Divina Comedia: Paraíso

Divina Comedia: Paraíso Resumen y Análisis Cantos I-VII

Resumen

Canto I

Dante comienza anunciando el tema del libro que se inicia: “lo que del reino santo / en mi mente yo pude atesorar” (vv. 10-11), en el cual relata su viaje al Paraíso, y donde también anticipa el final de su relato, su ascenso al último cielo, e invoca a las Musas y a Apolo para que lo ayuden en la tarea que emprende.

Dante se encuentra en el Edén junto a Beatrice. Ella mira fijamente al sol, y Dante la imita y alcanza a ver el brillo incandescente del astro, pero no puede tolerar mucho tiempo esta visión. Entonces, el peregrino vuelve la vista a Beatrice y sufre una transformación que lo hace superar su condición humana.

Dante escucha un sonido nuevo, observa una gran luz y siente intensos deseos de conocer la causa de esto. Entonces, Beatrice explica, antes de que él formule la pregunta, que ya no se encuentra en la tierra, sino que está en vuelo, regresando a su origen. El peregrino pregunta, luego, cómo es posible atravesar los cielos (“trascender los cuerpos leves”, v. 99), y ella despliega una explicación sobre el orden del universo: todas las cosas poseen un instinto que las conduce hacia su fin, la Providencia, y se inclinan, de diferentes maneras, hacia él. Sin embargo, las criaturas que poseen amor e intelecto (los humanos y los ángeles) pueden decidir desviarse de este curso. Por último, Beatrice le señala a Dante que es natural que él, que ahora está libre de pecado (“libre de impedimento”, v. 140), se dirija a Dios.

Canto II

Dante se dirige a los lectores y, comparando su obra con un navío, les recomienda que abandonen la lectura (“emprendan el regreso hacia sus costas”, v. 4), si no están en condiciones de afrontar la materia de su poema. Luego, el poeta se eleva velozmente hacia la “primera estrella” (v. 30), la luna, movido por el deseo de unirse al reino de Dios.

Dante se encuentra envuelto en una nube brillante y densa, y entra dentro del cuerpo de la Luna (“aquella eterna gema”, v. 34), sin entender cómo un cuerpo puede penetrar en otro sin alterarlo. Luego, le pregunta a Beatrice por la naturaleza de las manchas lunares, a lo que ella responde preguntándole al poeta qué cree que las causa. Cuando él sugiere que se deben diferencias de densidad, ella confuta su idea y explica la naturaleza espiritual y metafísica de las manchas: Dios, el principio divino, se derrama en la multiplicidad de la creación, y la luz es la manifestación de la virtud divina. De allí que la diversidad de la virtud es la que produce la mayor o menor luminosidad del cielo.

Canto III

Dante levanta los ojos hacia Beatrice y lo sorprende la visión de rostros semejantes a imágenes reflejadas en espejos. Se vuelve para observar los rostros reales, pero no ve nada. Luego, Beatrice explica que no son imágenes reflejadas, sino almas, que se encuentran en ese cielo porque no cumplieron los votos que hicieron en vida.

Dante se dirige a un alma que parece deseosa de hablar, y esta revela ser Piccarda. El peregrino comenta que no la reconoció a causa de la apariencia deslumbrante de su rostro, y le pregunta si siente deseos de estar en un sitio más alto. Ella lo niega y explica que, en el Paraíso, las almas no desean más de lo que tienen, y que su voluntad se aquieta en la caridad. Además, allí las voluntades coinciden con las de Dios, haciéndose una sola.

Finalmente, Dante le pide que le diga de qué forma incumplió sus votos, a lo que ella responde que, cuando era joven, ingresó a un claustro y tomó los votos religiosos, pero que unos hombres la raptaron, por lo que no puedo cumplir sus votos. Luego, señala a otra alma a la que le sucedió lo mismo: Constanza, la madre de Federico II. Luego, Piccarda se aleja y Dante vuelve la vista a Beatrice. Desea preguntarle algo, pero el resplandor de la dama demora su pregunta.

