... y no se lo tragó la tierra

... y no se lo tragó la tierra Resumen y Análisis Viñeta 12, Cuando lleguemos, Viñeta 13, Debajo de la casa

Resumen

Viñeta 12

Este texto es un diálogo corto, entre dos personas, sobre la liberación de un tal Figueroa, que ha estado preso por mantener una relación con una norteamericana de diecisiete años. Dicen que el hombre tiene una enfermedad muy rara, y uno de los hablantes especula sobre la posibilidad de que le hayan inyectado algo para matarlo.

Cuando lleguemos

Un narrador omnisciente cuenta que, alrededor de las cuatro de la madrugada, la troca, una camioneta que traslada gente, se averió. Los pasajeros deben quedarse en el lugar hasta que amanezca, momento en el que van a poder pedir un aventón hasta el siguiente pueblo. Durante ese tiempo, algunos duermen y otros piensan:

Una persona se alegra de que el vehículo se haya detenido allí: desde hace rato le duele el estómago, lo que atribuye al chile picante que ha comido, y se ha estado aguantando para no despertar al resto de los pasajeros. Ahora puede descender.

Otra persona elogia al chofer, que hace más de veinticuatro horas que maneja sin detenerse más que para cargar gasolina, y compara este viaje, de alrededor de cuarenta pasajeros parados, con otro realizado antes en el que ha estado más incómodo, porque viajaban sesenta ‘mojados‘; es decir, inmigrantes sin papeles.

Otro pasajero se queja de una mujer que ha tirado desechos que se han esparcido hacia donde estaba el resto de los viajeros.

Uno comenta que un el empleado del restaurante donde se detienen, a las dos de la mañana, se asombra y asusta cuando le encargan cincuenta y cuatro hamburguesas en un solo pedido.

Alguien jura que este será su último viaje; que en cuanto llegue al rancho, se irá a Minneapolis a ganar mejor la vida y le pedirá ayuda a su tío, quien trabaja en un hotel.

Otro piensa que, si este año le va bien con la cebolla, intentará, como hizo un compadre, comprarse un carro usado para hacerlo conducir a su hijo y no andar como vacas, dado que sus hijas ya están grandes y no les gusta viajar así.

Un viajero pide a Dios poder hacer dinero durante la cosecha de remolachas, dado que debe devolverle con intereses el dinero prestado al señor Tomson, quien se ha quedado con los papeles de su casa como garantía.

Uno maldice a la vida y a sí mismo por haber viajado como una bestia tanto tiempo parado y jura que será la última vez.

Una mujer que carga a sus niños observa a su marido, un hombre viejo y cansado, y se lamenta por su estado y por no poder ayudarlo en el trabajo, por ser sus hijos todavía tan pequeños.

Uno observa las estrellas y reflexiona sobre ello.

El chofer maldice la troca y piensa que, al llegar, repartirá a la gente en los ranchos y se volverá a Tejas sin esperarlos para regresar, porque la remolacha ya no deja dinero y prefiere ir a la cosecha de sandías; espera, además, que puedan componer la troca por la mañana, porque la policía no quiere que se pare allí.

Un hombre desea llegar y conseguir una buena cama para su esposa, que sufre de los riñones.

Otro se enoja pensando en cuándo llegarán y concluye que no sucederá nunca.

El último se repite: “Cuando lleguemos, cuando lleguemos” (153).

Al amanecer, todos descienden y comienzan a conversar sobre lo que harán al llegar.

Viñeta 13

Bartolo es un poeta que pasa por el pueblo en diciembre, cuando ya todos están de regreso de sus trabajos, y aprovecha para recitar y vender sus poemas, en los que nombra a los habitantes del pueblo. Una vez les aconseja leer en voz alta, mencionando que la voz es la semilla del amor en la oscuridad.

Debajo de la casa

El último relato muestra a un muchacho bajo una casa. Ha pasado varias horas escondido allí, debido a que no ha querido ir a la escuela para que la maestra no le pegue por no saber las palabras. Al principio se halla a gusto, pero llega un punto en que las pulgas empiezan a molestarlo y lo hacen moverse: esto lo incomoda porque no quiere que la gente que vive en la casa se dé cuenta de que está allí.

Se pregunta cuánto tiempo hace que permanece en el lugar: calcula que hace un buen rato, porque los niños han jugado bastante. Piensa que tal vez pueda ir todos los días a quedarse ahí, dado que es un buen lugar para pensar a gusto, tanto que se le olvidan las pulgas y, como está oscuro, ni siquiera debe cerrar los ojos para pensar bien.

