Divina Comedia: Paraíso

Divina Comedia: Paraíso Citas y Análisis

La gloria de aquel que todo mueve
penetra el universo y resplandece
en unas partes más y en otras menos.

Dante, Canto I, vv. 1-3.

Estos son los primeros versos del Paraíso y presentan algunas ideas centrales que se desarrollan a lo largo del cántico. En primer lugar, el primer verso indica la centralidad de la gloria de Dios ("aquel que todo mueve") en el poema. Acá, Dante se refiere a Dios utilizando un concepto filosófico proveniente de Aristóteles, quien lo define como el “primer motor”. Además, une este concepto con la idea bíblica, que se encuentra, por ejemplo, en el Eclesiástico, de que Dios impregna toda su creación: “El sol resplandeciente contempla todas las cosas, y la obra del Señor está llena de su gloria” (42, 16). Dante señala en su “Carta a Cangrande Della Scala”, donde comenta los primeros versos del Paraíso:

Por esto es claro que toda esencia y toda virtud proceden de la [esencia y virtud] primera, y que las inteligencias inferiores la reciben como de aquél lugar de donde irradian (…). Es evidente, por tanto, cómo la razón muestra que la luz divina, es decir, la bondad, la sabiduría y la virtud divinas, resplandecen por todas partes (61, p. 165).

En segundo lugar, se presenta la idea de la gradualidad con la que Dios “resplandece” en el universo. La idea es de origen neoplatónico. A propósito de esto, Dante explica en el Convivio: “(…) la divina bondad desciende sobre todas las cosas (…), pero aunque esa bondad proceda de un principio simplísimo, es recibida de modo diverso, según un más y un menos. (…) [C]ada cosa recibe [la bondad] de ese flujo según el modo de su virtud y de su ser” (VII, 2-3, pp. 127-128).

El terceto que abre el cántico significa, entonces, que la presencia divina se encuentra en toda la creación. Al mismo tiempo, identifica al Dios de la metafísica con el Dios de las Escrituras. Dios también se identifica con el amor, como lo podemos ver en el verso final del poema: “el amor que mueve al sol y a las estrellas” (XXXIII, v. 145).

¡Ay, insensato afán de los mortales,
cuán defectuosos son los silogismos
que te mueven las alas hacia abajo!

Quien iba atrás de iura, o de aforismos
y iba siguiendo sacerdocio,
y quien reinar por fuerza o por sofismas,

y quien robando, y quien administrando,
quien envuelto en los placeres de la carne
se fatigaba, y quien se daba al ocio,

cuando, libre de todas estas cosas
con Beatrice yo estaba allá en el cielo
tan gloriosamente recibido.

Dante, Canto XI, vv. 1-12.

El apóstrofe inicial del canto XI condena los afanes que alejan a las personas de la salvación (“mueven las alas hacia abajo”). El poeta se refiere a las falsas ideas que los humanos persiguen (los defectuosos “silogismos”), y contrasta la situación de ellos con la suya propia y la de Beatrice, que se encuentran en el Paraíso, libres de aquellos anhelos. Por otro lado, es significativo que el poeta mencione una serie de preocupaciones mundanas al inicio de un canto dedicado a san Francisco de Asís, conocido por su voluntad de alejarse de los bienes terrenales.

Abajo por el mundo siempre amargo,
en el monte de cuya cima
los ojos de mi dama me elevaron

después de luz en luz, por estos cielos,
yo aprendí aquello que, si lo repito,
tendrá sabor amargo para muchos;

y si de la verdad soy poco amigo,
temo perder vivir entre las gentes
que a este tiempo llamarán antiguo.

Dante, Canto XVII, vv.112-120.

