... y no se lo tragó la tierra

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La búsqueda de la identidad

El tema de la identidad es uno de los más importantes de la novela; se vincula con la estructura fragmentaria del texto y con el desarrollo del innominado protagonista masculino de la obra.

Este personaje aparece, hacia el inicio del relato, muy confundido en torno a lo vivido en el último periodo de su vida: no logra articular sus pensamientos y queda sumido en el caos de su mente. Lo que este capítulo introductorio y marco de la novela transmite es que el protagonista no sabe quién es, no se reconoce a sí mismo. Esto se ilustra con una escena en la que él escucha que lo llaman, pero no encuentra el referente de ese llamado, sino hasta este momento: “Una vez se detuvo antes de dar la vuelta entera y le entró miedo. Se dio cuenta de que él mismo se había llamado” (77). La búsqueda de la identidad se vuelve evidente en este momento. El personaje es consciente de que se busca a sí mismo, pero no se atreve a hacerlo por completo.

Por otro lado, la estructura fragmentaria del texto, repleto de historias breves con diferentes protagonistas, narradores y señales de oralidad evidentes, conforman un tejido de voces que da cuenta de la cultura y la identidad chicana. Son estas historias y experiencias del último año de vida del joven las que le van a dar, hacia el final de la novela, la certeza y la satisfacción de conocerse y conocer a su comunidad.

A su vez, y como ya mencionamos anteriormente, muchas veces no se sabe si el niño que aparece en las historias es el mismo de los relatos marco. Esta ausencia de un hilo conductor no hace más que abonar a la construcción de una identidad comunitaria: en realidad, no importa si se trata o no de las mismas personas, porque todos están viviendo y sufriendo de manera similar. Además, todos comparten una cultura que no es exactamente la mexicana, pero tampoco es la estadounidense: se trata de una identidad híbrida en la que conviven aspectos de la forma de vida de los antepasados y nuevas costumbres adquiridas con la migración.

La explotación laboral

Los personajes de la novela son trabajadores agrícolas en la agroindustria del sudoeste estadounidense. Se desempeñan en largas jornadas laborales a la intemperie bajo precarias condiciones. Son de origen mexicano y su trabajo depende, en general, de dos formas de contratación: por un lado, bajo las normas del Programa Bracero, un sistema planificado e implementado por Estados Unidos y México, desde 1942, para proveer al país del norte de trabajadores para los campos de cosecha. Por el otro, bajo la contratación irregular e ilegal de personas indocumentadas —los también llamados “espaldas mojadas” o “mojados”, porque llegan atravesando el Río Grande para no ser retenidos por las autoridades— de quienes se aprovechan los dueños de los campos para pagar menos. En gran parte, estos trabajos son estacionales; es decir que estas personas son llamadas a trabajar durante los periodos de cosecha o siembra y, luego, son contratados en otro sitio, por lo que deben trasladarse para asentarse, temporalmente, en otro lugar.

Estos trabajos no solo están mal pagos, sino que, además, suelen violar sistemáticamente los derechos de los trabajadores al exponerlos a condiciones climáticas extremas, largas jornadas sin descanso y los maltratos de los empleadores. Estas condiciones no las sufren solamente los adultos: los niños también trabajan bajo las mismas condiciones; hay explotación infantil. Así, personas que están en edad escolar se ven obligadas a trabajar para poder sobrevivir en una economía que les es adversa.

En la novela, esto se retrata en diversos relatos. Por ejemplo, en el cuento que da título a la obra, “…y no se lo tragó la tierra”, se narran las condiciones laborales que llevan a la muerte a los tíos del protagonista y luego a la enfermedad de su padre y su hermano más pequeño: “Tenía apenas nueve años, pero como ya le pagaban por grande trataba de emparejarse con los demás” (110). Incluso lo vemos en tareas que no están relacionadas con la agricultura, pero cuyas condiciones de contratación son igualmente abusivas: en “La noche buena”, el esposo de María trabaja “casi las dieciocho horas lavando platos y haciendo de comer en un restaurante” (133).

