2666 (Primera parte)

2666 (Primera parte) Temas

El mal

El mal es un tema central en 2666, aunque puede rastrearse desde los comienzos de la producción literaria de Bolaño. En el epígrafe de la obra, Bolaño nos acerca, a través de versos de un poema de Baudelaire, la siguiente imagen: “Un oasis de horror en medio de un desierto de aburrimiento” (p.9). De este modo, la novela ya no se trata de una aproximación modesta al mal (como sí lo esperaba ser una de las novelas más conocidas del autor, Estrella distante), sino que de sus casi 1300 páginas una gran parte lo ocupa este tema: la guerra, los asesinatos, la violencia callejera, el relato de los más de 130 femicidios en México durante los años 90, el arte performático violento o macabro, la locura, la depresión, la soledad y el aislamiento.

Tal como señalamos en la introducción a la obra, en esta primera parte de 2666 se asientan las bases temáticas para el resto del libro, entre las que el mal emerge con toda su centralidad. Esto se verifica en varias ocasiones: por ejemplo, en una de las escenas más icónicas de esta selección, los críticos, unos jóvenes adultos europeos y letrados, la crema de la academia literaria europea, golpean brutalmente a un taxista paquistaní hasta dejarlo inconsciente, tirado en la calle y sangrando por todos sus orificios. Y no solo eso, sino que luego sienten un shock de adrenalina que comparan con un orgasmo. De este modo, la violencia física, el intento de destrucción del otro en tanto tal, es la manifestación más explorada en la literatura de Bolaño y en esta novela en particular del horror.

Ya en la novela Estrella distante, Arturo Belano (alter ego del autor) dice: “Esta es mi última transmisión desde el planeta de los monstruos” (p.138). Como podemos anticipar, la expresión “el planeta de los monstruos” refiere al mal y al horror, temas que han sido primordiales durante toda la vida de Bolaño, no solo en la escritura, sino también en general. Si consideramos que el autor tenía un vasto conocimiento sobre la Segunda Guerra Mundial, los war games y las vidas trágicas de poetas malditos, podemos afirmar que, irónicamente, este “planeta de los monstruos” no es más que el “planeta de los humanos”: nuestro planeta. Con respecto a Estrella distante, dijo haber querido lograr “una aproximación, muy modesta, al mal absoluto” (Bolaño, 2011, p.20). Esta frase, recogida en el libro Entre paréntesis, podría aplicarse tranquilamente tanto a 2666 como a muchos otros textos que componen su obra.

Además, el mal se vincula con una fascinación que podemos constatar en ciertas escrituras de Bolaño acerca de las vidas infames; esto es, “la fascinación por lo perverso, lo bárbaro, el entusiasmo por el juego y la necesidad casi compulsiva de poner en movimiento lo oscuro, lo tenebroso” (Manzoni, 2006, p.27). En relación con esto, en “La parte de los críticos” encontraremos pintores que se cortan su propia mano y la embalsaman, relatos insertados de películas de terror, menciones a los asesinatos en Santa Teresa y, sobre todo, un tono macabro y lúgubre constante que, de alguna manera, preparará al lector para las partes venideras.

La amistad

En la literatura de Bolaño, el mal es algo que promueve la necesidad de crear formas éticas alternativas, como pueden ser manifestaciones de la amistad que no necesariamente se corresponden con lo que el sentido común entiende por tal.

Como veremos, no encontramos en la novela héroes impolutos que combaten el mal, sino personajes débiles, con contradicciones profundas, afecciones psicológicas o físicas que alteran muchas veces su percepción de la realidad. Sin embargo, entre estos singulares personajes surgen lazos fuertes y profundos que tanto pueden virar hacia el mal como promover el bien; uno de ellos, quizás el más privilegiado, es la amistad.

Con todas sus contradicciones y limitaciones, el grupo de críticos es un grupo de amigos. La complicidad entre ellos nace del interés compartido en la figura de Archimboldi, pero, también, de una profunda soledad y aburrimiento. El retrato de su lazo es un retrato fraterno, pero que dista de ser idílico: ellos mienten, tienen secretos, son violentos, egoístas o mezquinos. De la amistad puede, como veremos en el análisis, provenir el bien. Pero, también, la fraternidad puede a veces suscitar el horror.

La relación entre obra y vida

A pesar de que Bolaño suela alejarse de las concepciones más románticas y tradicionales de la relación obra-vida del artista, se trata de un tema dominante en su literatura. Si bien muchos de sus personajes manifiestan una clara conciencia de la dimensión socioeconómica de su oficio y no son puristas con respecto al arte, a la mayoría de sus personajes principales no le es ajena la idea de consagración total y entrega a la obra.