En este pasaje, en diálogo con su tatarabuelo Cacciaguida, el peregrino se refiere a lo que vio en los tres reinos del más allá, el Infierno (“el mundo siempre amargo”), el Purgatorio (“el monte de cuya cima los ojos de mi dama me elevaron”) y el Paraíso (“estos cielos”), y le revela su temor de comunicarlo al mundo, puesto que supone que desagradará a muchas personas. Sin embargo, también señala que, si su libro no es verdadero, no sobrevivirá en el tiempo (“temo perder vivir entre las gentes que a este tiempo llamarán antiguo”). Acá Dante muestra tener conciencia de la grandeza de su poema, que perdurará por siglos.

y luego respondió: «sucia conciencia
o por propia vergüenza o por ajena
sentirá, es cierto, tu palabra brusca.

No obstante, rechaza la mentira,
toda la visión tuya haz manifiesta;
y deja que se rasquen los sarnosos

Pues aun si tu voz será molesta
al primer gusto, vital alimento
dejará, cuando sea digerida.

El grito tuyo hará como hace el viento
que las más altas cimas más golpea;
y eso es motivo de no poco honor. (...)»

Cacciaguida, Canto XVII, vv.124-135.

Las palabras de Cacciaguida, en respuesta al temor expresado por Dante en la cita anterior, declaran la misión poética del peregrino. En ellas, su antepasado confirma la sospecha de Dante sobre el disgusto que provocarán sus palabras para algunos. También, Cacciaguida señala que el poema ("el grito tuyo") será una denuncia dirigida, principalmente, a los más poderosos (“las más altas cimas más golpea”).

Y como por sentirse más dichoso
haciendo el bien, el hombre día a día
percibe como su virtud progresa

yo percibí que mi girar en torno
unido al cielo había aumentado el arco,
al ver aquel milagro más hermoso.

Dante, Canto XVIII, vv. 58-63.

En este pasaje podemos ver que Dante advierte su ascenso desde el cielo de Marte al cielo de Júpiter (una esfera mayor, de mayor arco), por el aumento de la belleza de Beatrice (“aquel milagro”). Esto constituye una constante estructural del cántico: la belleza de Beatrice aumenta progresivamente en cada nuevo cielo al que el poeta accede. Por otro lado, es significativa la comparación con el hombre que advierte que progresa en su virtud por el aumento de su dicha. El ascenso de Dante también guarda correspondencia con su crecimiento espiritual y con el aumento de su placer.

Los muros que antes eran abadía
ahora se han vuelto cuevas, y los sayos
son bolsas con harina putrefacta.

Pero ni grave usura ofende tanto
la voluntad de Dios, como aquel fruto
que tanto arruina el corazón del monje;

pues todo aquello que la Iglesia guarda
es de la gente que pide por Dios,
no de parientes ni de algo peor.

La carne de los hombres es tan blanda,
que allí abajo no basta un buen comienzo
del nacer de la encina a la bellota

San Benito, Canto XXII vv. 79-87.

En el primer terceto de este pasaje, san Benito, el fundador de la orden benedictina, denuncia la corrupción de los monjes, acusándolos de ladrones. Estos versos remiten a las palabras de Jesús, según el Evangelio de san Mateo: “Y les decía: «Está escrito: Mi casa será llamada casa de oración, pero ustedes la han convertido en una cueva de ladrones»” (21, 13). Luego, san Benito agrega que lo que más ofende a Dios es la riqueza (“aquel fruto que tanto arruina el corazón del monje“) que la Iglesia guarda, pues pertenece a la gente que pide por Él. Finalmente, se refiere a la debilidad humana, señalando que los buenos propósitos o las buenas obras en el mundo (“allí abajo”) no duran ni siquiera el tiempo que transcurre desde el nacimiento de una encina hasta el momento en que produce sus frutos.

El terrón que nos hace tan feroces,
girando yo con Géminis eterno,
todo vi de los montes a los mares (...)

Dante, Canto XXII, vv. 151-153.

