Variaciones en rojo

Variaciones en rojo Resumen y Análisis Asesinato a distancia

Resumen

Capítulo I

Un atardecer, con el mar de fondo, Silverio Funes y Daniel Hernández conversan en un lugar llamado Villa Regina. Hablan acerca de que "ha pasado un año" (p. 143), pero no aclaran de qué. Desde la playa, llegan Osvaldo, que es el secretario de Funes, y Herminia, una muchacha enérgica y alegre. Ella se va y los deja solos. Eventualmente, en el interior de la casa suena un gong y entran. Allí está Lázaro —uno de los hijos de Silverio— sentado en la alfombra, atento a un tablero de ajedrez. Lo invita a Daniel a mostrarle una partida famosa después de la cena.

Ante la ausencia de Herminia, la cena se vuelve fría. Daniel describe a Lázaro como grotesco y maleducado. Luego aparece Sebastián, un empleado muy flaco que sirve la mesa. Osvaldo come mucho y Silverio trata de animar la conversación contando, como siempre, la historia de Villa Regina. Regina era la madre de Ricardo, pero no de Lázaro. La mujer enloqueció, y tanto ella como Ricardo están muertos.

Más tarde, Lázaro le muestra la partida de ajedrez a Daniel. Se lo ve muy apasionado por el tema. Daniel imagina cómo sería la madre de Lázaro, que también está muerta. Lázaro señala que ese día es 24 de noviembre, aniversario de la muerte de Ricardo. Luego, se ríe y se va.

Capítulo II

En el cobertizo de los botes, Daniel y Braulio, el peón, conversan sobre la muerte de Ricardo. Braulio recuerda que Ricardo se subió a un parapeto y se tiró al agua en mitad de la noche. Dice que, antes de tirarse, aunque no le veía bien la cara, lo vio inclinado y le pareció que buscaba algo en el agua. Silverio y Sebastián lo oyeron llamar a Braulio y después tirarse. Después, llegó el señor Osvaldo con el auto e iluminó el agua con los faros, era una peligrosa noche de tormenta. Silverio se quiso tirar al agua, pero se lo impidieron porque no sabía nadar. Braulio dice que desde entonces se convirtió en otra persona. A Ricardo nunca lo encontraron.

Más tarde, Daniel se encuentra en la playa con Herminia y conversan también sobre el tema. Ella le dice que no cree que Ricardo haya enloquecido igual que su madre, como dicen todos. Herminia se muestra resentida y dolida, le cuenta que se iban a casar quince días después de la catástrofe. Ella dice que él nunca la quiso, llora y sale corriendo hacia la casa.

Capítulo III

Llega de visita el doctor Larrimbe, tío de Herminia, quien vive en un chalet cercano. Almuerzan juntos Silverio, Herminia, Lázaro, Osvaldo, Daniel y el doctor. Después del almuerzo, Larrimbe y Daniel se quedan solos. El doctor le pregunta si Silverio le habló, pero Daniel responde que no entiende a qué se refiere. Larrimbe le dice que Silverio está seguro de que Ricardo no se suicidó y fue asesinado. Sin embargo, remarca que no hay posibilidades de eso porque fue él mismo quien realizó la autopsia y no encontró indicios de asesinato. Agrega que tampoco es posible un accidente.

El doctor dice que Ricardo había quedado muy afectado por la muerte de su madre, Regina. Además, tenía tendencia a la locura, se estaba por casar y que temía que su descendencia tuviese el mismo destino. Agrega que Ricardo lo había consultado por ese tema, pero que en ese momento él le restó importancia.

Larrimbe dice estar preocupado por Silverio, que está cada vez más convencido de la idea del asesinato, y que eso puede empeorar y convertirse en un problema grave, porque está sospechando de quienes lo rodean. Después de varios rodeos, el doctor pide a Daniel que convenza a Silverio de que la muerte de Ricardo fue un accidente. Daniel no se muestra receptivo con la idea.

