A pesar del estilo único de la prosa de McCarthy, de su dicción y de otras elecciones particulares, muchos lectores y críticos se esfuerzan por encasillar sus obras en géneros específicos. A menudo no se ponen de acuerdo acerca de la intención y el estilo del autor, lo que genera discusión acerca de si es un escritor típicamente sureño o del oeste del continente, si sus obras son modernas o posmodernas, si sus westerns pertenecen realmente a tal género.
Por ejemplo, la Trilogía de la frontera y Meridiano de sangre suelen clasificarse como westerns, pero no hay dudas de que estas obras rompen en buena medida con muchos de los motivos tradicionales del género. Del mismo modo, La carretera ha sido clasificada con frecuencia como una novela de ciencia ficción o incluso de terror, pero lo cierto es que ninguna categoría le hace justicia. No ayuda demasiado afirmar que La carretera es un drama, aunque ciertamente se acerca mucho más a una tragedia que a una comedia.
Las representaciones implacablemente honestas y despojadas de la violencia y la crueldad humana que caracterizan las novelas de McCarthy, y que se aprecian especialmente en Meridiano de sangre y La carretera, impresionan profundamente a sus lectores. Su violencia desafía la categorización. A diferencia de los westerns tradicionales, por ejemplo, la violencia de "los malos", en estos textos, nace de una gran desesperación. La moralidad casi se ha derrumbado, y la línea que divide buenos y malos no es tan clara: estos últimos podrían argumentar que obran como lo hacen porque no tienen otra opción para sobrevivir.
Si La carretera encaja en algún género, es en el de novelas posapocalípticas como Dejados atrás (Left Behind), best-seller de Tim LaHaye y Jerry B. Jenkins que supone además una relectura de la Biblia, particularmente el Libro de la Revelación. La de McCarthy, no obstante, no es una novela cristiana, excepto por su austeridad calvinista y su indagación en la raíz del mal de la naturaleza humana apartada de lo divino. Sin duda, la (discutible) creencia del protagonista en Dios puede impulsarlo hacia adelante para asegurar la supervivencia de su hijo, incluso en tiempos de desesperación y aislamiento. Sin embargo, en última instancia, su fe no puede explicar lo que le ha sucedido a la civilización ni puede salvar al chico. Solo las acciones heroicas del hombre, que de ninguna manera son divinas ni influenciadas por lo divino, salvan a su hijo. Su fuego interno es ciertamente redentor, pero sería difícil identificarlo con el Espíritu Santo. Aún más, después de la muerte del hombre, a su hijo le resulta más fácil hablar con su padre fallecido que con Dios. Se le dice al chico: "el aliento de Dios era también el de él aunque pasara de hombre a hombre por los siglos de los siglos" (210). No obstante, a lo largo de los siglos, el hombre se ha dirigido al presente posapocalíptico que los protagonistas de la novela habitan, y aquellos que permanecen en ese páramo de vida primitiva vuelven al merodeo, al asesinato y al canibalismo.
Quizás el terror experimentado por el hombre y el niño en la carretera tiene menos que ver con las horribles atrocidades que presencian que con la comprensión de que tales actos cometidos por humanos son eternos, universales e inevitables. En la eternidad del universo, los humanos son un extraño destello de vida. La inquietante serenidad e indiferencia del universo en el que los humanos se encuentran hace que esta historia sea una mezcla aterradora de angustia teológica y esperanza humanista.