La carretera

La carretera Resumen y Análisis Parte 7

Resumen

El hombre recuerda un invierno hace mucho tiempo, cuando era un poco mayor de lo que es su hijo actualmente: vio cómo un grupo de hombres prendía fuego a un centenar de serpientes reunidas en el suelo, dándose calor unas a otras.

Una noche, el chico tiene una pesadilla, pero se niega a contársela a su padre. El hombre le dice: "Cuando sueñes con un mundo que nunca existió o con un mundo que ya no existirá y estés contento otra vez entonces te habrás rendido. ¿Lo entiendes? Y no puedes rendirte. Yo no lo permitiré" (141).

Continúan caminando hacia el mar, pero el hombre está muy débil. En un tramo de la carretera, yacen cadáveres, "figuras medio atascadas en el asfalto, agarradas a sí mismas, las bocas aullantes" (142), víctimas de un fuego del que no tuvieron tiempo de escapar. El hombre intenta evitar que su hijo mire, pero el chico está sorprendentemente sereno.

En un momento, padre e hijo se sienten vigilados. Deciden cuidarse de dejar basura, para que quien sea que esté detrás de ellos no sepa que tienen comida. Acampan y, mientras el chico duerme, el padre ve a un grupo de personas, tres hombres y una mujer embarazada, que pasan junto a ellos. A la mañana siguiente, los protagonistas siguen camino.

Ven humo que sale del bosque, y el chico teme que sea una trampa. Rodean el fuego a cierta distancia y huelen a comida. Esperan y, cuando asumen que los otros se han ido, sospechando que ellos tenían un arma, se acercan. La comida se está cocinando. Es el chico quien lo ve primero: "un bebé carbonizado ennegreciéndose en el espetón, sin cabeza y destripado" (148). Se da vuelta y se tapa la cara. El padre lo saca de allí y le pide perdón. Al día siguiente, el chico le pregunta a su padre si el bebé habría podido viajar con ellos si lo hubieran encontrado. El padre le dice que sí, y entonces el chico se disculpa por la apatía con la que reaccionó ante los cadáveres quemados sobre el asfalto.

Siguen caminando. Atraviesan una antigua ciudad-factoría, se topan con objetos extraños esparcidos por la cuneta. Paran a beber agua, no del todo limpia; hace dos días que no prueban bocado. Duermen cada vez más.

Ven una casa a lo lejos. El hombre insiste en que caminen hacia allá para buscar comida. En el camino, el hombre encuentra algunas puntas de flecha y se las da al chico para que se las quede. También encuentra una moneda, pero la tira. Dentro de la casa encuentran latas de comida muy viejas. Hacen fuego en la chimenea, preparan la cena y pasan la noche allí. El chico le ruega a su padre que no vaya al segundo piso de la casa, pero el hombre va de todos modos. Encuentran ropa en el dormitorio. Los dos se quedan en la casa cuatro días, y el hombre le hace ropa nueva a su hijo. También encuentran una carretilla, que utilizan al salir para transportar su nuevo juego de mantas y los alimentos enlatados.

Continúan su camino. Al llegar a un pueblo se acercan a una tienda de alimentación con surtidores. Consiguen un poco de gasolina. Empiezan a quedarse sin comida de nuevo. El terreno que atraviesan cambia lentamente. Finalmente llegan al mar, pero el océano no es azul. Se sientan juntos en la playa, y el chico se pregunta qué hay más allá del océano. Luego le pide permiso a su padre para bañarse. El hombre le advierte que el agua estará muy fría, pero al chico no le importa. Se desnuda, se echa a correr y se mete en el mar. Se ve muy blanco y flaco. Cuando sale, el hombre lo envuelve en una manta y se da cuenta de que el chico está llorando. No quiere decirle por qué.

Análisis

El recuerdo de los hombres quemando un montón de serpientes vivas en el lindero de un campo constituye una imagen impactante de la insensibilidad de las personas frente a la destrucción y el sufrimiento. Las serpientes se retuercen en silencio y los hombres, "en un silencio similar las vieron arder y contorsionarse y volverse negras y en silencio se dispersaron en el crepúsculo invernal cada cual con sus pensamientos camino de la casa y la cena respectivas" (141).

En esta sección también observamos un cambio sutil en el chico: si hasta aquí se mostraba temeroso y sensible frente al sufrimiento de los otros, ante los cadáveres calcinados sobre el asfalto se muestra "extrañamente despreocupado" (142). Cuando el padre le pide que no mire, él replica: "No pasa nada, papá (...). Seguirán estando ahí" (142). El chico parece empezar a aceptar la crudeza del mundo que habita, y más adelante hará lo mismo respecto de los peligros: le comentará al padre que cree que los están siguiendo, pero, en vez de reaccionar con miedo, lo hará con cautela y precaución. Más que insensibilidad, estos cambios dan cuenta de cierto proceso de maduración que le otorga al chico independencia, al hacerlo más apto para la supervivencia.

Una pista de que el chico madura sin por eso perder lo que su padre identifica con el fuego es su reacción al bebé cocinándose en el bosque. Aquí aparece un límite a su resignación: no solo reacciona con angustia a la imagen, sino que luego busca la confirmación de su padre de que, de haberlo encontrado vivo, ellos no lo habrían abandonado, y el niño podría viajar con ellos. Tras esta escena el chico también vuelve sobre los cuerpos quemados en el asfalto, y le pide perdón a su padre por haberse mostrado indiferente. Aquí se lee una tensión en él entre su sensibilidad y empatía y su necesidad de sobrevivir en un mundo desquiciado.

Al cruzar un campo, el hombre encuentra unas puntas de flecha y una moneda vieja con una inscripción en español. El hecho de que le entregue las puntas al chico y, en cambio, se deshaga de la moneda, condensa un sentido simbólico: la moneda tiene un valor simbólico y cobra sentido en una civilización determinada, mientras que las puntas de flecha tienen una función práctica que trasciende su carácter simbólico y que, por supuesto, se asocia a la violencia. Así, en este gesto, el hombre da cuenta de que la civilización, con sus interacciones simbólicas, pacíficas, ha quedado atrás, y lo que le queda al chico, en el futuro, es la mera ley del más fuerte, el predominio de la violencia.

Finalmente, tras una innumerable cantidad de días, de peligros y de esfuerzo, los protagonistas llegan a la costa. El mar representó, a lo largo de toda la novela, un objetivo esperanzador, una meta, un punto de llegada. Pero apenas lo alcanzan, el sueño se desmorona: el agua es oscura y está helada, y la tierra está tan desolada como lo estuvo a lo largo de todo el camino. El niño lo intenta: se desnuda y corre a bañarse, pero al volver está llorando. Este llanto probablemente refleja esta esperanza perdida. Ahora que llegaron al mar y este no ofrece ninguna mejora a su situación, el camino se presenta, en adelante, como un andar sin rumbo, sin destino, sin un objetivo claro.