Divina Comedia: Paraíso

Divina Comedia: Paraíso Resumen y Análisis Cantos VIII-XIV

Resumen

Canto VIII

Dante no advierte que asciende a la tercera esfera celeste, el cielo de Venus, hasta que nota la creciente belleza de Beatrice. Allí observa luces que se mueven y cantan “Hosanna”, y una de ellas se acerca al poeta y afirma: “estamos dispuestas / a tu placer” (v. 32-33). Él interroga al espíritu sobre su identidad, y este revela ser Carlos Martel, un hombre por quien Dante siente mucho aprecio. Luego, Carlos se refiere a los territorios sobre los que estaba destinado a reinar y advierte que la descendencia de su hermano Roberto, de carácter avaro a pesar de la generosidad que caracterizó a sus antepasados, debe obrar para detener la avaricia en su reino.

A continuación, Dante pregunta cómo es posible que de un antepasado generoso haya nacido un descendiente avaro (“cómo semilla dulce da algo amargo”, v. 93). Entonces, Carlos responde explicando que Dios hace que su providencia se vuelva virtud en los cuerpos celestes y, a través de los astros, emana la tendencia natural de cada ser hacia su realización. También se refiere a la necesidad de que existan roles diferentes para la organización de la sociedad, y aclara que los astros actúan sobre cada individuo, independientemente de su estirpe ("un sitio del otro no distinguen”, v.129). Finalmente, Carlos concluye explicando que, si la influencia celeste encuentra resistencia, se malogra, como una semilla plantada fuera de su región, y se refiere al actual desvío de los miembros de la sociedad, quienes ejercen sus roles oponiéndose a las inclinaciones naturales.

Canto IX

Carlos Martel profetiza sobre los engaños que sufrirá su descendencia y le pide a Dante que guarde silencio al respecto. Luego, él se dirige hacia Dios, y una nueva luz se acerca al poeta, mostrando deseos de complacerlo. El alma revela ser Cunizza, habla del dominio que sobre ella ejerció Venus (“aquí brillo / pues me venció la luz de este planeta”, vv. 32-32), y pronuncia una invectiva contra la corrupción de los habitantes de la Marca Trevigiana (“la presenta horda / que el Tagliamento y el Adigio encierran”, vv. 43-44). Finalmente, ella profetiza sobre acontecimientos funestos que sufrirán Padua, Treviso y Feltre.

Luego, Dante conversa con el alma de Folco, quien recuerda la influencia de Venus que recibió en el mundo (“este cielo / de mí se imprime, como yo hice de él”, vv. 95-96), y la gran la pasión amorosa que experimentó en su juventud. Luego, él explica que en el Paraíso ya no se recuerdan las culpas y, en cambio, las almas se alegran y admiran la obra divina, que el amor de Dios embellece. A continuación, Folco le presenta a Dante el alma de Raab, quien brilla más que ninguna en el cielo de Venus (“se imprime de su luz en grado sumo”, v.117), y explica que fue la primera en llegar al cielo de Venus, que es el último de los cielos en donde se proyecta una sombra de la Tierra. Finalmente, Folco pronuncia una invectiva contra la jerarquía eclesiástica, que, a causa de la codicia, desvía a los humanos, y presagia que el Vaticano y otras partes de Roma pronto serán liberadas del adulterio.

Canto X

Dante invita al lector a elevar la mirada y contemplar el hermoso orden del universo creado por Dios. Luego, le dice que permanezca “pensando acerca de lo saboreado” (v. 23). A continuación, el poeta retoma su relato contando que la ascensión al cielo del Sol tuvo lugar sin que él lo percibiera, hasta que se encontró allí, y que la luz que vio no puede describirse, puesto que nunca el ojo humano alcanzó a ver algo tan brillante. Beatriz invita luego a Dante a agradecer a Dios haber sido elevado hasta esas alturas por gracia. Él dispone su pecho con plena gratitud y siente tanto amor dentro que Beatrice se eclipsa en el olvido un momento.

Luego, las luces de doce almas se disponen en círculo alrededor de Beatrice y Dante, cantan con una dulzura inefable y giran tres veces en torno a ellos dos. Después, una de las almas se presenta como fraile de la orden dominicana. Revela ser Tomás de Aquino y le señala a Dante quiénes son las luces restantes: Alberto Magno, Graciano, Pedro Lombardo, el rey Salomón, Dionisio el Areopagita, “el defensor de los tiempos cristianos” (v. 119, posiblemente Paulo Orosio), Severino Boecio, Isidoro de Sevilla, el Venerable Beda, Ricardo de san Vittore y Siger de Brabante. Finalmente, las luces vuelven a cantar con una armonía y dulzura que solo puede conocerse en el Paraíso.

