El retrato de Dorian Gray

El retrato de Dorian Gray Resumen y Análisis Capítulos XVII y XVIII

Resumen

El capítulo comienza con Dorian y Lord Henry conversando con Gladys, la duquesa de Monmouth, durante una fiesta en el invernadero de la casa de Dorian. Los invitados debaten sobre nombres, sobre el amor y, por supuesto, sobre las virtudes de la belleza. Gladys se muestra bastante ingeniosa en un tete-a-tete con Lord Henry. Después de que este menciona al pasar el antiguo apodo de Dorian, Príncipe Encantador, ella pregunta si Dorian ha estado alguna vez realmente enamorado. Molesto por el recuerdo de su reciente enfrentamiento, Dorian se excusa y dice que debe recoger unas orquídeas para la duquesa.

Dorian tarda mucho en regresar, y cuando Henry se pregunta sobre su paradero, se escucha un grito perturbador desde otra habitación. Lord Henry se apresura a dirigirse a la escena y descubre que Dorian se ha desmayado. Henry insiste en que se quede en la cama y se recupere, pero Dorian no quiere estar solo. Todos los invitados suponen que simplemente se ha derrumbado por el agotamiento. Dorian, sin embargo, no confiesa la verdadera razón de su angustia: se desmayó al ver la cara de James Vane espiándolo por la ventana del invernadero.

Dorian pasa los siguientes tres días adentro, "con un terror frenético a morir y, sin embargo, indiferente a la vida misma" (185). Eventualmente se convence a sí mismo de que el rostro que vio fue una alucinación provocada por su conciencia, resultado de reprimir su culpa por tanto tiempo. Cuando Dorian finalmente sale al aire libre, él y Lord Henry acompañan a Sir Geoffrey Clouston, el hermano de la duquesa, en una breve excursión de caza. Geoffrey apunta a una liebre y Dorian grita, instintivamente, instándolo a no disparar. Después del disparo se escuchan dos gritos: "el grito de la liebre herida, que fue espantoso, y el grito de un hombre que agonizaba, que fue peor" (187). Geoffrey supone que la persona a la que le disparó es un "batidor", uno de los hombres empleados por el invernadero para dirigir a las presas hacia donde los cazadores pueden dispararles.

La caza se cancela por el día, de modo que los invitados no parezcan demasiado insensibles, y Lord Henry le informa a Geoffrey que el hombre que recibió el disparo está muerto. Más tarde, Henry y Dorian vuelven a conversar con Gladys. Nos enteramos de que Geoffrey está movilizado, pero Henry culpa al batidor de todo y no ve ninguna razón para sentir remordimiento alguno. Sin embargo, la habría gustado que Geoffrey "lo hubiera hecho a propósito", y proclama: "Me gustaría conocer a alguien que hubiera cometido un verdadero crimen" (189). Dorian se disculpa y se va a acostar.

Se acuesta sobre un sofá en el piso de arriba, aterrorizado, sintiendo como si la muerte inesperada de ese extraño fuera una señal de que la suya es inminente. Está casi paralizado por el miedo y decide ir al médico, pero antes de poder hacerlo su mayordomo lleva al guarda jefe, que quiere hablar con Dorian. Sabiendo que debe ser por el batidor muerto, Dorian le pregunta al guarda si la víctima tenía una esposa o alguien que dependiera de él, y ofrece "una cantidad de dinero que considere usted necesaria" (191) para satisfacer sus necesidades. Sin embargo, el guarda ha ido en verdad para informarle que el hombre muerto no era un empleado, y que nadie había podido identificarlo. Dorian cabalga frenéticamente a la granja donde han trasladado el cuerpo y descubre que tienen el cadáver de James Vane. Se llena de alegría: "sabía que ahora estaba a salvo" (192).

