La carretera

La carretera Resumen y Análisis Parte 9

Resumen

El hombre cuida al chico enfermo. Tiene miedo. Duerme inquieto. Finalmente, el chico vuelve en sí. Su fiebre ha bajado y tiene mucha sed. No recuerda nada. Le dice a su padre que tuvo sueños extraños, pero no quiere contárselos.

Dos días después, el hombre y el niño perfeccionan su campamento en la playa y comen lo que encontraron en el barco. Un día, el hombre ve huellas en la arena cuando están regresando a su campamento. Se apresuran a volver, pero ya no queda nada. Desesperados, buscan las huellas del ladrón. El chico las encuentra y las siguen, primero con mucha prisa, pero luego el hombre tiene que ir más lento porque está débil y tose. Unas horas después encuentran al ladrón empujando el carrito. Cuando los ve se coloca detrás del carrito empuñando un cuchillo de carnicero. El hombre le apunta con la pistola. “Era un desterrado de una de las comunas y le habían cortado los dedos de la mano derecha” (188). El hombre amartilla su pistola y advierte al ladrón que se aparte del carro. El chico le ruega a su padre que no lo mate. Entonces el padre obliga al ladrón a quitarse toda la ropa y ponerla en el carro. El hombre suplica: sabe que desnudarse es una condena de muerte. Pero el hombre no cede: "Te dejo igual que tú nos has dejado a nosotros" (190).

Siguen su camino, pero el chico llora y continúa mirando hacia atrás, al ladrón desnudo: “Solo tenía hambre, papá. Se va a morir” (191). El padre le dice: "Tú no eres el que ha de preocuparse por todo", pero el chico replica: "Sí que lo soy" (191). Por fin desandan el camino y llaman al hombre, pero este no aparece. El chico supone que tiene miedo, por lo que le dejan su ropa en la carretera. De regreso en el campamento, el chico está callado. "No pensaba matarle", le dice el padre. Al rato, el hijo responde: "Pero lo hemos matado" (191).

Continúan viaje. La salud del hombre empeora. En las afueras de una ciudad, de repente son atacados con flechas. El hombre recibe un flechazo en una pierna. Ve al hombre que las lanza escondido dentro de un edificio y dispara una bengala. Enseguida escuchan los gritos del hombre. El hombre le indica al chico que se quede escondido detrás del carro mientras él entra a la casa con la pistola de bengalas recargada. Allí ve a una mujer sosteniendo al hombre que disparaba las flechas. No está claro si está vivo o muerto. Ella maldice al padre mientras este explora la casa y busca el arco, sin éxito. Sale de la casa y se marcha con su hijo y el carrito.

Acampan en una tienda del pueblo. El hombre quiere tratar su pierna herida y le pide el botiquín al chico, que no se mueve. "Maldita sea, busca el botiquín" (195), le grita. El hombre desinfecta y cose la herida. Luego se disculpa con el chico por haberle gritado.

El chico sigue muy callado. "Tienes que hablarme", le dice el padre.

Estoy hablando.

¿Seguro?

Ahora te estoy hablando.

¿Quieres que te cuente un cuento?

No.

¿Por qué?

El chico le miró y apartó la vista.

Esos cuentos no son verdad.

No tienen por qué. Son cuentos.

Sí, pero en esas historias siempre estamos ayudando a gente y nosotros no ayudamos a la gente.

¿Por qué no me cuentas tú algo?

No tengo ganas.

(196-197)

El padre insiste; le pide al chico que le cuente sus sueños, pero el hijo también se niega, porque no sueña cosas bonitas. Luego le dice que cuando se aleja para toser él puede escucharlo, y que una noche lo oyó llorar.

Dos días después siguen camino. El hombre se quita los puntos de la pierna. Algunas noches, el hombre "despertaba en medio del negro páramo helado saliendo de mundos de amor humano suavemente coloreados, cantos de pájaro, el sol" (200).

El hombre está cada vez más enfermo. Escupe sangre. El chico se queda despierto por las noches, preocupado porque su padre deje de respirar. Pasan los días. Encuentran coches carbonizados con cadáveres incinerados adentro. Siguen caminando; el padre tose cada vez más sangre y apenas puede caminar. Hablan muy poco.

Análisis

El incidente con el ladrón supone un conflicto importante en La carretera. En primer lugar se presenta como un conflicto muy concreto entre el ladrón y los protagonistas, claro, pero enseguida aporta al desarrollo del tema de la distinción entre el bien y el mal que atraviesa toda la novela en general y las tensiones que se dan entre padre e hijo en particular. La escena sintetiza un gran dilema moral: un hombre desesperado por sobrevivir les roba sus pertenencias a los protagonistas. Este robo habría significado, casi con seguridad, la muerte del hombre y del chico, y eso tiene muy en cuenta el protagonista cuando tiene la pulsión de asesinar al ladrón. El argumento del ladrón es incuestionable: se estaba muriendo de hambre. No obstante, el hombre, furioso, y a pesar de los ruegos de su hijo, le exige al hombre que les devuelva sus cosas y que también les entregue su propia ropa, condenándolo a muerte.