Canto XI

Dante exclama contra las insensatas ocupaciones de los mortales que los alejan de la salvación (“te mueven las alas hacia abajo”, v. 2), y contrasta la situación de ellos con la propia condición gloriosa y la de Beatrice. Luego, el poeta retoma la narración contando que santo Tomás, comprendiendo las dudas que suscitaron en él sus anteriores palabras, se dirige a él para aclararlas. La primera de ellas se relaciona con la orden dominicana, de la que dijo anteriormente que conduce por la senda “que nutre bien” (v. 25). La segunda se refiere a Salomón, de quien afirmó: “No nació el segundo” (v. 27).

Respondiendo a su primera duda, santo Tomás explica que la divina Providencia envió dos guías para ayudar a la Iglesia: san Francisco y santo Domingo. Luego, comienza a hablar del primero de ellos: indica su lugar de nacimiento y narra su temprana entrega a la pobreza (metafóricamente, “se casó con ella” -v. 62-, quien era viuda "del primer marido" -v. 64-, es decir, Cristo). Luego, se refiere a la formación y reconocimiento oficial de su orden monástica; su viaje a Oriente; su vida ermitaña; el “sello” (v. 107) de sus estigmas, y, finalmente, su muerte.

Retomando la pregunta de Dante, Tomás de Aquino explica que quien sigue la senda de santo Domingo, digno colega de san Francisco (esto es, la regla dominicana), se nutre bien, espiritualmente (“es bueno lo que carga”, v. 123). Luego, denuncia la corrupción de muchos frailes dominicos, quienes se apartan de las enseñanzas del fundador de su orden (“nuestro patriarca”, v. 121), persiguiendo placeres efímeros.

Canto XII

Cuando santo Tomás termina de hablar, las luces comienzan a danzar y a cantar, y una nueva corona de luces se coloca alrededor de ellas, uniéndose a su canto y a su danza. Luego, se forman dos arcoíris paralelos, y una de las nuevas luces, la del franciscano Bonaventura de Bagnoregio, empieza a hablar sobre santo Domingo: se refiere a la ubicación geográfica del lugar donde nació el santo, relata las visiones proféticas que tuvo su madre y habla de su obra como predicador. Luego, Bonaventura, recordando al otro santo elegido providencialmente para guiar a la Iglesia, san Francisco, se refiere a la corrupción contemporánea de la orden franciscana, muchos de cuyos miembros no siguen las enseñanzas de su fundador.

Finalmente, Bonaventura presenta a otras almas que componen la corona en la que él se encuentra: Agustín, Iluminado, Hugo de San Víctor, Pietro Mangiadore, Pedro Hispano, el profeta Natán, Crisóstomos, Anselmo de Aosta, Donato, Rábano Mauro y Gioacchino da Fiore.

Canto XIII

Las coronas de luces reanudan la danza y Dante describe el espectáculo comparándolo con dos constelaciones de estrellas en el cielo. Luego, las almas se detienen y santo Tomás retoma la palabra y responde a la segunda duda del peregrino, sobre la sabiduría suprema de Salomón. Para eso, explica que todo lo creado se distingue entre lo que Dios creó directamente, que es perfecto, y lo generado por causas segundas, que es imperfecto. Afirma que solo Adán y Cristo fueron creados directamente por Dios, y aclara que Salomón fue el más sabio entre los reyes en lo que concierne a la sabiduría política. Finalmente, santo Tomás concluye que, a partir de lo anterior, Dante debería aprender sobre la necesidad de ser cauteloso (“en los pies plomo”, v. 112) para opinar, y advierte que las personas muchas veces se equivocan y se ciñen al error.

Canto XIV

Luego de que santo Tomás hace silencio, Beatrice toma la palabra para preguntar en nombre de Dante si la luz de las almas permanecerá eternamente y, si así es, cómo podrán tolerarla los ojos cuando los cuerpos resuciten. Entonces, las almas se muestran aún más gozosas en el canto y en la danza, y entonan un himno a la Trinidad. Luego, responde el alma de Salomón afirmando que sus luces irradiarán eternamente, y que esas luces dependen del ardor del amor, que, a su vez, depende de la visión de Dios, y que esta aumenta de acuerdo con la gracia de cada alma. Además, explica que, con la resurrección, los cuerpos unidos a las almas agradarán aún más a Dios, por lo que la luz de cada uno será más brillante, y que los sentidos estarán perfeccionados, de manera que la vista podrá tolerar dicha luminosidad y deleitarse con ella. Inmediatamente, el resto de las almas pronuncia la palabra “Amén”, acaso por el anhelo de ver nuevamente a sus padres y seres queridos luego de la resurrección.

A continuación, surge un fulgor de un brillo muy intenso y Dante no puede tolerar su visión. Luego, Beatrice se muestra bella y sonriente, e, inmediatamente, el peregrino se siente transportado al cielo de Marte. Allí ve las almas dispuestas en forma de cruz (“el signo venerable / que trazan los cuadrantes”, v. 101-102), ve la imagen de Cristo y escucha un canto indescriptiblemente placentero. Entonces, Dante afirma que nunca percibió una belleza semejante.

