Benito Cereno

Benito Cereno Resumen y Análisis Parte 3 (pp. 130-149)

Resumen

Delano se encuentra solo en cubierta mientras Babo lleva a descansar a Benito Cereno. Mientras mira a los marineros, cree que algunos de ellos “le devolvían la mirada y con una especie de intención” (p.130). Bajo una nueva forma, más oscura, vuelven las sospechas de antes y los miedos. Deambula en busca de algún marinero al cual hacerle preguntas. Se acerca a un viejo barcelonés, que intenta parecer absorto. Responde a las preguntas de Delano, confirma el relato de Benito Cereno sobre los eventos que los llevaron hasta allí. Poco a poco, sin embargo, se ve rodeado de más y más esclavos negros. Mientras ellos se vuelven más conversadores, más callado queda el barcelonés.

Se aleja Delano, observa el comportamiento de una madre esclava con su bebé, y del resto de las mujeres. Recuerda a las otras nobles mujeres negras que el explorador estadounidense John Leylard describió de sus viajes a África. De repente, en su caminata, ve un poco más lejos, escondido, a un español que le hace señas hacia la balconada. No comprende la señal, pero sus elucubraciones vuelven a dispararse. ¿Estaban los marineros aliados con los negros? ¿Estaba Benito Cereno aliado con los negros y el resto de la tripulación intenta comunicarse con él para denunciarlo? Luego se pregunta: “¿Quién ha oído hablar alguna vez de un blanco renegado a tal punto como para casi apostatar de su misma especie colgándose contra ella con negros?” (p.137).

Babo reaparece para comunicarle que pronto Benito Cereno se reunirá con él. Delano ve, a lo lejos, al Rover, el bote en el cual llegan las provisiones para asistir al Santo Domingo. Mientras reparten las provisiones, Delano manifiesta su voluntad de que la sidra, el pan y el azúcar sean para los españoles. Cereno se opone, su intención es repartirlo entre toda la población del barco.

El bote Rover parte de nuevo hacia el Bachelor’s Delight y Amasa Delano se queda en el Santo Domingo. Por primera vez, Delano le pregunta a Benito Cereno por qué no tienen botes: “Zarpó usted sin botes, don Benito?” (p.147). El español responde que se rompieron con los vendavales. “Cuénteme, esos vendavales, ¿fueron justo frente a la punta del Cabo de Hornos?” (p.148), inquiere Delano. A lo que el capitán responde: “¿Cabo de Hornos? ¿Quién habló de Cabo de Hornos?” (ibid.). Cuando el estadounidense, con énfasis, le dice que él mismo mencionó los vendavales en el cabo más temprano, son interrumpidos por un joven que, corriendo, viene a avisar que ya es la hora de afeitarse: “Es ahora, amo. ¿Quiere ir al tumbadillo?” (p.149). Benito Cereno accede, y Delano lo sigue, no sin un dejo de irritación por haber sido interrumpidos por un capricho tan estrafalario.

Análisis

Benito Cereno se desarrolla en una prosa lenta, que desenvuelve con parsimonia las imágenes y los pensamientos del narrador. Las descripciones son precisas y metódicas, del mismo modo que funciona la mente de Delano. Los incidentes perturbadores y sospechosos se empiezan a acumular a lo largo de la historia: el negro que golpea al blanco sin mayores consecuencias, los marineros que parecen hacerle señas a Delano, los afiladores de hachuelas, los hombres que deshilachan estopa sin sentido y, sobre todo, la actitud de Cereno. Todo esto implica un desafío intelectual para el cual la lentitud de la acción es un bálsamo. Sin embargo, veremos más adelante que también tiene como función contrastar con escenas de una velocidad y una acción inusitadas para el resto del texto.

Como lo hemos hecho anteriormente, el crítico Warner Berthoff compara, en su libro The example of Melville, a Benito Cereno con la narración de un enigma: debe contarse una vez, para que el oyente tenga la oportunidad de descifrarlo. Una vez descifrado, el oyente repasa el enigma de nuevo, para asegurarse de que su respuesta encaja con todas las partes del acertijo. Los extraños incidentes, de los que Delano es testigo, son las pistas este enigma, cuya respuesta es tan sorprendente que Delano nunca llega a descifrarla. En este sentido, Berthoff opina que, para un hombre del siglo XIX, incluso de un estado liberal como Massachusetts, la idea de que un grupo de esclavos se sublevara e ideara una estrategia, así de complicada, para engañar al capitán de un barco, habría sido una idea realmente descabellada. Esto podría matizar un poco lo que, para un lector del siglo XX, es pura ingenuidad en la figura de Delano.

En esta parte de la novela, Delano finalmente interactúa con otros personajes del barco. Un marinero español confirma el relato de Benito Cereno, aunque lo hace rodeado de esclavos y otros tripulantes que acotan e intervienen en la historia. Delano parece satisfecho con la respuesta, pero el texto deja algunas incógnitas abiertas, sobre todo en lo que se refiere a la actitud de los esclavos que interrumpen constantemente la historia.

Delano hace observaciones sobre los esclavos. Esta parte es considerada una de las más polémicas de Benito Cereno, debido a las críticas que recibe por ser considerada racista. Delano observa:

Grupos familiares de negros, en su mayoría mujeres y criaturas, que, en cuclillas abajo sobre viejas esteras o encaramados en lo alto de la oscura bóveda sobre los elevados asientos, se divisaban a cierta distancia como un sociable círculo de murciélagos refugiado en una cueva amigable, con bandadas color ébano de chicos y chicas desnudos, de tres o cuatro años, que a intervalos entraban y salían disparados en y de la boca de la guarida. (p.147).