Capítulo IV

Silverio se va a la ciudad en su auto. Por la tarde, Daniel escucha gritos en la biblioteca, se acerca y ve a Lázaro gritando y jactándose de haberle ganado una partida de ajedrez a Osvaldo, quien se muestra enfurecido y tira todas las piezas del tablero. Daniel habla con Lázaro y este le dice que Osvaldo se enoja porque le gana siempre con la misma jugada. Después le cuenta que Osvaldo dejará de ser el secretario de Silverio porque va a casarse con Herminia, pero que eso lo sabe solo él porque es muy ágil, se escabulle y escucha conversaciones ajenas sin ser visto. Luego, Lázaro le propone a Daniel jugar una partida y este acepta. Gana Lázaro, pero lo felicita.

Por otra parte, el narrador cuenta que en una lancha que maneja Braulio está Herminia, riéndose a carcajadas y asomada a la borda. Sobre el parapeto del espigón está el doctor Larrimbe, haciendo gestos como a punto de zambullirse.

Por la noche, Silverio se reúne en su despacho con Daniel y le cuenta sus sospechas. A pesar de no tener ninguna prueba, está convencido de que Ricardo fue asesinado. Entre otras cosas, le cuenta que Ricardo era un excelente nadador y no tenía motivos para suicidarse. Por último, le remarca que era una noche muy fría para nadar, por lo que no pudo ser un accidente. Daniel se muestra reticente, pero acepta investigar.

Capítulo V

El narrador hace una descripción detallada de Villa Regina y sus alrededores, e incluye un plano con referencias.

Daniel y Osvaldo caminan por la avenida de eucaliptos que hay al fondo de la casa y que lleva a la avenida principal. Osvaldo le da la noticia de que se casará con Herminia, le aclara que nadie más lo sabe y que no lo dirán hasta último momento porque tienen miedo. Le cuenta que Silverio no es el único que desconfía del suicidio de Ricardo, que él tampoco puede creerlo y le parece raro. Daniel pregunta si Ricardo padecía alguna enfermedad y Osvaldo recuerda que había ido a ver a un médico, el doctor Larrimbe, e insinúa que éste lo podría haber inducido al suicidio. Daniel pregunta dónde estaba Larrimbe la noche de la muerte de Ricardo, y Osvaldo le dice que el doctor tiene la coartada perfecta porque estaba atendiendo un moribundo a kilómetros del lugar. La llegada de Herminia interrumpe la conversación.

Capítulo VI

Daniel se entrevista con Lázaro, que tiene su propia hipótesis sobre la muerte de Ricardo. Primero, dice que todos tenían motivos para matarlo —incluso él mismo—, excepto Herminia y Silverio. Se lamenta de que no haya sido un asesinato. Confiesa que odiaba a Ricardo y que siempre había vivido a su sombra, por culpa de su padre; también dice que él mismo lo habría matado si sabía que podía salir impune. Luego, afirma que cree que Osvaldo es el culpable porque es un cazafortunas, y que mató a Ricardo para casarse con Herminia y recibir su herencia. De todas formas, aclara que el doctor Larrimbe no aceptará ese matrimonio. Lázaro revela que Larrimbe administra los bienes de Herminia hasta que alcance la mayoría de edad, por lo que heredaría la fortuna si ella muriera antes de casarse. Entonces, Daniel le pregunta cuál es su teoría sobre la muerte de Ricardo. Lázaro responde que Osvaldo, un "nadador experto" (p. 163), le tendió una trampa.

Daniel le pregunta dónde estaba mientras eso sucedía, y Lázaro responde que volvía por el camino de eucaliptos tras haber estado leyendo toda la tarde; a mitad de camino, escuchó las voces y corrió hacia la casa. Sin embargo, admite que no puede probarlo porque no hay testigos, así que no tiene coartada. Daniel pregunta por qué él no sería también un sospechoso y Lázaro responde que porque no sabe nadar. Luego, Daniel consulta por Osvaldo, y Lázaro cuenta que venía de ver unos terrenos, desde la dirección opuesta. Él lo vio regresar en un automóvil de Silverio, color blanco. De pronto, ven que se acercan tres hombres: Silverio, Osvaldo y un desconocido al que Funes presenta como un vendedor de tierras con quien debe concertar un negocio. Se oye el toque del gong y entran todos a la casa.

Capítulo VII

Esa noche, cenan juntos Silverio, Osvaldo, Lázaro, Daniel y el vendedor de tierras, que habla con entusiasmo de los lotes que quiere vender. En la sobremesa, Silverio vuelve a hablar de la muerte de Ricardo y tiene un cruce con Lázaro, a quien acusa de odiar a su hermano. Por su parte, Lázaro lo culpa de ser egoísta y no pensar en sus hijos. Silverio intenta ahorcar a Lázaro, pero Osvaldo se interpone y Lázaro se va hacia el jardín.