Al final de canto XXII, cuando el peregrino ha ascendido al octavo cielo, el de las estrellas fijas, contempla desde la altura las esferas celestes que ya recorrió, y luego dirige su mirada a la Tierra (“El terrón que nos hace tan feroces”). Desde allí, el mundo parece una porción miserable de tierra, un cuerpo muy pequeño en el universo. La idea también está presente en versos previos, donde Dante, refiriéndose a la Tierra, dice: “ese globo vi tan vil, que sonreí de su apariencia” (XXII, 134-135). Por otro lado, en la frase que acá citamos, se ven contrastadas las pasiones que despiertan la ferocidad de los seres humanos y el sentimiento de desprendimiento que experimenta el personaje.

Si sucediera que el poema sacro
en el que han puesto mano cielo y tierra,
muchos años haciéndome delgado,

venciera la crueldad que me excluyó
del redil bello en que dormí cordero
enemigo a los lobos que lo dañan

con voz distinta ya, con otro pelo
regresaré poeta, y en la fuente
de mi bautismo tomaré el capelo (...)

Dante, Canto XXV, vv. 1-9.

Estos tercetos en la apertura del canto XXV, dedicado al examen del peregrino acerca de la esperanza, muestran que el poeta está en el exilio (presagiado ya en su viaje al más allá) en el momento de la escritura del poema, y que aún añora el regreso a su tierra natal. Además, en el primer verso, Dante se refiere a la Comedia como “poema sacro”. El calificativo se debe a que en el libro se tratan realidades divinas, pero, además, como afirma en el siguiente verso, a que para componerlo se unieron el ingenio humano y la gracia divina. Finalmente, el poeta mantiene la esperanza de que este poema le permita regresar a Florencia (“el redil bello”) honrado como poeta (“capelo” adopta acá el sentido de “corona del poeta”).

No fue nuestra intención que se sentara
a la derecha de nuestros sucesores
solo una parte del pueblo cristiano;

ni que las llaves que me fueron dadas
se volvieran insignias en banderas
que combatieran contra bautizados;

ni que yo fuera imagen de los sellos
de privilegios falsos y vendidos,
por que a menudo, rojo, lanzo chispas.

Con ropa de pastores lobos rapaces
se ven desde aquí arriba en cada prado.
¡Oh defensa de Dios!, ¿por qué aún yaces?

San Pedro, XXVII, vv. 46-57.

Hablando en nombre de él y de algunos de los primeros papas, san Pedro denuncia a sus sucesores, los papas más recientes, por haber dividido al pueblo cristiano (en güelfos y gibelinos) interviniendo en asuntos políticos. También lamenta que la Iglesia venda privilegios falsos por simonía. Finalmente, afirma que desde el cielo se ve a los clérigos que engañan a las personas. La imagen es de origen bíblico: “Tengan cuidado de los falsos profetas, que se presentan cubiertos con pieles de ovejas, pero por dentro son lobos rapaces” (Mt. 7, 15).

Oh suma luz que tanto sobrepasas
los conceptos mortales, a mi mente
préstale un poco de lo que le mostraste,

y da a la lengua mía tal potencia
que al menos una chispa de tu gloria
pueda dejarle a tu futura gente;

pues, por volver un poco a mi memoria
y por sonar un poco en estos versos,
más se concebirá tu victoria.

Dante, Canto XXXIII, 67-75.

En el canto final, Dante le pide a Dios, en la última invocación del poema, que le conceda potencia a su memoria y aumente su capacidad de expresarse para trasmitir, al menos, una parte mínima de lo que vio. El poeta ya había anticipado en el canto I (v. 5-6) y en este mismo canto (55-57) la imposibilidad de transmitir dicha experiencia, debido tanto a la insuficiencia del lenguaje, como a la incapacidad de la memoria para retener la visión. En este pasaje subraya la pequeñez de lo que podrá decir, en comparación con lo que vio: “una chispa”. También aquí se refiere a su poema como un legado, aquello que quiere dejarle a la "futura gente", para que pueda concebir el triunfo de Dios.