La migración

…y no se lo tragó la tierra es una novela sobre el desarraigo. Los personajes que aparecen en sus páginas son, por lo general, personas que han tenido que mudarse desde su México natal para trabajar en la frontera sudoeste de Estados Unidos. Una vez cruzada la frontera, nada asegura su asentamiento y, generalmente, estos trabajadores se ven obligados a migrar continuamente, de un estado a otro, para tomar trabajos temporales en las cosechas.

En ese lugar, que no es el natal, estas familias intentan perpetuar su cultura, creencias y tradiciones, a la vez que tratan de adoptar otras nuevas para adaptarse al nuevo sitio. Sin embargo, son lamentable y permanentemente excluidos y señalados.

El sentimiento de desarraigo y de perpetua movilidad que experimentan se ilustra, sobre todo, en el relato “Cuando lleguemos”, en el que puede verse la manera indigna en la que estos trabajadores se movilizan, parados, hacinados, en un vehículo que no está preparado para el transporte de pasajeros y que, además, se avería. Allí, varados a mitad de camino, los migrantes imaginan lo que harán al llegar a su destino. Uno de los pasajeros, totalmente desanimado, expresa:

Cuando lleguemos, cuando lleguemos, ya, la mera verdad estoy cansado de llegar. Es la misma cosa llegar que partir porque apenas llegamos y… la mera verdad estoy cansado de llegar. Mejor debería decir, cuando no lleguemos porque esa es la mera verdad. Nunca llegamos (153).

La religión

El pueblo chicano está conformado por una comunidad mayoritariamente creyente y espiritual. En sus miembros convergen creencias religiosas católicas y tradiciones populares paganas.

Así, es común entre la población chicana el rezar para pedir favores y noticias para sus seres queridos, encomendándose a Dios, la Virgen y Jesucristo. Además, asisten a la iglesia para despedir a sus muertos; bendicen sus autos con la invocación de un cura; y envían a sus hijos a clases de catecismo para recibir la primera comunión. Estas creencias se cruzan con ritos provenientes de otras tradiciones religiosas, como dejar agua bajo la cama para los espíritus o asistir a espiritistas para comunicarse familiares fallecidos.

A su vez, el catolicismo opera en los chicanos a partir de la lógica de la culpa y el temor; cuestiones que se tornan motivos reiterados en la obra. Las familias chicanas de la novela tienen miedo de hacer o decir algo que pueda ofender a Dios. Esto se evidencia, sobre todo, en el protagonista de “Primera comunión”, quien teme no recordar algún pecado y ser condenado al infierno por su omisión.

Cabe mencionar que las religiones oficiales se representan críticamente en la novela, de manera indirecta, a partir de la caracterización de sus miembros. Así, tanto el ministro protestante que intenta formar en carpintería a los hombres del pueblo, como el cura que bendice los vehículos y la monjita que dicta catequesis son presentan negativamente: el ministro, porque es engañado por su esposa y el carpintero; el cura, porque se muestra proclive a aprovecharse por dinero; la monjita, porque parece atraída por escuchar los pecados del cuerpo.

Además, el propio protagonista de los relatos atraviesa un proceso de maduración que motiva una distancia crítica progresiva respecto a las religiones oficiales. Poco a poco rechaza los preceptos religiosos o siente que va desenmascarando la hipocresía que plantea la religión. Esto se evidencia en tres relatos: “La noche estaba plateada”, en el que invoca al diablo; “...y no se lo tragó la tierra”, en el que insulta a Dios por las injusticias que recaen sobre su familia; y en “Primera comunión”, donde descubre a qué se refieren los adultos cuando hablan de pecados carnales.

Por último, también cabe destacar que, a través de algunos pocos personajes, como el ministro o su esposa, aparece representada la presencia de otra religión que tiene fieles en la sociedad estadounidense, pero no en la chicana. A pesar de los intentos por acercarse a la comunidad chicana, esta no tiene asidero: se trata de la religión protestante.