En medio de la noche, Daniel Hernández se despierta tres veces: la primera porque le parece que alguien solloza en el jardín, la segunda porque cree oír que se abre una puerta en la casa y la tercera por el estruendo de un balazo.

Aparece Lázaro muerto sobre un cantero del jardín, con un balazo en el pecho. Cerca del cuerpo se encuentra un rifle Winchester 44 y unos guantes flexibles, todo perteneciente a Silverio. Minutos más tarde, llega el doctor Larrimbe y, junto con Osvaldo, se ocupan de que nadie toque nada hasta que llegue la policía. Llegan Braulio, Sebastián y los demás criados. Baja también el vendedor de tierras a medio vestir. Luego, el doctor reúne a todos en el hall, les dice que hubo un crimen y que nadie se puede ir hasta conocer al culpable. Daniel dice que los crímenes son dos y que ya sabe quién es el culpable.

Capítulo VIII

Llega Herminia a la casa y se sienta junto a su tío. En este momento, Daniel da inicio a su disertación y revela quién es el asesino. Se muestra apasionado y lanza agravios contra el culpable. Primero, repasa las circunstancias conocidas de la muerte de Ricardo y revela las conversaciones privadas que tuvo con cada uno de los implicados por separado (con el doctor Larrimbe, con Osvaldo, con Lázaro y con Silverio). Señala que el asesino de Ricardo es alguien “invisible”, es decir, que nadie pudo ver.

A continuación, se refiere al mayor desafío del enigma, el de explicar la “imposibilidad absoluta” (p. 169), la de que un hombre haya podido ser asesinado cuando tres testigos lo vieron tirarse solo al mar. Después de descartar cada una de las teorías que le habían aportado los diferentes involucrados, apunta hacia una cuarta solución: que la persona que se tiró por el espigón no era Ricardo. Todos dieron por sentado que se trataba de él, pero en realidad nadie lo había podido identificar, ya que estaba de espaldas y estaba oscuro. En ese momento, Daniel acusa de asesino a Osvaldo Lezama, agrega que también fue quien mató a Lázaro y que planeaba asesinar a Herminia. Su motivo era quedarse con la fortuna de esta última. Por lo demás, a Ricardo lo mató porque necesitaba casarse con Herminia para heredar y a Lázaro porque lo había descubierto.

Daniel da la explicación de lo que sucedió en realidad y cómo lo llevó a cabo el asesino: ese día Osvaldo salió con el Buick blanco de Silverio y regresó por el camino que no pasa por la casa, para interceptar a Ricardo, que había salido más temprano sin que nadie lo viera. Sin embargo, Lázaro vio pasar el auto blanco, ya que estaba leyendo en la glorieta. Osvaldo se cruzó con Ricardo, le dijo que el auto se había averiado y lo desmayó de un golpe. Luego, lo desnudó y lo tiró al mar, para luego hacerse pasar por él y que todos lo vieran suicidarse, despejando cualquier sospecha de asesinato. Finalmente, regresó a su auto y volvió a la casa por el lugar por el que se había ido, fingiendo llegar a la escena y ayudar a buscar a Ricardo.

Cuando Daniel está por terminar su relato, se interrumpe bruscamente y da un grito de alarma porque Osvaldo está intentando escapar. Al ser visto, los amenaza de muerte. En ese momento, Silverio se dirige hacia él para atacarlo. Osvaldo saca el arma y se oye un disparo. Cuando se disipa el humo, se ve a Osvaldo abatido, con un balazo en la cabeza. Se descubre que el hombre que le disparó es el vendedor de tierras que, en realidad, es el comisario Jiménez.

Capítulo IX

El comisario Jiménez y Daniel viajan en auto, en su regreso de Villa Regina. Jiménez está pensativo, se siente culpable por la muerte de Osvaldo. Dice que no entiende por qué también mató a Lázaro. Daniel le dice que seguramente oyó a Lázaro cuando hablaba de haber visto el auto blanco de su padre la noche del crimen. Daniel dice que Lázaro había comprendido todo, pero que cometió dos errores: el primero, dejarse llevar por la cólera, y el segundo, salir al jardín, donde luego lo encontró Osvaldo. Mientras conversan, amanece.

