La carretera

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La muerte

La muerte y el espectro de la muerte invaden la novela desde el principio a través de las descripciones del desolado paisaje, de la lucha de los protagonistas por sobrevivir en un trayecto lleno de violencia y hambre, del recuerdo del suicidio de la madre del chico y hasta de la posible extinción de la humanidad.

La narración se ubica en un futuro postapocalíptico de mucho frío y lluvias constantes, y en el que la fauna y la vegetación parecen completamente extinguidas. Los protagonistas parecen ser uno de los pocos supervivientes de un evento desconocido que ha destruido la civilización entera.

Por recuerdos del hombre nos enteramos de que su mujer se ha suicidado por negarse a sufrir violencias que creía inevitables, y él mismo se ve tentado de matar al chico y suicidarse cuando reconoce no saber exactamente por qué sigue caminando sin saber qué encontrar. Por otro lado, a medida que avanza el relato se hace más evidente que el hombre está muy enfermo: tose con sangre y se siente cada vez más débil. Así, la sangre que escupe al toser funciona como una advertencia cada vez más perentoria de la muerte al acecho.

El amor parental

El tema del amor paternal es omnipresente en la novela dado el protagonismo absoluto del hombre y su hijo. El hombre reconoce la verdad de lo que le señalaba su esposa cuando él se negaba al suicidio: "el chico era lo único que había entre él y la muerte" (27). En otras palabras, la incansable sed de supervivencia del hombre se alimenta, quizás exclusivamente, del amor por su hijo.

A diferencia de su esposa, el hombre se niega a asesinar a su hijo para evitarle posibles sufrimientos, y considera la posibilidad solo ante la inminencia de un daño, porque tampoco soporta la posibilidad de que ejerzan violencia sobre él. En efecto, cuando lo deja solo para explorar algún lugar, le deja el arma al chico, priorizando la vida de este, y hasta le recuerda que, antes de dejarse atrapar, tiene que apuntarse a sí mismo y disparar.

El amor del padre por el chico se manifiesta también en el celo con el que lo protege y en la furia con la que reacciona cuando alguien se muestra capaz de hacerle daño o de amenazar su supervivencia. Por otro lado, se esfuerza por tratarlo cariñosamente y condescenderlo siempre que puede, así como por disculparse cada vez que, a raíz de una situación estresante, le habla con dureza.

El bien y el mal

El tema del bien versus el mal es quizás más explícito en esta novela que en cualquier otra obra de McCarthy. El chico busca permanentemente la confirmación de su padre de que ellos dos pertenecen a "los buenos", y que "los malos" son aquellos que buscan lastimarlos: ladrones, asesinos y caníbales. Según el hombre, lo que hacen los buenos es "Seguir intentándolo" (104). Además, él usa el fuego como símbolo de la bondad intrínseca a la perseverancia y la esperanza humanas: "Nosotros llevamos el fuego" (65), le dice a su hijo una y otra vez.

En un mundo atravesado por la escasez total y la lucha encarnizada por la supervivencia, sin embargo, la distinción entre buenos y malos no resulta tan sencilla: confiar en los otros o compartir los pocos alimentos que se tienen puede poner en peligro la supervivencia. Así, el niño es un testigo conflictuado de la violencia y el egoísmo con que su padre responde al encuentro con otras personas. El padre, por ejemplo, asesina a un hombre que intenta atacar al chico y deja desnudo, en el frío extremo, a otro que intentó robarles el carrito, a pesar de las súplicas de este. "Has intentado matarnos", se justifica, y el otro responde: "Estoy que me muero de hambre, tío. Tú habrías hecho lo mismo" (190). De este modo, se abre la pregunta sobre si hay de verdad una diferencia ética contundente entre el protagonista y los asesinos y ladrones que se encuentra en el camino.

Lo que sí parece indiscutible, tanto para los lectores como para el padre, es la bondad del chico. Para él es difícil comprender, y aún más aceptar, que no puedan confiar en los otros y ayudarlos, o que el padre tenga que usar la violencia, eventualmente, para defenderlo. De hecho, cada vez que el hombre se apiada de alguien, como cuando le ofrece algo de comida al viejo Ely o le devuelve la ropa al ladrón del carrito, lo hace por la insistencia de su hijo.

La confianza

La cuestión de la confianza ocupa un lugar central en La carretera. Superficial e inmediatamente, este tema se pone en evidencia en los conflictos entre los protagonistas y otras personas que encuentran en el camino. Por ejemplo, el hombre que el padre asesina cuando amenaza al chico con un cuchillo, intenta al principio convencerlos de que tiene buenas intenciones y que pretende invitarlos a unirse al grupo del camión al que pertenece. Así, el protagonista acierta al no confiar en sus palabras, y de hecho no confiará en nadie que se crucen, a pesar de la resiliente ingenuidad de su hijo. Cuando esa falta de confianza se pone a prueba, las circunstancias le dan la razón al protagonista.

Con más sutileza, no obstante, el tema de la confianza se desarrolla en la relación entre padre e hijo. El niño espera de su padre no solo información, sino también orientación y consuelo. Aunque a menudo busca en sus palabras cierto alivio, lo cierto es que muchas veces se da cuenta de que su padre, con el objetivo de reconfortarlo, no siempre es sincero sobre sus posibilidades de supervivencia, su propia salud, los peligros que enfrentan o sus objetivos al continuar moviéndose por la carretera. El padre, por su parte, lucha por mantener un delgado equilibrio entre la honestidad y el resguardo emocional del chico.