En el caso de los críticos, en esta primera parte de 2666, ambos aspectos se entrecruzan. Por un lado, los cuatro tienen una idea pragmática de los beneficios económicos de la academia: dan charlas y conferencias por el simple hecho de que es su trabajo, y ganan dinero e influencia haciéndolo, como bien sucede en la Universidad de Santa Teresa. Pero, a su vez, la pasión roza la obsesión a la hora de pensar su objeto de estudio. Quizá sea una casualidad, pero ninguno de ellos tiene grandes proyectos profesionales por fuera de Archimboldi. Ninguno ha formado una familia, siquiera una pareja estable, en todos los años que antecedieron al congreso en el cual forjaron amistad. Sus vidas estuvieron y están consagradas a Archimboldi, a su estudio y, finalmente, a su persecución.

Algunos relatos menores en “La parte de los críticos” vienen a dialogar con este gesto de la literatura o el arte como entrega y a la vez recurso. El ejemplo más claro es el de Edwin Johns, un artista plástico que, como gesto último, se corta la mano, la embalsama y la exhibe como su autorretrato. Los críticos se interesan al punto de la fascinación por Johns, llegando incluso a ir a visitarlo en su internación. En esta visita, el pintor le confiesa a Morini haber cortado su mano por dinero, porque sabía que este gesto drástico iba a propulsar su carrera. Este remate inesperado devuelve a la relación obra-vida del artista a su costado más pragmático y socioeconómico, casi mercenario. Estos giros, estos ida y vuelta, de lo mundano a lo utópico y de la utopía romántica al pragmatismo, son frecuentes en 2666 y en la obra de Bolaño en general, que se aleja de los purismos conceptuales y retrata la complejidad y el dinamismo de la relación de los artistas y los críticos con el arte.

Muchas veces nos encontramos con descripciones exhaustivas de obras de arte como la de Johns, radicales y agresivas. Una obra de arte como esta no busca representar la vida, sino directamente penetrar en ella y emerger directamente de ella. Como Carlos Wieder en Estrella distante, novela del autor que inaugura la larga serie de personajes que son artistas dispuestos a todo, la salida que encuentra Johns, para saldar la distancia entre la realidad y la obra, es violenta. Esto no puede ser de otro modo, ya que, para Bolaño, la distancia entre obra y vida es el status natural de esta relación, y romper esa distancia siempre representa un acto violento.

La enfermedad

Uno de los más célebres textos de Bolaño, recopilado en El gaucho insufrible, se titula “Literatura + enfermedad = enfermedad”. Ya desde el título se nos dice bastante. Es posible extender la idea, entender arte por literatura y ampliar también el concepto de enfermedad a las condiciones psicológicas anómalas (si pensamos, además de en Morini, en el personaje de Norton). La literatura enferma y, más importante aún, la literatura no cura.

En primer lugar, vale recordar que 2666 fue parcialmente terminada por Bolaño mientras esperaba un trasplante de hígado y sufría los síntomas de su afección. Estas circunstancias se dejan leer, en más de una ocasión, a lo largo de las páginas. En una entrevista publicada en enero de 2001, en pleno proceso de escritura, Bolaño dijo sobre esta situación:

2666 es una obra tan bestial que puede acabar con mi salud, que ya es de por sí delicada. Y eso que al terminar Los detectives salvajes me juré no hacer nunca más una novela río: llegué a tener la tentación de destruirla toda, ya que la veía como un monstruo que me devoraba (2022).

En “La parte de Archimboldi” el narrador reflexiona al decir que

Los enfermos, por lo demás, siempre son más interesantes que los sanos. Las palabras de los enfermos, incluso de aquellos que sólo son capaces de balbucear, siempre son más importantes que las palabras de los sanos (…). La noción de tiempo, ah, la noción de tiempo de los enfermos, qué tesoro escondido en una cueva en el desierto (pp.895-896).

En el desierto hay un oasis de horror, nos dice el epígrafe de la obra, pero también hay una cueva que esconde el tesoro que es la palabra del enfermo.

En “La parte de los críticos”, es Morini quien resignado, esclerótico y en silla de ruedas, tiene la palabra justa en más de una ocasión. Es él con quien, finalmente, decide quedarse Norton, y es él quien comprende antes que nadie el poco sentido que tiene ir en busca de Archimboldi; además de saber que no hay que buscarlo, ya que un escritor vive, en realidad, en su obra. Con un criterio mucho más realista que sus colegas, Morini deshecha su idea de viajar con ellos en busca del autor. Su enfermedad es el límite: la obsesión literaria y el viaje pueden empeorar su condición. Ya lo dijo Bolaño: “Literatura + enfermedad = enfermedad”.