Análisis

“Asesinato a distancia” es el tercer y último relato de Variaciones en rojo y se diferencia de los otros dos en varias cuestiones. Para empezar, plantea como punto de partida un enigma en torno a un asesinato que no ocurre en el marco de la narración, sino mucho antes, un año atrás. Además, Daniel Hernández se encuentra en el lugar de los hechos, pero en carácter de amigo e invitado de Silverio, y no con el propósito de investigar; de hecho, se muestra reticente a hacerlo. Por último, no aparece el comisario Jiménez, sino hasta el final.

El hecho de que la muerte de Ricardo haya tenido lugar un año antes excluye la posibilidad de una investigación a partir de los indicios materiales, como en los otros relatos. Por otra parte, el enigma consiste justamente en que no solo hay testigos oculares que confirman el suicidio, sino que no parece haber explicación lógica ni físicamente posible que justifique la teoría del asesinato o el accidente. De ahí el título: la distancia es un tema central en esta historia. Sin embargo, la noción es polisémica: la distancia es tanto temporal, respecto del momento de los hechos, como física, ya que de haberse producido un asesinato debía haber sido “sin la intervención material del asesino” (p. 150).

Estas circunstancias particulares hacen que la investigación se aleje todavía más de las prácticas deductivas tradicionales y se incline hacia un mecanismo todavía más puramente intelectual, más abstracto. De ahí, la relación con uno de los motivos que aparece reiteradas veces en la trama, incluido el epígrafe que precede al relato: el ajedrez.

El texto de ese epígrafe pertenece a Omar Khayyamo, un hombre que vivió en el noreste de Persia, entre el 1040 y 1131, y se convirtió en el más importante astrónomo y matemático de la época, pero también fue filósofo y poeta. El poema, por lo tanto, está escrito originalmente en persa, por lo que la cita en inglés que usa Walsh corresponde en realidad a una traducción. Se trata de una texto de Edward FitzGerald que, a su vez, luego fue traducido del inglés al español por Jorge Borges, el padre de Jorge Luis Borges. Aún más, este último la parafrasea (al estilo borgeano) en uno de sus poemas llamado, justamente, “Ajedrez”:

También el jugador es prisionero (la sentencia es de Omar) de otro tablero de negras noches y blancos días. Dios mueve al jugador, y éste, la pieza. ¿Qué Dios detrás de Dios la trama empieza de polvo y tiempo y sueño y agonías? (2011, 9-14).

Borges modifica la palabra “Destiny” y la traduce como “Dios”. En todo caso, la cita de Walsh —con todas estas alusiones— refiere al juego de ajedrez como alegoría de la vida: un juego donde somos solo las piezas, manejadas por un poder superior, ya sea el destino, dios o el azar. También es la ajedrez un símbolo de la fatalidad: no importa los movimientos que hagamos siempre terminaremos en “la caja”, o sea, en la muerte.

Pero el ajedrez también es un deporte de juegos mentales, astucias y falsas apariencias. En el contexto del relato, el ajedrez representa el clima de tensiones y desconfianza sobre un escenario que parece orquestado por alguien más, pero no se sabe quién. Lázaro, el personaje más cercano al ajedrez, es quien tiene mayor capacidad para atar cabos, especular posibles hipótesis o “movidas” y desenmascarar engaños. Justamente, es quien primero descubre al verdadero culpable, pero es asesinado antes de poder darlo a conocer. Así, el narrador anticipa esta asociación entre el juego de ajedrez y el juego de secretos y sospechas de Villa Regina:

Cada movimiento era la definición de un hombre, de todos los momentos anteriores de un hombre. Lázaro pensaba que una partida podía dividirse en actos y escenas. Algunas escenas eran como un insidioso juego diplomático, en otras se oía el chocar de las espadas, algunas tenían la gracia de un lánguido ballet o el grotesco aparato de una farsa (p. 128).