Canto IV

Dante vacila entre dos dudas que lo mantienen igualmente inquieto, y se compara con un hombre ante dos alimentos equidistantes y con un animal en medio de dos predadores. Beatrice interpreta sus dudas y comienza a aclarar una de ellas, concerniente a si las almas regresan a las estrellas, tal como lo sentencia Platón. Ella explica que todos los ángeles y los bienaventurados se encuentran en el mismo lugar, en el Empíreo (“el primer giro”, v. 34), y allí sienten más o menos al Espíritu. Sin embargo, las almas se presentan en diferentes cielos para Dante, para que él pueda comprender sus diferentes grados de beatitud, ya que solo a través de los sentidos pueden entender los seres humanos. Luego, Beatriz señala que no es verdad lo que afirma Platón, pero sugiere que, acaso, su sentencia sea diferente a lo que dice literalmente (“diferente / a lo que la voz suena”, vv. 55-56).

A continuación, Beatrice responde al segundo interrogante de Dante: ¿por qué el mérito propio se ve afectado, si la voluntad de permanecer fiel al voto se ve impedida por la violencia de otros? Beatrice explica que las mujeres, Piccarda y Constanza, podrían haber intentado regresar al claustro, pero no lo hicieron, y diferencia entre la voluntad absoluta, que no cede ante la violencia, y la voluntad relativa, que cede para evitar daños mayores. Finalmente, Dante pregunta si es posible compensar los votos incumplidos con otros bienes. Beatrice sonríe, y su mirada centelleante obliga al poeta a bajar los ojos.

Canto V

Respondiendo a su pregunta, Beatrice le explica a Dante que, dado que el voto es un pacto sagrado por medio del cual el ser humano le da a Dios su bien más preciado, es decir, la libertad, no es posible sustituirlo con otro bien. Luego, Beatrice exhorta a los mortales a no hacer votos “porque sí”, y cita ejemplos de quienes hicieron votos insensatos, los cuales los condujeron a cometer actos lamentables. Finalmente, dirigiéndose a los cristianos, Beatrice les dice que tienen las Sagradas Escrituras y al Papa, y que con eso es suficiente para que alcancen la salvación, y los anima a no ser codiciosos.

A continuación, Dante y Beatrice ascienden velozmente al cielo de Mercurio. Allí, el poeta ve almas que se acercan brillando como peces en un estanque puro. Una de las almas se dirige a Dante invitándolo a hablar, y este le pregunta quién es y por qué se encuentra en aquel sitio. Entonces, el alma, que se vuelve aún más luminosa, se dispone a responder.

Canto VI

El alma que se dirigió a Dante revela ser el emperador Justiniano, quien se ocupó de reordenar las leyes romanas (“quité lo redundante de las leyes”, v. 12), y habla de su conversión a la fe cristiana. Luego, Justiniano resume la historia del Imperio romano, desde sus orígenes troyanos hasta la victoria de Carlomagno frente al último rey longobardo, exaltando el carácter providencial del Imperio. El momento central de la historia es la muerte y resurrección de Cristo, bajo el gobierno de Tiberio. Justiniano añade que el Imperio, bajo el gobierno de Tito, hizo “venganza / de la venganza del pecado antiguo” (vv. 92-93). Finalmente, el emperador pronuncia una invectiva contra los güelfos y gibelinos, quienes, según él, atentan contra la consolidación del Imperio.

A continuación, respondiendo a la segunda pregunta de Dante, Justiniano explica que las almas que se encuentran allí, en el cielo de Mercurio, actuaron en busca de honor y fama, en vez de hacerlo movidos por amor a Dios, y es por eso que su grado de beatitud no es tan elevado. Luego añade que la dicha que poseen las almas también proviene de la justa proporción entre el mérito y el premio que obtienen, y que el diferente grado de beatitud de las almas da armonía al Paraíso, como diferentes notas musicales. Finalmente, Justiniano señala a otra de las almas que se encuentran allí. Se trata de Romeo, un cortesano fiel que fue desterrado a causa de las calumnias que se levantaron contra él.

Canto VII

El alma de Justiniano canta una alabanza a Dios y luego se aleja de la vista de Dante, danzando junto a otras almas. Las palabras del emperador dejaron una duda en el poeta, quien vacila en preguntarle a su guía, Beatrice, pero ella interpreta el interrogante: ¿cómo es posible que sea justa la venganza de una venganza que, a su vez, fue justa? Ella explica que, después del pecado original de Adán (“el no nacido”, v. 26), Cristo quiso descender para redimir a toda la humanidad. En Cristo se unieron la naturaleza humana y la divina, y en la crucifixión se castigaron ambas naturalezas. Por lo tanto, medido por la naturaleza humana de Cristo, el castigo en la cruz fue justo, pero, medido por su naturaleza divina, el castigo fue injusto. Así, de un mismo acto surgieron dos efectos diferentes.