La xenofobia

La xenofobia es el rechazo, odio y hostilidad hacia los inmigrantes o los extranjeros. Este tipo de discriminación se manifiesta a través de actitudes hostiles que van desde el rechazo o el distanciamiento hasta agresiones verbales o físicas. Los habitantes méxico-americanos o chicanos, que viven en la frontera sudoeste de Estados Unidos, sufren la inequidad y la intolerancia de la sociedad estadounidense a la que se insertan en diferentes aspectos de su vida. La discriminación, relacionada con su origen hispano, se ilustra en la obra a través de distintas escenas. En muchas se destacan los prejuicios raciales que funcionan en los discursos de los que ejercen la discriminación, produciendo estereotipos estigmatizantes. Uno de los que más se repite es el de referirse a los chicanos como ladrones.

La discriminación xenofóbica puede verse en la forma en la que los trabajadores son animalizados, ante la mirada de los patrones opresores, quienes los hacen trabajar en condiciones muy precarias e, incluso, infrahumanas. Se ve también en los maltratos a los que son sometidos los niños chicanos en las escuelas por sus docentes y encargados, quienes los hacen realizarse inspecciones médicas humillantes o les dan un trato autoritario y desigual, diferente al que reciben los niños angloparlantes. Se constata también en la manera en la que las fuerzas de seguridad operan sobre personas que ni siquiera entienden el idioma y, por tanto, no saben qué acciones se les están endilgando.

Las relaciones familiares

Los vínculos familiares entre los chicanos son fuertes. Los integrantes de estas familias se cuidan entre sí, teniendo muy presentes, incluso, a los miembros de las familias extendidas, como tíos, abuelos y compadres. A su vez, cabe señalar que las familias tradicionales están constituidas bajo normas patriarcales; por lo que, por lo general, están conformadas por un padre que funciona como jefe de familia, una madre y los hijos, que suelen ser varios.

Así, cuando las circunstancias económicas lo permiten, es el padre quien sale a trabajar, mientras que la madre es la que se queda al cuidado del hogar y de los niños, cuando estos no asisten a la escuela. Sin embargo, estas situaciones no son las más usuales en la novela, debido a las necesidades económicas que sufren las familias chicanas que esta representa. En la mayoría de los casos, todos los miembros de la familia deben trabajar, incluidos los hijos menores que, aunque a disgusto por las malas condiciones laborales, no presentan reparos en hacerlo; son conscientes de que están aportando a la economía familiar.

El ascenso social

Todas las personas de estas historias están interesadas en ascender en la escala socioeconómica para no tener que pasar tantas necesidades y mejorar la vida familiar. En “Cuando lleguemos”, se advierte en los deseos de cada uno de los viajeros varados las ganas de encontrar un futuro mejor: uno quiere comprarle una cama buena a su madre, otro quiere comprarse un auto, otra desea poder ayudar a su esposo en el trabajo y así cobrar un doble sueldo.

En general, los padres de estas historias están interesados en que sus hijos, cuando lleguen a ser adultos, no deban pasar por el mismo sufrimiento y las mismas necesidades que pasaron ellos. Desean un futuro mejor para su descendencia y este futuro está fuertemente asociado a la formación educativa o deportiva y a la ciudadanía estadounidense. Por ejemplo, en “Es que duele”, el niño lamenta ser expulsado de la escuela por la decepción que esto va a causar en su casa, sobre todo en su padre, que espera que él sea operador telefónico, como ha visto en una película. En “Los quemaditos”, el padre quiere que alguno de sus hijos aprenda boxeo, también incentivado por el cine: “A lo mejor uno de estos sale bueno para el guante y entonces sí nos armamos, vieja” (121). Cabe señalar que, en esta frase, se lee que la salvación individual no existe para la comunidad chicana: si uno de los hijos es bueno en el deporte y consigue ganar dinero con ello, los beneficios serán familiares.