La pesquisa y la búsqueda

Al igual que con el viaje, la pesquisa es un motivo literario muy explotado, ante todo, en el género policial. En el caso de Bolaño, sin embargo, se constituye no solo como motivo (trastocado, a veces parodiado, disfrazado de otra cosa), sino como un tema que excede la materialidad de la búsqueda de algo o alguien concreto (un poema de Cesárea Tinajero o, sobre todo, la Cesárea misma, en Los detectives salvajes, por ejemplo) y lo abarca todo.

En 2666 se desarrollan varias búsquedas, que por momentos se entrecruzan. La que más sobresale es, en el caso de “La parte de los crímenes”, la necesidad de dar con el asesino de las mujeres, o al menos la explicación al menos parcial de qué es lo que sucede en Santa Teresa. Esto está apenas sugerido en “La parte de los críticos”, donde la búsqueda primordial gira en torno a la localización de Archimboldi.

Lo que tematiza Bolaño es, ante todo, qué le sucede a quien busca. La pesquisa invoca la posibilidad del hallazgo, pero trae aparejada también la consecuencia indeseada de perderse en la búsqueda. Este perderse tiene que ver con, efectivamente, extraviarse en el mercado, como Espinoza, entre alfombras persas y jóvenes mexicanas, pero también guarda relación con lo que le sucede a Norton, que se asoma al abismo psicológico en Santa Teresa y decide partir inmediatamente. La locura, por ponerle un nombre a esta inmersión en las profundidades de sí, el mal, la depresión, la propia obsesión, la violencia, son amenazas constantes para los académicos devenidos detectives.

En la medida en que los críticos, investigadores amateurs, eventualmente rozan el delirio y se vuelven incapaces de resolver la pesquisa, se vuelve un trabajo del lector el unir los datos y piezas, entrever patrones y encontrar la información fidedigna, entre tanto dato inconducente y cabo suelto. La búsqueda de Archimboldi es el combustible que pone en marcha la trama y la lectura. El lector se constituye también como detective de una investigación que no termina de entender muy bien por qué ha emprendido, más que por contagio e imitación. En este arrastrarnos al absurdo de una pesquisa improductiva reside buena parte la comicidad de Bolaño.

Podemos decir, por último, que un subtema de la búsqueda o la pesquisa tiene que ver con el asunto de la autoría; con el quién es el autor de los crímenes en Santa Teresa, y quién es Archimboldi. De este modo, autor y homicida se acercan más de lo que el sentido común y el temor permiten imaginar. Más adelante, los crímenes parecerán, debido al tratamiento que le dan algunos personajes, una obra de arte, mientras que, de forma análoga, la búsqueda de Archimboldi se teñirá de una oscuridad lóbrega, como si se tratara de un criminal prófugo en lugar de un artista.

La escritura y la literatura

La literatura y la escritura son, en la obra de Bolaño, temas que se abordan generalmente juntos. Paradójicamente, no por ello deja de presentarlos como nociones o cosas completamente diferenciadas. Mientras que la literatura puede ser mercancía, es claro que también participa de la esfera del arte. Mientras tanto, la escritura es un oficio que puede devenir literatura, pero que, muchas veces, es sencillamente un modo de solventar una forma de vida.

Resulta inevitable vincular esto con las conocidas idas y vueltas que tuvo la publicación de la novela 2666. En ese entonces Bolaño, como bien dijimos, se encontraba en una delicada situación de salud que lo llevó a no poder terminar de corregir el manuscrito de la novela y, por ende, a dejar instrucciones para su publicación póstuma. Entre ellas, estaba la de publicar sus cinco partes por separado para generar una mayor ganancia económica para su familia. Este Bolaño, el pragmático y terrenal, que privilegia el futuro de sus hijos por sobre su obra, entra en contradicción con el Bolaño que, a pesar de saber que esta novela río, como él la llamaba, estaba quitándole fuerzas, terminó al menos de redactarla y darle una primera corrección.

Este aporte biográfico echa luz sobre las dos caras de la escritura y la literatura a las que se aproxima la novela. Por un lado, los críticos son personas completamente obsesionadas con la obra de Archimboldi, con su figura. Se entregan completamente a su objeto de estudio, la mayor de las veces en detrimento de su salud mental y física. Por el otro, sin embargo, su objeto de estudio es también su trabajo, del cual toman provecho y buscan sacarle el mayor rédito posible. Donde pueden dan, como obreros, charlas y conferencias sobre Archimboldi o sobre temas literarios en general, y aprovechan cada oportunidad que su influencia les brinda.