Análisis

En el canto VIII, Dante asciende a la tercera esfera celeste, correspondiente al cielo de Venus, el cual se conecta con la diosa pagana del deseo (Venus o Afrodita, llamada “Ciprina” por haber nacido y ser objeto de culto en la isla de Chipre). La afirmación del alma que se dirige a Dante (“estamos dispuestas / a tu placer, así puedes gozarnos”, vv. 32-33) muestra un vínculo claro con el tema del deseo. Sin embargo, el canto se enfoca en el placer del descubrimiento intelectual, y no en el placer sensual.

Más tarde, el alma da indicaciones que le permiten a Dante reconocer a Carlos Martel. Este personaje está basado en el personaje histórico del mismo nombre, miembro de la Dinastía Anjou y heredero de Carlos II, a quien la muerte prematura le impidió ser rey. La amistad a la que alude el personaje (“mucho me amaste”, v. 55) se remonta, probablemente, a la estadía de Carlos en Florencia en 1294, donde posiblemente él y el poeta se conocieron. A propósito de la avaricia de la descendencia del hermano de Carlos, Roberto (“Su índole, que era generosa / y avara descendió”, vv. 82-83), se suscita el tema de las influencias celestes: la divina Providencia distribuye las virtudes a través de los cuerpos celestes (vv. 97-99) y de esto resulta que, por un lado, cada ser humano está dotado de una disposición adecuada para alcanzar su propia realización y, con ella, su salvación; además, las diversas inclinaciones permiten una organización social armoniosa. Por otro lado, dado que la influencia cae sobre cada individuo, la inclinación de cada hombre no depende de la ascendencia familiar. Esto afirma el carácter individual de la nobleza, desligada del linaje al que se pertenece.

En el canto IX encontramos numerosas profecías: la de Carlos Martel sobre el mal que caerá sobre sus descendientes (vv. 2-6); las de Cunizza, que se refieren a la derrota de Padua de 1314 (vv. 46-48), a la muerte de Rizzardo da Camino, asesinado en 1312 (vv. 49-51) y a la traición del obispo de Feltre, Alessandro Novello, quien dio refugio a cuatro exiliados de Ferrera y luego los entregó (vv. 52-54), y, finalmente, la profecía de Folco sobre Roma y el Vaticano, que indica que inminentemente serán liberados del adulterio (vv. 139-142).

Cunizza se inspira en el personaje histórico Cunizza da Romano, una noble italiana famosa por sus numerosos romances, y Folco, en Folchetto de Marsella, un famoso trovador provenzal. Por último, la luz que más brilla es Raab, un personaje bíblico también llamado Rahab o Rajab. Ella era una prostituta que ayudó a los exploradores que envió Josué (Jos, 2, 1-7). Audazmente, en el canto se glorifica a Raab mientras que se señala el adulterio del Vaticano, aquel del que pronto será liberado, según profetiza Folco.

En el canto X, el peregrino asciende al cielo del Sol (este es el primero de cinco cantos dedicados a este cielo), donde se presentan las almas de los sabios. En este canto, Dante utiliza la metáfora de la comida para referirse a su obra, indicándole al lector que permanezca “pensando acerca de lo saboreado” (v. 23) y alimentándose de eso: “Ya te serví: ahora tú aliméntate” (v. 25). Por otro lado, acá el poeta reelabora el tema de la inefabilidad de su experiencia en el Paraíso. En esta oportunidad, el tópico da lugar a la invitación a desear la salvación, con la cual el lector podrá ver aquello que el poeta no podría describir, incluso recurriendo a la inteligencia, a la técnica y a la experiencia:

Por más que ingenio, y arte y uso llame
no lo diría en modo imaginable;
puede creerse: y verlo se desee.

(vv. 43-45)

Más tarde, el poeta vuelve a referirse a la imposibilidad de transmitir su experiencia, comparando el canto de las almas con joyas que no pueden sacarse de un reino. Acá, nuevamente, el tópico se conecta con la posibilidad de salvación de las almas:

En la corte del cielo en la que estuve
hay joyas tan preciosas y tan bellas
que del reino no pueden ser sacadas

y el canto de esas luces era de esas;
el que para ir allí no tiene alas,
del mudo espere entonces las noticias.

(vv. 70-75)

En el cielo del Sol, las almas se disponen formando un círculo, al que se añadirá un segundo círculo en el canto siguiente. Es una característica de los cielos superiores (de este en adelante) que las almas de los bienaventurados se presenten de formas determinadas: en el cielo de Marte, formando una cruz; en el de Júpiter, como el perfil de un águila; en el de Saturno, dispuestos en los peldaños de una escalera.