Beatrice se adelanta a un nuevo interrogante de Dante sobre el modo en que Dios quiso redimir a los hombres, y explica que Dios hizo un acto supremo al encarnarse, y que no había forma de redimir a la humanidad con justicia. Finalmente, Beatrice aclara la última duda de Dante concerniente a la corrupción de los elementos (el fuego, el aire, la tierra y sus fusiones), y diferencia los seres creados directamente por Dios (los ángeles, los seres humanos, los cielos) de aquellos que fueron informados por la virtud creada, es decir, no creados directamente por Dios (los animales, las plantas, los elementos naturales). Estos últimos son corruptibles, mientras que el hombre, con la resurrección, es inmortal.

Análisis

Dante comienza anunciando al lector el tema del tercer libro de la Comedia -el viaje al Paraíso-, y anticipa el final del relato, anunciando que estuvo en el Empíreo (“el cielo que más luz recibe”, v. 4), la meta de su viaje. Este es el cielo más alto, la sede de Dios, de los ángeles y de los bienaventurados. Asimismo, el poeta expresa la dificultad de relatar su experiencia:

En el cielo que más luz recibe
estuve yo, y vi cosas que no sabe
ni puede describir quien de él desciende

(vv. 4-6)

El poeta “no sabe ni puede” describir aquella visión, porque no la recuerda plenamente, y, aunque pudiera hacerlo, el lenguaje no sería suficiente para transmitirla. Como el mismo Dante explica en su “Carta a Cangrande Della Scala”, a propósito de aquellas cosas que el poeta desea transmitir, “aun si las recuerda y las mantiene en la memoria, le faltan, incluso, las palabras para contarlas. Son muchas pues, las cosas que vemos por medio del entendimiento para las cuales nos faltan signos vocales” (p. 173).

Dante invoca para la tarea de escribir este libro, como en los dos anteriores, la ayuda de las Musas y, en esta oportunidad, dada la excepcionalidad del tema, además invoca la ayuda de Apolo. Luego, reanuda el relato en el punto en que lo había abandonado en el libro anterior, el Purgatorio: es el miércoles posterior a Pascua del año 1300 y él se encuentra en el Edén junto a Beatrice. En el comienzo de su viaje a través del tercer reino, el poeta trasciende los límites de la naturaleza humana: a eso se refiere con la palabra “trashumanar” (v. 70), un término acuñado por el poeta para expresar aquello que no tiene palabras: “Trashumanar significar per verba / no se podría” (vv. 70-71, per verba: "en palabras").

En el segundo canto, el poeta retoma la metáfora del Purgatorio (I, vv. 1-3), comparando su obra con un barco, y, en esta oportunidad, les advierte a los lectores sobre la dificultad que presenta el poema para quienes no tienen la suficiente preparación (quienes lo siguen con un “pequeño barco”, v. 2):

Oh ustedes que deseosos de escuchar,
en un pequeño barco están siguiendo
a mi navío que cantando pasa

emprendan el regreso hacia sus costas:
no entren en alta mar, ya que quizás,
perdiéndose de mí, se extraviarían.

(vv. 1-6)

Además, Dante advierte al lector sobre la novedad de la materia que trata el poema: “Jamás se recorrió el agua que cruzo” (v. 7).

Este es un canto doctrinario. Dante asciende al primer cielo, el de la luna, y allí tiene lugar una discusión que se centra en la causa de las manchas lunares, un aspecto físico que tiene su explicación metafísica. Dios, como principio divino, se derrama en la multiplicidad de la creación, y la luz es la manifestación de la virtud divina. Eso produce la diversa luminosidad de las estrellas, como se explica al final del canto:

De ella nace lo que se ve distinto
de luz a luz, no de la densidad;
es el principio formal que produce,
conforme a su bondad, lo opaco y lo claro.

(vv. 145-148)

De esta manera, vemos que el universo físico está impregnado de la presencia divina, y esto remite al terceto inicial del primer canto del Paraíso:

La gloria de aquel que todo mueve
penetra el universo y resplandece
en unas partes más y en otras menos.