El recurso de la animalización se emplea en más de una ocasión para referir a los esclavos. Este es uno de los fundamentos principales de las acusaciones de racismo a Melville de principio de siglo. Es verdad, también, que los estudios narratológicos fueron profundizándose con el tiempo: hoy en día, la distinción entre un narrador omnisciente en tercera persona sin focalización y un narrador focalizado en un personaje, cambia radicalmente el análisis. Pero, además, las consideraciones de los narradores hace ya mucho tiempo que no son achacadas al autor. En otras palabras, que un personaje o narrador sea racista no implica necesariamente que el autor también lo sea.

Sin embargo, sí puede decirse que la mirada que Delano tiene sobre los esclavos negros no es, en momento alguno, compensada por otra. Tampoco tienen en todo el relato los esclavos voz propia para relatar la concatenación de hechos que los llevaron a estar a bordo del Santo Domingo. Estaríamos, en el caso de que el narrador se focalizara en Babo, ante un relato completamente diferente. Cabe enfatizar, ahora que ya hemos hecho la distinción entre autor, narrador y personaje, que las apreciaciones de Delano son, efectivamente, racistas. Cuando en medio de su intento de resolver las extrañas ocurrencias a bordo del barco, se le ocurre brevemente que Cereno podría estar aliado con los negros, descarta la idea con un escalofrío: “¿Quién ha oído hablar alguna vez de un blanco renegado a tal punto como para casi apostatar de su misma especie colgándose contra ella con negros?” (p.137).

Dice el narrador, un poco antes, que “el capitán Delano les tomaba el gusto a los negros, no por filantropía, sino por cordialidad, igual que otros hombres a los perros de Terranova” (p.153). Como bien dijimos, la animalización es una de las figuras poéticas más empleadas por la mirada racista: inclusive en esta apreciación aparentemente benevolente, despoja al esclavo observado de aquello que lo diferencia de los animales, su humanidad. La admiración condescendiente, presente en buena parte de la literatura de viajes del siglo XVIII y XIX, enmascara la convicción profunda de que los negros no son completamente humanos; que su humanidad está, cuando menos, trastocada. Esto sostenían escritores como Rudyard Kipling, a quien el Premio Nobel le fue quitado por racista, y Joseph Conrad, autor de El corazón de las tinieblas. En este último libro, el narrador dice en referencia a su encuentro con los negros en su expedición:

Era sobrenatural y los hombres eran… No, no eran inhumanos. Bueno, ya sabes, eso fue lo peor de todo, esta sospecha de que no fueran inhumanos. Esa sospecha surgía lentamente. Aullaban y saltaban y giraban y hacían muecas horribles pero lo estremecedor era la idea de su humanidad, como la de uno, la idea de su parentesco remoto con este alboroto salvaje y apasionado. Horrible. Sí, era bastante horrible; pero si usted fuera suficientemente hombre admitiría que tenía una leve huella de respuesta a la terrible franqueza de ese ruido, una vaga sospecha de que todo eso tenía un significado que usted, usted, tan lejos de la noche de los primeros tiempos, podía comprender (1992: pp.105-106).

Esta "humanidad trastocada" que el explorador blanco ve en el negro, es, en El corazón de las tinieblas de Joseph Conrad, la causa del horror. En el caso de Delano sucede, quizá exactamente, lo contrario: la imagen de las negras amamantando a sus hijos también lo devuelve al carácter más animal del ser humano, pero contrariamente al horror le trae fascinación y luego tranquilidad. Sin embargo, la distancia entre blancos y negros tampoco no se salda. Como bien dijimos, a Delano le resulta irrisorio creer que un blanco pueda coligarse con un negro, con alguien que no sea de “su propia especie” (p.137).

Volveremos sobre estos asuntos más adelante, pero cabe atender a las imágenes poéticas que Delano aprecia a bordo. En línea con un tipo común del relato de aventuras, Delano se comporta como un explorador, pero la diferencia es que el territorio exótico es el propio barco: el Santo Domingo mismo es la tierra extraña. Encuentra en su deambular por cubierta al anciano que ata un cabo, con “la piel contraída por las arrugas como una bolsa de pelícano vacía, el cabello escarchado, el semblante grave y compuesto” (p.138). El diálogo que tiene con este hombre pareciera ser metafórico y metatextual, si pensamos en el nudo como un símbolo del enigma que hay que desatar. Junto al anciano, Delano pregunta “¿para qué es?” (ibid.), en referencia al nudo. “Para que otro lo deshaga” (ibid.), le responde el anciano y, de repente, arroja el nudo lejos y, en un inglés entrecortado, el primer inglés que Delano escucha desde que subió al barco, le dice: “Deshágalo, córtelo, pronto” (ibid.). Por un momento, “nudo en mano y nudo en mente, el capitán Delano se quedó mudo” (p.139). El enorme Atufal interrumpe esta escena.

El anciano pretendía, por un momento, que la llegada de Delano deshaga el nudo que oprime al Santo Domingo, que lo corte rápido. Sin embargo, Delano no comprende la situación, sigue su deambular por cubierta y el anciano abandona el diálogo y se pierde entre la gente.