El juego de las apariencias es fundamental en este relato y lo acerca más al género thriller o al policial negro que al relato policial clásico, ya que uno de los conflictos recurrentes es que nada es lo que parece. Esto se ve en el constante clima de tensión y sospecha que el narrador genera desde el principio, donde ni siquiera Daniel sabe para qué está ahí ni qué quieren de él. Enseguida, todos se vuelven sospechosos para Daniel, no necesariamente de homicidio, pero sí de ocultar sus verdaderos propósitos: su amigo Silverio le esconde el motivo de su invitación, que es investigar y probar el asesinato de su hijo Ricardo; el doctor Larrimbe lo presiona para que convenza a Silverio de que fue un accidente; Lázaro le confiesa que odiaba a su hermano y que tenía motivos para matarlo, pero a su vez sospecha de Osvaldo; Osvaldo, por su parte, planea en secreto casarse con Herminia y acusa al doctor Larrimbe. Este clima puede verse en diálogos y escenas recuperados por el narrador, como la siguiente:

—Bueno —murmuró—, se lo diré, pero es una idea absurda, y además quiero que recuerde que es usted quien me la sugirió. Creo que es usted quien nos ha contagiado. Desde su llegada, la atmósfera se ha cargado de sospechas. Hasta las paredes de la casa parecen cuchichear de noche… (p. 149).

En este escenario de ocultamientos y misterios, es fundamental el rol del narrador. Como ya se dijo previamente, se trata de un narrador omnisciente que, no obstante, tiene acceso a todos los pensamientos de los personajes y todos los hechos acontecidos. Sin embargo, elige contar solo fragmentos. Así, la finalidad de este procedimiento es no anticipar la resolución del enigma y mantener el suspenso hasta el final. Si bien el narrador conoce lo que piensan y saben todos los personajes (en varias oportunidades, de hecho, incluye sus emociones internas), el foco está puesto en Daniel. Su punto de vista es el que predomina, y los lectores conocemos sobre todo sus elucubraciones y percepciones internas acerca de las personas que lo rodean. Sin embargo, el narrador proporciona a los lectores menos información de la que él tiene. Así es que decide nombrar al “vendedor de tierras” como tal, solo para descubrir al final que se trataba del comisario Jiménez, a quien el mismo Daniel había convocado previamente.

El momento de la cena, al final del relato, llega a su clímax gracias a esa información retenida por parte del narrador: “Más lejos, olvidado de todos, el hombre de gris que vendía lotes con aire y luz eléctrica, lanzaba rápidas miradas a la puerta” (p. 167). Los lectores no saben quién es, pero reciben pistas para inferir que se trata de alguien que, como sucede en toda la trama, oculta algo. Cabe recordar la intención explícita de Walsh de darle un lugar al lector “activo”; estas pistas —ni demasiadas ni muy pocas—, así como los croquis de la casa y los datos que va soltando esporádicamente cada personaje, mantienen comprometido a ese lector, quien puede hacer sus propias conjeturas.

Es interesante además el peculiar involucramiento emocional de Daniel Hernández en este caso. Es el único de los tres relatos en el que los lectores pueden ver más de cerca el perfil psicológico del protagonista, que pasa por distintos estadios: enojo, tristeza, miedo, ansiedad y culpa (hacia el final). Ello se ve en párrafos que, como este, no tienen ninguna otra función más que transmitir el estado mental y emocional de Daniel:

Rato después de acostarse, cuando el sueño le ponía en los párpados cerrados bruscas imágenes de dragones, de flores y de estatuas, Daniel imaginó ser un gigantesco oído abierto a todas las voces de un drama indescifrable y turbio. Con este desagrado se quedó dormido (p. 146).

Como vemos, el involucramiento de Daniel es tal que hasta su propia vida corre peligro, algo que está muy lejos de ocurrir en los otros dos relatos. Esto reafirma la idea de que se trata de una pieza más cercana a la variante negra del género, donde las intrigas afectan al detective de manera personal y psicológica, e, inclusive, amenazan con destruirlo.

Por último, cabe destacar el vínculo de la frase que cierra este último relato con la obra entera y su título, algo que ya se ha apuntado anteriormente. Las palabras finales del narrador son: "Sobre el mar, en el esfumado horizonte, se dibujaban las primeras pinceladas rojas del sangriento amanecer" (p. 174). Como puede verse, Walsh recurre una vez más al color rojo y su asociación con la sangre para la escena final, una escena que vuelve a subrayar la filiación del libro con el género policial. Indudablemente, estamos ante otra de sus variaciones en rojo.