(I, vv. 1-3)

En el canto III, Dante encuentra a Piccarda (es la primera de las almas del Paraíso con quien él conversa, exceptuando a Beatrice). Se trata de un personaje histórico: Piccarda Donati. Su hermano, Corso Donati, jefe de los güelfos negros, la sacó del monasterio de Santa María in Monticelli, obligándola así a abandonar los hábitos. Las palabras de Piccarda en este canto muestran que los deseos de las almas del Paraíso coinciden con los de Dios: “nuestros deseos se hacen uno” (v. 81), y que ya no desean más de lo que tienen:

Hermano, nuestra voluntad se aquieta
en caridad, haciéndonos querer
solo lo que tenemos, sin más sed.

(vv. 70-72)

En los cantos IV y V, Beatrice responde a los interrogantes que suscita en Dante el encuentro con Piccarda. La primera respuesta da lugar a la explicación del orden de las almas en el Paraíso: todas ellas comparten el mismo sitio, el Empíreo, “el primer giro” (IV, v. 34), y no están en cielos distintos, tal como se presentan para Dante. Sin embargo, para que el poeta, en tanto que es un ser humano, pueda comprender los diferentes grados de beatitud de las almas, que se disponen para él en distintas esferas. Beatriz explica:

Tiene que hablarse así al ingenio humano
pues solo aprehende desde los sentidos
lo que luego hace digno de intelecto.

(IV, vv. 40-42)

Este es el mismo motivo por el que, en las Escrituras, Dios y los ángeles adquieren rasgos humanos, haciéndose así más compresibles para las personas:

Por eso la Escritura condesciende
a facultad mortal, y le atribuye
manos y pies a Dios, diciendo algo distinto;

y Santa Iglesia con aspecto humano
a Gabriel y Miguel los representa,
y al otro que Tobías volvió sano.

(IV, vv. 43-48)

En el canto V, Dante y Beatrice ascienden al cielo de Mercurio. Una de las almas se dirige al poeta, y este nota que la luz que emana de las almas está en correspondencia con la alegría de ellas: “porque ella brilla como tú sonríes” (v. 126). Luego, el alma se vuelve aún más luminosa, ocultándose a sí misma tras la intensa luz:

Como el sol que se oculta a sí mismo

con su gran luz (…)

por más felicidad se me escondió

la imagen santa dentro de su rayo.

(vv. 133-135)

Desde ahora en adelante, a causa de la creciente beatitud de las almas, Dante no verá sus rostros; solo podrá percibir la luz en la que las almas anidan ocultas.

La identidad del alma que dialoga con el peregrino se revela en el canto VI. Se trata de Justiniano, personaje inspirado en el emperador del Imperio Romano de Oriente, quien gobernó entre el 527 y 565. Acá, el personaje alude a su labor jurídica de ordenar y organizar el Corpus iuris civilis. Este es el único canto en toda la Comedia ocupado íntegramente por el discurso directo de una de las almas. En el primer verso del canto, encontramos un símbolo importante, el águila, en este caso utilizado como símbolo del Imperio.

En el discurso de Justiniano, la historia del cristianismo se vincula estrechamente con la del Imperio romano. Este discurso puede interpretarse como una declaración de la visión providencial que Dante sostiene sobre el Imperio: la Divina Providencia le concedió al Imperio que bajo su dominio tuviera lugar el acontecimiento decisivo para la redención de la humanidad, el nacimiento de Cristo, su muerte y resurrección, con los que se salda el pecado original. Justiniano, además, pronuncia una invectiva política contra los güelfos y gibelinos, quienes, con sus acciones, impiden la consecución de la política imperial, y los acusa de provocar todos los males de la sociedad.

El canto VII es un canto doctrinal, y aborda temas de la redención humana, el sacrificio de Cristo, la creación de los seres y sus diferentes naturalezas. En el discurso de Beatrice encontramos dos aspectos fundamentales de la doctrina cristiana: la doble naturaleza, humana y divina, de Cristo y el misterio de su encarnación. En torno al primer aspecto, surgieron algunas teorías heréticas, como la que, no en vano, el mismo Justiniano declara haber seguido, antes de su conversión: la monofisita o eutiquiana, que niega la doble naturaleza de Cristo: “una naturaleza sola en Cristo / creía haber, y tal fe me condenaba” (VI, vv. 14-15).