a Gertrudis del yugo de Mamá Elena. La tristeza de saber que su amado se casa con su hermana Rosaura es el ingrediente del pastel de bodas que inunda de nostalgia y melancolía a todo aquel que lo prueba. Así, la comida hace lo que Tita no puede o no sabe hacer; le da un medio de expresión cuando ella aún no tiene una voz propia.

El vínculo indisoluble entre la cocina y Tita se da mágicamente desde su parto prematuro, en donde desde el vientre de su madre la protagonista llora frente al olor de la cebolla cruda. Desde este comienzo, Tita ve el mundo a través de la cocina y para sus propias experiencias utiliza metáforas culinarias; describe el primer cruce de miradas con Pedro como “lo que debe sentir la masa de un buñuelo al entrar en contacto con el aceite hirviendo” (p. 23) o en sus momentos de mayor ira se siente “como agua para chocolate” (p. 165).

Sin embargo, no todos los personajes tienen el mismo vínculo con la comida como el que mantiene la protagonista. En esta perspectiva, Rosaura entiende la comida como un peligro, causa de su obesidad deformante, flatulencias y mal aliento. Mientras que para Rosaura la cocina es un espacio de peligro, repleto de secretos a los que no puede acceder, Tita maneja a la perfección los códigos culinarios y se siente cómoda con ellos. De esta manera, se refuerza el carácter antitético con la protagonista, excelente cocinera y amante del buen comer. Por otra parte, la maldad de Mamá Elena hace que sienta amarga toda comida y termine, paradójicamente, envenenada por beber excesivamente un brebaje antivomitivo. Así, las dos mujeres que impiden la libertad de Tita terminan muertas por causas estomacales. Para Tita, la cocina es cuidado, es amor, es alimento. La protagonista se encarga de criar a los hijos de Rosaura como si fueran suyos, ya que ella maneja y conoce los secretos para una alimentación deliciosa y saludable.

Revolución y tradición

La historia se desarrolla en el contexto histórico de la Revolución Mexicana de 1910 – 1917. Este movimiento, encabezado por las fuerzas rebeldes al mando de Pancho Villa y Emiliano Zapata, lucha contra el orden social, económico y político al servicio de la dictadura de Porfirio Díaz con el objetivo de instaurar un régimen democrático e igualitario para todos los hombres y las mujeres. En esta coyuntura, la Revolución es el marco ideal para explorar cómo los personajes, de manera individual, se hacen eco de estos valores de liberación y rebelión contra lo establecido.

Si bien a veces la hacienda parece estar ajena a los actos y sucesos del momento, la novela no nos permite olvidar que hay una batalla que se está luchando en el mundo exterior. En este punto, el conflicto ingresa a partir de detalles, como lo difícil que resulta conseguir las sábanas del ajuar para Rosaura o en hechos más significativos como la violencia de los bandidos: “A Chencha la violaron. (…) Mamá Elena, (…) recibió un fuerte golpe en la espalda y este le provocó una paraplejia que la paralizó de la cintura para abajo." (p. 142). Esto exhibe que es imposible alejarse del proceso revolucionario, ya que permea todas las capas de la vida, desde las más minúsculas hasta afectar directamente la salud física y mental de los personajes.

El eco revolucionario de Como agua para chocolate obliga a los personajes a cuestionarse sobre los dogmas y tradiciones dominantes. En esta perspectiva, la novela reordena los espacios femeninos en que se mueven y otorga otros sentidos a estas actividades permitiéndoles a algunas de sus mujeres salirse de los papeles que la sociedad de ese tiempo les había impuesto. Así, la cocina, espacio cerrado, pasa a ser el lugar que le concede a Tita la libertad que no tiene en su casa, le otorga poder sobre los demás a través de la excitación de los sentidos. De igual forma sucede con su hermana Gertrudis, quien pasa a unirse a las fuerzas revolucionarias, no como soldadera sino como líder. En este punto, el ascenso de la muchacha en el rango militar es considerado un logro; "había regresado con la intención de mostrarle a Mamá Elena que había triunfado en la vida." (p. 194). De esta manera, Como agua para chocolate lleva a sus heroínas a ocupar lugares exclusivamente masculinos para la época, alejándose temporalmente de los arquetipos impuestos por la cultura patriarcal que las distinguían.