En términos generales, porque en la literatura de Bolaño no existen los absolutos, la literatura es pasión y la escritura es trabajo. Pero también el arte de la palabra es, por último, un misterio. Las novelas de Archimboldi provocan efectos extraños en algunos lectores. Sin ir más lejos, Norton tiene una especie de viaje lisérgico al leer Bitzius. Otro ejemplo es lo que sucede en la casa del nervioso Amalfitano: el Testamento geométrico de Rafael Dieste, un libro sobre geometría escrito por un poeta gallego, cuelga curiosamente de una soga para ropa en el patio. Esta especie de obra de arte surrealista, ready made, genera toda clase de intrigas en los amigos. Ellos piensan en clave literaria. Un evento sencillo de la vida terrenal, como lo es el encuentro con Alex Pritchard, es sobreinterpretado en términos literarios por Pelletier y Espinoza hasta el absurdo. Por el contrario, eventos excesivamente violentos, dignos de la literatura más agresiva y sangrienta, como la paliza que le dan en Londres a un taxista paquistaní los críticos, es vivido por ellos con frivolidad y placer como si se tratara de una performance artística.

En suma, la literatura distorsiona, desestabiliza los sentidos, descoloca la percepción. En la obra de Bolaño, como vimos en “El mal”, el primer apartado de esta sección, del arte al horror hay, muchas veces, solo un pequeño paso.

El viaje

En las novelas de Bolaño, el viaje ocupa siempre un rol principal. En una novela anterior del autor, Los detectives salvajes, sus protagonistas viajan en busca de una poetisa hasta que todo se convierte en un gran thriller en medio del desierto. De un modo similar, también el desierto mexicano de Sonora se transforma en el destino del largo viaje realizado por los críticos de 2666, quienes devienen en detectives amateurs, cuya misión es encontrar al enigmático Archimboldi.

De este modo, el viaje está motivado por la pesquisa, una búsqueda que se despliega poco a poco. En principio, la búsqueda de Archimboldi no pasa de un par de llamados y conversaciones con personas que parecen tener información aislada y poco fidedigna sobre su paradero. Más adelante, Pelletier y Espinoza hacen un primer viaje a la editorial de la obra del alemán, en Berlín, y se entrevistan con su dueña, la señora Bubis. Poco sacan de esta conversación. Sin embargo, tiempo después conocen a un joven mexicano que les comenta que Archimboldi llegó hace poco a Santa Teresa, en el desierto de Sonora. A pesar de la fragilidad del dato, los críticos emprenden un viaje a México. Este es el verdadero viaje que transforma a los personajes al punto de hacerlos perderse a sí mismos.

Dice Bolaño, en “Literatura + enfermedad = enfermedad”, respecto al epígrafe de Baudelaire de 2666:

El viaje que emprenden los tripulantes del poema de Baudelaire en cierto modo se asemeja al viaje de los condenados. Voy a viajar, voy a perderme en territorios desconocidos, a ver qué encuentro, a ver qué pasa. Pero previamente voy a renunciar a todo. O lo que es lo mismo: para viajar de verdad los viajeros no deben tener nada que perder. El viaje, este largo y accidentado viaje del siglo XIX, se asemeja al viaje que hace el enfermo a bordo de una camilla, desde su habitación a la sala de operaciones, donde le aguardan seres con el rostro oculto debajo de pañuelos, como bandidos de la secta de los hashishin. Por cierto, las primeras estampas del viaje no rehúyen ciertas visiones paradisíacas, producto más de la voluntad o de la cultura del viajero que de la realidad (p.150).

“Viajar enferma” (p.147), insiste en el mismo texto, y atribuye a sus múltiples viajes la enfermedad. Todo, de alguna manera, está condensado en el epígrafe de 2666. Dice, más adelante, que

con ese verso, la verdad, ya tenemos más que suficiente. En medio de un desierto de aburrimiento, un oasis de horror. No hay diagnóstico más lúcido para expresar la enfermedad del hombre moderno. Para salir del aburrimiento, para escapar del punto muerto, lo único que tenemos a mano, y no tan a mano, también en esto hay que esforzarse, es el horror, es decir el mal (p.151).

Como vemos, el viaje no es solo un motivo sobre el cual se tejen otras ideas y conceptos. El viaje es, en sí, un tema de la espesura de la enfermedad o el mal. Más aún, se encuentra entramado con ellos. El viaje a Santa Teresa solo puede traer a los críticos el contacto con el horror. No hay nada en el viaje, para personas como ellos, más que malestar, frustración y la ausencia del escritor tan buscado. Según Pelletier, la distancia constante con Archimboldi es infranqueable.