El poeta Dante abre el canto XI con un apóstrofe dirigido a los lectores en contra de las insensatas ambiciones mundanas, y contrasta la mezquina condición de los seres humanos con su gloriosa situación en el Paraíso. Es significativo que Dante mencione una serie de ambiciones terrenales en la apertura de este canto, inmediatamente antes de pasar a la narración de la vida de san Francisco de Asís (1182-1226), conocido por su voluntad de alejarse, precisamente, de esas ambiciones. Esta invectiva, por otra parte, se conecta con la invectiva contra la corrupción de los frailes dominicos con la que se cierra el canto.

El canto XI, dedicado a san Francisco de Asís, y el siguiente, dedicado a santo Domingo, tienen estructuras simétricas. Estas hagiografías, o vidas de santos, se reflejan entre sí. Además, Tomás de Aquino, que alaba a san Francisco y narra su vida en el canto XI, es un monje dominico, mientras que Bonaventura, que alaba y narra la historia de santo Domingo en el canto XII, es un monje franciscano. Esto constituye una estructura quiástica, es decir, que se repite pero de manera cruzada y conservando la simetría. Además, en cada canto, paralelamente, pero de forma cruzada, se denuncia la corrupción de las dos órdenes creadas por ambos santos (en el canto XI, dedicado a san Francisco, se denuncia la corrupción de la orden dominicana, y en el XII, dedicado a santo Domingo, la de la orden franciscana). Entre las narraciones de Tomás de Aquino y Bonaventura hay un paralelismo casi exacto: a la introducción general le sigue la descripción del lugar de nacimiento de cada santo, luego se narra la vida y los hechos ejemplares de cada uno y, finalmente, estas biografías dan lugar a la denuncia de la corrupción de la orden monástica fundada por el otro santo, respectivamente.

La parte central del canto XIII es doctrinal y está dedicada a la explicación de santo Tomás en torno a la creación de todo lo existente, un tema ya tratado en cantos precedentes. Acá se marca una diferencia entre lo creado directamente por Dios y, por lo tanto, perfecto e inmortal, y lo generado por causas segundas, que es corruptible. En cuanto a lo segundo, el santo recurre a la imagen de la cera sobre la que el artista imprime un sello para explicar la diversidad de estos seres: de la distinta disposición de la materia prima (la cera) y de la diferente influencia celeste (el sello) depende cada ser, entre ellos, el ser humano. Al final del canto, santo Tomás advierte sobre el peligro de desarrollar opiniones precipitadas, "porque suele inclinarse muchas veces / la rápida opinión hacia lo falso” (vv. 118-119) y, además, señala que quienes se equivocan suelen apegarse a sus errores (“y el afecto luego ata al intelecto”, v. 120).

En el canto XIV se produce el paso del cielo del Sol al cielo de Marte. Acá, el poeta recurre a imágenes de la cotidianidad para representar las visiones del Paraíso. Por ejemplo, el canto comienza con la comparación de las voces de santo Tomás y Beatrice con las ondas de agua que se mueven “Del centro al borde y desde el borde al centro” (v. 1) dentro de un cántaro redondo. Luego, la visión de nuevas luces se comparan con una claridad nueva en el horizonte a la madrugada y con las luces que surgen al atardecer:

Entonces de un fulgor, alrededor
del cual estaba, apareció uno nuevo,
como cuando clarea un horizonte.

Y como la temprana noche sube
y en el cielo aparecen nuevas luces,
que parecen y no parecen ciertas (…)

(vv. 67-72)

Más tarde, Dante describe las luces de las almas moviéndose y centelleando, comparándolas con partículas de polvo desplazándose en un haz de luz:

Así se ven aquí rectas y oblicuas,
lentas y rápidas, cambiando aspecto,
las distintas partículas de polvo

moverse por el rayo que atraviesa
la penumbra (…)

(vv. 112-116)

También Salomón, en su intervención, utiliza una imagen terrenal para describir el esplendor que los cuerpos sepultados en la tierra tendrán luego de la resurrección (es decir, luego de que los cuerpos se unan a las almas): su brillo superará al de las almas “como el carbón que forma llama / y por vivo calor a ella supera” (vv. 52-53). A esta imagen terrenal se une, a continuación, la evocación de las madres, los padres y los seres que las almas amaban en la Tierra, a quienes parecen deseosas de ver nuevamente luego de su resurrección:

Tan veloces y dispuestas respondieron
un coro y otro “Amén”, que nos mostraron
tener deseo de los cuerpos muertos;

quizás más que por ellos por las madres,
los padres y otros que quisieron
antes que fueran llamas sempiternas

(vv. 61-66)

Además, se destaca en la versión original el uso del término “mamme” (mamás), de calidez íntima, y que denota nostalgia por lo familiar.