Recuerda diferentes hechos de su vida: los días en México, cuando contaban con un terreno propio; las tardes en que Don Remigio le enseñaba a rezar con siete nudos; la historia del viejo que mató al niño, el padre que buscaba venganza y la madre que gritaba en la iglesia por él; a Doña Cuquita, la del dompe; a aquellos que lo rechazan y aíslan con frases dichas en inglés en la escuela; la promesa del carpintero que finalmente se fue del pueblo sin enseñarles nada y llevándose consigo a la esposa del ministro; al padre insolado; el rechazo de los peluqueros; el miedo por el diablo y la festividad de la pastorela; a los quemaditos y los bomberos que sacaron sus cuerpos; a su padre contándole sobre la revolución; las búsquedas de estaño para la venta en el dompe; el casamiento; la noche del apagón; la troca que transporta gente en cajas cerradas; a don Mateo enojado por la estafa del retrato de su hijo; y lo que le sucedió a la madre en el centro.

El joven recuerda y desea ver a toda esa gente junta y darles un gran abrazo. Pero eso es imposible. Lo que no se le torna imposible es pensarlos allí: se da cuenta de que necesita esconderse para poder comprender muchas cosas. Sabe que, de ahora en más, puede volver allí cuando necesite pensar en ellos. En este momento lo único que quiere es recordar ese año transcurrido.

La fluidez de su pensamiento se detiene cuando oye el grito de un niño y un golpe en su pierna. Los niños de la casa llaman a su madre, quien hace traer a un perro, y le tiran piedras hasta que sale. Cuando lo descubren, se sorprenden de que sea él. Al irse, escucha que la señora se lamenta y dice: “Pobre familia. Primero la mamá, y ahora éste. Se estará volviendo loco. Yo creo que se le está yendo la mente. Está perdiendo los años” (161). Eso lo alegra, porque se da cuenta, entonces, de que no ha perdido nada; por el contrario, ha conseguido recordar y relacionar los hechos de su pasado, y así reconstruirlo. Gustoso, cuando llega a su casa se sube a un árbol e imagina que una palma que ve en el horizonte es alguien que lo mira desde lejos. Tras ello, saluda contento estirando su brazo.

Análisis

La construcción de relatos teñidos de un carácter oral se intensifica en la etapa final de la novela. Primero, con la viñeta en la que dos personas comentan la situación de alguien que ha estado preso, especulando sobre lo que ha vivido. Luego, con la incorporación de un gran número de voces en “Cuando lleguemos”, uno de los relatos más extraños en su configuración, dado que después de una introducción que presenta un narrador omnisciente tradicional y se disponen los pensamientos de diferentes viajeros que están en el vehículo que se ha averiado en la ruta. Por lo tanto, lo que se presenta es una serie de impresiones, deseos y estados de ánimo de distintos personajes que están pensando en forma simultánea diferentes cuestiones. Es como si el texto fuera un tejido realizado con la técnica de estilo patchwork, conformada por un gran número de piezas pequeñas y diferentes tonalidades. Las actitudes que más se reiteran son las de angustia y enojo, aunque también hay algunos personajes que encuentran alivio, como la persona que está satisfecha de poder bajar para hacer sus necesidades fisiológicas.

En este relato se explicita la situación de precariedad en la que es encuentran todas estas personas. Están desplazándose para trabajar y lo hacen en un camión que no está preparado para pasajeros, parados y en situación de hacinamiento. Algunos están enfermos; otros, hambrientos; todos, incómodos. Los movilizan las ansias de progreso o, al menos, de supervivencia. Ni siquiera tienen garantizado el regreso. De hecho, uno de los pensamientos que se pueden leer es el del chofer del vehículo, quien no solo piensa en sí mismo, en lugar de en el bienestar de sus pasajeros, sino que, además, da cuenta de lo que le sucederá a esa gente cuando llegue a destino, así como de las nulas condiciones de contratación y garantías del servicio: “Cuando lleguemos ahí la gente que se las averigüe como pueda. Yo nomás la voy a repartir a los rancheros y me voy a la chingada. Además no tenemos ningún contrato” (152).

La expresión que más se reitera es la que le da título a la historia: “Cuando lleguemos”, que es una expresión que introduce un deseo. Este deseo de llegar se satiriza desde la posición de uno de los últimos pasajeros representados. Este está enojado y expresa que está cansado de llegar siempre a un lado distinto: se trata de una reacción que da cuenta de su situación de migrante perpetuo; condición que deben atravesar muchos de los personajes que pueblan estas páginas. Personajes a quienes el dinero no les alcanza y se ven, por ello, obligados a estar viajando de cosecha en cosecha para lograr subsistir. La llegada a un destino final o a una tierra prometida no se produce nunca porque no hay un sitio donde quedarse. Ese deseo expresado por los pasajeros termina desgranándose en el desánimo y la frustración del final.

