Adán Buenosayres

Adán Buenosayres Metáforas y Símiles

"«El día es como un pájaro amaestrado», reflexionó Adán, «viene cada doce horas al mundo, por el mismo rincón del globo, y nos encaja su eterna cancioncita; o más bien un maestro pedante, con su bonete de sol y su abecedario de cosas largamente sabidas: esto es la rosa, esto es la granada.»" (pp. 13-14) (Símil)

En el inicio de la novela, cuando Adán experimenta su despertar metafísico, percibe que los días se repiten uno tras otro, que la realidad no se modifica sino que es monótona. El narrador expresa este paso del tiempo a modo de repetición aludiendo a “una realidad sin vuelo que se daba todos los días, inevitable y monótona como el grito de un reloj” (14). Igualmente, el protagonista lo concibe mediante el símil citado, en el que enfatiza la idea de repetición con una valoración negativa. Los días son como aves entrenadas que repiten su vuelo por la misma dirección, en el mismo horario y cantando siempre la misma melodía, o como maestros aburridos que dan lecciones de memoria, sin creatividad ni novedad. Así, la falta de cambio resulta molesta, agobiante, cansadora.

"(y Adán le había dicho que sus ojos eran iguales a dos mañanas juntas, o quizá la besó)" (p. 21) (Símil)

Esta comparación sobre los ojos de Irma, amante de Adán que trabaja en la pensión donde él vive, es repetida en muchas ocasiones en la novela. Esta apreciación se conecta con el motivo de la amada como creación del amante. Si bien la mujer que Adán realmente ama es Solveig, por momentos también se refiere a Irma aprovechando recursos típicos para describir a la amada. En este caso, por ejemplo, se concentra en sus ojos y los asimila con la mañana, que representa un momento luminoso, el renacer, la frescura y el inicio de nuevas posibilidades. Es interesante observar que ella siempre se hace presente en esas primeras horas del día para ofrecerle el desayuno, por lo que su aparición en la vida del protagonista es una aparición matutina, que indica el comienzo de cada jornada y el fin de la oscuridad nocturna.

"—¡Ahí está Buenos Aires! —dijo—. La perra que se come a sus cachorros para crecer" (p. 49) (Metáfora)

Desde el comienzo de la novela, la ciudad de Buenos Aires es presentada como una urbe gigantesca, ajetreada y llena de gente que se desplaza para trabajar. Esta metáfora potencia esa concepción de “la Gran Capital del Sur”, ya que, a través de la animalización, la presenta como una perra que se come a sus habitantes. Es decir, que la ciudad, en su dinámica moderna de velocidad caótica, devora y consume las vidas de quienes viven en ella, concebidos como sus hijos o “cachorros”. La aspereza de la ciudad es enfatizada más adelante cuando se la define como un “archipiélago de hombres islas incomunicados entre sí” (56). De esta manea, la vida porteña se presenta como desordenada, demandante y ardua.

"No sé cuánto tiempo estuve así, pegado a la reja como un ladrón nocturno" (p. 424) (Símil)

En el Cuaderno de las Tapas Azules, Adán Buenosayres cuenta su historia de amor por Solveig Amundsen. Tras haberla conocido y quedar como hechizado por su belleza, pasa varias noches en las afueras de su casa espiándola mediante un hueco que hace en las enredaderas que recubren las rejas. En esas instancias, su imaginación se expande y comienza a idealizar a la chica. El símil citado incluye esta parte de la novela en una larga tradición de relatos de amor en lengua castellana gracias a la figura del ladrón nocturno. Los amantes y los ladrones son típicamente comparados por estar despiertos cuando todos duermen, porque aprovechan la oscuridad y se dedican a pensar o actuar en secreto.

"Adán veía ya claramente la torre de San Bernardo y su reloj ardiendo en la noche como el ojo de un cíclope" (p. 339) (Símil)

La iglesia de San Bernardo es una referencia fundamental de la novela. Por un lado, contribuye con la creación de verosimilitud en la obra, dado que realmente existe en la ciudad de Buenos Aires. Por el otro, marca la omnipresencia del cristianismo y así establece un ámbito propicio para el desarrollo de la alegoría que muestra la vida del protagonista como espejo de Jesucristo. Esa relevancia de la iglesia, su torre y su reloj se expresan gracias a símiles que la conciben como un ojo que observa o controla la vida de Adán. Se trata de un ojo ardiente de cíclope, como en la frase citada, de un “reloj amarillo como la cara de un muerto” (303), o de una construcción “fosforescente como el ojo de un gato” (384). Su resplandor, así, marca la inminencia de la muerte del protagonista.