Esta actitud del padre supondrá para el chico un gran conflicto moral: él sabe que han condenado a muerte al ladrón hambriento y está convencido de que no fue el modo correcto de actuar. Cuando convence a su padre de devolverle la vestimenta y el hombre no responde a sus llamados, el chico entiende que el ladrón tiene miedo y no responderá, por lo que deciden dejarle la ropa sobre la carretera. Esta escena revela que el niño empatiza incluso con un hombre que intentó hacer algo que lo habría dejado con pocas posibilidades de supervivencia, comprendiendo su accionar como la consecuencia del hambre y la desesperación, e intenta ayudarlo. Aún más, la duda sobre si el hombre habrá encontrado su ropa lo persigue como un profundo remordimiento: aunque el padre afirma que él no intentaba matarlo, el chico responde: "Pero lo hemos matado" (191), incluyéndose a él mismo en la acción. Nuevamente, esta escena evidencia las diferentes miradas que proyectan los protagonistas sobre los otros: aunque ha madurado en su lucha por la supervivencia, el chico conserva una gran empatía por los otros, mientras que esta está casi totalmente ausente en su padre, tan endurecido por las circunstancias como está. Así, el chico cumple la función, para el padre, de volver a humanizarlo a cada paso, recordándole el camino de "los buenos". Él mismo parece tener cierta conciencia de esta función: cuando el padre le dice que no es el chico quien debería preocuparse por todo, este replica: "Sí que lo soy" (191). Por otro lado, esta sentencia podría suponer también la conciencia del chico de la magra salud del padre y de su inminente muerte, que significaría para él tener que hacerse cargo de todo.

La secuencia con el hombre que lanza flechas vuelve a destacar la empatía del chico, quien insiste en confirmar con su padre que este no ha matado al hombre. El tema de la confianza cobra aquí protagonismo: el hombre no sabe realmente si el hombre de las flechas quedó vivo o muerto, pero aprovecha la ambigüedad para jurarle al chico que no lo ha asesinado. En todo caso, es cierto que no lo remató al ingresar solo a la casa.

Esta sección también presenta un pasaje frecuentemente citado que alude al poder de contar historias:

En una intersección unos dólmenes dispuestos en el suelo donde los huesos-oráculo iban convirtiéndose en polvo. El viento como único sonido. ¿Qué dirás? ¿Que un hombre, un hombre vivo, pronunció estas frases? ¿Que afiló una péñola con su navaja para garabatear estas cosas usando endrina o negro de humo? ¿En algún momento computable y tabulable? Viene a robarme los ojos. A sellarme la boca con tierra (192).

La primera parte del pasaje se relaciona con la tradición narrativa oral ("un hombre vivo (...) pronunció estas frases") primero y con la tradición escrita después ("(...) afiló una péñola con su navaja para garabatear estas cosas usando endrina o negro de humo"). El hombre vivo parece ser él mismo, quien observa el desolado paisaje y podría hablar o escribir sobre él en un intento de comunicación con otros. Pero aparece esta figura que viene a robarle al hombre los ojos y a sellar su boca con tierra, es decir, podría decirse, a bloquear la experiencia e interrumpir la narración. Quien viene sea, quizás, la muerte. Pero el narrador, aunque focaliza en el protagonista y exhibe generalmente sus pensamientos, es un narrador en tercera persona, por lo que el pasaje es también ambiguo en relación con quién le habla a quién, y podría remitir asimismo a la propia narración.

Aparece en este pasaje también una elocuente descripción del paisaje:

Un pantano muerto. Árboles muertos surgiendo del agua gris con colgajos de una turba gris y residual. Las salpicaduras de ceniza sedosa en el encintado. Se apoyó en el arenoso antepecho de hormigón. Tal vez en su destrucción sería posible al fin ver cómo estaba hecho el mundo. Océanos, montañas. El fatigoso contraespectáculo de las cosas dejando de existir. La extensa tierra baldía, hidróptica y fríamente secular. El silencio (201).

Si bien la muerte se manifiesta en el paisaje insistentemente desde el inicio de la novela, aquí parece omnipresente. El espacio alrededor del protagonista no es sino el anuncio del fin del mundo, el "fatigoso contraespectáculo de las cosas dejando de existir". El carácter fríamente secular que el narrador le atribuye a la tierra alude a la indiferencia de la naturaleza frente al sufrimiento de las personas en general y del protagonista en particular, frente a la muerte que arrasa con todo.

Si los pasajes analizados acá arriba son en algún punto ambiguos respecto a lo que auguran, el deterioro de la salud del hombre y su herida en la pierna apuntan a la inevitable conclusión de que su propia muerte está cerca. El chico lo sabe y se mantiene despierto por las noches para confirmar que su padre sigue respirando. Una frase en particular presagia lo rápido que se acerca la muerte. En un momento, sintiendo que el invierno se les viene encima, el hombre mira a su hijo y lo ve "allí parado con el maletín como un huérfano esperando el autobús" (202).