La última de las viñetas de la novela propone como protagonista a un poeta oral, una especie de trovador chicano que vende sus poemas en el pueblo y los lee en voz alta ante la emoción de todos. Bartolo, este poeta, presenta cierto paralelismo con la función del personaje que está en el último texto, “Debajo de la casa”, aquel que cierra el marco que había abierto “El año perdido”. Así, entre el primer y el último relato se albergan todos los otros textos que se han presentado y analizado en este estudio. El niño confundido y anónimo de “El año perdido” vuelve a aparecer en “Debajo de la casa” y, por fin, encuentra ese año cuando es capaz de retomar todas las experiencias atravesadas, entenderlas y entenderse a sí mismo. Esas experiencias y memorias son todos los relatos que componen la novela.

Como decimos, Bartolo es un personaje que anticipa, de alguna manera, el rol de este niño. Él vende sus poemas porque en ellos “se encontraban los nombres de las gentes del pueblo” (154); es decir, porque la gente se siente identificada, encuentra un sentido de pertenencia y de comunidad en las historias recitadas por este personaje. El poeta conoce el poder que tienen las palabras a la hora de proveer de identidad a su pueblo. Es quien “una vez le dijo a la raza que leyeran los poemas en voz alta porque la voz era la semilla del amor en la oscuridad” (154): la raza es la forma por la que optan designarse, hacia la década de 1970, algunos de los habitantes del sudoeste estadounidense organizados en el Movimiento chicano. Esos trabajadores que depositan, día a día, las semillas, y cosechan frutos en tierras que les son ajenas y en las que son explotados, siempre yéndose de un sitio a otro sin nunca llegar a un lugar final, pueden, sin embargo, sembrar la semilla del amor a partir de la rememoración de su pasado: la semilla de su historia colectiva. De la misma forma, el niño confundido del principio y satisfecho del final ha logrado rehacer su año perdido a partir de la rememoración y el uso de las palabras. El año perdido deviene año encontrado y apropiado para él. Así, tanto Bartolo como este muchacho arman sus poemas o memorias del mismo material: las experiencias vividas por los chicanos.

Irónicamente, al comienzo de este último relato se menciona que el personaje no ha ido a la escuela porque no sabe las palabras y tiene miedo de que su maestra le pegue. En realidad, lo que no sabe es expresarse en el idioma de los opresores, de aquellos que explotan a su comunidad y que lo obligan a usar un idioma que no es el propio. Pero, como veremos, ha aprendido a hilar sus recuerdos en su español familiar y cotidiano.

Al inicio, él se encuentra ensimismado en sus pensamientos debajo de una casa; hacia el final, está subido sobre la copa de un árbol, saludando a un otro que imagina en el horizonte. En este movimiento de ascenso se cifra el significado de lo que le sucede al protagonista, quien ha madurado y ha podido unir las historias de su comunidad y se ha podido reconocer allí. Ahora tiene el conocimiento: en este sentido, la novela tiene un acercamiento al género conocido como bildungsroman o novela de aprendizaje, en la que el personaje protagónico evoluciona psíquica, moral, social y físicamente, y se conoce a sí mismo. Resulta significativo que se introduzca debajo de la casa como un niño que se ha ausentado a la escuela y, cuando sale, los niños que lo descubren le avisen de su presencia a la madre de la siguiente manera: “Mami, mami, aquí está un viejo debajo de casa” (161). En este punto, es si hubiera madurado muchísimo durante ese tiempo entre las pulgas y la tierra en el que ha podido pensar y rearmar su historia.

Así, mientras que en “El año perdido”, el personaje gira sobre sí mismo al escuchar su nombre y descubre, aterrado, que es él mismo quien se llama; en “Debajo de la casa”, tiene la posibilidad de llamar a otros, desde ese árbol que simboliza el conocimiento, y comunicarse: eso se simboliza con el saludo, que realiza desde las alturas, ya no a él a mismo sino a un otro. Recordemos que no es la primera vez que se sube a la copa de un árbol: en “Primera comunión”, el personaje, tras su conocimiento del pecado carnal, sube también a pensar hasta el cansancio: “Tenía ganas de saber más de todo” (118). Esas ganas se hacen posibles en el cierre del texto: ahora sabe quién es y siente un vínculo de pertenencia con esa comunidad a la que quiere, con nostalgia, ver de nuevo: “Quisiera ver a toda esa gente junta. Y luego si tuviera unos brazos bien grandes los podría abrazar a todos. Quisiera poder platicar con todos otra vez, pero que todos estuvieran juntos” (160). Eso que le parece un sueño imposible es, en realidad, lo que logra al haber juntado todas estas historias enmarcadas; ese pasado común de su pueblo, su gente, su comunidad.