Análisis

La discusión sobre los nombres y el comentario de Henry ("nunca discuto sobre actos. Mi única discusión es sobre las palabras" (179)) nos llevan a considerar la importancia de los nombres y del tema del poder de las palabras en la novela. Al conocer a Lord Henry, en el capítulo II, y al escuchar por primera vez sobre su tóxica y sensual visión del mundo, Dorian piensa para sí mismo: "¡Palabras! ¡Meras palabras! ¡Qué terribles eran! (...) Uno no puede escapar de ellas" (32). Es la perspicacia conversacional de Henry lo que le permite influir profundamente en Dorian, y es un libro (regalo de Henry, con el que Dorian se obsesiona en el capítulo XI) lo que Dorian considera como principal responsable de su propia corrupción.

Al poner tanto énfasis en el poder de las palabras, escritas o habladas, Wilde está aludiendo, indirectamente, al poder de la literatura. Oportunamente, Henry continúa su reflexión anterior con la siguiente: "Esa es la razón por la que odio el realismo vulgar de la literatura" (179-180). Este no es simplemente un comentario casual e ingenioso, típico de Henry, sino una invitación para que el lector considere el valor de los elementos fantásticos incluidos en El retrato de Dorian Gray.

La duquesa de Monmouth es uno de los pocos personajes de la novela que parece capaz de defenderse en una conversación contra las ingeniosas y poco ortodoxas ocurrencias de Lord Henry. Cuando ella lo acusa de valorar demasiado la belleza descubre, sin saberlo, la causa de la culpa de Dorian. Cuando este se va a recoger flores, nos recuerda el primer capítulo, cuando Henry recogió una flor del jardín de Basil y la deshizo lentamente, pétalo por pétalo. Así como la acción anterior de Henry simbolizaba su papel de admirador y destructor de delicadas bellezas, la acción de Dorian, ahora, parece revelar que ha reemplazado simbólicamente a su mentor.

La insensibilidad de los invitados al enterarse de que un hombre ha sido asesinado de un disparo es tan extrema que se lee como una parodia. La primera respuesta de Sir Geoffrey al enterarse de que le disparó a un hombre es molestia; dice que el suceso "ha echado a perder mi caza por hoy" (187). Lord Henry recibe las noticias con una preocupación superficial, típica de él, diciendo que la caza debe cesar por un día, simplemente, porque "No estaría bien continuar" (187). A pesar de la aparente profundidad de sus ocurrencias, Henry demuestra ser, en momentos de crisis, incapaz de ver el mundo sino en función de las apariencias. Sus comentarios en este capítulo nos recuerdan los superficiales argumentos que utiliza para consolar a Dorian inmediatamente después de la muerte de Sibyl (capítulo VIII), cuando le recomendó que no se involucrara en la investigación en pos de preservar su reputación.

Dorian mismo muestra cierta angustia al enterarse de la muerte del hombre, pero no por razones humanitarias. Solo insta a Sir Geoffrey a no disparar porque el objetivo, un conejo, le parece hermoso. Quizás, dado que Dorian se ha sentido como una presa de caza desde su encuentro con James Vane, simpatiza con el animal. El dolor emocional que siente Dorian tras enterarse de que hay un hombre muerto es solo consecuencia de su propia autocompasión: considera que el evento es un "mal presagio", no una tragedia por derecho propio. Dorian deja en claro, además, su verdadera insensibilidad cuando su reacción inmediata ante las noticias es tomar su chequera. No se ve obligado a consolar a la familia de lo que supone ser un empleado suyo fallecido; ni siquiera atisba a expresar sus condolencias. Instintivamente, se limita a resolver el problema arrojando un poco de dinero.

Descubrir que el hombre muerto es James Vane hace que Dorian se regocije por varias razones. En primer lugar, ya no tiene que temer por su vida. Sin embargo, también significa que no estaba alucinando cuando vio la cara de James a través de la ventana. Dorian puede ser paranoico, pero no está loco. Finalmente, como la aparición de James tenía el objetivo de que Dorian pagara por su influencia en la muerte de Sibyl, ahora que James está muerto, Dorian puede convencerse una vez más de que ha escapado ileso de los pecados de su pasado.