Por otra parte, Mamá Elena encarna la pervivencia de estos valores, incapaz de entender argumentos o reclamos sobre el eficaz cumplimiento de las normas. Mamá Elena, en su condición de poseedora del poder indiscutible, representa la opresión y prepotencia de las clases dominantes. La disidencia de Tita frente al discurso opresivo del poder, encarna la fuerza liberadora de la revolución mexicana. La batalla por el derecho natural a la sexualidad ejercida por Tita desde el universo marginal de la cocina coincide entonces con la batalla del campesinado por el principio natural de igualdad. Ambas luchas coinciden entonces en su deseo de verdad y en su abierta afirmación y protesta contra el silenciamiento y opresión impuestos por un orden social artificial y arbitrario. Poder exponer la verdad, liberarse de la presión ejercida por la clase dominante e hipócrita, hacen coincidir ambos deseos.

Si Tita y Gertrudis encarnan distintos matices a la hora de pensar los procesos revolucionarios, Rosaura cumple la función de prolongar las convenciones sociales que se les han impuesto; la muchacha se casa por órdenes de su madre con el enamorado de su hermana menor, mantiene relaciones sexuales para efectos de procreación únicamente, e insiste en que su hija no se casará porque tiene que cuidar de ella en su vejez. Por tanto, pretende perpetuar la tradición familiar que obliga a una de las hijas a velar por sus padres hasta sus últimos días, costumbre que condenó a la protagonista a no poderse casar con Pedro. En esta perspectiva, Tita hace una revolución en su dominio privado: libera a las nuevas generaciones del peso de las imposiciones y conductas arbitrarias y rígidas.

El rol de la mujer

Como agua para chocolate es una obra que cuenta principalmente con personajes femeninos. En esta perspectiva, la novela desarrolla temáticas asociadas en general con los intereses de las mujeres: recetas de cocina, historias de amor y pasión. En una primera lectura, en el texto se observa que la mujer pasa a ser el eje jerarquizador de las acciones en diferentes ámbitos por el poder con el que cuenta. Mamá Elena tenía “la enorme responsabilidad de manejar correctamente el rancho” (p. 13), y de criar a sus hijas por haber quedado al frente de la casa después de la muerte de su esposo. A falta de un hombre de la casa, ejerce la función masculina y hegemónica de la que disiente Tita. Esa hegemonía viene articulada por una ley hasta entonces no cuestionada: Tita, por ser la menor de las hijas, debe quedarse soltera para cuidar de la madre viuda hasta el día de su muerte.

Sin embargo, Tita desarrolla diversos mecanismos para evadir el control autoritario de Mamá Elena. Por un lado, la protagonista ejerce su poder en la cocina ya que, aún sin saberlo, controla el gusto y los sentidos de quienes degustan sus platillos, incluyendo a su propia madre quien, absolutamente paranoica y con temor a ser envenenada con la comida, muere a causa de los vomitivos que ingirió para contrarrestar los efectos del supuesto veneno amargo que sentía en su plato. También a través de estos platos, Tita supera las restricciones que su madre le había impuesto de tener algún trato con Pedro, más allá de considerarlo el esposo de su hermana Rosaura. En esta perspectiva, la novela no presenta la cocina como símbolo opresivo en una cultura machista, ya que Tita se siente libre a través de esta práctica. Sin embargo, esta libertad tiene sus limitaciones ya que la protagonista lucha internamente con los dogmas y valores patriarcales inculcados por Mamá Elena. Esto se ve claramente en la representación fantasmagórica del personaje, que aparece para reprocharle su indecencia por amar a un hombre prohibido.

También en el pasado Mamá Elena tuvo una relación ilícita con el mulato José Treviño, rechazada por sus padres por la diferencia de razas. Fue entonces obligada a casarse con José de la Garza, un hombre a quien no amaba, y tuvo que obedecer sin poder exigir derecho alguno como tantas otras mujeres que también callaron.