Hacia el final de la novela, el chico ya no quiere escuchar las historias preapocalípticas de su padre porque las considera falsas: no puede imaginar un mundo tan diferente a aquel en el que nació. No obstante, en un breve pero contundente intercambio, el chico le asegura a su padre que siempre le cree. "Tengo que creerte" (138), afirma. Así, vemos que la confianza del chico en su padre se forja por necesidad. Con su corta edad, el chico parece comprender que su padre es su única figura de autoridad y referencia, en tanto no solo es mayor y reúne más experiencia, sino que él solo conoce la humanidad y el mundo previos a la catástrofe.

La fe y la duda

La fe religiosa -y también la duda religiosa- ocupan un lugar destacado en esta novela. A veces, la travesía del padre hacia el sur para asegurar la supervivencia de su hijo se lleva a cabo con fervor religioso: el sabe que "el niño era su garantía", y dice que "Si él no es la palabra de Dios Dios no ha hablado nunca" (10). Al viejo Ely, hablando del chico, el padre le pregunta: "¿Y si le dijera que es un dios?" (128).

A estos momentos en los que el hombre da cuenta de una gran devoción y una fe ciega en su hijo, sin embargo, se le oponen otros en los que cuestiona la existencia de un poder superior. Un día se despierta antes del alba, mira el cielo y susurra: "¿Estás ahí? (...) ¿Te veré por fin? ¿Tienes cuello por el que estrangularte? ¿Tienes corazón? ¿Tienes alma maldito seas eternamente? Oh, Dios" (15). Ely va más allá: está convencido de la inexistencia de Dios y anhela el día en que la humanidad haya desaparecido.

El chico, nacido en ese escenario posapocalíptico, es en buena medida ajeno al mundo religioso, pero deposita una fe irrevocable en la humanidad. Es interesante, en este sentido, el final de la novela. Antes de morir, el hombre le dice al hijo que pueden seguir hablándose cuando él no esté: "Puedes hablarme a mí y yo te hablaré a ti. Ya verás" (204). Unas páginas después, se nos cuenta que la mujer que acoge al chico tras la muerte del protagonista "A veces le hablaba de Dios. Él intentó hablar con Dios pero lo mejor era hablar con su padre y eso fue lo que hizo y no se le olvidó. La mujer dijo que eso estaba bien. Dijo que el aliento de Dios era también el de él aunque pasara de hombre a hombre por los siglos de los siglos" (209-210).

La supervivencia y la resiliencia

Una gran atención a ciertos aspectos prácticos de la supervivencia humana quizás sea predecible en una novela posapocalípica como La carretera. Efectivamente, el texto acompaña a sus protagonistas en la búsqueda incansable de provisiones y agua potable, en los esfuerzos por combatir la hipotermia y la enfermedad, y reflexiona sobre los límites del cuerpo en situaciones extremas.

Por otra parte, McCarthy pone mucha atención al comportamiento inusual que tales circunstancias despiertan en las personas: en la lucha por sobrevivir en medio de la escasez total, el robo, el asesinato y hasta el canibalismo se vuelven moneda corriente. Los límites parecen haberse corrido y las nociones morales han perdido sentido para la mayoría. Los protagonistas, no obstante, se resisten a hacer cualquier cosa para sobrevivir, y ante la violencia de la que son testigos no dejan de afirmar para sí mismos, quizás en un intento de convencerse, que ellos son diferentes, son "los buenos". En todo caso, los límites de lo que uno es capaz de hacer se han corrido para todos.

Sin embargo, la novela también nos recuerda que la supervivencia no es la única opción. La madre del chico elige quitarse la vida para evitar la posibilidad de ser violada y violentada. Y aunque el hombre descarta esta salida para él mismo y para el chico, sí la conserva para el caso de una violencia inminente. Incluso instruye al chico para dispararse a sí mismo en caso de ser capturado por caníbales.

La humanidad

Todos los temas principales que recorre La carretera pueden subsumirse, en buena medida, a una pregunta sobre qué constituye a un ser humano como tal, y qué valor tiene la humanidad, si es que tiene alguno.

Por un lado, la novela parece poner en cuestionamiento el carácter inherente de lo que en nuestra sociedad se asocia a lo humano, mostrando cómo en situaciones extremas, valores como la empatía, la solidaridad y la dignidad se vacían y desaparecen. La civilización misma ha desaparecido en el presente de La carretera, y en ese escenario desesperado de todos contra todos, cabe preguntarse si hay algo que una a los supervivientes que habitan el planeta, y que pueda identificarse como una característica de la humanidad.

Por otro lado, el clima extremo y la escasez cuestionan la posibilidad de que quede vida humana sobre la Tierra en un futuro próximo. Esto pone en perspectiva, a su vez, la lucha por la supervivencia de los individuos en una situación tan hostil: el protagonista se pregunta en más de una ocasión por qué se esfuerza en sobrevivir. Podemos encontrar una respuesta en algún punto esperanzadora en la memoria: el hombre recuerda el afecto y el placer y anhela ese mundo pasado. Y aunque el chico no conoció nada de eso, es quien mejor encarna, inexplicablemente, la fe en la humanidad, lo que conmueve a su padre y también a los lectores.

Ely sostiene otra mirada: para él está claro que la humanidad no tiene valor y que está condenada a perecer. La paradoja está en que, aunque dice anhelar esa extinción, él constituye, en el texto, el ejemplo más sorprendente de resiliencia: es difícil explicar para el protagonista cómo un hombre tan viejo, tan debilitado y prácticamente ciego, incapaz de proveerse o defenderse de eventuales ataques, ha sobrevivido todo ese tiempo.