La carretera

La carretera Resumen y Análisis Parte 8

Resumen

Después de cenar arrimados a un tronco, el niño duerme y el hombre se para frente al mar y recuerda estar en la playa con su esposa. Cuando regresa al campamento, el chico está despierto y asustado. Por la mañana exploran la playa. Se encuentran con un barco abandonado. Mientras el chico vigila con la pistola, el hombre nada hacia el bote para explorar la embarcación.

El barco se llama "Pájaro de Esperanza" y es oriundo de Tenerife. No ha sido saqueado y, aunque el mar aparentemente ha destruido la mayor parte de su contenido, hay muchas cosas. El hombre toma algo de ropa para él y para el chico, además de una caja de herramientas, un frasco de gasolina y un sextante de latón, que "era la primera cosa en mucho tiempo que le emocionaba ver" (169). Finalmente, toma algunos objetos útiles más y unas latas de comida y de zumo y sale.

Ya en tierra, ambos se apresuran a preparar la cena con la última luz del día. El padre le pide al chico la pistola y este lo mira, aterrorizado: la ha olvidado en la arena. Le pide perdón a su padre, al borde del llanto. Este le dice que no se preocupe, asume la responsabilidad y, un rato después, encuentran el arma sobre la arena. Cuando regresan al camino principal ya ha caído la noche, pero con ayuda de unos relámpagos logran encontrar su vieja lona.

Pasan la mañana siguiente descargando el barco. La tos del hombre sigue empeorando; a menudo tose sangre. “Cada día es una mentira, dijo. Pero tú te estás muriendo. Eso no es mentira” (176). El hombre encuentra una pistola de bengalas en el barco y un botiquín de primeros auxilios. El chico se da cuenta de que su padre se ha guardado la pistola de bengalas para disparar eventualmente a una persona, no para lanzar señales. No obstante, le dice que esa noche pueden lanzar una bengala al mar.

El chico pregunta si los dueños del barco están vivos. El hombre le responde que bien podrían estar vivos en algún lugar, pero esta idea preocupa al chico: "si estuvieran vivos sería como robarles sus cosas" (179). Entonces el hombre acepta que lo más probable es que estén muertos.

En la arena, el chico dibuja un pequeño pueblo con calles entrecruzadas.

El hombre se le acercó y se puso en cuclillas para mirar. El chico levantó la cabeza. El mar lo borrará, ¿no?

Sí.

Bueno.

(181)

El chico sugiere escribir un mensaje en la arena para los buenos, pero el hombre le recuerda que los malos podrían verlo. Esto desanima al niño. El hombre dice que aún podrían escribir una carta, pero el chico niega con la cabeza: "Da igual" (181), dice.

Por la noche, disparan la bengala. El chico se pregunta quién podría verla, y el padre le sugiere que Dios podría hacerlo. "Sí. Alguien así, supongo" (182), replica él.

El chico se enferma y vomita. El padre le da antibióticos vencidos del botiquín de primeros auxilios del barco. El niño permanece enfermo durante varios días. La salud del padre no mejora.

Análisis

En esta parte de la novela se desarrolla sobre todo lo que se anuncia en la sección anterior: el arribo a la costa, es decir, el objetivo que han seguido los protagonistas con un atisbo de esperanza desde el inicio de la novela, no supone ningún cambio sustancial para su situación. Allí no los espera un clima amable ni grupos organizados de personas. En la costa solo continúa el páramo de muerte que vienen atravesando desde el comienzo: "Frío. Desolado. Sin aves (...). En la arena de la caleta que había más abajo hileras como caballones de pequeños huesos entre las algas. Más allá los costillares blanqueados por la sal de lo que podías haber sido reses. En las rocas una escarcha de sal gris" (160).

La breve escena en la que el chico dibuja un pueblo sobre la arena y se da cuenta de que el mar lo borrará funciona como una condensación metafórica del eje que atraviesa toda la novela: la naturaleza, indiferente al esfuerzo de la civilización humana, acabará por destruir las construcciones del hombre. Solo necesita tiempo.

El nombre del barco abandonado, "Pájaro de esperanza", parece irónico. A primera vista, el barco ofrece cierta esperanza: al igual que algunas de las casas y tiendas a lo largo del camino, les provee de ciertos elementos útiles para mantenerlos con vida durante unos días. Sin embargo, también es cierto que el tiempo y el mar han destruido la mayor parte de lo que podrían haber sido suministros útiles; el barco simplemente ofrece restos. En todo caso, considerando incluso la ayuda que les supone, el contraste entre la imagen luminosa, grandilocuente y proveniente del mundo natural de pájaro de esperanza y el magro hallazgo, que les alarga una vida miserable por algunos días, genera un efecto ciertamente irónico.

También en relación con la esperanza, es curioso que se describa el sextante hallado, como "la primera cosa en mucho tiempo que le emocionaba ver" (169) al padre. Un sextante es un instrumento que ayuda a las personas a determinar su posición en relación con los objetos celestes. En otras palabras, se trata de una invención de la humanidad que permite mirar los cielos, buscar algo más elevado, más allá de la tierra en la que se vive, y ubicarse en ese contexto. En este sentido, es lógico que emocione al protagonista: es un elemento que permite ver mucho más allá de uno mismo, ponerse en perspectiva, ubicarse en relación con el resto del universo y, con ello, encontrar el rumbo. Supone un lugar adonde ir y un camino claro hacia allí; sin dudas es un objeto asociado a la esperanza y al sentido, ausentes, en buena medida, en la vida actual de los protagonistas.

Otra señal de esperanza frustrada se manifiesta en el chico cuando sugiere escribir un mensaje "para los buenos" en la arena, pero el padre le explica que no es una buena idea porque también los malos podrían leerlo, y eso significaría un peligro para ellos. Viendo su frustración, el padre le propone escribir una carta, pero al chico no le interesa: "Da igual", replica. Aquí, la comunicación con los otros se muestra imposible, y esta idea se refuerza inmediatamente después, cuando el chico se entusiasma por disparar una bengala y ver las luces. Si bien su esperanza en la comunión con otros se vislumbra en el hecho de que este uso para la bengala reemplaza su objetivo inicial, que consistía en matar eventualmente a un enemigo, también es cierto que los protagonistas se dan cuenta de que no hay nadie para ver las luces, por lo que la función comunicativa de la bengala -el pedido de rescate- resulta tan inútil como el mensaje en la arena que el chico quería escribir. Sin embargo, el padre sugiere que, dado que no hay nadie, Dios podría ver las luces. Lanzar la bengala, entonces, metaforiza un pedido de rescate a una entidad divina, como si, ya carentes de recursos, el hombre y su hijo apelaran a fuerzas ajenas a ellos, todavía ligeramente esperanzados de que algo pueda cambiar.