Gertrudis, en cambio, encarna la liberación absoluta ya que no sólo sigue los mandatos de su deseo sexual sino que ejerce un rol asignado de manera típica a los hombres: estar al frente de una tropa revolucionaria. Sin embargo, la muchacha no se une a la Revolución, por lo menos al principio, por una toma de conciencia de las problemáticas económicas y políticas sino por el contacto entre su fuerza sexual y el bando revolucionario: "empezó a sudar y a imaginar qué se sentiría al ir sentada a lomo de caballo, abrazada por un villista, uno de esos que había visto una semana antes entrando a la plaza del pueblo, oliendo a sudor, a tierra, a amaneceres de peligro e incertidumbres, a vida y a muerte" (p. 60). En una lectura poco favorecedora para las mujeres, estas acciones habilitan la idea de que la participación femenina en la lucha armada es instintiva y emocional y nada racional.

Es necesario destacar que las mujeres no están exentas de algunas características asignadas a la femineidad. Desde el comienzo de la novela, con el ejemplo de la cebolla que genera llantos incotrolables, vemos que Tita es extremadamente sensible, además disfruta de estar confinada a pasar su vida en la cocina, tejiendo o criando bebés. Por otro lado, la rebelde Gertrudis, finalmente, controla sus apetitos y regresa al rancho “felizmente casada con Juan (...) ¡Qué más podía pedir una persona!” (p. 194). Para las mujeres, el matrimonio feliz es el paradigma máximo de aspiraciones y deseos. En este punto, la novela desarrolla una tensión entre mujeres que se salen de los esquemas patriarcales sin ser castigadas por ello, pero que no por eso abandonan atributos y características propias de su género.

Magia y fantasía

La novela se encuadra en el género del realismo mágico ya que en ella ocurren hechos sobrenaturales que no se corresponden con las leyes lógicas del mundo tal y como lo conocemos. Sin embargo, los personajes no se sorprenden frente a la aparición de estos fenómenos, ya que los consideran como eventos capaces de coexistir con su propia vida cotidiana. En esta perspectiva, la línea entre la realidad y lo fantástico se ve borrosa, conformando una única dimensión entre ambas esferas.

Ya desde antes de nacer, Tita exhibe su vínculo con lo sobrenatural a través de sus lágrimas. Desde el vientre materno, la protagonista llora cuando su madre corta cebollas y son tantas sus lágrimas que desencadenan el accidentado parto en la cocina. En este punto, llorar se asocian con el poder y la riqueza de poder expresar las emociones femeninas sin censuras ni límites. Como Mamá Elena prohíbe llorar, Tita lo hace lejos de ella. Esto se ve claramente cuando llora de alegría al probar el caldito de res en la casa del Dr. Brown, que se encuentra "alarmado por el riachuelo que corría escaleras abajo" (p. 137).

En la novela, cuando los personajes intentan reprimir sus emociones y sentimientos, transforman su cotidianeidad en un escenario sobrenatural. El ejemplo más trascendente es la mágica habilidad de Tita, capaz de transmitir su estado emocional a los platos que cocina. Mama Elena castiga a Tita por manifestar cualquier tipo de emoción, por lo que el poder de la protagonista le otorga un espacio a sus sentimientos para existir en el mundo exterior y así impactar en los demás. El episodio del pastel de bodas de Rosaura y Pedro es ejemplar al respecto: frente a la prohibición de Mamá Elena, la angustia y tristeza de Tita se transmite al merengue y genera que todo comensal sea víctima de un ataque fatal de nostalgia y melancolía. Sin embargo, en semejante clima de desazón, la protagonista permanece inmune a los poderes: "la única a quien el pastel le hizo lo que el viento a Juárez fue a Tita" (p. 49). En este punto, es menester destacar que Tita nunca manifiesta de manera explícita sus poderes mágicos, y tampoco queda claro si es consciente en algún punto de lo que es capaz de hacer con sus preparaciones.

Lo sobrenatural también les permite a la mente y al alma manifestarse en el cuerpo en formas que son científicamente inexplicables. En esta perspectiva, la aparición fantasmagórica de Mamá Elena y Nacha, aún después de muertas, representan el propio subconsciente de la protagonista, expresando lo que Tita no sólo no puede hacer sino lo que a veces ni siquiera se anima a reconocer. El espíritu de Mamá Elena irrumpe para recriminarle su indecencia por amar a Pedro, lo que exhibe la culpa que aún siente la protagonista por su romance clandestino. Por el otro lado, el fantasma de Nacha colabora y alienta las decisiones de Tita y hasta le prepara el lecho para que tenga relaciones con su amado. Esto demuestra que el amor y la protección de la mujer vive en Tita, aún cuando Nacha ya no está más en el mundo físico.

Erotismo y sexualidad

En Como agua para chocolate de Laura Esquivel, el deseo erótico de Tita y Pedro está fuertemente reprimido por el mandato familiar, que impide el romance entre ambos. Sin embargo, esto no significa la supresión de la sexualidad, sino todo lo contrario: el amor prohibido ingresa en todos los aspectos del mundo narrativo, transformando incluso los detalles que parecen insignificantes en extraordinarios. El erotismo se presenta en términos desmesurados porque nace de las pasiones insatisfechas de Tita, la protagonista de la novela que rechaza y rompe con la tradición familiar y social que la esclaviza a una servidumbre perpetua.

Sin embargo, la protagonista no se reduce a aceptar este cruel destino para ella. En este sentido, la cocina es clave para exhibir la sexualidad reprimida. En la novela, el acto de comer se transforma en un acto sexual, en el que se invierte el rol prototípico de la pareja. En la novela, los platos de Tita penetran en el cuerpo de Pedro, calurosa, voluptuosamente, haciendo uno el placer gastronómico y el sexual. Es ejemplar al respecto el episodio de las codornices en pétalos de rosas. La prohibida atracción sensual que Tita siente hacia su amante ingresa a través del plato; "de esta manera penetraba en el cuerpo de Pedro, voluptuosa, aromática, calurosa, completamente sensual" (p. 61). Si la protagonista tiene prohibido manifestar cualquier tipo de deseo, su hermana Gertrudis sintetiza la relación sexual entre los amantes y exhibe esta pasión desmesurada y la lleva al límite, ya que termina trabajando en un burdel para saciar su apetito sexual.

En este sentido, la novela expone la sexualidad por fuera de la institución matrimonial. Si Tita y Pedro sacian su sed de manera clandestina, a espalda de todos, los vínculos legitimados carecen de esta pasión. Así, Rosaura es la legítima esposa de Pedro pero entre ellos no hay deseo sexual sino simplemente la obligación de procrear; "no es por vicio ni por fornicio, sino por dar un hijo a tu servicio” (p. 50) implora Pedro. Así, la sexualidad oficial está reducida a la tarea de construir un linaje y perpetuar las tradiciones y normas de la familia De la Garza.

La muerte

La voz narrativa reconstruye el linaje de la familia De la Garza a lo largo de las generaciones. En esta perspectiva, el paso del tiempo implica necesariamente el fallecimiento de distintos personajes de la novela. Sin embargo, su desaparición es únicamente física, ya que la presencia de fantasmas y espíritus muestra la continuidad entre el plano físico y el mundo del más allá. En este punto, la presencia de estos seres se vincula con la dimensión sobrenatural presente en la novela, en tanto coexisten con los personajes de la narración aún después de muertos.

En este punto, es importante destacar la comida de Tita como potencial causal de los fallecimientos de las dos mujeres que representan un obstáculo a los deseos de la joven: Mamá Elena y Rosaura. En el primer caso, la desconfianza de la mujer por Tita la induce a tomar brebajes purgantes ya que está segura de que su hija quiere envenenarla. Por otra parte, Rosaura muere por malestares digestivos ligados con un notable sobrepeso generado por los platos de Tita. De alguna manera, es tal la cercanía entre Tita y la práctica culinaria que es capaz de generar involuntariamente consecuencias deseadas por la protagonista.

En la novela, ambas muertes funcionan como una liberación del yugo. Si el deceso de Mamá Elena ya no impide el amor entre Pedro y Tita, la desaparición de Rosaura habilita que su hija Esperanza pueda casarse con Alex, a pesar de la imposición de soltería que recaía sobre ella por ser la hija menor. Sin embargo, nada es tan sencillo en el mundo De la Garza y aún después de muerta, Mamá Elena aparece como un fantasma para atormentar a Tita con sus normas y costumbres. La protagonista sufre su presencia pero finalmente logra exorcizarse cuando se anima a desafiarla en voz alta y le exhibe su propia hipocresía: "La imponente imagen de su madre empezó a empequeñecer hasta convertirse en una diminuta luz" (p. 214) comenta la voz narrativa. Así, el fantasma desaparece y Tita es, finalmente, libre.